En este país

En este país. Fernando Sánchez Dragó

*** En la foto «El autor y su hijo pequeño entre las ramas de un árbol de Castilfrío. Madre natura. ¡Banzai!»


Esa expresión, que tantos españoles utilizan y que en ningún otra nación existe, no es inocente. A mí me exaspera oírla y, desde luego, será imposible que usted, lector, la escuche salida de mis labios. Vade retro.

Ponga la radio o la tele y, si hay en ella tertuliasnos (con ese asnal), es seguro que la oirá mil veces. Esos maestrillos ciruelos son virtuosos en el manejo de las muletillas. «Es lo que hay», «es lo que toca», «verde y con asas», «blanco y en jarra», «con la que está cayendo», «ha venido para quedarse», «sí o sí», «creo sinceramente» «tonto hasta almorzar y después todo el día»… Esa última estupidez tiene al menos la ventaja de que es estrictamente autobiográfica, pues retrata a quienes la profieren.

No le recomiendo, lector, que vaya a conferencias, mesas redondas, presentaciones de libros, debates parlamentarios o de cualquier otro tipo, mítines, manifestaciones, ruedas de prensa y cosas así, pero ya verá, si incurre en esa pérdida de tiempo, como todos y cada uno de quienes los protagonizan se descuelgan una y otra vez con tan tedioso sonsonete.

Tampoco, para sufrirlo, es necesario acudir al reclamo de las reuniones citadas. Basta con charlar un rato con cualquier amigo, en la sobremesa, o con cualquier desconocido, en la barra de uno de esos templos a la española que son los bares. A los pocos minutos su interlocutor dirá, en tono sentencioso y con aires de suficiencia, que en este país sucede tal y tal cosa, y que no tenemos arreglo, y que todos los esfuerzos son inútiles, y que los políticos tararí, y que me lo digan a mí, y que pasará lo de siempre, y que bla bla bla…

La expresión, como digo, no es inocente, sino torticera a más no poder e indicativa de un estado de ánimo inconcebible en otros países, pero crónico en el nuestro, y se presta no sólo a ser analizada, sino, más propiamente, psicoanalizada.

He pateado el mundo, he visitado cien países, he trabajado en nueve (España, Italia, Francia, Japón, Argelia, Senegal, Marruecos, Jordania y Kenia),  he dialogado a diestro y siniestro en cinco idiomas y nunca he conocido a un italiano, un francés, un japonés, un argelino, un senegalés, un marroquí, un jordano o un keniano que se refirieran a su país como si no fuese el suyo, distanciándose de él, quitándoselo de encima, desentendiéndose de él, aludiendo a él como si se tratara de un territorio situado extramuros de su jurisdicción, de su responsabilidad, de su imaginario y de su emocionario… Expatriándose, ¡vaya!, tal como lo hacen todos ‒todos, digo‒ los españoles. Incluso yo, lo reconozco, que más de mil veces, en el pasado, he recurrido, por activa, por pasiva, oralmente y por escrito, a la fatídica expresión.

«Honra a tu padre y a tu madre», dice ‒reza‒ uno de los diez mandamientos de la ley talmúdica, y no sólo de ella, porque ese principio sacrosanto figura, de una u otra manera, en todos los códigos de la moralidad y del sentido común. Patria viene de padre y madre es también la patria. No hay contradicción semántica, aunque sí etimológica, en el binomio «Madre patria». Tampoco lo habría si dijéramos «Padre matria».  

Según los datos de una estadística reciente realizada a escala europea a cuento del índice de autoestima nacional, España figura en el último lugar. Es el farolillo rojo de esa lista. Sólo el veinte por ciento de nuestros compatriotas siente afecto por su país, por sus logros, por sus símbolos, por su lengua, por su historia, por su geografía… 

¿Compatriotas? A pique estamos de que esa palabra caiga en desuso. Suena ya a arcaismo y huele a naftalina. No tardarán mucho los académicos en expulsarla del diccionario o en definirla como antigualla léxica de una cultura extinta. El ochenta por ciento de los españoles son ya expatriotas que han renunciando a la voz de la sangre, porque la que ahora tienen es de horchata chufi y bajísimo, casi inapreciable, es su índice de glóbulos rojigualdas. Resignémonos a la evidencia de que la progresía y los supremos hacedores de la demoníaca globalización se han salido con la suya. Trinitario es el nuevo monoteísmo, similar en eso, sólo en eso, al de la ley cristiana: Fundación Rockefeller, Soros, Bill Gates. Todos al servicio del único Dios: el Becerro de Oro, Mammon, la Araña (Internet), el G5, la Agenda 2030, la Agenda 2050. Su consigna es ir contra natura, contra la historia, contra la tradición, contra la identidad, contra la humanidad… Y contra este país.

Cámbiese la letra de la canción: ¡Maldita sea la rama que al tronco no sale!  

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