En España (no en “las españas” trasnochadas del recuelo medio moderno), ya sea “monárquica” o “republicana” (República Española no es un oxímoron como afirma simplonamente el bondadoso e ingenuo José María Marcos, trastabillado en la insoportable liviandad de las palabras), no hemos sido nunca capaces de avanzar más allá del prólogo. Nos hemos quedado a las puertas. A lo bobalicón. Así, nuestro último y fallido intento (bastante más gallináceo que el del provinciano Franco) de construir algo parecido a un Estado de Derecho, la nefasta Constitución de 1978 (entre otras muchas lindezas, estructurada con un rey franquista renegado de Franco y de su padre, una España rota en 17 taifas pintorescas, arcaísmo galopante (fueros vascos y navarros, código civil catalán), nacionalidades “históricas” y dialectos co-oficiales, voto imposible por irrelevante, representación arbitraria por listas y circunscripciones diseñadas “ad hoc” para monopolizar el poder, dictadura de partidas y sindicatos sanguijuelas a cuentas pagadas por el estado, complejo de malote poco democrático castigado por sus vecinos europeos y suplicante de perdón, poder único disfrazado de “libertades”, etc. etc.), abortó casi sin pero poco después de medio nacer: el 2 de Diciembre de 1983, con cinco añitos de nada.
Eso que ahora se dice que nos dimos los españoles que vivíamos entonces (hace 42 años) y que cuantos han venido después (gran mayoría) pueden no admitir como dogma de fe ni como calderilla de propina, fue y a la vista está, una transición transitoria hacia la nada. Muchas veces dolorosa, pero nunca heroica y con una mística siempre hueca e impostada (libertad sin ira y otras muchas tonterías). De lo que algunos impostores llaman “lucha” no hubo nada. De cesión y venta en almoneda, mucho. Algunos nos opusimos y votamos categóricamente NO a ese camuflaje dictatorial de 1978. Por un lado, el último franquista coherente, elocuente y leal a unos valores: el notario D. Blas Piñar, fundador de Fuerza Nueva, organización que a día de hoy, ya residual, persiste y honra a sus camaradas cuando fallecen. Desde por mi parte una enorme distancia ideológica, me merece, como el Piyayo, un respeto imponente (él que no le tengo a traidores y renegados). Por el otro lado, liquidado con encarcelamiento el liderazgo intelectual y político del genial ideólogo creador de la Junta Democrática y después de la Plata-Junta, el insigne Profesor D. Antonio García Trevijano que, mal que pese a los “progres de pesebre”, nunca fue comunista (al igual que el otro faro con luz propia de este mar en tinieblas: el Profesor D. Gustavo Bueno), encabezó un vigoroso frente político-intelectual de oposición: un insignificante yo entre sus escasos colaboradores de poca monta y sus por lo visto escasos seguidores, rechazamos firmemente ese Texto Perverso. Fracasamos. Pero hasta su reciente muerte, el Maestro, extraordinariamente lúcido, nunca se rindió. La trampa que nos tendieron fue similar a la de ahora: contraponer reforma con ruptura, monarquía con república. Mentira. Falsos dilemas. Planteamientos trileros. Los numerosos timos de la pirámide. La Libertad necesita ineludiblemente el Estado de Derecho. Todo lo demás son pamplinas, o heroicas resistencias, guerrillas individuales como las que practicamos, nosotros siempre fugitivos en exilio. Para desgracia de España, fuimos estrepitosamente vencidos por la corrupción, la criminalidad y la ciénaga del “estado profundo” (el deep-state del pucherazo usa 2020). Pero ni lo hemos reconocido, ni serán capaces de derrotarnos. Nuestra victoria es estar de nuevo combatiendo.
Pues bien, en su Sentencia 111/1983 del 2 de Diciembre publicada en el BOE unos días después, el TRIBUNAL CONSTITUCIONAL avalaba la expropiación, expolio, confiscación y robo de RUMASA: el proto-atropello. La votación había sido de seis magistrados contra los otros seis. El voto del Presidente, de valor doble, decidió resolver a favor del GOBIERNO PSOE en contra de todo Derecho. Este Presidente, Manuel García-Pelayo y Alonso, prestigioso jurista republicano y amigo personal del Presidente Felipe González (comunista falso-converso y feroz enemigo de la Libertad), coaccionado y débil, avergonzado por su traición y por su ignominia, dimitió prematuramente de su cargo, se exilió en Argentina y allí se dejó venir la muerte. Nadie ha vuelto a acordarse de él. R.I.P.
Ahí quebró para siempre la ilusión de un Estado de Derecho (al menos hasta la siguiente re-encarnación). El empeoramiento ha sido P.A.: progreso adecuado. El rosario de despropósitos y contrafueros es, desde entonces, una letanía interminable. Ora pro nobis. El marco constitucional ha devenido en Patio de Monipodio al amparo de dislates y aforamiento de disparates.
A mero título de ejemplo, pero de lo más simbólico y significativo, quiero reseñar muy brevemente el devenir del Águila de San Juan. La concreción icónica de la unidad de España realizada por los Reyes Católicos fue incorporada como Escudo ilustrativo a la Bandera de España. En la Constitución de 1978, unos malévolos analfabetos deciden cambiar el Escudo eliminando el Águila por “franquista”. ¡La osadía de la ignorancia es así de cursi! Trazan un renovado Escudo, parecido al anterior para que dé el pego, pero sin Águila, toda una muestra de modernidad y progresismo. Vale, si usted quiere presumir de cateto, adelante. Pero eso sí, desde ese momento todo lo anterior es anatema e inconstitucional.
Pues va a ser que no. So bestia! La Bandera del “aguilucho” no es la oficial, por supuesto. Pero no por eso es en absoluto “inconstitucional”. Lo es tanto como cualquier otra bandera, la republicana incluida: las banderas del Real Madrid, del Sevilla y del Barça, las de las Autonomías y la de Cáritas, etc., no son las OFICIALES de España, pero no por eso dejan de merecer respeto.
Y aquí hay un detalle más, esa Bandera del “aguilucho”, la OFICIAL de España hasta su modificación en 1978, es la que yo besé en 1972 cuando JURÉ BANDERA (como hicimos de todo corazón tantos miles y miles de españoles de bien). Y a ese juramento me atengo: el de la defensa y la integridad de la Patria, hasta la última gota de sangre y por encima de cualquier otra consideración. En mi caso particular, sólo hay otro JURAMENTO realizado que he honrado y honraré siempre: el HIPOCRÁTICO. Ni Aborto, ni Eutanasia. La Vida por encima de todo. Y por cierto, inconstitucional su señora madre de usted, blandiblú!