Izquierda y derecha, especies mutantes (III)

Izquierda y derecha, especies mutantes (III). Adriano Errigel

Continuación de Izquierda y derecha, especies mutantes (I) y Izquierda y derecha, especies mutantes (II)

¿Derecha mutante o extrema derecha?

El auge del populismo ha propiciado una nueva especialidad: la de los expertos en la “nueva extrema derecha”. Estos drones académicos patrullan el espacio político para vigilar los peligros que acechan a la democracia, y cumplen con ello una función normalizadora: la de reconducir el inquietante fenómeno de las derechas mutantes a las tranquilizadoras aguas de la derecha cavernaria, cuando no del fascismo insepulto. ¿Con qué resultados?

Los largos períodos de hegemonía cultural conllevan una desventaja: la del conformismo intelectual. No es por ello extraño que, ante un fenómeno inesperado, los guardianes del orden recurran a explicaciones rutinarias que son, en realidad, síntomas de una pérdida de reflejos. Según su versión, las nuevas derechas “iliberales” europeas no son más que una versión actualizada – una “versión 2.0” – de la extrema derecha de siempre. ¿Cómo combatirla? Permanezcan atentos y aguarden nuestras instrucciones.

Evidentemente, este recurso a viejas formas de pensar no es privativo de la izquierda. Gran parte de la derecha – la española, más que la francesa o italiana – sigue con las neuronas encalladas en la guerra fría y califica de “comunista” a todo lo que no entiende o a todo lo que no le gusta. Desde ese marco mental vetusto, el “comunismo” y el “fascismo” se utilizan para galvanizar a las bases y, de forma paralela, ocultar otra división: la que separa a un “bloque elitista” – principal beneficiario de la globalización – de las clases populares y periféricas de carácter autóctono. Una división que muchos se esfuerzan en disimular a toda costa. 

Cruzada moral permanente 

La paranoia ante la “nueva extrema derecha” se presenta como un deber moral de antifascismo. El antifascismo es la ultima ratio del orden establecido, la cruzada moral que legitima al sistema. Cuanto más se agudiza su crisis, más se azuza la histeria antifascista. Pasolini ya hablaba en su época del “antifascismo arqueológico”, como coartada para luchar contra un enemigo que no existe y desviar la atención sobre los desmanes del poder. Se suceden así – escribía Philippe Muray – los “Hitlers” de temporada: chivos expiatorios contra los que dirigir el odio. El populismo y las “nuevas extremas derechas” están a la cabeza del ranking. Esta cruzada moral abarca desde los antifas violentos – marionetas parapoliciales del sistema – hasta la derecha sistémica que, de forma ingenua, pretende rivalizar con la izquierda en “antifascismo”.[1]

Esta estrategia tiene un talón de Aquiles: la saturación. Al banalizarse hasta la saciedad, las acusaciones de “extrema derecha”, de “fascista” y de “nazi” se vacían de contenido y asustan cada vez menos. A los moralistas indignados no les queda entonces más recurso que el de acusarse entre ellos (cosa que ya está sucediendo).   

¿Es la “derecha mutante” una nueva extrema derecha? 

La derecha mutante es un espacio indefinido, difuso, en proceso de sedimentación y convergenciaNo es una fuerza política concreta sino un cambio de tendencia cultural. Se forma por la interacción entre diversos polos, de manera que el “todo” resultante es algo más que la suma de sus partes. 

Entre los elementos en interacción podemos destacar: 

– Una amplia base popular “conservadora”, emancipada de los liberales tras una soterrada “guerra civil” en la derecha.[2]   

– Una base popular procedente de la izquierda, que en algunos países incluye a antiguos votantes comunistas. Son los sectores que más acusan los efectos negativos de la globalización, los que conocen en primera línea la inmigración de repoblación, los que adhieren a una idea de soberanía nacional.

– Una disidencia intelectual de izquierdas, que asume una función “tribunicia” de defensa de las clases populares. Suelen ser calificados como conservadores o reaccionarios de izquierda (Orwell hablaba de “anarquismo tory”). Normalmente llegan al conservadurismo a través de una crítica rigurosa del capitalismo, de la modernidad y de la ideología del progreso. 

– Un aporte intelectual de las derechas “disidentes” e “iliberales” que, hasta la fecha, se habían expresado en el ámbito “metapolítico”. Es el caso paradigmático de la “Nueva derecha” francesa, una corriente minoritaria que ha hecho metástasis en la mayoría de los países europeos.

– un componente antisistema, nihilista, provocador, fundamentalmente posmoderno, que encuentra su cauce de expresión en las nuevas tecnologías digitales. Su exponente más ruidoso ha sido la “Alt-Right” americana, si bien se trata de un fenómeno en rápida evolución.

En una posición excéntrica – aunque confluente en importantes aspectos – se encuentran las corrientes intelectuales de “izquierda clásica” o filomarxista, desengañadas de la deriva posmodernista de la izquierda. Ahí se sitúan los “rojipardos”, cuyo carácter minoritario es inversamente proporcional al odio que suscitan en sus adversariosSus miembros siempre rechazarán encuadrarse en “la derecha”, si bien la dinámica de las guerras culturales les empuja hacia ese lado del espectro.

¿Qué es lo que tienen en común estos elementos heterogéneos?

Venganza diferida

La “derecha mutante” es una consecuencia de lo que Costanzo Preve llamaba “el fenómeno más majestuoso y pintoresco de ingratitud en la historia universal”, que no es otro que la traición de las oligarquías financieras a las clases medias que salvaron el sistema capitalista, tanto en occidente como en oriente. 

Fueron las clases medias europeas – y no la OTAN, ni Thatcher, ni Reagan –  la razón estructural de la derrota del “socialismo real”. Fueron las clases medias las que, históricamente, sirvieron como gran muro contención frente al comunismo. Pero tras su largo servicio al sistema, las oligarquías recompensaron a las clases medias “con la destrucción de su perfil social y cultural, que se basaba en la familia monógama estable y, sobre todo, en un trabajo estable, seguro y duradero”.[3]Las clases medias obtuvieron trabajos flexibles, precarios y temporales, el fin de las perspectivas de promoción social para sus hijos, el  individualismo de consumo post-familiar, la ideología de la deconstrucción y la criminalización del hombre blanco, heterosexual y occidental, que fue invitado a purgar sus pecados históricos, a abrazar al “Otro” y extinguirse demográficamente. ¿Qué ha resultado de esa cadena de atropellos?

El auge de la derecha mutante es una venganza diferida: la de esas clases medias y populares frente a la oligarquía transnacional globalizada que pretende arrojarlas al basurero de la historia. Es la lucha de los “Somewhere” frente a los “Anywhere” (que analiza David Goodhart); es la rebelión de la “gente corriente” (que describe Christophe Guilluy); es la indignación frente a la “rebelión de las elites” (de la que hablaba Christopher Lasch); es la defensa de la “decencia común ordinaria” (que reivindica Jean-Claude Michéa).[4]Ésa es la argamasa sociológica de la que surge la derecha mutante. 

Pero todo fenómeno político tiene un trasfondo metapolítico. Lo que nos lleva a la cuestión de la nueva “línea divisoria” que se esboza entre la derecha y la izquierda. Esta división se sitúa hoy, a nuestro juicio, en un plano filosófico antes que político. Esto puede parecer demasiado abstracto; pero no lo es en absoluto, en cuanto se sustancia al final en actitudes culturales, sociales y políticas bien concretas.

Cambio de marco

La nueva división entre la derecha y la izquierda se define en un nivel filosófico – cultural y antropológico, si se prefiere: en la actitud a tomar ante la filosofía de la deconstrucción. La deconstrucción no es otra cosa que la filosofía espontánea del capitalismo – del neoliberalismo, para ser más exactos–. Asumir esta idea implica desprenderse de rutinas ideológicas y asumir un cierto cambio de marco.      

¿Qué es “la deconstrucción”? La herramienta filosófica del posmodernismo. Éste se define por un escepticismo radical frente a la idea de “verdad objetiva”, a la que considera prácticamente inaccesible para el entendimiento humano. El posmodernismo considera que los métodos “científicos” están culturalmente sesgados y no son la vía más adecuada para producir conocimiento. “Todo conocimiento es construido– dice la ideología de la deconstrucción –, lo verdaderamente interesante es teorizar acerca de por qué el conocimiento fue construido de esta manera”.[5] De esta premisa se derivan las directrices ideológicas, académicas, culturales y educativas de las sociedades posmodernas, tal y como vienen formateadas desde la “casa madre” en los Estados Unidos. 

De la idea de deconstrucción beben los “estudios culturales”, los estudios post coloniales, el feminismo interseccional, la ideología de género, la teoría crítica de la raza, la teoría queer y la larga retahíla de disciplinas para-académicas que conforman, hoy por hoy, el soft power cultural americano. Una rebelión contra la realidaden toda regla.  La realidad se condiciona a los “juegos de lenguaje” y el razonamiento científico se reconduce al estatus de metanarrativa. Aquí se encuentra, como señalábamos arriba, la nueva línea divisoria entre la derecha y la izquierda.

Si la “izquierda mutante” se alinea con la ideología de la deconstrucción, la “derecha mutante” se sitúa, de forma radical, en contra de ella. En primer lugar, por una reacción defensiva: existir es luchar contra aquello que nos niega. En segundo lugar, porque percibe que la deconstrucción – como señalábamos arriba – no es más que la filosofía espontánea del capitalismo, la que nos dice que nada tiene sentido salvo las realidades del Mercado. Este es un punto que merece aclararse.

La izquierda posmoderna marca el punto de ruptura con la idea de realidad, y lo hace impulsada por esa idea de emancipación que está en la base de la izquierda. Pero la emancipación ya no tiene un sesgo colectivo, sino individualista, y se sustancia en una libertad de elección entre los “estilos de vida” formateados por el capitalismo. No en vano – señala el académico marxista David Harvey– “la producción y gestión de nuevos antojos, necesidades y deseos ha tenido una gran importancia en la historia del capitalismo, convirtiendo lo que podríamos llamar “naturaleza humana” en algo necesariamente cambiante y maleable, más que constante y fijo”.[6]Quien no se sume a ese frenesí emancipador es – según esa izquierda – necesariamente reaccionario. Por esta vía, la izquierda retorna a sus orígenes filosóficos liberales. Y esto hace que muchos conservadores – católicos entre ellos – rompan su alianza histórica con el liberalismo.  

Aquí hay otra derivada, tan sorprendente como inesperada: la izquierda liberasta choca con el marxismo.

La cuestión rojiparda

La izquierda es relativista y el marxismo no lo es.  La izquierda desconfía del método científico, el marxismo reivindica el método científico. La izquierda es escéptica ante la idea de realidad, el marxismo cree en la existencia de una realidad, detrás de la “realidad” reformateada por la ideología. No en vano, Marx – señalaba Costanzo Preve – fue “un filósofo idealista clásico, un continuador egregio de la tradición aristotélica-hegeliana”.[7]Nada que ver por tanto con el posmodernismo como “filosofía espontánea del capitalismo”. ¿Qué significa todo esto?

Si damos por buena la línea divisoria que proponemos arriba (que no pretende ser “científica” sino provocadora) concluimos que, en la configuración cultural de la posmodernidad, el sistema de Marx no se sitúa en la izquierda. Y como tampoco creemos en la existencia del “centro”, tenemos que concluir que, en un sentido filosófico estricto, su posición relativa se desplaza a la derecha. Es decir: hacia el espectro ideológico de los que reaccionanante la vorágine de la deconstrucción y saben – o intuyen – que las cosas tienen un orden intrínseco. 

Evidentemente, esto sonará escandaloso para muchos. En realidad, esta idea sólo cobra sentido si cambiamos el marco mental y ponemos las luces largas. Lo podemos ver con un ejemplo. Si miramos hacia atrás, nos encontramos con una sorprendente paradoja de la historia: resulta evidente que los países salidos del “socialismo real” son más tradicionales – más apegados a las formas de cultura clásica, más favorables a la religión y a la familia, más proclives a la idea de identidad colectiva – que los países que sólo han conocido el capitalismo. Desde un punto de vista intrahistórico, el “socialismo real” se ha revelado (aunque sea de forma involuntaria e indirecta) como una fuerza bastante más “conservadora” que ese capitalismo que – según la frase de Marx tantas veces citada – “hace que todo lo sólido se desvanezca en el aire y que todo lo sagrado sea profanado”. El marco educativo heredado del socialismo actúa, en estos casos, como una barrera frente a la ideología de la deconstrucción. 

No por anecdótico, el caso de los “rojipardos” es menos significativo. Por mucho que éstos se esfuercen en demostrar que son la “verdadera izquierda”, sus esfuerzos se parecen a los de Sísifo. Para la cultura hegemónica quienes no comulguen con la Iglesia de la deconstrucción serán siempre “reaccionarios”, acabarán siempre en el vientre del Maligno (sí, “rojipardo”, respira hondo, no es una pesadilla: hagas lo que hagas y digas lo que digas, ya estás en “la derecha”).

Tal vez se acerca el momento en el que el socialismo rompa de una vez las amarras con “esa vieja Iglesia política que se denomina a sí misma “la izquierda”, y que desde hace dos siglos no cesa de cruzarse en su camino.[8]

Derecha “iliberal”

Señalábamos arriba que una de las bases sociales de la derecha mutante son los “conservadores” por fin emancipados del liberalismo. Es lo que ha dado en llamarse la “derecha iliberal”, que es una manifestación troncal de la derecha mutante. 

El auge de una “derecha iliberal” pone el foco en un aspecto que suele pasarse por alto: las contradicciones entre la democracia y el liberalismo. Estos dos términos se publicitan como sinónimos, pero no sólo son diferentes, sino a veces también contradictorios. Esta es una cuestión que ya en su día Carl Schmitt –  desde el bando “conservador” – puso suficientemente de relieve, así como desde el bando liberal lo hizo Friedrich Hayek (en su ensayo “Por qué no soy conservador”). La derecha iliberal viene a deshacer este equívoco.  

Cuando la derecha mutante se define como “iliberal” o “postliberal”, reivindica con ello el sentido etimológico de la palabra “democracia”. La democracia reposa sobre la existencia de un “demos” y se remite, por tanto, a la idea de soberanía popular, de fronteras, de naciones y de identidades colectivas, ideas hoy estigmatizadas como de “extrema derecha”. Pero lo que a la izquierda le interesa hoy salvar es al liberalismo, antes que a la democracia. Para lo cual establece un vínculo indivisible entre ambos conceptos: quien rechace a uno rechazará también al otro. Con esta maniobra se desliza una reformulación de la idea de democracia, en un doble sentido:

  • por un lado, la democracia ya no se mide por el respeto a la voluntad de la mayoría sino por el trato dispensado a las “minorías”. Las “minorías” (en realidad, quienes hablen por ellas) se erigen en verificadores de la legitimidad del sistema, lo que supone una inversión subrepticia de la lógica democrática. 
  • Por otro lado, se recusa la idea de “demos” – del pueblo o nación como sujeto de la democracia – que queda asociada a una ideología de la exclusión: al rechazo al “Otro” y a la negación del principio de igualdad. Principio éste que se invoca de forma torticera, habida cuenta de que el principio de la democracia no es el de la igualdad natural entre los hombres, sino el de la igualdad política entre los ciudadanos.  

Evidentemente, esta doble maniobra se ejecuta desde la superioridad moral de quienes hablan en nombre de la Humanidad, concepto éste que da mucho juego. Entra en escena la ideología de los derechos humanos. “La democracia – escribe Alain de Benoist – deja de ser el régimen que consagra la soberanía del pueblo para pasar a ser aquél que garantiza los derechos del hombre”.[9]Esta redefinición de la democracia por la “izquierda moral” vehicula una forma de despolitización: no está nada claro que la sensibilidad ante la Humanidad sufriente, los buenos sentimientos y la empatía (real o hipócrita) basten por sí solos para constituir una política. Pero el reino de la izquierda moral ya no es de este mundo. Como escribía el filósofo comunista Domenico Losurdo “la autodisolución del marxismo occidental se presenta hoy como abandono del territorio de la política y desembarco en el de la religión”.[10]

La omnipresencia de los derechos del hombre es anti-política en otro sentido: en cuanto promueve una concepción exclusivamente jurídica de la libertad. La libertad se define como la “suma de derechos” que pertenecen a cada individuo, con independencia de su comunidad de pertenencia.  Las libertades positivas – políticas, en su mayoría – quedan así relegadas en favor de la “libertad” en abstracto o “libertad negativa”. Esta redefinición de la democracia está cortada a la medida de la “sociedad abierta”, del mundo de flujos y de circulación ilimitada del (neo) liberalismo. Y esto es algo que ahuyenta a los conservadores consecuentes.[11]

Los conservadores emancipados del liberalismo son todos aquellos que, por fin, han comprendido que el liberalismo es a la libertad lo que el progresismo es al progreso. Frente a lo que se obstinan en creer los “liberales clásicos”, el liberalismo no es un mero conjunto de procedimientos o de reglas de juego “neutras”, destinado a limitar el poder y fomentar el pluralismo. Todo lo contrario. En su configuración actual el liberalismo es un régimen; es un sistema autoritario que adquiere formas cada vez más totalitarias. Lo cual no es un “accidente” sino una fase necesaria de su desenvolvimiento histórico. 

¿Liberalismo totalitario? En su obsesión por convertirlo todo en “derechos” – y por reconducirlo todo a la esfera jurídica – el liberalismo desemboca en un sistema de control total, un sistema de vigilancia que se extiende hasta los aspectos más íntimos de la vida privada. El liberalismo no es lo que dicen los comentaristas de Locke y de Adam Smith (al fin y al cabo, el papel lo aguanta todo). En el mundo real “el liberalismo es una serie de obligaciones de base que no cesan de reforzarse cuando el liberalismo se encuentra en peligro”.[12]¿Cuál es su rostro actual

Si recapitulamos los elementos hasta ahora expuestos – moralismo, globalismo, deconstrucción, preferencia por las minorías, emancipación individual ilimitada – vemos que corresponden exactamente a las características que Gilles Deleuze atribuía a la izquierda. Consumada su “mutación”, la izquierda emerge como el rostro actual del (neo) liberalismo. 

El retrato en negativo de esta izquierda es lo que denominamos la “derecha mutante”. El enfrentamiento una y otra supone el enfrentamiento entre un liberalismo en expansión contra todo aquello que se le opone, a lo que califica de “populista”, de “extrema derecha” o de “fascista”.

¿Posmodernismo de derecha?

Si la derecha mutante solo fuera una versión vitaminada de los viejos conservadores, no estaríamos aquí hablando de derecha mutante. El quid diferencial reside en la parte nihilista, antisistema y posmoderna que anida en el fenómeno.

¿Cuál es el problema de los viejos conservadores? Que son previsibles y llevan la derrota escrita en la frente. “Nuestra época – escribe el filósofo francés Baptiste Rappin – está atrapada en una doble tenaza: la de los deconstructores, cuyo trabajo de zapa no conoce reposo, y la de los conservadores, que continúan aplicando esquemas de pensamiento envejecidos y estrategias vetustas, reflexionando y actuando como si la tradición tuviera todavía algún valor efectivo”.[13]Los viejos conservadores deploran la pérdida de referentes en un mundo que ya no entienden y que les ha pasado por encima. La jeremiada es su registro y la torre de marfil es su horizonte. Empotrados en esquemas de pensamientos marchitos, se baten con espadas oxidadas frente a sus enemigos; pero sus enemigos han entendido el tiempo en que vivimos. 

Mucho se puede criticar al posmodernismo, pero éste es algo más una irracionalidad decadente, algo más que una fuerza destructiva al asalto de la verdad y la belleza. El posmodernismo es una técnica para el uso del poder, dentro de un mundo sin verdades ni referentes. Pero a la derecha – lastrada por su deseo de preservar formas de vida – le cuesta adaptarse a los nuevos paradigmas. Esto ha cambiado con la derecha mutante. 

¿Qué no habían entendido los viejos conservadores? La cuestión no es conservar, sino reivindicar lo que es esencial y permanente. Y eso supone un movimiento hacia adelante, no hacia atrás. Supone también abandonar los argumentos vetustos y las espadas oxidadas. De forma tal vez más intuitiva que consciente, hay una derecha posmoderna que han comprendido que, si alguna esperanza hay en el futuro para las creencias “tradicionales”, sólo lo será dentro de un marco de relativismo e incertidumbre. La creencia en que la simple adhesión a unas Verdades absolutas es garantía de victoria final, es una ilusión. Si la religión y la Iglesia renuncian a hacer su trabajo, no es función de “la derecha” suplirlas en la tarea. No estamos en un torneo sobre un campo florido, en el que vence quien mejor razone, o quien presente los más inmaculados principios. No hay juego limpio. La cuestión reside en saber cómo funciona el poder. 

Posverdad 

Percibimos sobre nosotros un poder inmenso, terrible, pero no entendemos muy bien quien lo ostenta. Se suceden las “teorías de la conspiración”, tan habituales en la derecha. ¿Dónde está el poder? En todas partes y en ninguna. El modo de producción capitalista – escribía Costanzo Preve – “no es un sujeto social o cultural total, sino un proceso estructural, anónimo e impersonal; un proceso sin sujeto(la expresión es de Althusser) o un dispositivo de organización (Gestell, en el lenguaje de Heidegger)”.[14]Si hay una “conspiración”, se trata de una conspiración descentralizada. Si hay un soberano, la naturaleza de éste está distribuida. 

Decía Carl Schmitt que soberano es aquél que decide sobre el “estado de excepción”, lo que era cierto en la época de la cañonera. Pero ese es un modo de pensar en gran medida obsoleto. Escribe Mencius Moldbug: “no se necesita un cañón para dirigir a las ovejas, mucho menos a una manada de cerdos. Todo lo que se necesita es una narrativa (story). ¿Quién es el soberano? No es un Quien sino un Qué. El soberano es la narrativa. Por supuesto, no hay narrativa sin narrador. De hecho, hay multitudes de narradores. A la cabeza de ellos… no hay nadie a la cabeza. Sin embargo, no pueden cambiar de idea. Serían inmediatamente reemplazados”.[15]¿Un proceso sin sujeto? 

Enseñaba Foucault que el poder no reside en los individuos, sino en redes de individuos; el poder no puede ser poseído sino ejercido; el poder sólo constriñe con la manufacturación de una “verdad”. Escuchar este ABC posmodernista será chocante para quien está convencido – con toda razón – de que existe una verdad objetiva ahí afuera. Pero nos guste o no, la defensa de la verdad, la justicia y la belleza – al modo de la literatura apologética – no son por sí solas la fórmula ganadora. Lo cual le resultará incómodo al conservador de pipa, tweed y blasón en la chimenea, que tal vez considere que los chicos de la Alt Right americana son unos lamentables bufones. Pero fenómenos como la Alt Right y derivados marcan la irrupción de una derecha que entiende que las tecnologías son algo más que un simple medio para pasar un mensaje. 

Nos guste o no nos guste, la tecnología ha descentrado al hombre de su comprensión de la naturaleza. Ya sólo somos capaces de pensar el mundo a través de metáforas: las que proporciona la tecnología. El poder disruptivo de las narrativas, por el efecto multiplicador de las tecnologías, es la forma contemporánea de generar poder. No basta con tomarle la medida al nihilismo, es preciso cortocircuitarlo, deconstruir a los deconstructores, “preparar el surgimiento de una discontinuidad salvadora” (Baptiste Rappin).[16]

Cuando la izquierda moral se rasga las vestiduras ante la “posverdad” y el manejo de las tecnologías por la “ultraderecha”, sólo podemos constatar la hipocresía de quienes, hasta ayer, habían hecho de la desinformación su rutina y de la “posverdad” su monopolio.

El espejo de Stendhal

El binomio derecha/izquierda se resiste a morir. Todos los intentos de enterrarlo como algo superado y obsoleto han fracasado hasta la fecha. 

El caso más notorio es el del fascismo, unánimemente considerado como de “extrema derecha” a pesar de declararse todo lo contrario. Algo parecido le ocurrió al comunismo, que acabó en la “extrema izquierda” a pesar de la inquina de Lenin contra los izquierdistas. Sin duda hay una verdad psicológica en esta división. Probablemente siempre existirán “temperamentos” de izquierda y de derecha. Pero eso no quiere decir que su cristalización cultural y política vaya a mantenerse incólume.[17] Si  la derecha y la izquierda no son “esencias” ni cosmovisiones inamovibles ¿entonces qué son? 

Tal vez se aproximen a la definición que Stendhal daba sobre la novela: “un espejo que se desplaza a lo largo de un gran camino”. Una metáfora que implica movilidad: las imágenes reflejadas no cesan de cambiar, pero la posición relativa del espejo también lo hace. ¿Qué imágenes reflejan hoy los espejos?

La izquierda y la derecha mutantes se manifiestan de una forma difusa, y lo hacen, preferentemente, en las formas “divagantes y extravagantes” de las que hablaba Gustavo Bueno. No hay partidos políticos de “izquierda posmoderna” como tampoco los hay de “derecha iliberal”, no al menos en un sentido estricto. Tampoco hay garantías de que esas formas divagantes y extravagantes vayan a cristalizar en fuerzas políticas definidas, y que éstas vayan a forzar un cambio histórico. Sin embargo, el cambio cultural permea en las fuerzas hoy en presencia y las moldea en un sentido u otro. ¿Cuál es el resultado final? 

Eterno retorno

En el punto en que nos encontramos, podemos hablar de una inversión de papeles entre la derecha y la izquierda. No sólo eso, sino también de un retorno a los orígenes de cada una de ellas. 

La inversión de papeles se manifiesta, como hemos visto, en la sociología de ambos bloques. Los partidos de izquierda han pasado a representar, de forma preferente, a los sectores sociales beneficiarios de la globalización: a las clases urbanitas y a la burguesía globalizada (world middle class) con un capital educativo adaptado a la economía digital y a la nueva sociedad tecno-industrial. Por el contrario, la derecha “populista” representa a los “periféricos”, a las clases populares enraizadas, atenazadas por la precariedad, por la inmersión migratoria y por el riesgo de aculturación. La izquierda es la vanguardia del bloque elitista, la derecha “populista” lo es, cada vez más, del bloque subalterno. 

La inversión de papeles es también notoria en el peso que adquiere “lo material” en cada campo político. La derecha tradicional hacía énfasis en los valores de la religión, la moral familiar, el patriotismo, etcétera, y criticaba el “materialismo” de la izquierda, mientras la izquierda se centraba en las condiciones materiales de los trabajadores. Pero hoy el énfasis en lo material ha pasado a la derecha, y el énfasis en los valores ha pasado a la izquierda. La izquierda responde hoy a lo que la ciencia política anglosajona denomina sistemas de pensamiento “orientados a los valores” (value oriented), en este caso a los valores “blandos” de diversidad, tolerancia, empatía, reconocimiento, predominio de lo sentimental, lo emotivo y lo subjetivo, a través de un uso generoso de la “deconstrucción” (de la “masculinidad tóxica”, de las actitudes “heroicas”, de las identidades y naciones, etcétera). Todos estos valores – que conforman la “superioridad moral de la izquierda” – están en la base de sus agendas político-sociales: ideología de género, inmigracionismo, multiculturalismo, pedagogismo, veganismo, antiespecismo, wokismo, gretismo, etcétera. Los “valores” se configuran, así, como una “religión laica” que responde – oh divina sorpresa– a los intereses materiales de las élites transnacionales. De la misma forma en que, antaño, las promesas de recompensa en el cielo respondían a los intereses de las oligarquías latifundistas (muy interesadas en hacer que las cosas siguieran como estaban). 

Visto de otra manera, esta inversión de papeles viene a cerrar un ciclo en la evolución histórica de la derecha y la izquierda. La izquierda retorna a sus orígenes liberales. Su definición más ajustada es hoy la de liberalismo más discurso de los “valores” (David L´Epée).[18]La derecha, por su parte, retoma algunas de sus características originales: frente al individualismo liberal, la defensa de una idea de “comunidad”; frente a la extensión del dominio del Mercado, la soberanía de las naciones y de los pueblos. 

Con su rodillo implacable, la deconstrucción acelera la parusía del Mercado. Cuando todo haya sido definitivamente borrado, mezclado, devastado, homogeneizado, entonces los pueblos habrán perdido toda posibilidad de decir “nosotros”. Quedará expedito el camino para el reseteo. Mestizaje rima con vasallaje, fusión rima con sumisión.

“Prefiero morir de pie a vivir arrodillado” decía un famoso revolucionario en el siglo XX. El sentido etimológico de la palabra “derecha” evoca una idea de verticalidad, el hecho de mantenerse erguido. Los valores revolucionarios de la izquierda del siglo XX – coraje, heroísmo, solidaridad, sacrificio, desinterés, patriotismo – eran los valores del mundo tradicional, puestos al servicio de una causa de izquierdas. En la era de la deconstrucción ¿cuáles son las causas a las que la izquierda sirve? ¿cuáles son los valores que la izquierda invoca? ¿cuáles son las imágenes que queremos ver en nuestro espejo? 


[1]El antifascismo – escribe el politólogo norteamericano Paul Gottfried – no es más que “la intensificación o exageración de una enseñanza oficial, el efecto de arrastre de un militantismo ya omnipresente en las instituciones sociales y políticas fundamentales”. Lejos de pretender un cambio de régimen, los antifascistas “solo empujan al establishment político en la misma dirección hacia la que ya se está moviendo: hacia la transformación de las sociedades occidentales en sociedades multiculturales, hacia la erosión de los restos de un pasado histórico “reaccionario”, hacia la aceptación de estilos de vida no tradicionales”. Paul Gottfried, Antifascism. The Course of a Crusade, Cornell University Press, 2021, p. 153.

[2]El activista Milo Yiannopoulos calificaba como “conservadores naturales” a esa base conservadora de carácter popular. Milo Yiannopulos y Allum Bokhari, “El Manifiesto de la Alt-Right”, El Manifiesto.com.

https://elmanifiesto.com/mundo-y-poder/5492/el-manifiesto-de-la-alt-right-derecha-alternativa-i.html

[3]Costanzo Preve, De la Comuna a la Comunidad. Ediciones Fides 2019, p. 107. Adriano Erriguel, Pensar lo que más les duele. Ensayos metapolíticos. Homo Legens 2020, p. 454. 

[4]David Goodhart, The Road to Somewhere. The New Tribes Shaping British Politics.Penguin Books 2017. Christophe Guilluy, Le Temps des Gens Ordinaires. Flammarion 2020. Christopher Lasch, The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy. W.W. Norton &Company 1996. 

[5]Pablo Malo, Los Peligros de la Moralidad. Por qué la moral es una amenaza para las sociedades del siglo XXI.Deusto 2021, pp. 270-271. Helen Pluckrose y James Lindsay, Cynical Theories. How Activist Scholarship Made Everything about race, Gender and Identity. Swift Press 2021. 

[6]David Harvey, Marx, El Capital y la locura de la razón económica.Ediciones Akal 2019, p. 97. 

[7]Costanzo Preve, De la Comuna a la Comunidad. Ediciones Fides 2019, p. 186. Adriano Erriguel, Pensar lo que más les duele. Ensayos metapolíticos. Homo Legens 2020, p. 476. 

El filósofo socialista Richard Henry Tawney – en su estudio clásico Religion and the Rise of Capitalism(1926) – calificaba a Marx como el “último de los escolásticos”, en cuanto su teoría del valor-trabajo recogía la tradición intelectual de Tomás de Aquino. Una calificación seguramente exagerada, pero que pone de relieve la vinculación de Marx con una tradición filosófica sustentada en la accesibilidad de la realidad objetiva para el entendimiento humano.    

[8]David L´Epée, “Et si on revenait aux origines du socialisme?” Front Populaire nº 7, invierno 2021, p. 61. 

Los rojipardos son objeto de saña casi patológica por parte de una izquierda temerosa de verse privada de lo que considera un público cautivo: las clases obreras. El investigador universitario Steven Forti, en su libro Extrema Derecha 2.0, Qué es y cómo combatirla (Siglo XXI, 2021) dedica su artillería pesada a los “rojipardos”, personificados en el filósofo italiano Diego Fusaro. De éste llega a escribir que “si fuese sólo un cantamañanas, no merecería la pena dedicarle unas páginas de este volumen”, lo que no le impide dedicarle páginas y páginas con una inquina que desluce la pretensión académica del libro. Forti despacha al maestro de Fusaro, el filósofo Costanzo Preve (fallecido en 2013) señalando que era “un filósofo marxista que acabó publicando en editoriales neofascistas como las “Edizioni all´Insegna del Veltro”. Un dato éste que le dispensa de tener leer a Preve. Innecesario señalar que Costanzo Preve (tal vez el principal marxólogo italiano de su tiempo) seguramente hubiera preferido, al final de su carrera, seguir publicando en respetables editoriales; pero un intelectual publica donde puede, especialmente cuando las puertas se le cierran por manifestarse indócil (un problema que seguramente nunca tendrá Forti). Lamentablemente los estudios sobre la llamada “nueva extrema derecha” suelen centrarse en la taxonomía más que en el análisis, en las etiquetas más que en los contenidos, en el “desenmascaramiento” más que en la comprensión, en el cotilleo más que en el debate de ideas, en la repetición de lugares comunes antes que en el examen de fuentes originales. 

[9]Alain de Benoist, Contre le libéralisme. La societé n´est pas un marché. Éditions du Rocher 2019, p. 256. 

[10]Domenico Losurdo, El Marxismo Occidental. Cómo nació, cómo murió y cómo puede resucitar. Editorial Trotta 2019, p. 160. 

[11]La diferencia entre la libertad positiva y la libertad negativa se corresponde a lo que en ciencia política se denomina la “libertad de los antiguos” (clásica) y la “libertad moderna” (liberal). La primera era una libertad territorializada y concreta: la libertad de los ciudadanos griegos o de los miembros de una corporación medieval para participar en los asuntos de la polis. La segunda concepción piensa la libertad como la autonomía del individuo en relación al cuerpo político, o como la facultad del individuo para auto-determinarse más allá de sus circunstancias heredadas. Esta segunda libertad – que se supone universal y similar para todos los hombres – tiene un carácter declarativo que contrasta, en demasiadas ocasiones, con su escasa o nula capacidad para cambiar las cosas. La exposición más célebre (desde un punto de vista liberal) sobre las diferencias entrela libertad positiva y la negativa se debe a Isaiah Berlin en su ensayoDos Conceptos de la Libertad (Two Concepts of Liberty) publicado en 1958. 

[12]Patrick Deneen, “La fin du libéralisme est en vue. Rencontre avec le Michéa américain”. Entrevista en: Éléments pour la civilisation européenne, nº 188, febrero-marzo 2021, p.8. El componente totalitario del liberalismo ha sido analizado, entre otros, por el economista francés Guillaume Travers (La Societé de Surveillance, stade ultime du libéralisme, Ed. Nouvelle Librairie, 2021) y por el politólogo polaco Ryszard Legutko (Los Demonios de la democracia. Tentaciones totalitarias en las sociedades libres. Ediciones Encuentro 2020).  

[13]Baptiste Rappin, “Philosopher après la déconstrucion”. Krisis nº 52, noviembre 2021, p. 200. 

[14]Costanzo Preve, Nouvelle Histoire Alternative de la Philosophie. Perspectives Libres 2017, pp. 270-271. 

[15]Mencius Moldbug, “Adore the river of meat”. 30 noviembre 2012

https://www.unqualified-reservations.org/2012/11/adore-river-of-meat/

[16]Baptiste Rappin, “Philosopher après la déconstrucion”. Krisis nº 52, noviembre 2021, p. 204.

[17]Sobre este tema es útil el libro de Jonathan Haidt, The Righteous Mind. Why good people are divided by politics and religion(Penguoin Books 2013). También: Pablo Malo, Los Peligros de la Moralidad. Por qué la moral es una amenaza para las sociedades del siglo XXI. Deusto 2021. 

[18]David L´Epée, “Et si on revenait aux origines du socialisme?” Front Populaire nº 7, invierno 2021, p. 60.

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