Anarquismo y comunismo en la II República y en la Guerra Civil española

Anarquismo y comunismo en la II República y en la Guerra Civil española. Daniel López Rodríguez

Al llegar la Segunda República en abril de 1931 la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) era el único movimiento de masas del «anarquismo organizado» en todo el mundo. Según la estadística de la Dirección General de Seguridad que entregó al parlamento Miguel Maura (hijo del histórico presidente del gobierno Antonio Maura y a la sazón ministro del Interior) en el otoño de 1934, la CNT-FAI tenía 1.577.547 afiliados, frente a 1.444.474 que tenía la UGT (el sindicato del PSOE). Otras fuentes hablan de que en 1936 la CNT declaró sobre unos 400.000 afiliados, número que se triplicaría durante la Guerra Civil. 

Durante la Segunda República, los anarquistas se sublevaron contra dicho régimen tres veces (sin contar la insurrección de octubre de 1934, a la que se sumaron junto al PSOE y el PCE pero sólo en Asturias, donde más se prolongó el intento revolucionario que se preparó para toda España como «guerra civil», según las palabras de Francisco Largo Caballero). Las tres insurrecciones llevadas a cabo aunque con estrepitoso fracaso entre enero de 1932 y diciembre de 1933 afectaron a más de doce provincias. 

En diciembre de 1932 el periódico CNT concluye en su editorial: «No es, pues, delirio de ilusos creer que en España está muy próximo un movimiento revolucionario anticapitalista, a cuya cabeza se pondrá la Confederación Nacional de Trabajo» (G. Morales, «Casasviejas, matanzas republicanas», en El libro negro de la izquierda española, Chronica, Barcelona, 2011, págs. 79-80). De modo que a principios de enero del 33 la República que vio que no se le respetaba se hizo temer y aplastó las sublevaciones anarquistas (que eran mini-insurrecciones) en Aragón, Valencia, Cataluña y Andalucía (Casas Viejas).

El apoyo de los anarquistas sería decisivo para la victoria del Frente Popular en las elecciones generales de febrero de 1936. La victoria del Frente Popular -pensaban los anarquistas- desembocaría en una situación revolucionaria muy beneficiosa para sus intereses, cómo así lo dio a entender Solidaridad Obrera el 26 de marzo de aquel fatídico 1936: «Pese a Lenin y a todos los panegiristas, España va directamente hacia una revolución de tipo libertario… En esta hora preñada de amenazas es cuando el sentido revolucionario debe agudizarse, concretarse, no desperdiciando ocasiones… La revolución en España será de tipo libertario». 

En mayo, en el Congreso de la CNT celebrado en Zaragoza, los anarquistas planteaban la situación en los siguientes términos: «Reconociendo el fracaso del actual régimen democrático y creyendo que la actual situación política y social no tiene solución en el Parlamento, y que al desatarse éste puede provocar una reacción derechista o bien una dictadura -no importa de qué clase-, debe ser la CNT, reafirmando sus principios apolíticos, quien se lance abiertamente a demostrar la ineficacia y el fracaso del parlamentarismo… En España hay más posibilidades revolucionarias que en cualquiera de los países que la circundan. Es de suponer que el capitalismo de éstos no se resigne a verse desposeído de los intereses que en el curso del tiempo haya adquirido en España. Por lo tanto, mientras la revolución social no haya triunfado internacionalmente, se adoptarán las medidas necesarias para defender el nuevo régimen, ya sea contra el peligro de una invasión extranjera capitalista, antes señalado, ya para evitar la contrarrevolución en el interior del país. Un ejército permanente constituye el mayor peligro para la revolución, pues bajo su influencia se forjaría la dictadura que había de darle fatalmente el golpe de muerte. En los momentos de lucha, cuando las fuerzas del Estado, en su totalidad, o en parte, se unan al Pueblo, estas fuerzas organizadas prestarán su concurso en las calles para vencer a la burguesía. Dominada ésta, habrá terminado su labor. El Pueblo armado será la mayor garantía contra todo intento de restauración del régimen destruido por esfuerzos del interior o del exterior. Existen millares de trabajadores que han desfilado por los cuarteles y conocen la técnica militar moderna. Que cada Comuna tenga sus armamentos y elementos de defensa, ya que hasta consolidar definitivamente la revolución éstos no serán destruidos para convertirlos en instrumentos de trabajo. Recomendamos la necesidad de la conservación de aviones, tanques, camiones, blindados, ametralladores y cañones antiaéreos» (José Javier Esparza, «El Frente Popular destruye la democracia», en El libro negro de la izquierda española, Chronica, Barcelona 2011, págs. 151-152).

La estrategia de la CNT consistía en formar «alianzas obreras y campesinas» y ganarse para ello el favor de la UGT bajo la condición de que ésta abandonase la doctrina marxista-leninista de la dictadura del proletariado y a su vez rompiese con el Frente Popular, es decir, la alianza con los partidos republicanos burgueses, pese a que la CNT apoyó a dicho frente con los votos de sus afiliados. Pero, como era lógico, la UGT no cedió a semejante oferta y, desde el congreso de mayo, socialistas y anarquistas tensarían sus relaciones. Como se dice en el Manifiesto comunista, la organización del proletariado  en clase como partido político «es destruida una y otra vez por la competencia entre los propios obreros» (y más aún entre los propios partidos o sindicatos). E inmediatamente se añade que dicha organización «renace siempre de nuevo, más fuerte, más firme, más poderosa» (Marx y Engels, Manifiesto del partido comunista, Gredos, Traducción de Jacobo Muñoz Veiga, Madrid 2012, pág. 591). En esta ocasión ni mucho menos iba a ser así, más bien fue todo lo contrario.

Las intenciones de los comunistas, muy controlados por Moscú, consistían en liquidar a los anarquistas, que más que un apoyo ciertamente eran un estorbo para vencer a los nacionales. Ya en diciembre de 1936 el editorial de Pravda refiriéndose a la guerra de España avisaba que «la limpieza de elementos trotskistas y anarcosindicalistas se llevaría a cabo con la misma energía que en la URSS» (J. M. Zavala, «El aniquilamiento del POUM», en El libro negro de la izquierda española, Chronica, Barcelona 2011, pág. 211).

El  3 de mayo de 1937 a las 15:00 horas el comisario general de Orden Público, Eusebio Rodríguez Sales, destacado miembro del Partido Socialista Unificado de Cataluña, tomó el edificio de la Telefónica en Barcelona, que los anarcosindicalistas tomaron en julio del 36 tras el alzamiento del bando nacional el 18 de julio. El edificio era considerado una posición clave para llevar a cabo la revolución al estar situado estratégicamente en la plaza de Cataluña. Junto al asalto a la Telefónica, se llevaron a cabo otros asaltos contra los cenetistas en otros puntos de la ciudad; y así se levantaron barricadas en diversas barriadas obreras. De modo que se enfrentaron en el campo de batalla la Ezquerra Republicana y el PSUC por un lado (con el apoyo de la guardia de asalto, la guardia nacional, la guardia de seguridad y los mossos d’esquadra) y la CNT, la FAI, las Juventudes Libertarias, buena parte de las patrullas de control y el Partido Obrero de Unificación Marxista (el POUM de Andreu Nin y Joaquín Maurín). El número de muertos fue de 500, a lo que hay que sumar un millar de heridos. El 8 de mayo cesaron las hostilidades.

La caída del anarquismo español ya la pronosticó Trotsky en 1931 mientras escribía su Historia de la revolución rusa: «En España, país clásico del bakuninismo, los anarcosindicalistas y los llamados anarquistas puros, al renunciar a la política, reproducen prácticamente la política de los mencheviques rusos. Negadores pomposos del Estado, se inclinan respetuosamente ante el mismo tan pronto renueva un poco su piel. Al mismo tiempo que ponen en guardia al proletariado contra la tentación del poder, apoyan abnegadamente el poder de la burguesía “de izquierda”. Y sin dejar de maldecir de la gangrena del parlamentarismo, deslizan subrepticiamente a sus partidarios la papeleta electoral de los republicanos vulgares. Sea cual fuere el desenlace de la revolución española, en todo caso acabará para siempre con el anarquismo» (Trotsky, Historia de la revolución rusa, Traducción de Andreu Nin, Veintisieteletras, Mirador de la Reina (Madrid) 2007, pág.540). Y así fue.   

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