Campaña de verano

Campaña de verano. José Vicente Pascual

Todo es demasiado espeso y demasiado intenso, insoportable cuando el termómetro pasa de los 35 grados. Hace demasiado calor para resistirse, imposible aguantar tanta comedia y tanta tragedia sin que las neuronas y el alma desfallezcan, renuncien y acaben amagando siesta. ¿A quién se le puede haber ocurrido convocar elecciones generales en verano?

No, la respuesta no es una obviedad, no puedo conformarme con la sencilla explicación de que esta burrada ha sido concebida y ejecutada por la mente bulliciosa y tarambana del presidente Sánchez. De acuerdo: de acuerdo en que él es responsable en definitiva del despropósito, pero, oigan, seguro y muy seguro que tras esa decisión hay un estudio previo, un sopesar los pros y los contras, un análisis sobre la oportunidad, beneficios, desventajas y consecuencias de la decisión. No puedo —no quiero— imaginar que él solito y a cuerpo torero impuso a su equipo monclovita, asesores, amigos, consejeros y allegados, el criterio abrasador: elecciones en julio. No puede ser. Todos esos que rodean al presidente, ¿no tuvieron nada que decir? ¿A ninguno se le ocurrió ninguna idea alternativa, con menos ensañamiento contra la escueta faz del calendario? Porque lo malo de votar el 23 de julio —lo peor— no es el hecho en sí de votar bajo el agobio de estos calorones que van cayendo por el mundo; lo peor es que hay que tragarse una precampaña y una campaña en extremo calenturientas, sobre punto de ebullición, con ese ardor rayano en la febrilidad con que nuestra izquierda suele acometer sus empresas, la sagrada causa; y si detecta aire viciado para sus intereses, más madera aún. Es el momento de desmelenarse. Como habría dicho don Alfredo Di Stéfano que en paz descanse: Con la calor que hace…

Es de insolación el entusiasmo que el presidente está poniendo en sus comparecencias mediáticas. Muy loable aunque sólo de verlo la piel sensible empieza a enrojecerse; pero en fin, es su suerte política la que está jugando, de modo que nada puede objetarse: lo legítimo es legítimo. Pero, por el amor de Dios, son de conmover todas esas criaturas que de buena fe han deglutido y continúan digiriendo el discurso oficial sobre la coyuntura, según el cual “la derecha y la ultraderecha” cargan con furia contra “los derechos de las mujeres y demás colectivos sensibles” —Sánchez dixit, literal— y en consecuencia se lanzan a las calles para protestar por los pactos de gobierno entre los de Feijóo y los de Abascal, se someten a los 38 grados de Valencia, los 39 de Cádiz, los 41 de Sevilla, se reúnen en grupos no muy grandes por fortuna —por fortuna para los que no han acudido, no se me malinterprete—, se exponen a la solana, la deshidratación y la enferecida y exudan proclamas grandiosas del estilo “ni un paso atrás” y semejantes… De esa gente, de verdad, ¿no se compadecen el presidente, sus ministros y ministras y ministres, sus altos cargos, candidatos municipales y autonómicos derrotados en mayo y, en suma, la nomenclatura “progresista”. Ya sé, muy bien sé que el calor es lo más democrático del mundo porque cae para todos, en tanto que frío sólo pasan los pobres. Pero no he visto yo a los Ximo Puig, los Lobato y las Maroto salir a manifestarse un mediodía de estos, cuando el sol macho campea en las alturas y el asfalto se pega a los zapatos. Sí he visto meter ruido y transpirar por cada poro a una militancia escuálida, ruidosa, estragada y llena de dudas sobre su futuro. Del todo creyente y más que creyente: crédula. Sudando la camiseta y la queja a mares. No es razón, ni son horas.

Decía un profesor de historia que tuve hace mil años que las revoluciones y grandes cataclismos sociales ocurren en verano porque la gente está en la calle, en busca del fresco y con los ánimos recalentados. Ponía de ejemplo la revolución francesa y la guerra civil española. No sé si aquella teoría daba en el clavo porque ahí está la toma del palacio de octubre para desmentir al experto en termopolítica. Pero una convicción me va asentando: como la presión siga en ascenso y el presidente insista en meter grados al debate, como el argumento electoral de “ni un paso atrás” insista más de la cuenta y los acérrimos continúen dando la brasa, alucinados y en sofoco canicular, mezclados con los turistas abatidos por la solana, todos deambulando cual zombis por ciudades casi desiertas, me parece que esto puede acabar con la gente más cabreada todavía. Encendida. Capaces son de votar a Vox en plan mala leche. Por joder. Por devolvérsela al presidente.

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