Intentaré ser comedido dentro de tratar de un tema muy visceral y que podría despertar la mayor furia e indignación en personas con la brújula moral sin alterar.
Voy a intentar tratar del asesinato de Iryna Zarutska por parte de un «pobre oprimido sistémico» con clara motivación racial.
Iryna Zarutska, refugiada ucraniana en EEUU, supongo que jamás esperó que su final sería ser asesinada yendo en transporte público por una sombra abyecta que decidió que «ya tenía a esa chica blanca».
Huir de la guerra y la destrucción de tu patria, buscar refugio en el «occidente civilizado» y terminar sola, desangrándose ante la inacción de otros viajeros de la misma «condición oprimida» del asesino, es algo que nadie podría haberse imaginado. O que nadie querría imaginar. Por ello, quiero mostrar mis condolencias a su familia y seres queridos. Así como a todos aquellos que sienten tal asesinato por motivaciones raciales, como parte de la barbarie que hemos permitido que se instale en nuestras sociedades y que, en este caso, muestra una cara más que repugnante.
Me repugna ver los vídeos en que el bípedo apuñala a la pobre Iryna con su muletilla racial. Del mismo modo que me repugna ver a los otros pasajeros pasivos. Porque no es pasividad, era completo consentimiento hacia el asesinato. No era un «mejor no me meto». Era actitud de «su vida no merece la pena». Se permitieron el placer de consentir el asesinato. Se permitieron mirar a otro lado. Es más, se permitieron salir de la escena sin consecuencias para el asesino. Y permitieron que Iryna, con la cara desgarrada por la sorpresa y el terror e intentado recogerse en su asiento, se desvaneciera lentamente en una caída contra el suelo, desangrándose rápidamente y quedando como un joven cuerpo inocente en una esquina.
¿La vida de Iryna importa?
Al asesino, no. De hecho, es obvio que a cualquier persona blanca le desea la muerte. Imagino que a sus congéneres, no. Black Lives Matter o algo así. Estoy seguro que tal causa la apoya. Es más, estoy seguro que todos los viajeros alrededor de Iryna, consintiendo el asesinato racista y luego abandonado el cuerpo en una esquina, también dirían que las vidas negras importan. Y mucho más, estoy seguro de que si en lugar de producirse el asesinato de la joven Iryna, alguien hubiera recriminado al asesino por poner los pies sobre el asiento -por poner un caso-, esos viajeros tan pasivos para con el asesinato de una inocente, habrían sacado toda su solidaridad racial. Blancos no, incivismo si. Y solo lo digo como suposición, me gustaría equivocarme, pero el clima cultural es ese.
No voy a entrar en discusiones estadísticas sobre la sobrerrepresentación estadística de asesinos afroamericanos y violencia de esos sujetos sobre el resto de grupos. Principalmente porque todo debate serio acaba en un enorme y mediocre «es por la opresión sistémica y el bajo estatus socioeconómico». Siempre la misma excusa. Pero las víctimas no vuelven. Es más, con esas excusas de impotente neuronal, se alimenta un ciclo sin fin en que hay sujetos como el asesino de Iryna, que se ven amparados y justificados por una ideología nociva. Ideología y grupos que llamándose antirracistas y, supuestamente, pacifistas, acaba creando violencia y racismo. Pero no contra los afroamericanos. Acabáramos. Recordemos que las vidas negras importan. Pero hay vidas que importan menos. Por ejemplo la vida de una joven refugiada ucraniana que, incluso, apoyaba esa cosa llamada «Black Lives Matter». ¿Por qué? Porque era blanca. Gran pecado. Una refugiada ucraniana blanca en transporte público. El epítome de la opresión contra un afroamericano promedio. Olvidemos las drogas, las bandas, las malas decisiones, las familias desestructuradas y el control por parte de organizaciones afines al Partido Demócrata, que hasta hace cuatro días, era también el partido del KKK. El problema principal del asesino y de los viajeros a su alrededor era que esa joven pálida que huyó de la guerra seguía respirando. Pero ya está solucionado.
Y que no se me confunda, porque no abogo por ningún odio generalizado hacia ningún grupo. Especialmente porque tampoco soy estadounidense y, no es mi labor ni obligación, resolver esa situación. Ni mucho menos entro en esas teorías muy yanquis de «racial war» que desean tanto el asesino de Iryna y otros como él, como también lo más profundo de sectores nacionalistas blancos. Pero si que quiero señalar a los responsables. Y el primero es el asesino, lógicamente. No hay alimaña más sucia y repugnante en el rincón más pantanoso del mundo que me genere más asco que él. Y los viajeros alrededor, también. Porque no fue pasividad, fue consentimiento. Uno ejecutó, pero otros estaban aprobando de una forma miserable tal barbarie. Y no es de extrañar.
Todo nos llega a Europa, más tarde y con otros protagonistas, pero lo de EEUU lleva muchos años fraguándose. Pasar de, efectivamente, una opresión sistémica y sistemática contra los afroamericanos a la situación actual, no ha sido fácil, pero el camino estaba muy claro. Todo el desarrollo de discursos, relatos y organizaciones que, teóricamente, pretendían la igualdad, ha degenerado en una deshumanización de la población blanca que acaba así. No se puede estar victimizado indefinidamente a un grupo, justificándolo y, a la vez, exigiendo disculpas, reparaciones, más disculpas, genuflexión y utilizando difamación racial contra otro porque, en un momento, el primer grupo fue el oprimido por el segundo. En una parte importante de la población afroamericana se ha instalado una victimización mezclada con refuerzo grotesco de su identidad racial que, además, señala constante y violentamente a la población blanca de todo lo malo. Existe un verdadero odio racial contra los blancos. Y ese odio racial es un caldo de cultivo que termina siempre igual. Da igual quien haya oprimido primero. Al final, no son reparaciones ni justicia social. Es invertir la opresión y la violencia. Y ningún victimismo barato de «Black Lives Matter» que arrase calles, lo puede tapar. El asesino de Iryna fue con tanta confianza, seguridad y desparpajo, que además del odio racial que le supuraba, era notorio que se creía impune. Y, peor, se creía que estaba haciendo justicia. Porque si, él, como otros a su alrededor, vociferarían «Black Lives Matter», pero mentalmente piensan que hay vidas que valen menos. Aunque ni las conozcan.
Y tengo que decir una cosa. Puede que el asesino tuviera razón. Hay vidas que valen menos. Por ejemplo, la suya. La vida de un asesino como él no vale ni como china en el zapato. Y las vidas de todos aquellos que consintieron tal asesinato y/o colaboraron, tampoco es que tengan gran valor.