No es la gota que colma el vaso —pues ya hace tiempo que éste rebosó con creces—, pero sí una muestra más del desastre presumiblemente irreparable que el sistema capitalista, ése del que aún hay quien tiene la desvergüenza o la insensatez de apuntar que es el «menos malo», ha generado en nuestra juventud, ergo en nuestro pueblo, ergo en nuestra patria, en aras de perpetuar su criminal imperio por siempre.

Sonroja reiterar que el capitalismo no necesita de adjetivos redundantes como depredador, triunfante o feroz que, en cualquier caso, son insuficientes para definir su capacidad (y que, de hecho, suelen utilizar los burdos socialdemócratas cuando intentan legitimar sus posicionamientos contrarrevolucionarios con palabrería barata); frente a ellos alzaremos conceptos reveladores como el de capitalismo cognitivo, imprescindible para aprehender las pautas o estrategias de la información y el conocimiento que este régimen global emplea para imponer sus métodos de dominio y control social; si vivimos en una sociedad racionalizada, esto es, según Weber, resultante de un proceso forzado de ordenamiento y sistematización para hacer predecible y controlable la vida del hombre, es porque ha habido un entramado que nos ha hecho hablar de «interés general» y no de bien común, de «solidaridad» y no de explotación, de «casta» y no de clase burguesa, de «globalización» y no de imperialismo; que nos ha hecho aceptar y abanderar la lucha hobbiana del todos contra todos, renombrada con el eufemismo de «competencia», como los gallos se lanzan —son lanzados— a matarse; que nos ha hecho dejar de hablar de plusvalías y valores agregados (como los que en el negocio del gaming se generan) por medio de cheques y pagos a destajo, dando alas a la individualidad y a sensaciones de libertad, independencia o autocontrol que valen más que cualquier moral o valor «desfasado», que esa dignidad, esa conciencia, esa honradez, ese afán de justicia y ese ser humanos que representaron unos abuelos a los que ya olvidamos.

En unos días llegará a Córdoba el LoL. Dicen desde la Diputación que respaldan este tipo de actos «por la gran afluencia de público y, por ende, (por) el rendimiento económico que conllevan». Venga, chavales, a jugar a la maquinita.