Título: “Eso no estaba en mi libro de Historia de la REVOLUCIÓN RUSA”
Autor: Javier Barraycoa
Editorial: Editorial ALMUZARA, 2020. 320 págs
Javier Barraycoa lanza a la calle su último libro “Eso no estaba en mi libro de historia de la REVOLUCIÓN RUSA” (Almuzara, 2020). Este curso se celebrará el centenario de la proclamación de la URSS. Junto a la China comunista, este proyecto comunista ha sido de los más sanguinarios de la historia. Pero el autor, siguiendo el hilo de la colección de la editorial Almuzara, pretende acercar al lector a través de aquellos hechos menos conocidos que acaban dándonos una perspectiva sorprendente, de hasta dónde puede llegar el ser humano cuando desaparece un referente trascendente.
El autor ha querido entretenerse en los antecedentes utopistas de la filosofía marxista. En una mezcla de socialismo utópico y místicas pseudocristianas. Muchos de ellos fueron locos en el sentido más literal de la palabra y sus sueños acabaron en los más humillantes fracasos. Fourier, Saint-Simon, Owen, fueron ejemplo de ello. De conventículos y contubernios se fueron entrelazando hombres de los más dispares siempre dispuestos a hacer la revolución. De una de esas sociedades secretas, surgió la Sociedad de las familias, que sería el embrión de las primeras células comunistas revolucionarias.
Por estos cenáculos se movieron personajes como Marx y Engels. Al respecto de Marx, se nos relata en el libro una sorprendente visión del filósofo: su paso de criptojudío luterano converso, al ocultismo y el satanismo. La vida del verdadero Marx no tiene nada que ver con la de un idílico filósofo revolucionario. Esta herencia ocultista llegó a los bolcheviques en forma de agrupaciones secretas que practicaban el ocultismo. Incluso se conoce un padrenuestro satánico que “rezaban” los bolcheviques en sus ataques a iglesias y fieles.
El libro continúa defendiendo la tesis de que el terror revolucionario no fue accidental, sino que estuvo teorizado y practicado como parte de la revolución. NO vale echar las culpas de los excesos a Stalin: Lenin y Trotsky, que han intentado ser exonerados de responsabilidades, aprobaron el terror sistemático. El fundador de la tristemente famosa Checa, Félix Dzerzhinski, afirmaba: “Defendemos el terror organizado, hay que admitirlo francamente. El terror es una necesidad absoluta en los periodos revolucionarios”.
Entre las muchas tétricas anécdotas que el lector encontrará en el libro, está la de las instrucciones que dio Stalin para recibir a dirigentes extranjeros. En sus residencias, los lavabos conectaban con un recogedor de heces que eran llevadas a laboratorios. Al día siguiente, con los informes científicos de las heces de los invitados, Stalin podía “saber” el carácter de los dirigentes y poder manipularlos mejor. Este ansia de saber, se vio reflejado al rodearse de magos y alguna profetisa que tenían notable influencia sobre él.
Desde el inicio de la revolución rusa, las purgas fueron espectaculares. Sólo e el Ejército Rojo, fueron purgados tres de cinco mariscales; 13 de 15 generales de ejército; 8 de 9 almirantes; 50 de 57 generales de cuerpo de ejército. El partido, el Komitern (La Internacional comunista), los funcionarios, los credos ideológicos, pueblos y nacionalidades, todo ámbito social pasó por las purgas.
Cayeron especialmente los primeros y más entusiastas de la Revolución, purgados por su propio partido. Los artistas que apoyaron a Lenin pronto fueron enviados a Gulags. De la liberación sexual proclamada en 1917, se pasó a la represión de los homosexuales. A estos se les consideraban enfermos afectados por el capitalismo y el sistema burgués. De hecho asociaron la homosexualidad al fascismo. Para ello se prepararon clínicas y métodos de “curación” eficaces basados en los principios socialistas.
La “ciencia socialista” llevó a ensalzar a timadores como Lisenko, que afirmaban que la teoría de los genes no era compatible con la dialéctica marxista. Planificó plantaciones de trigo, en zonas heladas de altura muy elevada. Su planificación absurda llevó a hambrunas. Pero nada importaba. Lo principal era imponer la ideología sobre la realidad. Igualmente se intentaron fecundar mujeres con semen de orangutanes para crear supersoldados. Así, Barraycoa, nos relata las barbaridades que se cometieron a raíz de la Revolución rusa, como un juicio que se celebró contra el mismísimo Dios, al que –evidentemente- condenaron a muerte.
El delirio fue el fundamento de la propaganda soviética. Se crearon mitos de la nada como la toma del Palacio de Invierno (que hizo caer el gobierno de Kerensky) y que fue idealizada en la película Octubre. Pero nada de lo que se relata pasó. Tampoco nadie nos ha dicho la inmensa ayuda que recibieron los bolcheviques por parte de la banca judía-capitalista norteamericana. Mucho menos de la inmensa ayuda –que nunca pagó- que recibió Stalin de los norteamericanos para luchar contra los nazis. Esta ayuda nunca fue reembolsada y permitió que tras la Guerra el comunismo se expandiera por media Europa.
En la Revolución rusa todo fue terror y mentira. Hasta la famosa foto de un soldado ruso ondeando la bandera comunista sobre el Reichstag en Berlín, fue un trucaje. Millones de rusos tuvieron que vivir una vida insípida, atemorizados constantemente y bajo un escepticismo sobre toda la existencia, sabedores que toda la propaganda y las promesas eran falsas. No es de extrañar que la esperanza de vida fuera tan baja debido al alcoholismo imperante. Cuando poco antes de caer la URSS unos científicos occidentales fueron a estudiar el Alzheimer, los responsable médicos comunistas contestaron: en Rusia no hay Alzheimer … la gente no vive tanto.
Disfruten del libro descubriendo cientos de hechos que nos habían quedado enterrados bajo la omnipotente maquinaria propagandística comunista.