Geopolítica, coronavirus y España

Consecuencias geopolíticas de la crisis del coronavirus. Una propuesta para España.

Alguien dijo que después de la crisis provocada por el coronavirus nada iba a ser igual. Quizás esta expresión es un poco exagerada, pero lo que si que es verdad es que muchas cosas que se daban por sentadas van a ser sujeto de revisión, y que esto es una magnifica oportunidad para el pensamiento crítico y disconforme de dejarse oír.

Esta revisión va a afectar, indudablemente, a muchos temas y cuestiones. Aquí vamos a ocuparnos únicamente de lo que se refiere a la geopolítica y a las relaciones internacionales desde la perspectiva española.

Desde el hundimiento de la URSS y el afianzamiento de Estados Unidos como hiperpotencia mundial la idea y el “factum” de la globalización ha ido ganando terreno. Nos han vendido la utopía de un mundo sin fronteras, donde las guerras desaparecerían, el progreso sería imparable, la abundancia llegaría a todo el mundo y los “derechos humanos” imperarían por doquier. Se nos ha insistido desde gobiernos, organizaciones mundialistas y medios de comunicación que si no hemos llegado todavía a este estado idílico es por culpa de las fuerzas “oscuras”, retrogradas, identitarias, proteccionistas y populistas, reunidas bajo el apelativo común de “ultraderecha” (término que tanto sirve para un roto como un cosido), que se siguen oponiendo a la libre circulación de mercancías, capitales y personas.

Como ha escrito Daniel López recientemente, este proyecto de “Nuevo Orden Mundial” que es el globalismo, ha quedado en manifiesto ridículo ante la crisis sanitaria. Se ha puesto en manifiesto que las fronteras SI sirven para algo (el cierre de fronteras ha sido un elemento fundamental para detener o enlentecer la propagación de la pandemia). El Estado-Nación ha vuelto ha cobrar protagonismo, pues a la pandemia, a pesar de la expresión, no se le está haciendo frente desde la escala global, sino nacional, y solamente hemos visto tímidas y escasas colaboraciones entre países, no siempre del mismo continente ni del mismo “bloque”.

Si nos centramos en España, tal como es nuestro objetivo, nos encontramos en primer lugar en que se desconoce la verdadera dimensión de la pandemia. Nuestra estructura institucional y nuestra clase política son “idóneas” para enfrentarse a problemas imaginarios, a generar “ruido” mediático (desenterrar a Franco, memoria histórica, lucha contra el “heteropatriarcado”, “Espanya ens roba”) pero absolutamente incapaces para enfrentarse a un problema real. Hemos vista a un gobierno absolutamente desnortado pasar, en pocos días, de afirmar que no pasaba nada y autorizar concentraciones como las del 8 de marzo, a declarar el estado de alarma.

El caos autonómico, que está en la entraña misma de la constitución del 78, no ha ayudado. Hay 17 gobiernos, algunos de ellos en manos de separatistas sedicentes, que no quieren renunciar a su poder. Los intentos del gobierno central de “liderar” han fracasado, entre otras cosas porque sus estructuras se han vaciado de poder y competencias (como ocurre con el Ministerio de Sanidad) por las cesiones a los poderes autonómicos, y están demasiado oxidadas para servir para nada.

La otra cara de la moneda es la crisis económica que va a seguir a la pandemia, que va a afectar a todo el mundo, pero especialmente a una nación como España, con un tejido productivo muy débil, y cuya economía pende casi exclusivamente del turismo y de los servicios. Frente a esta crisis que va a llegar las “soluciones” que se proponen desde los organismos financieros y económicos se reducen a las clásicas propuestas de inyección de dinero o intervención de los bancos centrales. Son las medidas propias del liberal-capitalismo especulativo, que perpetúan el endeudamiento del Estado y anulan su soberanía, y cuyas consecuencias se hicieron patentes en la gestión de la anterior crisis económica, especialmente en naciones semiperiféricas como España: destrucción de las clases medias, recorte de servicios públicos, salarios de miseria, etc.

Como ha escrito José Ramon Bravo, a estas alturas, y a pesar de la sediciente propaganda “europeísta” con la que nos bombardean, a estas alturas es absolutamente evidente que la pertenencia de España a la UE ha tenido consecuencias nefastas para la independencia económica, cultural y geopolítica de España, lo cual nos impide reaccionar de manera eficaz ante la crisis que se avecina. La carencia de moneda nacional implica la perdida de soberanía monetaria. A esto hay que añadir la destrucción del tejido industrial español (en parte impuesta como condición de ingreso en la UE), que no ha abocado a ser un “país de servicios”, y la absoluta subordinación militar a las potencias anglosajonas por nuestra pertenencia a la OTAN. Por no hablar de la colonización cultural que supone, por ejemplo, la imposición del inglés como lengua de cultura en detrimento del español (o incluso de las lenguas regionales españolas), o la asimilación de todas las modas y productos culturales, basura en la mayoría de los casos, procedentes del anglo imperio, que ha llegado incluso a la adopción de fiestas “tradicionales”, como el Halloween, en detrimento de nuestras propias tradiciones.

Hay que enfrentar la realidad para poder transformarla: hoy día España es un Estado soberano en al plano jurídico formal, pero no en el material. Hoy día España funciona como un vasallo de las potencias anglosajonas o sus filiales delegadas como Alemania, y de los organismos internacionales controlados por esas potencias. 

Ninguna fuerza política importante en España pone estas cuestiones encima la mesa. En Vox se aprecia algún conato (especialmente desde algún sector de Vox), pero ni siquiera se atreven a proclamarse euroescépticos (o mejor, UE-escépticos). La ideología dominante que atraviesa prácticamente todo el espectro político es el neoliberalismo, que es individualista, pues toma al individuo como átomo aislado como sujeto político y lo prioriza frente al Estado y a la comunidad, pero internacionalistao globalista en cuanto prioriza el “mundo exterior”, y, en ocasiones, micronacionalistaen cuanto se afirma la existencia de micronaciones fraccionarias para romper la idea de España y la unidad del Estado.

Neoliberales de derecha y de izquierda son entusiastas consumidores de productos culturales anglosajones, aunque en sus fantasías partidistas, y en su propaganda, creen pertenecer a mundos distintos. Desde el neoliberalismo de derechas se ataca a las políticas de desarrollo económica nacional o intervencionistas, acusándolas de ineficientes, y se propugna la privatización, mientras que desde el neoliberalismo de izquierdas se ataca el patriotismo, las tradiciones (especialmente las religiosas católicas) y se propone una multiplicidad de identidades que, no solamente rompen la unidad política y cultural de España, sino la propia unidad de la clase obrera, demostrando que esta izquierda indefinida de marxista no tiene ya nada. 

Partiendo de esta situación y de este contexto podemos empezar a hacer propuestas para salir de la misma. En un artículo reciente, publicado en El Catoblepas, José Ramón Bravo proponía tres ámbitos críticos para la soberanía de España: la cuestión demográfica, la estructura económico- productiva y los tratados internacionales. Los dos primeros ámbitos hacen referencia a lo que Gustavo Bueno llama la “capa basal” del Estado o comunidad política (población y recursos), mientras que el tercero se refiere a la “capa cortical” (relaciones con otras sociedades políticas). Nuestra propuesta geopolítica se incardina en este tercer ámbito, pero antes vamos a referirnos, aunque sea de pasada, a los dos primeros ámbitos.

En el ámbito demográfico es imprescindible un programa de campañas informativo-educativas sobre la cuestión demográfica, un programa progresivo de ayudas a familias numerosas y, en caso de necesitar recurrir a la inmigración, que esta sea controlada, que responda a los intereses nacionales y que se nutra especialmente de las comunidades hispanoamericanas para no adulterar la identidad cultural-religiosa y lingüística de España.

En el ámbito económico productivo es imprescindible desarrollar y reforzar la industria nacional y local para asegurar independencia económica; delineación de un modelo social de economía, con empresas nacionales, así como fomento y ayuda a las PYMES nacionales, y la elevación de los aranceles para favorecer al tejido empresarial nacional y a la producción agrícola. Recolonización urgente de la “España vaciada” y apoyo decidido a la agricultura; tipificación penal de la especulación financiera y medidas antiespeculativas.

Pero es el tercer ámbito, el relativo a la geopolítica y a las relaciones internacionales, donde vamos a extendernos. Nos referiremos en primer lugar a la situación geográfica de España, al ser este un elemento importante, aunque no el único, desde el punto de vista de sus posibilidades geopolíticas. España, o mejor, la Península Ibérica pertenece al Rimland, según la terminología de Mackinder, es decir, la franja de territorios que rodean al Heartland, o “corazón de la Tierra” situado en Eurasia. La Península Ibérica es la más occidental de las penínsulas mediterráneas, lo cual hace que este abierta tanto al Atlántico como al Mediterráneo.

Cuando la Monarquía Hispánica era una potencia en alza, capaz de forjar un Imperio, la situación geográfica de la Península favoreció los tres ejes de expansión: el Hispanoamericano, a través del Atlántico; el europeo, básicamente al través del Mediterráneo y el africano. Desde el punto de vista geopolítico, los enemigos naturales del Imperio Hispánico fueron los británicos y holandeses en el frente atlántico y los turcos en el Mediterráneo. Estos últimos fueron derrotados en Lepanto por una coalición de fuerzas cristianas lideradas por España. La batalla contra el Imperio Británico fue mucho más larga, y acabo en derrota. Los piratas británicos hostigaron continuamente a los barcos españoles que comunicaban la Península con los Virreinatos americanos, y la aventura de la Invencible fracasó junto a las costas inglesas. Los independistas hispanoamericanos contaron con el apoyo inglés, en su decidida política de acabar con lo que quedaba del Imperio Hispánico. Por otra parte, y aprovechando la desgraciada guerra de Sucesión, los británicos obtuvieron en el Tratado de Utrecht, la soberanía sobre el Peñón de Gibraltar, punto estratégico fundamental para controlar el paso del Atlántico al Mediterráneo.

Las últimas posesiones ultramarinas, Cuba y Filipinas, se perdieron frente a Estados Unidos, sucesor anglosajón del Imperio Británico en el dominio de los mares, en el desastre del 98.

Estos antecedentes históricos y geográficos son fundamentales para definir una propuesta geopolítica para España. El eje africano es desechable, pues ahora no se trata de conquistar territorios militarmente, sino de tejer alianzas y procesos de integración con naciones con las que España comparta un eje civilizacional, y las naciones mediterráneas del Norte de África pertenecen al mundo musulmán.

Es en el eje hispanoamericano y en el eje europeo, vía Mediterráneo, donde España debe ejercer en el futuro su acción geopolítica, y es aquí donde situaremos nuestra propuesta, pero antes debemos definir unas premisas.

La primera es que el Estado Nacional sigue siendo la célula fundamental de la acción política, tal como ha puesto en manifiesto la actual crisis del coronavirus. A pesar de ello, es evidente que ningún estado nacional en solitario puede enfrentarse a la Globalización y a la hiperpotencia USA. Tal como sostiene Dugin, la única alternativa realista a la Globalización pasa por la Multipolaridad, es decir, la formación de diversos polos de poder por integración y alianza de naciones a través del eje geográfico o continental y civilizacional.

La segunda es más compleja, y se refiere al tema de las civilizaciones. Diversos autores han tratado este tema, desde Arnold Toynbee, en su monumental obra, Estudio de la Historia, pasando por Samuel Huntington en su más reciente El choque de las civilizaciones, hasta el propio Aleksandr Dugin en su Teoría del Mundo Multipolar. Desde posiciones ideológicas muy distintas, todos ellos ven en las civilizaciones un actor fundamental en las relaciones internacionales.

El problema es que las civilizaciones son difíciles de definir y más aun de clasificar. La mayoría de las definiciones hablan de una supuesta Civilización Occidental, que comprendería Europa y América. Este es el concepto que queremos impugnar. Hasta finales de la Edad Media existe en Europa una civilización integrada, que se llama a si misma Cristiandad. Con Lutero y la Reforma Protestante esta civilización sufre una importante línea de fractura. No es solamente un cisma, como el de Oriente, que atiende a cuestiones de poder y de rito, sino que es una auténtica subversión que afecta no solamente al terreno puramente religioso, sino al antropológico, al sociológico e incluso al político. Hay una línea de fractura, que se pone en manifiesto en el tratado de Westfalia, que separa la Europa del Norte (Alemania, países nórdicos, Holanda), protestante, de la Europa del Sur, (España, Portugal, Italia, Austria, Francia), católica.

Esta línea de fractura parece quedar disimulada durante siglos por otros acontecimientos: las guerras napoleónicas, la guerra franco-prusiana, las dos guerras mundiales, la Guerra Fría. Con el advenimiento de la posmodernidad, cuando las civilizaciones parece que van a ser protagonistas importantes de las relaciones internacionales, vemos como el seno de esta estructura artificial que es la UE, esta polaridad Norte-Sur vuelve a ser evidente en Europa. El desprecio casi racista que muestran países como Alemania u Holanda hacia las naciones del sur lo demuestra claramente.

La tercera, y última premisa, se refiere a la UE. En forma de Mercado Común Europeo (después se llamaría Comunidad Económica Europea) esta entidad nace bajo el patrocinio y el control de Estados Unidos en el marco de la Guerra Fría. Su objetivo es cohesionar a las naciones de Europa Occidental en el plano económico (para el militar ya estaba la OTAN) contra la URSS y siempre bajo el paraguas americano. Después del hundimiento de la URSS la UE muestra ya, sin ningún disimulo, su naturaleza absolutamente mundialista al servicio de la Globalización. La victoria de Trump, el presidente menos Globalista de la historia, ha dejado huérfana a la UE. El Brexit ha sido otro golpe muy duro, que ha sumido a la UE en una crisis profunda.

De estas premisas podemos deducir cuales tienen que ser los ejes de una Geopolítica para España. Hay que dejar claro que en ningún momento estamos predicado el aislamiento, ni tampoco dar la espalda a Europa. Nuestra propuesta es UE-escéptica, no euroescéptica; pero Europa se dice de muchas maneras.

El primer movimiento geopolítico de España debería ser afianzar lazos políticos, económicos y culturales con Portugal, nuestra nación hermana.

El segundo movimiento, ahora ya en colaboración con Portugal, seria estrechar lazos con las naciones hispanoamericanas (en este caso ya podríamos hablar de iberoamericanas). Estos últimos años, como consecuencia de la política exterior (o la falta de ella) de los diversos gobiernos del régimen del 78, con su sumisión servil a la política exterior norteamericana, están muy deterioradas. Ya están lejos aquellos tiempos de solidaridad hispánica, que se manifestaba, incluso en ocasiones por encima de las diferencias ideológicas. La Argentina de Perón apoyó a España y rompió el bloqueo económico a la que le sometieron los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. La España de Franco rompió el bloqueo económico al que los Estados Unidos sometieron a Cuba, pues a pesar de las diferencias ideológicas con el régimen cubano, la solidaridad hispana estuvo por encima. Posteriormente, ya en la década de los 80, cuando Argentina se enfrentó a Inglaterra por las Malvinas, España le dio la espalda, argumentando el presidente Calvo Sotelo, en un miserable intento de justificar su actitud, que “el problema de las Malvinas y el de Gibraltar eran problemas distintos y distantes”. 

La empresa no es fácil. Tenemos, por un lado, la formidable influencia estadounidense, que sigue fiel a la doctrina Monroe (“América para los americanos….del Norte”) y que últimamente se manifiesta, entre otras cosas, en la proliferación de sectas evangélicas, que minan el sustrato cultural católico (y por tanto hispano) de las naciones del continente suramericano. 

Tenemos, por otro lado, las corrientes neomarxistas indigenistas que, aunque se oponen a la influencia de Estados Unidos, alimentan el odio hacia todo lo hispánico y se nutren de la Leyenda Negra y del mito del supuesto “genocidio”, mito que es contradictorio en sí mismo, pues si hubiera habido un genocidio de la población indígena (lo que sí ocurrió en América del Norte) no quedarían indígenas a los que dirigirse para predicar el indigenismo. La realidad es que no solamente queda mucha población de origen indígena, sino que además una buena parte de sus miembros tienen apellidos españoles, lo que demuestra que los supuestos “genocidas” no solamente se acostaban con las indias, sino que se casaban con ellas y daban su apellido a los hijos. Nadie se casa con las mujeres de una población a la que pretende exterminar. 

El tercer movimiento seria avanzar en la integración y alianza de naciones mediterráneas, es decir, el Sur de Europa. Con la excepción de Grecia, de cultura ortodoxa, todas son naciones de cultura católica: Portugal, España, Italia, Austria…Francia está situada en un terreno intermedio, pero con una importante corriente soberanista y anti-UE, que podría llevar a su integración en este grupo mediterráneo.

La crisis de los supuestos “refugiados”, provocada por la irresponsable llamada de la canciller Merkel, generó la revuelta de las naciones del llamado grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, Chequia y Eslovaquia), que se negaron a aceptar las cuotas de inmigración impuestas por la UE. La crisis económica que va a seguir a la sanitaria podría ser la espoleta para la rebelión de las naciones del Sur.

El cuarto movimiento sería la búsqueda de alianzas para este bloque. Dentro de la UE sus aliados naturales serían las naciones del grupo de Visegrado. Alemania, Holanda y los países nórdicos quedarían rodeados por sur y por el este.

Fuera de la UE el aliado natural de este bloque sería el polo eurasiático, liderado por Rusia. Después del hundimiento del comunismo y del caos que le siguió, Rusia ha vuelto a resurgir como potencia regional bajo el liderazgo de Vladimir Putin. En el año 2007 Putin pronunció un discurso en Munich, donde afirmó su voluntad de luchar contra la unipolaridad y el “stato quo” de Estados Unidos como hiperpotencia y, por tanto, contra la Globalización. Su decidida intervención en Siria fue decisoria para frenar al Estado Islámico, criatura de la política exterior de la administración Obama.

La Rusia de Putin, junto a las naciones que integran el grupo de Visegrado, se ha consolidado como una auténtica valladar cultural contra las ideologías neoliberales de la globalización: inmigracionismo, homosexualismo, ideología de género…lo cual la ha convertido en el blanco favorito de los medios de comunicación occidentales.

Desde el punto de vista económico, Rusia tiene grandes reservas de petróleo, gas natural y otras materias primas. La alianza del polo mediterráneo con el “corazón de la Tierra” podría significar el resurgir de estas naciones postergadas y despreciadas. 

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