En la actividad política se cultivan pocas amistades y, por el contrario, numerosas enemistades. Muchos de los supuestos amigos lo son en tanto dure la sombra que les da cobijo, mientras el beneficio de la fingida camaradería se mantenga con réditos para los intereses particulares, en definitiva, mientras ofrezcas oportunidades y ningún tipo de riesgo. En esa selva hay muchos árboles bajo los que guarecerse. Algunos crecen robustos, prometedores, con futuras copas de cuajadas ramas, ganando la lucha por la luz del sol a los que ya se vencen por el paso de los años. El tiempo no perdona, pasa inexorablemente, es indisponible. En todas las esferas de la vida prevalece la ley de la jungla según la cual, solo sobreviven los más fuertes. En la política también pasa. Puede parecer duro, pero es tan real como que Pablo Iglesias es un comunista, chavista, antisistema y jefe de la casta podemita.
Conozco la política desde dentro, he pasado buena parte de mi vida entregado a una causa en varias organizaciones, en definitiva, conozco la trastienda, el juego subterráneo, la vendetta y la traición. He visto y oído de todo, os lo puedo asegurar. Pero lo que más desafección me ha provocado es la deslealtad, la perfidia, la felonía, la vileza y la ruindad a la hora de buscar sitio en la foto y medrar. No soporto, me resulta harto repugnante, el que se ansíen metas personales ajenas al interés común de la organización, el que se pretenda hacer de la política una rentable profesión alejada del beneficio general. Sé que puede resultar cándido por mi parte, pero después de más de veinticinco años dedicado a ella, hoy, en mi retirada –espero que definitiva-, puedo pasear saludando a la gente, no bajo la mirada ante nadie, no debo nada a nadie. Y es que siempre he actuado movido por la interpretación de mi actividad como un servicio, no como un lucrativo oficio.
Lamentablemente, en todos los partidos– digo bien-, absolutamente en todos, hay sujetos movidos por espurios deseos egoístas. La ideología, los valores éticos y los principios no importan, si hay que sobrevivir sobre el terreno, da igual Juana que su hermana. Siempre los más intrigantes han sido aquellos que de ninguna parte han venido y, de igual modo, a ninguna parte pueden volver. Es decir, nada eran y nada serán fuera del quehacer político. Ésta es la tropa, la mesnada, con la que se arman los que pugnan por algo más que por un sueldo, ya que su horizonte es la conquista del poder, hacerse con el control y asumir el liderazgo, aunque éste sea a nivel local, regional o nacional, esto depende del grado de ambición que tenga el sujeto en cuestión.
El liderazgo en el Partido Popular de Pablo Casado, pese a haber vencido en las primarias celebradas a la candidata oficialista de la vieja guardia, Soraya Sáez de Santamaría, ha sido cuestionado internamente, aunque con insultante disimulo, desde el principio de su mandato. Les ha habido que se han postulado en contra y muchos se han marchado, han claudicado a cambio de alguna prebenda, o han seguido en la sombra esperando la emboscada. Los que se manifestaron neutrales –demasiados en las organizaciones territoriales regionales y locales-, adoptaron la postura de contigo pero sin ti, es decir, no me mojo por si acaso y, en el fondo, son una resistencia pasiva, nada fiable con el líder victorioso en las urnas. Venciera quien venciera ellos también vencían. Solamente los leales de primera hora, la más difícil y arriesgada, son los que merecen la confianza para trabajar en el proyecto puesto en marcha por Pablo.
Así pues, como en una despejada y soleada tarde de toros, desde la barrera, con la tranquilidad y seguridad del emplazamiento, los disidentes contemplan la faena de su jefe de filas sin asumir riesgos, pero ante cualquier patinazo, mal lance o mala gestión, son los primeros en sacar el pañuelo, abuchear y pitar. Algunos están deseando el fracaso del diestro para generar una corriente de antipatías y críticas feroces y ladinas. Con prontitud, sin perder el tiempo, se suman a la sublevación interna, a la declaración contenida pero traslucida de ambición y sedición. El descalabro electoral en las elecciones generales, luego ligeramente corregido, ha sido la primera factura en llegar al palentino. La falta de visión de su equipo y los desaciertos del interesado –incluido el ataque brutal y gratuito contra Abascal durante la moción de censura- han generado más facturas que pagar. El triunfo de Feijoo en Galicia ha sido de Feijoo, que impuso condiciones al presidente del partido durante la campaña autonómica, no ha sido una victoria para apuntalar a Casado, más bien al contrario. El fiasco en el País Vasco ha sido más que notable, pero esperado y no ha sorprendido a nadie. El fracaso en las recientes elecciones catalanas ha sido monumental: pérdida de escaños, condena a la marginalidad en el Parlament y sorpaso –qué expresión tan desagradable- por parte de Vox ha colmado el vaso de la paciencia de muchos. Luego, de manera inoportuna y hasta infantil –nuevamente asesorado por una corte de aduladores mediocres-, sin ninguna capacidad de autocrítica y ceguera vergonzosa ante el panorama provocado, ha contribuido a echar leña al fuego que, sin control, día a día crece en las filas populares.
He oído decir a muchos afiliados, votantes y simpatizantes, también a gente de cierto peso en la organización que a Pablo le quedan dos telediarios. Yo pienso que no tiene por qué ser así, pero mucho han de cambiar los resultados de los procesos electorales para que esa declaración no sea verdad. Ya hay muchos que miran hacia Galicia en busca de auxilio ante la debacle que se avecina. En tanto Feijoo, como buen gallego, se manifiesta sereno e imperturbable ante el espectáculo disfrutado.