La semana pasada tuve la visita de una madre guadalajareña en el despacho de mi Grupo en el Ayuntamiento de Guadalajara. Su desgarrador testimonio es la semilla y el germen del nacimiento de este artículo que ahora mismo están leyendo.
Me contó que cuando deja a su hijo en el colegio tiene miedo. Que es una tortura continuada y constante para ella y, sobre todo, para su hijo. Y lo es porque no ve que el centro escolar al que va su hijo sea un lugar seguro físico y emocionalmente para él. Me narraba con lágrimas en los ojos que no ve que su hijo pueda acceder a su derecho a la educación en un entorno saludable y amable y que vive comportamientos de desprecio y ridiculización y comportamientos de intimidación, amenazas, exclusión y bloqueo social.
Esta madre acudía a pedirme ayuda porque su hijo estaba siendo víctima marginada y despreciada en su entorno educativo por sus iguales con la indiferencia, el silencio, la complicidad y la pasividad de los adultos profesionales de la Educación cercanos a él en el colegio.
Me decía esta madre que su hijo estaba sufriendo maltrato y acoso escolar, que día a día estaba quedando expuesto emocionalmente en manos de sus agresores y que esto generaba ya consecuencias graves en un niño que aún no tiene forjada su personalidad. Esta madre venía desesperada buscando ayuda, comprensión y, sobre todo, buscaba una fórmula para poner fin al tormento que está viviendo su hijo. “Si esto no es acoso, ¿qué es acoso entonces?”, me decía esta madre desesperada.
Así se sienten las familias cuando los protocolos contra el acoso escolar se quedan en papel mojado porque quien los tiene que aplicar niega que exista un problema o el procedimiento es demasiado lento. Estos protocolos existen, pero los parámetros son difíciles de demostrar y los colegios, como instituciones, dejan mucho que desear en el tratamiento y gestión para atajar estas dramáticas situaciones.
El acoso escolar es una lacra muy grande sobre la que debemos concienciar, sensibilizar, formar y aportar soluciones para identificarlo rápidamente y desarrollar buenas prácticas y una gestión eficaz.
La percepción que tienen la mayoría de padres, y también de profesores, sobre este asunto es que los centros ocultan casos de acoso para no dañar su imagen, y también que este asunto del acoso no se exterioriza o pasa inadvertido para los padres. Los padres quieren que los centros educativos sean lugares de protección y que haya una actuación enérgica para acabar con estos comportamientos.
El acoso escolar es cualquier forma de maltrato psicológico, verbal o físico producido entre escolares y recurrente en el tiempo. Es una forma de violencia extrema. Consiste en una tortura continuada y constante, mediante la cual el agresor deja a la víctima subyugada, marginada y despreciada, a menudo ante la indiferencia, silencio o complicidad de otros compañeros o adultos cercanos a ambos. La víctima maltratada queda emocionalmente en manos del agresor, generando consecuencias graves en los menores, que aún no tienen forjada su personalidad.
Otro problema que acentúa el acoso escolar son las redes sociales y el uso del teléfono móvil, que se convierten en una caja de resonancia de lo que ocurre físicamente en el centro escolar, multiplicando el daño en la víctima.
El acoso escolar comienza en edades tempranas, siendo en Primaria donde más se produce, y reduciéndose paulatinamente a medida que los niños van creciendo y pasando por distintas etapas de asentamiento de la personalidad.
Las autoridades públicas solo contabilizan los casos que trascienden por medio de denuncias, que es un porcentaje muy pequeño. Las denuncias que se hacen suelen ser a causa de lesiones físicas, fáciles de determinar mediante un parte médico de lesiones. Pero está comprobado que el acoso psicológico es más grave que el físico y suele convivir con éste.
Sabemos que la violencia que se ve, la física, supone solo un 10 por ciento de los casos, permaneciendo oculto el otro 90 por ciento del acoso escolar en forma de agresiones psicológicas, que pueden generar daños a medio y largo plazo: estrés, depresión, ansiedad, suicidios…
Deberíamos empezar a trabajar en un Plan Nacional contra el acoso escolar, ya que las secuelas que puede sufrir un niño o adolescente ante el acoso escolar pueden ser gravísimas para su futuro y para su desarrollo como adulto, pudiendo desembocar en trastornos depresivos, ansiedad e incluso el suicidio.
Deberíamos implantar un Plan Nacional de prevención del Acoso Escolar para los primeros ciclos de la educación, poniendo el esfuerzo principal en Primaria, que es donde más se detecta y donde se podrá frenar a tiempo.
Deberíamos elaborar una Ley integral de prevención de la violencia en las aulas. Deberíamos dotar de recursos y procedimientos a los agentes sociales, profesores, familiares y otros adultos para facilitar la detección temprana del acoso escolar.
Deberíamos impartir cursos de entrenamiento infantil para la prevención del acoso escolar, proporcionando a los alumnos herramientas útiles para su vida, como la empatía o la asertividad, dotándoles de modelos de comportamiento positivo, y potenciando la inteligencia social y emocional, y la cultura del esfuerzo. Con el objetivo de dotar a los alumnos de autonomía, competencia y seguridad.
Deberíamos trabajar con las familias, para que aprendan a detectar el acoso escolar de manera temprana y poder evitarlo en sus hijos y en sus compañeros, trabajando junto con los profesores y resto de personal de los colegios.
Deberíamos concienciar a la sociedad sobre esta situación de violencia y potenciar su rechazo total para que madres como la que se acercó a hablar conmigo no se sienta desesperada y, sobre todo, su hijo pueda estar arropado más de lo que ahora mismo lo está.