Es solo un detalle. Inadvertido. Nadie lo ve. No cambia el mundo. No cambia la vida. Pero es. Es. Y con ese detalle se salva el mundo.
Una persona sin hogar se abriga con toallas y trapos viejos. A saber de dónde los ha sacado. Están sucios. Pero abrigan. De aspecto pasará los sesenta pero la calle estropea mucho. El frío. El vino peleón. El miedo. Quizás no tiene más de cincuenta. Pero aparenta veinte más.
Nadie le ve. Ni siquiera el que le arroja unas monedas. Nadie ve sus ojos claros. Solo ven los trapos sucios. Es pobre. Un pobre. Un sintecho. Un indigente. Pero no es persona. Nadie ve quién es.
Su vida no fue fácil. Nació en un pueblo, no se le daba bien estudiar, tampoco le gustaba demasiado trabajar. Y no había mucho donde elegir. Sus padres eran de otra pasta. Se fue a la mili. Soñaba con aventuras. Se fue al Tercio. Sirvió a su patria. Se dejó la vida. Fue feliz. Pero los años pasan. Dónde queda el cuidado de aquellos que lo dieron todo. No existe. Le tocó licenciarse. Y quedó en la calle. Con sus recuerdos.
Intentó trabajar. Bueno, buscar trabajo. Pero no sabía hacer demasiado. O al menos eso le decían. Guardó obras. Un orgulloso caballero. Quedó sin nada. Quedó en la calle. Dando tumbos. De aquí para allá. Y la calle le engulló. No había para pagar siquiera una pensión. La calle le secuestró.
Y no había nada para quitarse el frío. Solo unas toallas sucias. Y unos trapos viejos. Y vino peleón.
Pero son días distintos. La gente no sabe del todo por qué. Se ha olvidado. La amnesia de las luces, los árboles, los renos y las canciones americanas, de las películas, las noticias, los regalos, esconden el misterio. Pero es como un velo. Velan lo que hay, pero hay algo detrás. Aunque la gente no sabe qué es, está. Y tiene su poder. Su efecto. Detrás de lo que vemos, detrás de lo que hay, existen más cosas. Nos olvidamos de ellas, o nos hacen incapaces de verlas. Pero la Navidad está detrás de la fiestas de invierno. La Navidad. Un niño nos ha nacido. La salvación nos ha llegado. Dios vino a cambiar el mundo.
Es una pareja normal. Trabajan. Tienen su primer trabajo. Se quieren. Aún no han pensado en casarse pero ya son algo formal. Miran al futuro de una manera sencilla. Un piso pequeño. Sus sueldos no les dan para grandes excesos, pero oye, hay mucha gente que lo pasa peor. Y el futuro será lo que tenga que ser. Hay gente que lo pasa peor.
Como ese tipo que vive en la calle y le ven en la puerta del super. Aparenta pasar de los sesenta, pero la calle estropea mucho. Y el vino peleón también. Y el miedo. Y el frío. No tiene más que unas toallas sucias y unos trapos viejos para tratar de quitarse el frío. Y les conmueve. No es que ellos tengan demasiado, pero hay en al armario un abrigo que ya casi nunca se pone él. Y hace frío. Y ese tipo está en la calle. ¿Por qué no se lo llevamos? dice él. ¿Y algo más? Dice ella. Sí. Algo más. No podemos cambiarle la vida, pero es Navidad. Aunque no sepan bien qué es, es Navidad. Algo podemos hacer.
Quieren ir cuando resuena la lotería por los bares, pero no le encuentran. No está en el super. Ni en el portal de la tienda que cerró en primavera, en la esquina, donde duerme. Pero allí están sus cosas. Bueno, los cartones con los que se abriga. Ese día no le ven. Al otro tampoco. No se olvidan, pero hay más prioridades en estos días. Hasta que ella, al llegar, en la tarde de la Nochebuena, volviendo de hacer un regalo para él, le vió.
Está en la plaza. Mira. Se abriga con unas toallas y unos trapos viejos y sucios. Vamos ahora, se dicen. Y van.
Es extraño. La gente no suele verle. Solo ven unas toallas y unos trapos sucios. No ven sus ojos claros. Pero esos dos chicos se han parado. Le han dicho hola. Le han dicho que le conocen. Saben dónde duerme y dónde se sienta en las mañanas, a la puerta del super. Traen un abrigo. El le recuerda a un teniente que tuvo. Ella le recuerda a su abuela. Así se la imagina de joven. Se disculpan pero no sabe muy bien por qué. Dicen no se qué de un regalo. De Navidad. Del frío. Tiene que ser el vino peleón el que no le deja entenderles del todo. Pero si comprende una cosa. Los regalos nunca son objetos, son la mano que los da. Hoy tendrá algo que cambiar por las toallas y los trapos sucios. Hoy tiene un abrigo.
Ellos regresan a su casa. A su sueño y su proyecto. No pueden ir con los suyos por no sé qué de pandemias y pánicos. Pero se tienen el uno al otro. Ella se abraza a él. No le han cambiado la vida, pero quieren pensar que hoy pasará menos frío.
De camino a su piso, en la calle de al lado, hay una Iglesia. Está iluminada. Es curiosa porque tiene las puertas pintadas con grafitis y la ven cuando van de camino al metro. Les parece simpático. Estos curas. Nunca han entrado y hoy tampoco lo harán, pero dentro resuenan cantos. Les parece sin más algo entre nostálgico, tierno y cariñoso. Qué gente más extraña.
Allí celebran una cosa muy extraña. Que Dios vino al mundo para hacerse un hombre. Para traer esperanza. Y amor. Y paz.
Aunque nadie lo supiera. Aunque aun hoy se esconda el misterio entre luces, y árboles, y comidas, y regalos. Es Navidad.