De responsabilidades colectivas y otras milongas

De responsabilidades colectivas y otras milongas. Axel Seib

Me fascina ver a comentaristas, políticos y conciudadanos utilizar toda su portentosa capacidad intelectual para tapar las vergüenzas del sistema. Especialmente en cuanto a criminalidad y seguridad ciudadana se refiere.

En cada caso que, por el perfil del criminal común, se considera que debe ser protegido de alguna forma grotesca y urgente, acaban apareciendo los manidos conceptos de estatus socioeconómico y cultural. O el de integración, pero éste ultimo lo obviaremos porque ya lo traté en otro artículo sobre la impunidad como modelo de integración.

Así, ante múltiples crímenes y criminales, sale en manada toda esa turba que he citado al comienzo, a excusar al delincuente. Y, de paso, a agraviar más a la víctima, que deja de tener importancia. ¿Por qué?  Porque los criminales son las nuevas víctimas. Y las víctimas reales, se volatilizan. Entre el común de los mortales, se esgrime que los delincuentes a los que algunos quieren proteger, son víctimas de su estatus socioeconómico o cultural. Conclusión, son víctimas de la sociedad. Es nuestra culpa. El agente de seguridad apuñalado por un criajo deja de existir y el agresor se convierte en pobre víctima inocente. Y nosotros, a través del arte del birlibirloque y de la turra mediática e institucional, nos convertimos en los responsables. Supongo que algunos se basaron en el mismo modelo para pasar de ser presuntos corruptos o, directamente corruptos, a víctimas de la persecución judicial o de esa bobada de la “policía patriótica”. Tampoco es que los ideólogos y técnicos en mercadotecnia política y social sean muy creativos, pues se dan muy fácilmente a copiar y repetir.

Pero la cuestión es que de este modo se anula la responsabilidad individual y se achaca todo a una especie de responsabilidad social o colectiva, difícil de juzgar pero fácil de vociferar. Todo queda en un abstracto difuso muy políticamente correcto. Y el delincuente queda en paz consigo, pues todos sus crímenes dejan de ser algo por lo que él debe responder.

Pero hay algo más. Y es que si no hay responsabilidad individual, el agregado de individuos tampoco puede tener responsabilidad alguna. Es algo que debe recordarse.

Aunque se hable de abstracciones como estatus socioeconómico o cultural, eso no explica porqué individuos de similar estatus no cometen los mismos crímenes. La única explicación serían caracteres individuales que, precisamente, harían responsable al sujeto que comete los actos.

Y en el momento en que el individuo, queda claro que es responsable de sus actos, los demás, entonces si, somos responsables de dar una respuesta coherente para mantener la paz y el orden social. Porque el estado parece negarse a ello, priorizando el caos sobre la paz. La responsabilidad social respecto a individuos de comportamientos antisociales es ponerles freno si no cesan en su empeño de hacer daño o, en caso de magnanimidad, ofrecer una salida razonable a tal individuo si acepta mantener la paz y la integridad física y moral de los demás miembros de la sociedad. En ningún caso es obligación social proteger al criminal y al que daña con asumida impunidad con pretextos peregrinos más propios de mentes retorcidas y corruptas.

Rebatir tal memez que intenta justificar y excusar cualquier crimen de perfiles concretos bajo pretextos socioeconómicos y culturales, es muy fácil. Primero, porque como ya he dicho y todos sabemos, individuos de estatus socioeconómico similar, no cometen los mismos actos. La renta explica mucho, pero no todo. Y muchas veces, que barrios trabajadores y de baja renta tengan mayor incidencia delictiva no tiene que ver con la renta de la clase trabajadora, sino con que administraciones «muy generosas» para con los humildes, envían discrecionalmente a grupos potencialmente problemáticos mientras centran todos sus esfuerzos de seguridad ciudadana en zonas turísticas del centro y de barrios acomodados. Eso genera un efecto llamada o una retroalimentación y llegan más potenciales problemas. Además, vista la falta de seguridad de dichos barrios y que sirven para diversas instituciones como alfombra para guardar el polvo debajo, los potenciales criminales se sienten muy cómodos porque es más fácil controlar un vecindario con escasos medios, poca seguridad y demasiado ocupado en sobrevivir. El crimen y el criminal ya existen, sencillamente buscan el lugar óptimo para salir del capullo. Y en el crimen corriente o «menos elaborado», propio de niñatos, espantajos y desarraigados con demasiado tiempo libre y pocas ganas de invertir en trabajo y creatividad, siempre es más factible el caos urbanístico de la periferia obrera que meterse en la boca del lobo y que una señorona con collares y ociosa mañana, te reporte a la policía por pasar frente a su casa dos veces. Se puede ser inmoral y ruin, pero no tan ingenuo.

Pero si visto esto, se insiste en un factor cultural -que es la segunda salida cuando el favor socioeconómico se rebate como determinante, hay que atender a dos cuestiones.

Primero, si se reconoce el factor cultural como determinante en la criminalidad, sería fácilmente comprensible que existen culturas más proclives al crimen. Inasumible para muchos, especialmente para aquellos que, precisamente, quieren desligar la criminalidad y el origen. Así que se suele intentar ocultar dicha salida en el razonamiento. Pero existe tal posibilidad.

Así que llegamos a la segunda derivación. Y es a un concepto de cultura que da como conclusión, que a los criminales no hay que ofrecerles combate, castigo ni sanción. Únicamente pedagogía y cursillos. Porque, por lo visto, existen extraños desarrollos culturales que producen que ciertos individuos asuman que apuñalar por diversión, atacar en grupo a ancianos y grabarlo, violar y torturar, entre otras actividades, no son inherentemente repugnantes e inhumanas. Parece que hay quien piensa así. Si a uno jamás le han dicho que apuñalar porque le sobran 5 minutos está mal, quizás piense que sea tolerable y razonable. Esa es la lógica que se intenta aplicar. Lo cual es, hasta cierto punto, hilarante. Porque es tratarnos a los oyentes de tal teoría, junto a los criminales, de gente con serias carencias. A unos, los segundos, por ser incapaces de llegar a conclusiones evidentes por sus propios medios. Y a nosotros, por intentar hacernos creer que tal ocurrencia falaz y perversa, puede ser remotamente posible.

Aunque siempre es mejor esa teoría, que los llamativos momentos en que aún no podían excusarse en la teoría cultural y llegaron a utilizar la milonga del estatus socioeconómico para justificar crímenes como violaciones o asesinatos. Porque, parece ser, que al pillarles a paso cambiado, creyeron que el hambre tenía algo que ver con las agresiones sexuales. Suerte que encontraron la piedra filosofal de la cultura para no permanecer en tal ridículo mucho más tiempo. Aunque tal monigote de teoría también ha caído. Y solamente les queda tratarnos a todos como a estúpidos.

Para las instituciones no hay ningún problema, ellas lo asumen como cierto. Más teorías peregrinas que agravan el problema, más recursos públicos necesarios. Y a más recursos, más lamebotas y más teorías absurdas. Y así hasta que la burbuja reviente.

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