En lengua española la palabra “normal” tiene una doble acepción ciertamente confusa: “normal” es que se haya en su estado natural y, al mismo tiempo, “normal” significa habitual. Utilizamos la misma palabra para calificar algo que se muestra en su esencia como es, y algo que se muestra repetidas veces así. Esta confusión semántica es la raíz del sofismo de la “nueva normalidad”: se pretende que lo que ocurre muchas veces se interprete como natural. Es decir, que basta que la aberración sea frecuente para que se vea como normal. Preguntémonos: ¿Acaso esto es normal?
Pues en los últimos meses sí se ha hecho normal que a futbolistas y deportistas varios les dé un patatús en medio del juego. ¿Esto siempre ha ocurrido? Sí, pero no tanto como este año 2021. Y si eres una estrella mundial como el Kun Agüero, que se retira en la cumbre por sus raras arritmias cardiacas, no importa ser uno entre mil; pero si juegas en divisiones inferiores y caes redondo, anónimo y muerto en un campo de fútbol de provincias, nadie se va a cuestionar qué normalidad es esta. ¿Es normal el inexplicado aumento de accidentes de tráfico en estos meses otoñales, muchos de ellos por salida de la carretera tras pérdida de consciencia del conductor? ¿Resulta normal que cada uno de nosotros conozca al menos a alguien que haya fallecido de infarto (o arritmia) fulminante en este año 2021? ¿Cuándo fue normal que un adolescente sufriera miocarditis? ¿Qué explicación normal se puede dar a que dos submarinistas que no se conocen, mueran al mismo tiempo y en el mismo lugar, de infarto, en la misma sesión de submarinismo, como ocurrió en Segur de Calafell el pasado verano? ¿Quién ve normal que hayan plantado desfibriladores por toda la ciudad, en cada esquina, en las estaciones, en los autobuses, en los parques públicos? Normal no era, pero se ha normalizado, y normal ya es hoy.
¿Cómo de normal consideran las autoridades sanitarias su pronóstico de que, en los próximos quince años, el ictus y su mortalidad aumenten un 35%? ¿O cuánto de normalidad hay en el dato estadístico oficial de que en el pasado mes de noviembre hubiera inexplicadas 2.994 muertes más que las habituales en España? ¿Qué normalidad es esa de ver y padecer más trombos, más embolias, y más trastornos de sangre por parte de gente cada vez más joven, más sana, más deportista, más responsable, más solidaria, más “normal”, si se prefieren los términos que usan los apologistas de este nuevo estado de las cosas?
Normal no es, en su sentido natural; pero normal se hará si seguimos actuando como si lo fuera. En los últimos dos años he cogido tirria a las estadísticas… seguro que ustedes también: los números se trampean, se maquillan, se estiran y se encojen al antojo de los numerólogos oficiales, los mentirosos oficiosos. Prefiero echar un vistazo alrededor de mi municipio, que mirar al Centro de Investigaciones Sociológicas. Trombo aquí, trombo allá, ictus en una vecina de mediana edad, infarto en un chaval de veintipocos, arritmias en muchachos deportistas, embolias raras, teleles, jamacucos, muertes súbitas. Todos sabemos que algo anormal está ocurriendo. Llamémoslo repentinitis. Si el pueblo no le pone nombre a esto que está sucediendo, el poder público va a seguir firmando todas estas actas de defunción con causa de fallecimiento: “Murió de normalidad”.