El fascismo tiene hoy mucha peor prensa que el marxismo, y no es porque haya sido más malo, sino porque perdió la guerra y, sobre todo, la propaganda. Demonizando al fascismo, el marxismo se angeliza. Es una buena táctica, porque todos detectamos al demonio, pero no al demonio vestido de ángel. Tanto éxito ha tenido la artimaña, que hoy las prácticas marxistoides encubiertas se toleran mucho más en las democracias e incluso pasan por democráticas; en cambio, parece que tenemos un sensor que reprueba al instante todo lo que nos huela a fascistoide. Un escrache contra un conservador puede pasar incluso por democrático, pero no un escrache contra un izquierdista, aunque el objetivo en ambos casos es el mismo: intimidar al disidente.
Para defender este dislate de disculpar a una bestia más que a otra, se aducen dos argumentos. El primero es que, mientras que el nacionalsocialismo mataba a la víctima por algo que ella no podía evitar (por ejemplo, ser judío), el marxismo mataba por algo que ella sí podía evitar (por ejemplo, creer en Dios, en la libertad y en la propiedad privada). ¿En qué abominable código moral es más reprobable matar a alguien por haber nacido con una voz bonita que matarlo por cantar con ella una canción equivocada? Si lo primero es cruel porque nada puede hacer la víctima para evitar tener esa voz y escapar, pues, de la muerte, lo segundo es cruel y además más inhumano porque se le exige que para escapar de la muerte deje de ser un ser humano, es decir, de cantar lo que quiera, de pensar, ser y hacer lo que tiene derecho a ser, pensar y hacer.
El segundo argumento es que, aunque la praxis de ambos totalitarismos fue espantosa, las intenciones del fascismo son malas, pero las del marxismo buenas. Este dogma es tan poderoso, que casi todos ven normal que alguien luzca una camiseta con el rostro del Che Guevara, pero todos pondrían el grito en el cielo por una camiseta con el rostro de José Antonio Primo de Rivera: las buenas intenciones marxistas del primero lo convierten en mártir, pese a haber sido un sanguinario, y las malas intenciones del segundo lo hacen casi merecedor de su fusilamiento, pese a haber sido una buena persona.
Olvida este segundo argumento que, si Stalin tenía la buena intención de acabar a cualquier precio con la explotación del proletariado, Hitler la tenía de convertir Alemania en rectora del mundo. Al marxista las intenciones del marxismo siempre le parecerán buenas, como al nacionalsocialista las del nacionalsocialismo. Pero a los que estamos fuera de uno y otro no nos parece más disculpable matar al inocente por una razón que por otra. Lo que nos convierte en demonios no son las buenas intenciones, sino las malas acciones.
Se trata, además, de un argumento que, como decía François Revel, intenta disculpar el marxismo porque combatió algo mucho peor: el fascismo. Según esa lógica, a quienes les parezca mucho peor el marxismo, tendrán que reconocerle al fascismo el mérito de haber combatido algo mucho peor: el marxismo.
Pero la realidad es que fascismo y marxismo, aunque parecen bestias antagónicas porque se odian y tienen trajes y formas distintas, constituyen en cuanto al contenido un único y mismo monstruo, porque coinciden en lo más esencial y definitorio de ambos: el hecho de sacralizar la disciplina a costa de la libertad individual (lo que los convierte en liberticidas), el Estado a costa del individuo (lo que los convierte en totalitarios) y el ideal a costa de la realidad (lo que los convierte en utópicos, es decir, en una auténtica pesadilla). En definitiva, ambos odian la libertad, la democracia y el individuo; solo se diferencian en que, mientras que el marxismo los aplasta con entes endiosados como progreso, clase social, laicismo, Estado comunista, igualdad, el fascismo intenta ofrecer una alternativa con otros entes románticos que, cuado se endiosan, son igualmente feos, aunque estén menos de moda, como nacionalismo, tradicionalismo, imperialismo, racismo, disciplina. Así que, por más diferentes que nos parezcan, se puede hablar de fasciomarxismo: el que insulta a un cura por ser cura y el que insulta a un homosexual por ser homosexual son la misma persona, aunque el primero nos parezca un perroflauta y el segundo un facha. Los dos son fasciomarxistas. Rodrigo Lanza, cuando mató en 2017 a Víctor Láinez por llevar unos tirantes con la bandera española, es tan fasciomarxista como el neonazi griego, Giorgos Roupakios, cuando acuchilló en 2013 al rapero Pavlos Fyssas.
Dicho todo lo cual, un gobierno que mediante leyes o saltándose las leyes, pretenda permitir a Hacienda entrar en los domicilios sin avisar, vulnerar el derecho de los padres a escoger el colegio de sus hijos (que bien que lo pagan con sus impuestos), imponer cuál es la correcta interpretación de la Guerra Civil, determinar qué información es verdad o es mentira, convertir de modo encubierto la eugenesia en un derecho toda vez que en España se puede abortar sin tener que dar explicaciones, convertir el hospital en un lugar donde se puede dispensar la muerte, etc; un gobierno que, como el nuestro, haga o pretenda hacer todo eso, ¿no es un gobierno de tinte fasciomarxista? ¿Acaso alguna de esas medidas no las podría haber aprobado tanto un régimen nacionalsocialista como uno marxista?