Vladimir Lenin era muy consciente de que aplastar a la resistencia burguesa era la tarea más difícil: «lo que más lucha exige durante el paso al socialismo» (Vladimir Lenin, «El programa militar de la revolución proletaria», http://www.marx2mao.com/M2M%28SP%29/Lenin%28SP%29/MPPR16s.html, Ediciones en Lengua Extranjera, Pekín 1976, pág.68).Así se lo decía a los demócratas constitucionalistas en 1906: «El concepto científico de dictadura no significa otra cosa que poder ilimitado, no sujeto en absoluto a ningún género de leyes ni reglas y directamente apoyado en la violencia. No otra cosa significa el concepto de “dictadura”, recuérdenlo bien, señores demócratas constitucionalistas» (Vladimir Lenin, Acerca del aparato estatal soviético, Traducción al español Editorial Progreso, Editorial Progreso, Moscú 1980, págs.10-11).
Vulgarmente el liberalismo hace que los términos «dictadura» y «democracia» se excluyan mutuamente y que la expresión «dictadura democrática» tenga tanto significado como la expresión «circulo cuadrado» o «hielo de fuego», pues para los liberales la dictadura no significa otra cosa que la supresión de las libertades y garantías democráticas. Por eso «dictadura» es entendido aquí como arbitrariedad y abuso del poder contenido en las manos de un dictador. Pero desde el marxismo-leninismo se quiere dar a entender no la dictadura de un individuo déspota o tirano, sino la dictadura de una clase, cuya tarea es destruir los restos de las viejas instituciones para que éstas no concentren sus fuerzas y respondan a la revolución con la reacción. De ahí que lo verdaderamente revolucionario fuese la «dictadura» y no las «ilusiones democráticas» o «ilusiones constitucionales» del «cretinismo parlamentario». Dicho de otro modo: lo subversivo era la dictadura de los soviets, la «forma rusa de la dictadura del proletariado» (Vladimir Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky, Versión al español de Ediciones en Lenguas Extranjeras, Ediciones Roca, Barcelona 1976, págs.46). Aunque no se trataba de una lucha de la dictadura contra la democracia sino de la dictadura del proletariado contra la dictadura de la burguesía o, en rigor, de la dictadura del Partido contra la dictadura de los blancos y sus aliados extranjeros (como se vio en la guerra civil de 1918 a 1920).
En el «Borrador del proyecto del programa del PC de Rusia», publicado en el número 43 de Petrográdskaya Pravda el 23 de febrero de 1919, Lenin escribía que «La experiencia de toda la historia universal, de todas las insurrecciones de las clases oprimidas contra los opresores, enseña que es ineluctable una larga y desesperada resistencia de los explotadores, que luchan por conservar su privilegios. La organización soviética del Estado está adaptada al aplastamiento de esa resistencia, sin lo cual no puede ni hablarse de revolución comunista victoriosa» (Lenin, Acerca del aparato estatal soviético, págs.183-184).
La única manera de destruir el Estado burgués -pensaba Marx- es por mediación de la revolución violenta del proletariado que es la clase verdaderamente revolucionaria (las demás, al parecer, eran «reaccionarias», «contrarrevolucionarias», esto es, «la vieja mierda»). Por eso el Estado burgués no se extingue, el Estado burgués se destruye a través de la revolución de las letras polémicas sustentadas por las armas y no por el diálogo pacífico en el que supuestamente se entiende la gente. Una vez llevada a cabo la misma, el Estado o semi-Estado proletario no se destruirá, sino que se extinguirá (o eso seguía creyendo Lenin sólo unos meses antes de tomar el Palacio de Invierno). El Estado burgués no es sustituido por el Estado proletario, sino destruido. De modo que el Estado burgués se destruye, pero el proletario se extingue o perderá todo su carácter político. ¡Pero cuándo y cómo! He aquí el principal error del marxismo corregido por el leninismo y más aún por el estalinismo en la fundación del Imperio Soviético a raíz de las necesidades que imponía la Realpolitik de la dialéctica de Estados y también las complicaciones que se dieron en la dialéctica de clases(como fue la guerra civil y también la lucha contra los kulaks y por supuesto las purgas en el seno del Partido Comunista que en Occidente, a través de descabelladas exageraciones e interesadas omisiones, se dio a conocer como Gran Terror).
Este Estado en vías de extinción es visto como la más completa democracia, pero sin embargo es la dictadura del proletariado, es decir, «el proletariado como clase dominante», la continuación de la lucha de clases una vez que la vanguardia del proletariado ha conquistado los resortes del Estado. Y desde esta plataforma los revolucionarios no pueden quedarse quietos, puesto que tienen que liquidar a la resistencia de la burguesía mediante la represión que se lleva a cabo en toda revolución violenta. Los proletarios (que no era otra cosa que la vanguardia revolucionaria) tenían, pues, que destruir a la clase explotadora, aprovechando la maquinaria del Estado para que se llevase a cabo la limpieza de elementos «reaccionarios». No obstante, para realizar este cribado (tanto del interior como del exterior) lo último que había que hacer era planificar una política cuyo interés se basase en la extinción del Estado, pues el Estado era pieza imprescindible y fundamental para sacar adelante la resistencia y la opresión contra los muchos enemigos que acechaban el poder soviético. Aunque nos referimos al poder de la dictadura del proletariado o de la vanguardia revolucionaria, es decir, la dictadura del Partido.
Lenin enumeró cinco formas de la lucha de clases en la dictadura del proletariado, esto es del «semi-Estado» proletario (que ni mucho menos sería «semi» sino todo lo contrario): «1) el aplastamiento de la resistencia de los explotadores; 2) la guerra civil; 3) la “neutralización” de la pequeña burguesía; 4) la utilización de la burguesía; y 5) la inculcación de la nueva disciplina»(citado por Iovchuk, Oizerman y Schipanov, Historia de la filosofía. Tomo II, Traducción de Arnaldo Azzati, Editorial progreso, http://www.filosofia.org/aut/004/hf201.pdf, Moscú 1978, pág. 273).
El capitalismo, al haber simplificado el antagonismo de clases en burguesía y proletariado (aunque desde luego había otras clases sociales intermedias o incluso por encima de la burguesía y por debajo del proletariado), era interpretado como la última forma de antagonismo de clases, porque, al parecer, las condiciones materiales que plantea el sistema burgués vendrían a constituir la solución de los antagonismos de clases y de la explotación «del hombre por el hombre». Con el final del antagonismo de clases, sostiene Marx, se pondría fin a la prehistoria de la humanidad y se entraría así, tras una cruenta revolución y una dictadura de los explotados, en la fase del comunismo: la supuesta verdadera historia del también supuesto Género Humano en la que ya no habría explotación «del hombre por el hombre», esto es, del hombre proletario por el hombre burgués al ser derrocado el Estado burgués, el hipotético último Estado opresor. «La meta de todo el desarrollo no se precisa concreta y prácticamente como transición a la sociedad socialista y comunista, sino solo abstractamente como final de la “prehistoria de la sociedad humana”» (Karl Korsch, Karl Marx, Traducción de Manuel Sacristán, Ediciones Folio, 2004, págs.139-140).
En el período de transición del capitalismo al socialismo Lenin enumeraba las diferentes estructuras que existían en Rusia en aquel momento de modo entrelazado, a saber: los elementos patriarcales de una economía campesina natural, la pequeña producción mercantil como eran la mayoría de los campesinos que vendían cereales, el capitalismo privado, el capitalismo de Estado y el socialismo. He aquí el rasgo específico de la situación tan compleja que atravesaba Rusia.
Por ello la dictadura del proletariado no era cosa de un día, un año o unos pocos de años. Marx llegó incluso a hablar de 50 años. Y así exponía la complejidad del asunto Stalin en 1924 en Los fundamentos del leninismo: «No creo que sea necesario demostrar que es absolutamente imposible cumplir estas tareas en un plazo breve, llevar todo esto a la práctica en unos cuantos años. Por eso, en la dictadura del proletariado, en el paso del capitalismo al comunismo, no hay que ver un período efímero, que revista la forma de una serie de actos y decretos “revolucionarísimos”, sino toda una época histórica, cuajada de guerras civiles y de choques exteriores, de una labor tenaz de organización y de edificación económica, de ofensivas y retiradas, de victorias y derrotas. Esta época histórica no sólo es necesaria para sentar las premisas económicas y culturales del triunfo completo del socialismo, sino también para dar al proletariado la posibilidad, primero, de educarse y templarse, constituyendo una fuerza capaz de gobernar el país, y, segundo, de reeducar y transformar a las capas pequeñoburguesas con vistas a asegurar la organización de la producción socialista» (Josef Stalin, Los fundamentos del leninismo, J. V. Stalin, Cuestiones del leninismo, http://www.marx2mao.com/M2M(SP)/Stalin(SP)/FL24s.html,Pekín 1977, pág.42).
Lo paradójico de todo esto es que, al fin y al cabo, el Estado ruso fue salvado por los defensores de la «extinción del Estado» (y al Estado chino lo hizo definitivamente independiente al sacar al Imperio del Centro del «Siglo de las Humillaciones»). Lo que se pensó que iba a ser un «semi-Estado» terminó siendo un gran Estado (hasta tal punto que sus enemigos lo tachaban de «Estado totalitario»).De hecho, entre febrero y octubre de 1917 Stalin presentaba la revolución proletaria «como el instrumento necesario no solamente para construir el nuevo orden social sino también para reafirmar la independencia nacional de Rusia» (Domenico Losurdo, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra, Traducción de Antonio Antón Fernández, El Viejo Topo, Roma 2008, pág. 60).
La Entente, con la complicidad de los mencheviques (y de 1918 a 1920 con la complicidad de los ejércitos blancos), intentaba aprovecharse de la situación de Rusia para convertirla «en una colonia de Inglaterra, de América y de Francia», comportándose en el territorio ruso como lo hacían «en África central» (Stalin citado por Domenico Losurdo, Ibid.). Luego la revolución, que traería la dictadura del proletariado, no sólo venía a emancipar a los campesinos y a los trabajadores del yugo de los terratenientes y de los capitalistas, sino también venía a reafirmar a Rusia como nación soberana e independiente de las garras del colonialismo o imperialismo depredador.
Durante la guerra civil decía Stalin: «La victoria de Denikin y de Kolchak significa la pérdida de la independencia de Rusia, la transformación de Rusia en una copiosa fuente de dinero para los capitalistas anglofranceses. En este sentido el gobierno Denikin-Kolchak es el gobierno más antipopular y más antinacional. Y en este sentido el gobierno soviético es el único gobierno popular y nacional en el mejor significado del término, porque este lleva consigo no solamente la liberación de los trabajadores del capital, sino también la liberación de toda Rusia del yugo del imperialismo mundial: la transformación de Rusia de colonia a país libre e independiente» (citado por Losurdo, pág. 61).
Hasta anticomunistas fervorosos como el francés Nicolas Werth, uno de los autores de El libro negro del comunismo, reconocen este mérito: «Sin duda, el éxito de los bolcheviques en la guerra civil se debió, en última instancia, a su extraordinaria capacidad para “construir el Estado”, capacidad que sin embargo faltaba a sus adversarios» (citado por Losurdo, pág. 119).
También otro historiador anticomunista no menos fervoroso reconoce este mérito: «Cuando en noviembre, en diez días que conmovieron al mundo, los bolcheviques asestaron el golpe definitivo, paralizando Rusia con la toma de los cruces ferroviarios y de las centralitas telefónicas, ni siquiera sus mayores adversarios opusieron una resistencia coherente, y es que la mayoría de los rusos no pudieron por menos que experimentar una gran sensación de alivio al saber que un grupo organizado había decidido asumir la responsabilidad del futuro. Por muy ominosos que pudieran parecer aquellos hombres y su ideología, acabarían por fin con la inestabilidad y las vacilaciones, llenarían de una vez aquel vacío» (Donald Rayfield, Stalin y los verdugos, Traducción de Amado Diéguez Rodríguez y Miguel Martínez-Lage, Taurus, Madrid 2003, pág.78).
«Perdimos pero ganamos -escribió el derechista Shulgun en 1920-. Los bolcheviques nos vapulearon, pero levantaron la bandera de una Rusia unida» (citado por Orlando Figes, La revolución rusa (1891-1924), Traducción de César Vidal, Edhasa, Barcelona 2000, pág.762). Y en 1921 un periódico estadounidense ultraconservador afirmaba que «Lenin es el único hombre en Rusia que tiene el poder para mantener el orden. Si fuese derrocado, sólo reinaría el caos» (citado por Losurdo, pág. 120).
De modo que en la Rusia de la Revolución de Octubre hubiese sido una locura pasar a la supuesta fase «superior del comunismo», es decir, a la extinción del Estado, porque de haber sido así Rusia hubiese sido invadida y, lo que es peor, colonizada, y entonces la política de los bolcheviques hubiese sido completamente distáxica. De ahí que la dictadura del proletariado no fue en la práctica otra cosa que el fortalecimiento del Imperio Ruso en un nuevo Imperio: el Imperio Soviético. La dictadura del proletariado más que para la emancipación de un supuesto Género Humano sirvió para imponer el orden en el antiguo Imperio Ruso. Aunque a la larga, si tomamos cien años como canon de la eutaxia, la política de los bolcheviques resultó ser distáxica al durar el Imperio tan sólo 74 años; si bien es cierto que la actual Rusia no ha salido de la nada y si es una potencia mundial no es sólo por el innegable talento geopolítico de Vladimir Putin sino también por la herencia soviética en tanto potencia nuclear.
Final.