Continuación de Izquierda y derecha, especies mutantes (I)
Sobre la urgencia de no ser conservador
Pocas imágenes más patéticas que la de un fiel mayordomo despedido por su amo, sin agradecimiento alguno y tras una larga vida de servicios. Así deberían de sentirse los “conservadores” tras un siglo de servicios al capitalismo.
Una imagen no menos patética es la del marido abandonado y cornudo. Tras un largo matrimonio de conveniencia con los conservadores, los liberales han vuelto al regazo de la izquierda, donde tienen sus orígenes históricos. Pero como suele suceder, los cornudos son los últimos en enterarse. Todavía hay próceres que siguen hablando del bello porvenir del liberal-conservadurismo…
Los conservadores del siglo XXI han sido víctimas de este doble abandono: el del capitalismo – que hoy se configura como un capitalismo progresista, mundialista, nihilista, libertario y “woke” – y el de un liberalismo que sólo está al servicio del primero. Por si fuera poco, los conservadores se han visto privados de su ideal social de referencia: las elites o “minorías egregias” (Ortega y Gasset dixit), que hoy son las más entusiastas impulsoras de la revolución nihilista. Para su sorpresa, los conservadores constatan que su público natural se encuentra hoy entre los más humildes, entre las clases trabajadoras y los subalternos.
El instinto conservador está en la esencia de la derecha y conforma una venerable tradición política. Pero abandonados por el capitalismo y el liberalismo, los conservadores son como la tripulación de un barco a la deriva. En el agotamiento de la tradición política conservadora se encuentra una de las claves de lo que hoy podemos llamar la “derecha mutante”.
Anticapitalismo de derecha
Definir la identidad de la “derecha” implica un largo debate, no menos alambicado que el relativo a la “izquierda”. En este debate convendría desprenderse de no pocos lugares comunes.
En sus definiciones más habituales, la “derecha” se asocia normalmente a las ideas de estabilidad, de autoridad y de jerarquía, y – por contraposición al “socialismo” –a la defensa del capitalismo. Sin embargo, esto último no siempre fue así. Si entendemos el capitalismo no como la simple economía de mercado (cosa que siempre ha existido en la mayoría de las sociedades) sino como un “hecho social total” que absorbe todos los aspectos de la existencia y los remodela a su antojo – de la “economía de mercado” se pasa a la “sociedad de mercado” – tenemos que admitir que la derecha originaria fue una fuerza de resistencia frente a su expansión. Como escribe Alain de Benoist, “las primeras “críticas al sistema del dinero, la crítica del individualismo metodológico, la crítica de la racionalidad instrumental como forma de reificación de las relaciones humanas, encuentran su origen en las reflexiones que, históricamente, se han formulado en primer lugar en la derecha”.[1]Si esta derecha originaria por algo se caracterizaba era por su actitud anti-individualista y anti-mercantilista, reforzada por una ética del honor heredada del Antiguo Régimen. Es cierto que esta actitud se declinaba más bien en un plano espiritual y estético – frente a la crítica materialista e intelectualmente más elaborada del socialismo–. Pero ambos – tanto el socialismo como la derecha originaria – coincidían en una común “pulsión conservadora” frente al carácter revolucionario de ese capitalismo que, como decía Marx en el Manifiesto Comunista, hace que “todo lo sólido se desvanezca en el aire y que todo lo sagrado sea profanado”. ¿Una derecha anti-capitalista?
Esta derecha de los orígenes, contra-revolucionaria y reaccionaria, pródiga en escritores místicos y en actitudes heroicas, se expresó en la historia de las ideas y la literatura hasta bien entrado el siglo XX, cuando en un mundo definitivamente dominado por el dinero quedó relegada a una posición marginal y aislada.[2]Por otro lado, la amenaza del comunismo impulsó la emergencia de una “derecha liberal” en alianza de circunstancias con los llamados “conservadores”. Estos últimos, obnubilados por la amenaza del comunismo, dejaron de hacerse preguntas sobre la relación del capitalismo con los males que tanto lamentaban: el declive de la familia, de la religión y de las tradiciones.[3]Los liberales, por su parte, nunca estuvieron interesados en preguntarse por las consecuencias culturales de lo que más les interesaba: la extensión del orden mercantil a todos los ámbitos de la vida. En realidad, los liberales sólo toleraban a los conservadores en la medida en que cierto conservadurismo (en materia moral, sobre todo) era necesario para hacer aceptar el liberalismo. Sea como fuere, como banderín de enganche para la guerra fría el “liberal-conservadurismo” cumplió su función: la de aunar voluntades en la defensa del “mundo libre” y la “civilización cristiana”. Hasta que la caída de la Unión Soviética hizo innecesaria esa alianza, y dejó a los liberales con las manos libres para deshacerse de los conservadores y sus monsergas.
El liberalismo y sus virajes
La trayectoria del gran vencedor en esta historia – el liberalismo – es sumamente ambigua. El liberalismo nace históricamente en la izquierda, espectro político que originariamente se presentaba – según explica Jean-Claude Michéa –como “el único heredero legítimo del espíritu de la Ilustración y, en consecuencia, como la vanguardia más acérrima de todas modernizaciones concebibles, ya sean del orden tecnológico, político o moral”.[4]La izquierda se identifica con la idea de “Progreso” antes que con la idea de “Pueblo”, no en vano el “progresismo” es su encarnación favorita. Durante la mayor parte del siglo XIX la “izquierda” agrupó a la burguesía liberal heredera de la Revolución francesa, frente a los “reaccionarios” y a los nostálgicos del Antiguo Régimen.
Contra lo que suele pensarse, el socialismo no nació en “la izquierda”. Desvinculado de la burguesía, el socialismo de los orígenes – aparecido en Francia en torno a 1830 – no se presentaba como una disidencia “radical” de la izquierda, sino “como una nebulosa de escuelas de pensamiento extraparlamentarias, en la periferia del espectro político”. Escribe David l´Epée: “el socialismo francés, impulsado por el marxismo, el proudhonismo, el anarquismo y el sindicalismo revolucionario, consideraba a los partidos de izquierda no como primos lejanos, sino como enemigos a abatir, al mismo título que lo podían ser la derecha, la reacción o el clericalismo. Calificar como hombres de izquierda a Karl Marx, a Proudhon, o a Bakunin es dejarse llevar por una ilusión retrospectiva”.[5]Esta actitud hostil del socialismo hacia la idea de izquierda es todavía muy visible en la conocida obra de Lenin “El Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”, y aún tendrá ecos en la segunda mitad del siglo XX. ¿Cuándo se produce la fusión entre el socialismo y la “izquierda”?
El “caso Dreyfus” fue el momento – explica Jean-Claude Michéa – en el que, en la Francia de principios del siglo XX, se produce el compromiso histórico entre el socialismo obrero (entonces más proudhoniano que marxista) y el “campo republicano” de los burgueses de izquierda. Objetivo: combatir a la derecha legitimista y a las fuerzas de la “reacción”. El socialismo adquiere entonces una coloratura más individualista – muy propia de la burguesía liberal – frente a una derecha “holista” que situaba a la sociedad por encima del individuo.[6]Se configura entonces esa alianza entre el movimiento obrero, las clases medias educadas y la burguesía “ilustrada” que ha nutrido, durante más de un siglo, el campo sociológico de la izquierda. Ese “bloque progresista” se afianza cuando, frente a la amenaza del fascismo, Stalin impulsa en los años 1930 la alianza estratégica de los partidos comunistas y de los progresistas de izquierda: la política de los “Frentes Populares”. A partir de entonces el imaginario socialista queda firmemente anclado en la izquierda, al tiempo que el liberalismo consumaba su desplazamiento a la derecha. Surgió entonces una “derecha liberal” abiertamente anticomunista y defensora del capitalismo.
Esta situación perduró durante toda la guerra fría. Pero tras la desaparición del comunismo, quedó la vía expedita para un nuevo viraje: el liberalismo vuelve a la izquierda. A una izquierda, claro está, que el liberalismo ha reconfigurado a su gusto hasta convertirla en una izquierda posmoderna o “izquierda mutante”. A partir de entonces, el liberalismo – ahora ya en fase “neoliberal” – juega en dos tableros: por una parte, en el de la globalización turbocapitalista. Por otra parte, en el ámbito de la “izquierda”, beneficiándose del atractivo emocional, cultural y épico que esa bandera todavía conserva entre las masas de creyentes.
La aparición de una derecha “mutante” ha venido a sacudir los tableros.
El precio de una traición
La derecha mutante – en su versión “iliberal” o en su versión “populista” – nace sobre la erosión de la derecha liberal-conservadora. Un proceso que conviene ver de cerca.
Si aceptamos las premisas que hemos expuesto arriba, la historia de la derecha es la del abandono progresivo de sus presupuestos originarios. Por su talante y vocación – la de ser una fuerza de resistencia frente al liberalismo– la derecha hubiera debido ver en el socialismo incipiente un competidor, y no un enemigo. Pero como escribe Alain de Benoist “en vez de sostener al movimiento obrero, que representaba una sana reacción contra el individualismo que ella misma criticaba, la derecha pasó, demasiadas veces, a defender las explotaciones más horrorosas y las desigualdades políticamente más insoportables”.[7]La derecha pasó a aliarse cada vez más con el sistema del Dinero, cuando la primera misión que hubiera debido de darse es combatirlo. Dicho de forma coloquial: tras la fachada de los conservadores se encontraba la prosaica realidad de los “conservaduros”.
El precio de esa traición se plasmó, en la segunda mitad del siglo XX, en la disolución del capital ideológico de la derecha, que quedó limitado a la invocación de la “libertad” y la “prosperidad” en el mundo capitalista. La derecha capituló ante la supremacía cultural de la izquierda y se vio reducida a una labor de aplicados tecnócratas. No es de extrañar que la fábula del “crepúsculo de las ideologías” fuera acogida por esa derecha con alborozo, y que el fin de la guerra fría (1989), la “derrota del comunismo” y consiguiente mito del “fin de la historia” fueran su momento de gloria. ¿Cuál es su balance de resultados políticos?
Hay que admitir que la alianza liberal-conservadora presenta un balance nada desdeñable. Dejando aparte la “derrota del comunismo”, los liberal-conservadores fueron un motor esencial de la reconstrucción de Europa tras la guerra mundial, impulsaron el período de crecimiento económico conocido como “los treinta gloriosos” (1945-1975) e hicieron posible la creación de unas amplias clases medias, con la construcción de unos Estados de bienestar que fueron estimulados, entre otras cosas, por la presión competitiva del comunismo. Pero como señala el politólogo británico Edmund Fawcet, “la historia de los conservadores se caracteriza por el contraste entre los éxitos políticos y la incertidumbre ideológica”.[8]Este estado cuasi permanente de incertidumbre – de derrumbe ideológico, en realidad– explica el auge actual de la derecha mutante.
Contorsiones teóricas
Como corriente del pensamiento político, las aportaciones del conservadurismo son amplias e importantes. Muchas de las páginas más insignes en la historia de las ideas se inscriben dentro del “canon” conservador. Ello es debido a que, más que a un credo o a un decálogo, el conservadurismo se remite a un estilo y una actitud; sus propuestas responden a un instinto que, por ser esencial al ser humano, desborda el ámbito estricto de la derecha y la izquierda. Desde esta perspectiva amplia, conservador es aquél que reconoce el deseo humano de continuidad, de duración y de estabilidad, el que piensa al hombre ante todo como heredero, el que sabe que el mundo no comienza con él y alberga, por tanto, un sentimiento de responsabilidad para con sus sucesores. Por eso el conservadurismo auténtico es un pensamiento de lo sólido frente a lo fluido, de lo arraigado frente a lo nómada, de lo permanente frente a lo contingente. Y por eso se aviene mal con el imperativo de la reforma, del movimiento y del cambio constante: el “hay que adaptarse” del (neo) liberalismo. Por el contrario, en su búsqueda insaciable de emancipación individual, el liberalismo no conoce límites. Ahí reside la fuente de los problemas: en la dificultad de conciliar lo inconciliable. El llamado “liberal-conservadurismo” se revela como un compromiso inestable, como una construcción forzada en cuyo nombre se han ejecutado todo tipo de contorsiones teóricas.
El liberal-conservadurismo se presenta de entrada como un “equilibrio razonable”, como la mezcla de dos filosofías diferentes que, por medio de una alquimia providencial, se trasmutan en un producto político que reúne las virtudes de ambas. Los grandes promotores de este hallazgo proceden históricamente de la anglo-esfera, lo que es un dato nada casual: como producto de la guerra fría, el liberal-conservadurismo tenía que acoplarse al mundo anglosajón como baluarte del “mundo libre”. Pero tras su paso por el troquel anglosajón, el conservadurismo se transforma en una especie de “píldora filosófica” para el aparato digestivo, cuya misión consiste en deglutir sin sobresaltos los cambios impulsados por el liberalismo. El conservadurismo se transforma en un progresismo culturalmente retardado, un híbrido cuya fabricación requiere de no pocas proezas intelectuales, especialmente en los países de fuerte cultura religiosa. Tales como el intento de casar a un liberalismo ya en su fase “neo” – la “Escuelas” Austriaca (Von Mises, Hayek) y de Chicago (Milton Friedman) – con un corpusconservador que hunde sus raíces en el pensamiento tradicional católico. El caso español es paradigmático.
Un invento español: el liberal-catolicismo
A partir de los años 1980 la derecha española emprendió su conversión histórica al liberalismo, lo que cuadraba con una fascinación anglófila que remonta, al menos, a cuando Manuel Fraga – entonces Embajador en Londres – se encasquetó un bombín en la cabeza que le sentaba como a un Cristo dos pistolas. Para engatusar a los más piadosos, los Think Tanks “centroderechistas” ejecutaron una cuadratura del círculo: presentar al liberalismo como la culminación no ya del conservadurismo, sino del aristotélico-tomismo y de veinte siglos de civilización “judeocristiana”. El aparato ideológico del centro-derecha español – financiera y doctrinalmente nutrido desde los Think Tanks americanos– procedió a una especie de cristianización retrospectiva del liberalismo, de forma que el jesuita Juan de Mariana y la “Escuela de Salamanca” amanecieron, un buen día, como precursores doctrinales de Hayek.[9]Conclusión: la libertad de empresa y el orden espontáneo del mercado son Palabra de Dios. No en vano – según nos informa el profesor y economista Jesús Huerta de Soto – “Dios es libertario” (sic).[10]La derecha española pasó del nacional-catolicismo al liberal-catolicismo.
Evidentemente, estos bricolajes intelectuales reposan sobre un uso generoso de referencias descontextualizadas y de interpretaciones voluntaristas, hasta obtener una “teología en el boudoir” liberal-libertaria, muy a la hechura de “conservaduros” meapilas. Se insiste, por ejemplo, en los fundamentos cristianos de Locke o en las invocaciones de Adam Smith a la moral y buenas costumbres, como si estos aspectos tuvieran un significado medular en la evolución histórica del liberalismo. Se pretende, en definitiva, establecer un ensamblaje entre la ideología liberal y el cristianismo, como si el uso selectivo de referencias librescas y silogismos chapuceros pudiera “redimir” – desde un punto de vista católico-tradicional – el significado global de un proceso histórico destinado, según la famosa expresión de Marx, “a hacer que todo lo sólido se desvanezca en el aire y que todo lo sagrado sea profanado”. Pero surfeando a partes iguales las olas neoliberal y neocon, los liberal-conservadores españoles – “reformistas” en su versión más flácida– ya estaban lanzados.[11]
La nación indispensable
Los liberales y conservadores forman un matrimonio en el que los primeros son el cónyuge veleidoso y los segundos el cónyuge consentidor y calzonazos. Al fin y al cabo, el conservadurismo es conciliación y templanza, moderación y prudencia.
Los conservadores se esfuerzan en cooptar al liberalismo e intentan no ver que éste, en su desenvolvimiento más lógico y consecuente, es el principal factor de erosión de los principios conservadores. Es la frase tantas veces citada de Vázquez de Mella: “tronos a las causas, cadalsos a las consecuencias”. Las formas en las que los conservadores alimentan su autoengaño tienen cierta gracia.
De forma recurrente, los conservadores argumentan que, de alguna manera, el “liberalismo relativista, progresista y hedonista” no es más que un accidente en el transcurso secular del liberalismo, o la distorsión de unos sanos principios – los del “liberalismo clásico” – que tienen sus raíces en la Ley Natural. Además, como ya sabemos, Locke era cristiano y Adam Smith un dechado de virtud. Pero esta explicación se asemeja a un truco de mal guionista: hacer intervenir un elemento exógeno que no se sabe de dónde viene (deus et machina) para explicar una situación. Que ese “mal liberalismo” sea un accidente en la historia del liberalismo – y no una secuencia lógica en su desencadenamiento histórico – es una alegación que queda por demostrar.[12]
Otro recurso es pretender que las diferencias entre liberalismo y conservadurismo en realidad no existen, que no son tales, y que si algún liberal de renombre afirma “no ser conservador” (muchos lo dicen bien claro) todo se debe a un malentendido, oiga.
Como resultado final de este proceso tenemos a unos conservadores que piensan que “ser de derechas” es estar contra el Estado (al fin y al cabo, el Estado es la “encarnación del demonio” según el profesor Huerta de Soto).[13]En definitiva, una filosofía/teología para MBAs de postín y banqueros del Opus Dei, con hisopazos de agua bendita sobre el liberalismo y el capitalismo.
¿Qué traducción geopolítica tiene todo ello?
La de enaltecer al liberalismo anglosajón como culminación providencial de la tradición greco-romana, de la filosofía escolástica y de la civilización “judeocristiana”. La de promover la adhesión inquebrantable hacia los Estados Unidos como “nación indispensable” y brazo musculado de occidente (con los liberales y conservadores españoles como extras latinos en una superproducción de Hollywood).
Curiosamente, esta traducción geopolítica es la misma – por una vía diferente – que la que resulta de los empeños de la izquierda posmoderna y woke: la defensa de facto de un modelo de globalización unipolar cuyo epicentro económico, militar, material y simbólico son los Estados Unidos.[14]Los liberal-conservadores se convierten así (aunque muchos no se enteren) en promotores del mismo modelo de civilización que la izquierda mutante.
Pero muchos conservadores de convicción, desengañados del liberalismo, se han cansado de ser ninguneados. Esta es una de las bases sociales que componen lo que llamaremos “la derecha mutante”.
[1]Alain de Benoist, C´est-à-dire. Entretiens-Témoignages –Explications. Volume I,LAAB2006, p. 257.
[2]Las culminaciones teóricas de esta “derecha anticapitalista” se encuentran, ya bien entrado el siglo XX, en la llamada “revolución conservadora” en la Alemania de Weimar, en los llamados “no conformistas” franceses en los años 1930 y en el pensamiento afín a la doctrina social de la Iglesia (como el “distributismo” de Hilaire Belloc y G. K. Chesterton).
[3]Este es un tema estudiado, entre otros, por Daniel Bell (Las contradicciones culturales del capitalismo), Michel Clouscard (Le Capitalisme de la séduction: Critique de la social-démocratie libertaire) y Christopher Lasch (The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy).
[4]Jean-Claude Michéa, Impasse Adam Smith.Brèves remarques sur l´impossibilité de dépasser le capitalisme sur sa gauche. Flammarion 2006, pp. 47-48.
[5]David L´Epée, “Et si on revenait aux origines du socialisme?”, Front Populairenº 7, pp. 57-61.
[6]El líder socialista Jaurés llegará a declarar que “el socialismo es el individualismo lógico y completo, y continúa, agrandándolo, el individualismo revolucionario” (discurso “Socialisme et Liberté”, 1889). David L´Epée, Front Populairenº 7, p. 59.
[7]Alain de Benoist, C´est-à-dire. Entretiens-Témoignages-Explications. Volume I. LAAD 2006, p. 307.
[8]Edmund Fawcett, Conservatism, The Fight for a Tradition. Princeton University Press 2020, p. 66.
[9]Daniel Marín Arribas, Destapando al Liberalismo. La Escuela Austriaca no nació en Salamanca.SND Editores. 2018 (prólogo de Javier Barraycoa).
[10]Jesús Huerta de Soto, “Anarquía, Dios y el Papa Francisco”, 17 mayo 2017. Conferencia disponible en Youtube.
[11] “Liberales reformistas” ya en el pináculo del blandiblú.
[12]Como escribe el profesor Daniel Marín Arribas: “el anarcocapitalismo es una postura liberal mucho más coherente que otras, puesto que lleva más lejos el desenvolvimiento de los puntos de arranque de esta ideología”. Destapando al Liberalismo. La Escuela Austriaca no nació en Salamanca.SND Editores 2018, p. 34.
[13]Jesús Huerta de Soto, “Anarquía, Dios y el Papa Francisco”, 17 mayo 2017. Conferencia disponible en Youtube, minuto 19:19.
[14]La cuestión de la supuesta armonía entre el liberalismo, el cristianismo y el papel providencial de los Estados Unidos (cuyos “padres fundadores” se habrían inspirado en los principios de la “Ley Natural” y en la filosofía de Locke) ha dado lugar a un interesante debate en Norteamérica entre, por un lado, los críticos del liberalismo – como Sohrab Ahmari o Patrick J- Deneen (Why liberalism failed, Yale University Press 2018) – y los defensores de América como proyecto cívico-cristiano, como Robert R. Reilly, (America on Trial: A Defense of the Founding. Ignatius Press 2020). Para un análisis desde un punto de vista postliberal: Michael Hanby, “The Birth of Liberal order and the Death of God. A Reply to Robert Reilly´s America on Trial”. New Polity, February 2021 https://newpolity.com/blog/the-birth-of-liberal-order