Yo, Sidarta Gautama (llamado el Buda), he ordenado a un joven columnista que trascriba cuatro cartas. Hay una dirigida a los occidentales [ https://www.elespanol.com/opinion/tribunas/20210826/historia-afganistan-contada-buda/607059299_12.html ], otra para mis fieles budistas y otra que todavía no trascenderá. Pero la misiva más importante es esta misma, dedicada a la atención de los talibanes.
1.- La querella de los ídolos
¿Queridos? talibanes, tenemos que hablar. Veinte años atrás, dinamitásteis dos grandes estatuas mías, construidas hace siglos. Los Budas de Bamiyan. Desde entonces, las cosas están bastante tensas entre la Umma musulmana y la Sanga budista. En Indonesia van ganando los vuestros, en Birmania los míos. Pero quiero deciros que, como soy un buen cristiano, os perdono por todo aquello.
Sé que todas las religiones han tenido grandes debates sobre qué hacer con las estatuas. Y con todos los ‘ídolos’, que yo llamo murtis y vosotros shirk. Me refiero a las figuras, los dibujos y las representaciones de falsos dioses. Ya sean los budas gordos de los chinos, una foto de Maradona, la gráfica del Bitcoin o el perfil de Twitter (que acabáis de estrenar en Kabul). La gente necia adora verdaderamente estos pedazos de plástico, aceite o píxeles. ¡Y los profetas hacen bien en arrancar los ídolos para partirlos en la cabeza de los idólatras! Bajo esa perspectiva, puedo perdonar vuestros actos de destrucción.
Yo también me enfrenté contra la idolatría en mi India natal. Por aquel entonces, le consagraban banquetes enteros a una estatuilla. ¡Y a mí, que pasé seis años sentado allí al lado, ni un triste plato de arroz con leche me ofrecieron! Por eso di orden a mis discípulos zen de que rechazasen los objetos de veneración y quemasen como leña de invierno los budas de madera.
Mi consejo fue que nunca se hiciesen figuras de mi cuerpo, para que nadie reverencie mi persona, en lugar de reverenciar al buda que hay dentro de todos. Con el tiempo, mis fieles se fueron olvidando de mi precepto, igual que los cristianos olvidaron el de Cristo. Aquello de atender más a los pobres que a los santos de yeso.
Mis seguidores más cercanos tenían permitido representarme, aunque solamente mediante símbolos. Por ejemplo, un trono vacío. O un par de huellas, igual que Mahoma en Bizancio. ¡Curiosamente, los talibanes convertisteis mis estatuas afganas en un trono vacío y unas huellas! Tras las explosiones, solamente dejasteis el hueco excavado en la montaña (como un asiento vacante) y mi silueta grabada en la piedra. Esta es otra razón que me mueve a perdonaros: no me habéis ofendido al devolver mis figuras a su simbolismo original. De hecho, habéis honrado mi sobrenombre: tatagata, aquel que ya se ha ido de aquí.
A los indios nos encanta lo shunia, el vacío, porque en él está representado todo lo que se fue y todo aquello que está por llegar. Por eso, aunque todos los dioses veneramos la Santa Cruz, preferimos el símbolo del Santo Sepulcro, vacío al tercer día. ¡Esa roca misteriosamente corrida, esa estancia que ya no encierra nada, esa mortaja doblada con cuidado y dejada atrás! Es la escena más bella de Resurrección y victoria sobre Satanás.
Lo cual me devuelve al debate de los ídolos. Hablemos de los demonios, nuestros narakas, vuestros shayatin. Estos espíritus oscuros, desprovistos de cuerpo, gustan de esconderse en talismanes y figurillas, engañando a los humanos para que les rindan pleitesía. ¡Yo mismo tuve que desenmascarar al demonio Mara, que se hacía representar con bustos de rey! Y mi amigo Zaratustra descubrió varios ángeles caídos entre las figuras de los devas hindúes.
También eran diablos camuflados (¡que se sepa!) la serpiente Apofis entre los egipcios, Apolo-loimios entre los griegos, Baal entre los babilonios y Xipe Totec entre los precolombinos. Este último, Totec, ordenaba a sus adeptos despellejar humanos para vestir sus estatuas con piel sanguinolenta. Sus ídolos fueron pasto de las llamas gracias al Imperio Hispánico. La hazaña llegó a mí a través del encuentro de españoles y budistas en Filipinas a finales del siglo XVI.
2.- Jeans y Jinns
Por los varios motivos que he relatado, digo que os puedo perdonar el destruir cualquier estatua. Sin embargo, creo que muchos musulmanes os habéis extraviado en vuestro celo. Me permito recordaros que Mahoma solamente ordenó que no representaseis seres vivos en vuestra mezquita. Nada dijo sobre ir a destruir cualquier representación propia o ajena. ¿Habéis olvidado los imperios omeya y abasí? Vuestros reyes islámicos decoraban los palacios con murales de personas y animales. Y sin embargo, los islamistas de hoy tenéis la idea de que toda imagen debe ser destruida y ejecutado todo el que participe de ellas. Sabed que eso son inventos wahabitas, tan recientes como el siglo XIX. Dicho de otra forma, vuestro extremismo está más cerca del año de los jeans [pantalones vaqueros] que de la era de los jinns [espíritus de la antigua Arabia].
Algún ulema, un académico de prestigio, me escribirá para refutar mi afirmación. Me dirá que los turcos del siglo X ya robaban las estatuillas de mis pagodas. Y es cierto, sí. Pero no era algo propio de la fe islámica: lo habían hecho ya los hindúes del siglo VIII y IX. Y, lo que es más importante, nunca fue por religión, sino por rapiña. En aquel entonces, mis monjes confeccionaban las figuras con joyas y oro; un botín irresistible. Pero ay, en cuanto empezamos a fabricarlas de arcilla, ¡qué rápido se les olvidó a los turcos el fervor iconoclasta!
Igualitos que los del ISIS, cuando se grababan rompiendo viejas estatuas en nombre de Alá. Nada más apagar la cámara, recogían todos los pedacitos y los pegaban, para ir a venderlos en el mercado negro. Eran tan codiciosos que no les bastaba con la paga que recibían de EEUU e Israel.
¡Talibanes, oíd! El verdadero islam no tiene nada que ver con esos tipejos. Prueba de ello son mis dos estatuas afganas. Durante siglos permanecieron intactas, sin incomodar a ningún musulmán, hasta que llegasteis vosotros. Y ahora el ulema, furioso, clamará al Nirvana para decirme que sí existieron conflictos previos. Es verdad: en tres ocasiones se atacó a mis estatuas, pero yo os diré por qué.
El choque inicial fue con el primer emperador mogul, a quien le preocupaba que unas estatuas tan grandes pudiesen cobrar vida y aplastarlo todo. Pero no mandó destruirlas, porque no era un bárbaro. Simplemente mandó que se les pintase una línea negra de un lado al otro del cuello, como prueba manifiesta de que estaban degolladas y bien muertas. Para mí, fue como ponerse un collar yapamala. Tiempo después, otro jerarca musulmán (ya no recuerdo si el mogul Aurangzeb o el sha Nader) quiso estrenar sus nuevos cañones de artillería, e hizo un par de salvas contra las piernas de las estatuas. Una chiquillada con juguetes modernos, más que un conflicto doctrinal. Tampoco me molestó demasiado perder las rodillas: suelo estar sentado en la postura del loto.
El último roce fue con Abdur Rahman Khan, que destruyó las caras de mis Budas. Pero, una vez más, no fue por cuestiones religiosas. Esta vez, la motivación era étnica. Khan quería someter al pueblo hazara, cuyo aspecto típico era el mismo de mis estatuas: ojos almendrados y nariz chata. En cuanto Khan desfiguró a los budas, los hazara no volvieron a revelarse. Se les había amputado su conexión con el pasado, que es el mayor combustible revolucionario. Así lo hace también Hollywood, cuando pone una gringa en el papel de la argentina Evita, a un negro en el papel del griego Aquiles o a un nórdico en el papel de príncipe persa.
Y vosotros, talibanes, ¿queréis conectar con vuestros antepasados? Pues estudiad a Mahoma en la conquista de la Meca. El profeta encontró allí representaciones de mil cultos y sectas. ¡Había casi un dios para cada día del año! Mandó retirarlo todo de allí, pero hizo una sola excepción. Se trataba de un pequeño dibujo de la Virgen María sosteniendo al Niño Jesús. Tan profundamente le conmovió este fresco, que ordenó respetarlo. Quizás aún siga oculto en el mismo centro del mundo islámico, igual que la Virgen y el Niño permanecen en el corazón de cada musulmán.
Y ahora comparadlo con el trato que le dan a la Virgen los modernos occidentales. Cada poco tiempo la representan como prostituta en carteles musicales, revistas bufonescas o aquelarres feministas. Escupen a su propia madre, la reina del mundo, mi queridísima Mayadevi. ¡Yo mismo serraría a esos blasfemos hasta partirlos en dos! Y eso que soy el príncipe de la paz. Lo haría, eso sí, libre de ira y únicamente movido por la compasión de evitarles un karma tan oscuro.
Ante estos dos casos, talibanes, juzgáos vosotros mismos. ¿Actuáis conforme a la Tradición Mahometana que os he contado o, al modo de la Modernidad Occidental, pisoteasteis mis escombros como los europeos hacen con la Virgen?
3.- Matar al Buda
Uno de mis monjes, el chino Lin Chi, dijo una vez a sus alumnos: “si os encontráis con el buda, matadlo”. ¿Es eso lo que habéis querido hacer, matar al buda? Bien por vosotros, pero no habéis entendido nada. Lin Chi quiere matar una ilusión. Hay que destruir el embuste de los impostores que se presentan como budas. Aquellos fantasmas que dicen ser los más auténticos, los más perfectos, los más puritanos. ¡Matad a ese Buda, porque vuestra espada traspasará un espejismo!
Y sin embargo vosotros, talibanes, vais por todas partes diciendo que sois Buda, ¿no os dais cuenta? Pregonáis que vuestra lectura del Corán es la más auténtica, vuestra barba y turbante los más perfectos, vuestro gobierno el más puro. Ah, pero yo mismo os he hablado de los errores de vuestra lectura, conozco los defectos de vuestro aspecto y los trapos sucios de vuestro gobierno. ¿Queréis matar al Buda? Pues de nada sirve que tumbéis la piedra de mis estatuas, si no tumbáis el barro de vuestro propio ego.
Si no matáis al buda que desde el espejo os devuelve la mirada, orgullosa y criminal, en vano destruiréis ídolos. ¡Así queméis todo cuanto sea material, tanto vuestras propias mezquitas como el último Corán! Seguiréis postrados ante la figurilla de la soberbia. Ni aunque eliminéis de toda Afganistán la mismísima existencia de seres vivos, bien degollando corderos, tapando mujeres o ejecutando opositores, ni aun entonces habréis dejado de idolatrar la forma humana: la vuestra, que cada día será (precisamente) más humana y menos divina.
¡Matad a esos budas, talibanes! O bien los budas os mataremos a todos y cada uno de vosotros, golpeándoos allí donde ni siquiera os alcanzaron las bombas y los drones de la OTAN. Quedáis advertidos. Butsu nieba butsu okorose, butsu nieba butsu okorose.