Autobiografía de un Necio

Se dice, sin fundamento ni pesar, como casi en tobogán, que todos los relatos se reducen a una autobiografía infinita, más o menos travestida, pero falsificada eso sí. Pudiera ser. Algún a modo de autor llevaba siglos emborronando piedras, tablillas, papiros, pergaminos y papeles con una impunidad consagrada. Sabiduría profunda. Filosofía Perenne. Arcanos y Misterios. Mitos y Leyes. Lenguajes muy divinos. Gutenberg con su maldita imprenta vino a quebrar la magia para siempre. Desde entonces la palabra, el Verbo, se ha ido convirtiendo sólo en propaganda. El Simio regresa a la Selva si es que alguna vez la abandonó. Y a la contemplación de su propio ombligo. Aquello que parecía intentar alzarse hasta ser hombre, cayó. No fuimos capaces de abandonar el lodo. Triunfó el impostor disfrazado con falsas togas de arte y de cultura. Habilísimo tramposo en ocultar al mayor ignorante analfabeto que ahora somos. Un especimen en continuo progreso interminable: cada día es más burro, más inconsistente y más estúpido. La letra impresa rompió el Código. Alejandría hasta se olvidó. Sólo el Pueblo del Libro como único testigo. Después se ha abierto el paso a que los diques, reventados y sumergidos, sean arrastrados por un mayor Diluvio: radio, cine, televisión, ordenador, telefonía, internet, redes y redes. Ya no hay realidad. Ruido. Cacofonía. Chirridos. Todo un barrizal. Sólo pantallas. El mayor chismorreo jamás siquiera imaginado. Totalitarismo. El Hombre aniquilado. Reducido a mero aplauso. A cuanto sea o haga amago.

¿Para qué escribir entonces? Sinceramente no lo sé. Si ni siquiera a mí mismo soy capaz de interesarme, es iluso esperar ninguna recepción. Hay eco, no respuesta. Esfuerzo estéril. Voz perdida. Un adiós a la nada. Vacío en el vacío.

Silencio. Si, silencio. Pero también sin ningún significado. Algo ajeno al contraste. Silencio a secas.

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