«Independientemente de su precio, la Revolución China ha tenido un éxito evidente no sólo a la hora de crear una administración más eficaz y entregada, sino también a la hora de fomentar una moral alta y un propósito común […] el experimento social llevado a cabo en China bajo el mandato del presidente Mao es uno de los éxitos más importantes de la historia de la humanidad». David Rockefeller (1973).
Del bloqueo al acercamiento
Tras el triunfo de la revolución comunista de Mao el 1 de octubre de 1949 Estados Unidos no sólo no reconoció a China (cosa que sí hicieron Inglaterra y la India, y en primer lugar la URSS), sino que además reconoció a la China nacionalista del Kuomintang de Chiang Kai-shek (que se había refugiado en la isla de Taiwán), otorgándole además un escaño en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas como miembro permanente con derecho a veto. Asimismo, los estadounidenses decretaron un embargo contra la China comunista y optaron también por poner vigilancia naval en el estrecho entre Taiwán y el continente. En la década de 1950 la URSS y la India apoyaron a China frente a Taiwán, que a su vez era apoyado por Estados Unidos. Desde 1945 Taiwán (que había sido conquistado por Japón en 1895 y devuelto brevemente a China tras la Segunda Guerra Mundial) fue gobernado por la China nacionalista o Kuomintang con el apoyo de Estados Unidos que en 1955 incluso se comprometió a defender las islas más pequeñas cercanas a Taiwán que eran esenciales para su defensa. Taiwán y Japón eran las piezas claves para los planes corticales de Estados Unidos en Extremo Oriente.
Antes del acercamiento, el único contacto que había entre la China comunista y Estados Unidos era mediante sus respectivos embajadores en Varsovia, cuyos encuentros consistían en ser un intercambio de acusaciones.
En 1964, tras el primer ensayo nuclear chino, el Council on Foreign Relations (Consejo de Relaciones Exteriores, el CFR, institución precursora del famoso Club Bilderberg) realizó un estudio en el Foreign Affaire(su órgano oficial) sobre China en donde se aconsejaba la apertura de Estados Unidos hacia aquel misterioso país. «Poco después de la reunión de Woodstock [los días 23, 24 y 25 de abril de 1971], dos eventos siniestros y “cambiadores de rol” tuvieron lugar: Henry Kissinger fue a Pekín y arregló la aceptación de China Roja como miembro de la familia de naciones mercantiles; y se desarrolló una crisis monetaria internacional, después de la cual el dólar fue devaluado. Como el estadista inglés y el confidente de Rothschild, Benjamín Disraeli, escribiera en el Coningsby: “Como puedes ver, mi querido Coningsby, el mundo está gobernado por personajes muy distintos a los que se imaginan aquellos que no están detrás del telón”» (Gary Allen y Larry Abraham, Nadie se atreve a llamarlo conspiración, Traducción de Carmen Cecile Moura, Ediciones Ojeda, Barcelona 1998, pág. 75, corchetes míos).
Los políticos estadounidenses tardaron en ver lo beneficiosa que resultaba la fractura chino-soviética y de lo oportuna que sería estratégicamente para Occidente. El gobierno de Estados Unidos, al ver por fin las oportunidades que le daba semejante conflicto, sobre todo cuando se intensificó a la orilla de Ussuri en 1969, levantó en julio de ese año la prohibición que le impuso a sus ciudadanos de viajar a la China comunista, y también se les permitió que llevasen artículos fabricados en China por valor de 100 dólares, y asimismo se autorizó embarques limitados de cereales a China. Estados Unidos empezaba así un nuevo enfoque sobre China. Por su parte, Mao contaba con que el aislamiento chino podría su fin con el acercamiento a Estados Unidos.
Mientras Estados Unidos «se ocupara de estar más cerca de cada superpotencia comunista de lo que ellas estaban entre sí, el espectro de la búsqueda cooperativa sino-soviética de hegemonía mundial, que había obsesionado a la política exterior estadounidense durante dos décadas, sería inofensivo» (Henry Kissinger, Orden mundial, Traducción de Teresa Arijón, Debate, Barcelona 2016, pág. 308).
Aprovechando el conflicto chino-soviético
Henry Kissinger, en calidad de consejero de seguridad de Estados Unidos de la Administración Nixon, afirmaba que «la hostilidad entre China y la Unión Soviética es más útil para nuestros objetivos si mantenemos con cada una de ellas relaciones más estrecha de cuanto ambos países mantengan entre sí» (citado por Giuliano Procacci, Historia general del siglo XX, Traducción de Guido M. Cappelli con la colaboración de Laura Calvo, Crítica, Barcelona 2010, pág. 483). El secretario de Estado, William P. Rogers, afirmó el 8 de agosto de 1969 que veía con buenos ojos el papel de China en los asuntos de Asia y del Pacífico, y si sus gobernantes abandonaban la «cosmovisión» comunista entonces los Estados Unidos «abrirían canales de comunicación». Y en torno a lo económico sostuvo que los Estados Unidos pretendían «ayudar a recordar al pueblo de la China continental nuestra amistad histórica para con él» (citado por Henry Kissinger,Diplomacia, Traducción de Mónica Utrilla, Ediciones B, Barcelona 1996, pág. 777). Ante la concentración militar soviética en la frontera china, Nixon declaró el 5 de septiembre de 1969 que los Estados Unidos estaban «profundamente preocupados» por el estallido de una guerra en toda regla entre la URSS y China. Y así se lo hacía comunicar al subsecretario de Estado Elliot Richardson: «No tratamos de explotar, en beneficio nuestro, la hostilidad que existe entre la Unión Soviética y la República Popular. Las diferencias ideológicas entre los dos gigantes comunistas no son de nuestra incumbencia. Sin embargo, no podría dejar de preocuparnos profundamente una intensificación de esta querella, que se convirtiera en una enorme ruptura de la paz y la seguridad internacionales» (citado por Kissinger, Diplomacia, pág. 778). Nixon advirtió al gobierno soviético que Estados Unidos no se quedaría indiferente ante un ataque de la Unión Soviética a China. Asimismo afirmó que la independencia de China era importantísima para la flexibilidad diplomática americana (lo que significaba todo un giro en las relaciones con el gigante asiático, al que hasta hace poco se le había estado asfixiando con un bloqueo, que indudablemente intensificó el hambre en el país).
En febrero de 1970 los Estados Unidos advirtieron que no apoyarían a la Unión Soviética contra China, y justo un año después se podía leer en un informe del gobierno americano: «Estamos dispuestos a establecer un diálogo con Pekín. No podemos aceptar sus preceptos ideológicos ni la idea de que la China comunista debe ejercer la hegemonía sobre Asia. Pero tampoco deseamos imponer a China una posición internacional que niegue sus legítimos intereses nacionales» (citado por Kissinger, Diplomacia, pág. 778). Y se reiteró la neutralidad estadounidense en el conflicto entre las dos potencias comunistas: «No haremos nada para intensificar ese conflicto, ni lo azuzaremos. Es absurdo creer que pudiéramos aliarnos con una de las partes contra la otra […]. Al mismo tiempo, no podemos permitir que la China comunista ni la URSS dicten nuestra política y conducta en relación con la otra […]. Juzgaremos a China, como a la URSS, no por su retórica sino por sus acciones» (citado por Kissinger, Diplomacia, pág. 779).
Estados Unidos fue aliado de Pakistán en la guerra que mantenía este país contra la India por la liberación de Bangladesh en 1971. Los estadounidenses temían una incursión soviética por Asia meridional tras la firma del Tratado de Amistad entre la India y la URSS y Estados Unidos aprovechó la ocasión para demostrarle a los chinos (que eran aliados de Pakistán y enemigos de la India y de la URSS) el valor de una alianza táctica con Estados Unidos.
De la mesa de ping-pong a la mesa de negociación
El 1 de abril de 1969 Lin Piao, ministro de Defensa chino y presumible heredero de Mao, anunció en un informe para el Noveno Congreso Nacional del Partido Comunista Chino que Estados Unidos ya no era el principal enemigo de China y sostuvo que la URSS era una amenaza igual (aunque ahora era el mayor enemigo del Imperio del Centro). El acercamiento entre ambas potencias empezó con la invitación de un grupo de tenis de mesa estadounidense a China. Empezó a hablarse de la «diplomacia del ping-pong». Por iniciativa de Chu-En-lai entre octubre de 1970 y abril de 1971 se llevaron a cabo negociaciones secretas con un representante estadounidense.
En febrero de 1971, en el informe anual de política exterior de Nixon, se mencionó a China como «República Popular China», y ésta era la primera vez que se le confería tal reconocimiento, y se afirmaba que Estados Unidos estaba «dispuesto a establecer un diálogo con Pekín». Hasta entonces el gobierno estadounidense se refería al país como la «China comunista» y, en líneas generales, se referían a las autoridades de Beijing, o Beiping (que era el nombre que los nacionalistas chinos le daban a la ciudad).
Y así las relaciones más estrechas se mantuvieron con China cuando entre el 9 y 11 de julio de 1971 Kissinger visitó China y se reunió con Chu-En-lai y allanó el terreno para que el presidente Nixon visitase aquel país de dragones y murallas. Según comenta el propio Kissinger, «Un informe de la CIA, escrito mientras me preparaba para mi primer viaje, afirmaba que las tensiones sino-soviéticas eran tan grandes que posibilitarían un acercamiento entre China y Estados Unidos, pero que el fervor ideológico de Mao lo impediría mientras él estuviera vivo» (Kissinger, Orden mundial, págs. 228-229).
Kissinger comentaría que para la delegación estadounidense China era una «tierra llena de misterios». A lo que Chu-En-lai le respondió: «pronto descubrirá que China no es misteriosa. Cuando se familiarice con ella, ya no le parecerá tan misteriosa como antes» (véase Kissinger, Orden mundial, pág. 21). El primer ministro chino añadió que había por entonces novecientos millones de chinos y a todos China les parecía algo normal.
Mientras Kissinger ponía rumbo en su viaje secreto hacia China, Nixon, en un discurso que dio en Kansas City, sostenía que «el trabajo nacional chino» -es decir, la Revolución Cultural- no debía suscitar «ninguna sensación de satisfacción de que siempre será así. Porque cuando vemos a los chinos como pueblo -y yo los he visto en todo el mundo…- son creativos, son productivos, son uno de los pueblos más capaces del mundo. Y ochocientos millones de chinos serán, inevitablemente, un enorme poder económico, con todo lo que eso significa en término de lo que podrían ser en otras áreas si se movieran en esa dirección» (citado por Kissinger, Orden mundial, pág. 306). «Nixon, un anticomunista inveterado, había decidido que los imperativos del equilibrio geopolítico eran más importantes que las exigencias de pureza ideológica, como, por casualidad, también lo habían decidido sus pares en China» (Kissinger, Orden mundial, pág. 306).
El 25 de octubre de 1971 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la resolución 2758 por la que la República Popular China fue reconocida como la auténtica y legítima China en detrimento de Taiwán, cuyo representante sería expulsado y así perdería su asiento permanente en el Consejo de Seguridad (cuyas solicitudes de ingreso a este organismo internacional han sido rechazadas una y otra vez). Y, como ya hemos anunciado, entre 21 y el 28 de febrero de 1972 el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, viajó a China, aun sin que estuviesen formalizadas las relaciones diplomáticas con este país, para tender un puente sobre «16.000 millas y 22 años de hostilidades» (citado por J. M. Roberts, Historia Universal II, Traducción de Fabían Chueca y Berna Wang, RBA Coleccionables, 2009, pág. 603). Nixon firmó el Comunicado de Shangai, que sirvió de guía para las relaciones chino-americanas durante los siguientes diez años. Esto suscitó en Moscú preocupación y alarma. En febrero de 1973 estrecharon aún más sus relaciones y convinieron en resistir toda potencia que intentase dominar no ya Asia sino el mundo (en alusión directa a la Unión Soviética).
El 20 de enero de 1974 catorce unidades navales del ejército chino ocupan en un rápido ataque que desaloja las guarniciones de Vietnam del Sur el archipiélago Paracelso. Además de haber indicios de encontrarse petróleo, el control del archipiélago haría que China controlase el tráfico marítimo del mar de la China. La VII Flota de Estados Unidos recibió órdenes de no intervenir, lo que fue un claro indicio de que las relaciones chino-americanas prosperaban contra la Unión Soviética. China mostró que podía imponer su voluntad y por ello exhibió fortaleza.
Con el acercamiento de Estados Unidos a China, la URSS se encontraba amenazada en el Oeste por la OTAN y en el Este por China. Por su parte, los soviéticos intentaron ganarse el favor de los americanos contra China, como lo intentaría no sin torpeza Leónidas Brezhnev en 1973 y 1974.
Estados Unidos por fin reconoce a China
Con estos precedentes Estados Unidos reconoció oficialmente a China en 1979, y por ello los estadounidenses se comprometieron a retirar sus tropas de Taiwán y romper sus relaciones en el poder diplomático con el Kuomintang. Ahora la auténtica China era la República Popular, la China continental, la China comunista que se había alejado de la Unión Soviética. Japón tomó nota y reconoció a la China comunista y por ello cerró la embajada japonesa en Taipei y también cerró la embajada de la China nacionalista en Tokio, pero aunque rompiese las relaciones con Taiwán en el poder diplomático las continuó en las rentables relaciones en el poder federativo.
China era el país líder del «Tercer Mundo». Se oponía al «hegemonismo» y de Estados Unidos («Primer Mundo») y la Unión Soviética («Segundo Mundo»). Pero se decantó por Estados Unidos con el que se podía llegar a un acuerdo o a una tregua y vio en la Unión Soviética a la superpotencia más agresiva y peligrosa que pretendía aislar, burlar y debilitar a China (cosa que llevaba haciendo Estados Unidos desde que los comunistas hicieron la revolución en 1949).
No obstante, tras el breakthrough (penetración) de mayo de 1972 las relaciones chino-americanas se estancaron. La guerra de Vietnam proseguía y China, pese a discrepar con los soviéticos, no podía aprobar el ataque a un pueblo agredido y bombardeado, y además Estados Unidos seguía sin reconocer a China de modo formal, cosa que no sería posible hasta la presidencia de James Carter en enero de 1979, cuando a su vez se rompieron las relaciones en el poder militar con Taiwán retirando las instalaciones militares de la isla. Hasta entonces Estados Unidos reconocía al gobierno de Taiwán como «el verdadero gobierno chino». Sólo la solidaridad contra la Unión Soviética puso fin a 23 años de aislamiento diplomático y hostilidad mutua.
En agosto de 1978 China firmó con Japón un tratado de paz en el que los dos países renunciaban a cualquier intento de «hegemonismo», poniendo así fin a las hostilidades seculares. También en 1978 China acordó un acuerdo comercial con la Comunidad Económica Europea. Es decir, China se acercaba a los grandes aliados de Estados Unidos en la Guerra Fría.
En febrero de 1979 el presidente Deng Xiaoping viajó a Washington. En menos de diez años «se pasó de la hostilidad a la mutua aceptación e incluso a la cooperación» (Kissinger, Orden mundial, pág. 171).
Por si fuera poco, para mayor humillación de la ideología de la fraternidad del proletariado universal, los chinos mantuvieron un conflicto armado con los vietnamitas a principios de los ochenta. Por lo tanto era absurdo hablar de un solo «campo socialista» (como también lo sería hablar de un único campo capitalista). En febrero de 1979, mientras Deng Xiaoping estaba de visita en Washington, unidades chinas cruzaban la frontera de Vietnam para «dar un toque» al gobierno comunista vietnamita, cuyas tropas habían entrado en Phnom Phen, capital de Camboya, poniendo fin al régimen de los Jemeres Rojos de Pol Pot. Los enfrentamientos entre chinos y vietnamitas se prolongarían hasta el 5 de marzo y en abril empezarían las negociaciones de paz.
Empleando una ucronía, Kissinger reconoce que una victoria comunista en Indochina en los años cincuenta hubiese acelerado las rivalidades entre las potencias comunistas, pues China llegaría a considerar a la URSS como la mayor amenaza para su independencia y Vietnam llegaría a considerar a China como la mayor amenaza para la suya (tal vez el secretario de Estado y eterno globalista leyese la carta que Francisco Franco le envió en 1965 a Lyndon B. Johnson). Pero los estadounidenses creían que una consolidación del comunismo en Vietnam crearía un efecto dominó y el comunismo se propagaría por toda la zona y se pondría por encima de los Estados Unidos y los países capitalistas en los problemas geopolíticos. Ya Truman había advertido que «si se permite a los comunistas tomar Corea, ninguna nación pequeña osará resistir amenazas y agresiones de vecinos comunistas más fuertes» (citado por Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio III, Espasa, Barcelona 2017, pág. 380). Aunque la «teoría dominó» fue una ocurrencia del presidente Eisenhower, que creía que si un país caía en el comunismo eso daría pie a que cayesen muchos otros.
Paradójicamente los americanos creían a su modo en el mito de la revolución mundial (no ya por la lucha de clases sino manu militari) y no tuvieron en cuenta que la Realpolitik de la dialéctica de Estados impidió una gran alianza entre los países comunistas contra Estados Unidos y Occidente. Los Estados comunistas fueron insolidarios, como los países no alineados.