Parafraseemos la célebre frase con la que Shakespeare inmortalizó en una de sus tragedias a Ricardo III de Inglaterra, último rey de la casa de York, y apliquémosla, pues viene al caso, a nuestro actual y ‒a sus propios ojos, que son los de Narciso‒ siempre triunfal Presidente del Gobierno. No suelo hablar de política, sino de filosofía, historia, literatura y cosas así en esta revista, que es, sobre todo, o a mí me lo parece, de índole cultural, pero la gravedad de lo que en los últimos ‒ultimísimos‒ días se está viviendo en el ámbito de nuestra res publica, que ojalá nunca vuelva a ser república, me obliga a hacerlo. ¿Era de política o era, en el fondo, de filosofía de lo que hablaba Cicerón en sus Catilinarias? Pues yo, en esta ocasión, igual.
Los lectores y/o espectadores de Shakespeare ‒¡Hey! ¿Queda y anda alguno por ahí?‒ ya habrán identificado la frase original. «¡Mi reino por un caballo!», aulló el monarca que todavía ocupaba el trono de su país cuando se vio rodeado por la soldadesca de su rival, que aún no era Enrique III, pero a renglón casi seguido llegaría a serlo, en las escaramuzas postreras de la batalla de Bosworth. Aquello sucedió el 22 de agosto de 1485 y supuso lo que ahora, acogiéndonos a la terminología de urgencia imperante en España desde que Isabel Díaz Ayuso barrió a sus hasta entonces ufanos detractores en las urnas de Madrid, llamaríamos «cambio de ciclo». La casa de York cedió en la derrota de Bosworth su áulica hegemonía a la de Tudor. Mal herrada, debido a las prisas de última hora, estaba la montura del rey saliente y esa fue la causa de que el caballo perdiera uno de sus fierros, su jinete acabase descabalgado y un detalle tan nimio, en apariencia, como el descrito lo condujera nada menos que a la muerte.
Así terminó la guerra de las Dos Rosas y así, por el error semántico, unido a su proverbial cinismo, en el que ha incurrido el ya canoso y tambaleante primo de Zumosol instalado en la Moncloa, podría pasar de las palabras a los hechos y de los deseos a la realidad el cambio de ciclo ideológico que los posos de lo que fuese café para todos en el rico chachachá de las tertulias auguran y cacarean. La izquierda, de ser así, incluyendo en ella la variante venezolana y la mahometana, sería la Casa de Tócame Roque, digo, de York, y la derecha, si Casado pide perdón a Abascal por la felonía de la moción de censura, la de Tudor.
Aludo, por supuesto, a la más que probable concesión de indulto a los delincuentes confesos y convictos del primer golpe de estado que ha vivido España con posterioridad a los de febrero de 1981, julio de 1936, la llamada Revolución de Asturias en el 34 y Primo de Rivera senior en el 32. El segundo sería el que se produciría si Sánchez Castejón perpetra su amenaza de perdonar a quienes perdón ni piden ni merecen, aunque se trataría, en realidad, de una tautología, de un círculo vicioso, de un argumento cornuto, de una nueva versión del uróboros de los alquimistas o de una pescadilla rabiosa, muy rabiosa, de ésas que en las viejas casas de comidas que ya nunca volverán se mordían la cola, pues el indulto de marras vendría a ser la clonación del que en 2017 intentaron los separatistas a los que se pretende indultar: un golpe de estado que da pie a otro golpe de estado, similar en su sustancia al anterior o, si se prefiere, un autogolpe ya que es el propio Presidente del Estado quien lo da. Cosa de locos, ñores y ñoras, como decían Tip y Coll. Los de Bruselas se van a quedar atónitos. España no pierde ocasión de dar la nota.
Ahora bien… Pongámonos serios. Chirigotas aparte, la deriva emprendida por el primo de Zumosol, sus ministros, sus validos, sus apuntadores y sus cantaores pone los pelos de punta incluso a las calaveras de nuestros antepasados y de los muertos por la guerra civil aún por desenterrar, y es lo más grave que en nuestro país ha sucedido desde que la Transición y la Constitución se echaron a andar. ¿Más grave que lo de Tejero? Pues sí, porque aquello terminó en charlotada. ¿Más grave que lo de Cataluña en octubre de 2017? Pues sí, porque esa región de España, por mucho que los flamencos, los valones y los demás heraldos de la Leyenda Negra se enfurruñen, sigue siendo, de momento, tan española como Ceuta.
¿Se ha vuelto loco Pedro Sánchez? La verdad es que los ojos, últimamente, se le extravían un poco. ¿Se han vuelto locos sus ministros? ¿A qué espera Margarita Robles para dimitir? Y la señora Calviño, que también pone los ojos en blanco al escuchar las idioteces que suelta a su lado en el hemiciclo la vicepresidente puesta a dedo por Iglesias, ¿dará un portazo? ¿Se cansará Marlaska de recibir zasca tras zasca? En cuanto a Irene Montero, tan sola, la pobrecita… Bueno, no digo nada, por galantería, aunque sé que eso la horrorizará, pues bastante tiene con lo que ya no tiene.
Volvamos a Sánchez y a su delirio. ¿No se da cuenta de que en su gobierno hay ya muchas vías de agua y de que si descerraja ahora el sagrario de la unidad de España indultando a los protagonistas de la tentativa de quebrarla su buque se irá a pique en menos tiempo del que tardó el Titanic? La oficialidad, la marinería, los grumetes y hasta los polizones y polizontes que lo apoyan se le sublevarán. No va a quedarle, como reza el tango, ni tan siquiera un pecho fraterno al que morir abrazao. Los barones de su partido se pondrán a salvo. ¡Pues buenos son! No van a jugarse las baronías sólo por satisfacer el caprichito de un vendepatrias que antepone a cualquier consideración de carácter moral, económico, histórico y cultural su empeño en seguir un par de años más en el machito gracias al traicionero apoyo de los sediciosos que antes de que la legislatura llegue a su término natural, si es que tal cosa sucede, lo que no parece probable, ya le habrán vuelto la espalda. En cuanto a la desleal oposición ‒suyo, Presidente, es el calificativo‒ que a diario le ajusta las tuercas en el Parlamento, ¡qué voy a decirle! Van a ponerse como panteras y sus rugidos terminarán calando hasta en Vallecas, como ya lo han hecho. Pero lo peor de todo, señor Presidente del país que aspira a desguazar, será le reacción del pueblo, de la gente, de las personas, de los andaluces, de los extremeños, de los murcianos, de los valencianos, de los castellanos, de los riojanos, de los cántabros, de los madrileños… No sigo, pero podría añadir a esa lista de damnificados la mayor parte de los vecinos de otras Taifas en las que pulsan, por desdicha, tentaciones de centrifuguismo similares a las de Cataluña, Vasconia, Galicia y las Islas Canarias.
Usted, señor Sánchez, ha incurrido en perjurio ‒el de asegurar una y otra vez que su gobierno no indultaría a los condenados por un claro delito de sedición que además lo era de rebelión‒ o, mejor dicho, en perjurios, muchos, además de otras lindezas que no voy a decir. Ya las dice medio mundo y buena parte del otro medio. Sea usted consciente de su impopularidad y, sobre todo, cobre conciencia, si es que la tiene, del delito de lesa democracia en el que incurre, aquí o en Conchinchina, cualquier gobernante que no acate el criterio del Tribunal Supremo, expresado ya con meridiana contundencia una y otra vez por todos los representantes de tan alta institución. ¿Sabe usted lo que sucedería, por poner sólo un ejemplo, en Estados Unidos si Biden hiciera eso o si, en su día, lo hubiese hecho Trump? El impeachement sería poco menos que automático. ¡Lástima que en nuestra manoseada, zarandeada y menoscabada Constitución no se haya introducido esa figura!
Dura lex, sed lex, Presidente. La Justicia, cuando justicia es, excluye la posibilidad de que haya en ella ánimo de revancha, sed de venganza o propósito de discordia. A ese error semántico es al que me refería yo en otro pasaje de esta Epístola Moral. Rectifíquelo. O mejor aún: dimita. El poder es una droga altamente adictiva y tóxica. Le aguarda un puestazo. Se lo pido por su bien y no sólo por el de los españoles. ¿Hasta cuándo seguirá usted abusando de su paciencia? Escuche a Cicerón.