Navidad de Reparto
-La furgoneta suena cada vez peor – dice Carlos, que va de copiloto, aún medio dormido pese haber cargado en el almacén las cajas de la Distribuidora de Bebidas SA para los bares del centro. Veintitantos años. Delgado. Con ojos muy grandes, pero siempre como enfadados.
– Venga, no seas gruñón. ¡Suena igual que todos los días! ¡Eres muy joven para estar todo el día protestando! Aunque… ¡Quizás suena un poco más, sí! – y mientras dice éso Pepe, el conductor, cincuenta y tantos, con tripa cervecera y una mirada siempre abierta y limpia, se ríe-. Lo que pasa es que va más cargado porque vamos para los dos días, ¡mañana es Navidad chaval y no se trabaja! -y vuelve a reír con un timbre cristalino que recuerda a las campanas de los árboles de Navidad…
Carlos se enfurruña y mira por la ventana. Aún no ha amanecido y ya lleva tres horas en pie. De su casa en el barrio, al almacén. Cargar las cajas de bebidas que van a llevar por los bares y restaurantes del centro. Y ahora por la circunvalación, aún a oscuras, con algunos camiones, autobuses y coches que cruzan sus faros. Como náufragos que se cruzan sin verse.
Está enfadado. Y no sabe muy bien por qué. Seguramente es porque ha dormido mal, y preferiría estar en su cama, con su Luci, aunque ella estará ya para levantarse y irse al curro. Tiene que ir al centro en bus, metro y cercanías. Estas Navidades le han contratado en la tienda esa enorme de ropa. Ella va haciéndose ilusiones de que a lo mejor, cuando pasen las fiestas, le hagan un contrato fijo. Pero Carlos sabe que eso no va a pasar. No quiere quitarle las ilusiones, pero no le da mucho carrete cuando se lo cuenta. Y claro, ella se enfada pensando que a él le da igual. Pero no le da igual. ¡Claro que no! Ojalá pudieran casarse. Y tener críos. Y cambiar de casa. Y de coche para dejar de ir en el bus y el metro y el cercanías a todos lados. Ojalá pudiera darle todo lo que ella se merece… pero la vida está mal y casi no llegan a fin de mes. Como para ahorrar para una boda… o para tener hijos… Y ella está insistiendo, ¡a veces no sabe en qué mundo vive! Pero tiene esa sonrisa y esa alegría y esas ganas de hacer cursos por si le sale trabajo de cuidadora de niños o quizás hasta en un cole…
Ay, su Luci… Qué sería de su vida sin ella. Estaba siempre en el parque con los colegas o en el taller del Ruedas, algún trapicheo por aquí y por allí, sin llegar a mayores, aunque alguna vez se asustó y salió por piernas de la discoteca del polígono… Saltando de curro en curro, que no le daban más que de semanas en semanas. En una obra, de pintor, en un bar… Menos mal que apareció ella. Fué rápido y a los ocho meses decidieron irse a vivir juntos. También porque le salió ese trabajo con Pepe. Y porque el piso era de una tía de Luci y les deja un buen alquiler… Hay broncas, normal, pero su vida es mejor. Sí. Aunque los amigos de toda la vida le dicen que dónde está metido y que su novia le tiene abducido…¡Aunque los ve, cabrones, y sigue echando sus cervezas con ellos en el bar de Quinín! Pero sí. Las cosas son mejores ahora que antes. Y ojalá pudieran ser mejor todavía… pero la vida es una puta mierda…
-Venga chaval – le dice Pepe con una mirada de soslayo y una sonrisa cálida, y adivinando lo que le pasa por la cabeza de Carlos- la vida nunca termina de ser lo que queremos. Cuanto antes lo aceptes, mejor te irá. Pero ¿sabes qué? Cuando aceptas éso, de una manera rara se arreglan las cosas. Tienes mucha vida por delante. Yo a tu edad empecé a trabajar aquí y mírame ahora -y se vuelve a reír con ese brillo de campanitas-, ¡con todo lo que quiero en la vida! Date tiempo. Paciencia. Y esfuerzo, coño. -Eso último lo dice como más serio, pero enseguida vuelve a reírse-.
Está a punto de soltarle alguna bordería, como que su vida es una mierda, y que la suya también. Que esto no es vida, coño. Que si le parece poco esfuerzo levantarse a las cuatro de la mañana y dejar a su novia durmiendo sola… Y que ya está harto de eso de que con trabajo y esfuerzo la vida irá a mejor, porque no es verdad. No lo es, no. Y no hay más que mirar alrededor. Es verdad que él no siguió estudiando después del instituto, pero su hermano Javi sí, hizo la FP aquella, y su curro no es mejor que el suyo. Aunque por lo menos cobra más… ¡y para colmo ni un reintegro le ha tocado en la lotería!
Pero no le dice nada. Sólo lanza un gruñido. No se merece Pepe que le diga nada. Es un buen hombre y gracias a él tiene ese trabajo, ahora hace ya seis meses, porque eran amigos él y su padre. Recuerda el abrazo que le dió en el funeral, y que a su madre le dijo delante de él, que les intentaría echar una mano. Y lo hizo. Cuando se acuerda, echa de menos a su padre. El caso es que Pepe es un buenazo. Siempre intenta hacer el ambiente mejor por donde él pasa. Y eso que no lo tiene nada fácil. Su hija está siempre a la gresca y no le da más que disgustos. Su otro hijo, el chico, está todo el día ahí con las pantallitas y es como si no estuviera. Y su mujer dicen que bebe demasiado. Es un buen hombre. ¿Cómo puede ser que sea así? ¿Cómo una persona con la vida que tienen ellos puede ser más o menos feliz? ¿Cuál es su secreto? No se merece que le suelte una fresca, no. El enfado es suyo, y no tiene por qué pagarlo con nadie.
Sigue mirando las luces de la circunvalación. Y de los camiones y de los coches y los autobuses que cruzan sus faros. Como náufragos. Como si todos estuvieran perdidos en las calles de esa ciudad. Todos buscando otra cosa.
-Pepe, esta no es la salida para el reparto de hoy – le dice al ver que se ha metido por otro sitio al que les tocaría ir- ¡y hay mucho que dejar como para andar dando vueltas, coño!
-Bueno, es que antes de empezar tenemos que hacer una paradita… pero va a ser rápido, ¡tú tranquilo, chaval! -y vuelve a reírse, aunque esta vez, en su manera de mirarle así por el rabillo del ojo, hay otra cosa, que no sabe qué es… parece que sea como pudor, o vergüenza o algo así…
-¿Pero dónde cojones vamos?
-Verás. Es una especie de secreto…y una especie de tradición. Asi que no puedes decirle nada a nadie. Tú déjame a mí. Pero no puedes decírselo a nadie, ¿vale?
Ahora le mira, sin apartar los ojos de la carretera, así como más serio. No sabe Carlos si como con preocupación, pero de una manera rara. Por dentro se dice que no contará nada…
Se meten por unas calles y van haciendo cruces hasta que pasan por delante de una tapia grande. La rodean, giran y van a salir delante de una iglesia. Es de ladrillo, con unas puertas muy grandes en el centro, detrás de unas escaleras anchas de tres peldaños largos, que nacen delante de unas rejas.
-¿Dónde estamos, tío? -le dice Carlos, mientras paran la furgoneta en un vado de carga y descarga que hay al lado-.
-Venimos a hacer de Reyes Magos -le dice Carlos y se ríe mientras sale por la puerta- ¡venga, ayúdame chaval!
Abre el portón del furgón y le señala unas cajas que no ha visto Carlos antes que las habían cargado. Son de cartón, grandes. Están cerradas, y no pesan demasiado. No son bebidas.
–Vete bajándolas mientras yo llamo a las monjitas. ¡Ya estoy mayor para estas cosas! –y vuelve a reír Pepe con el brillo de las campanitas de Navidad…
Carlos saca la carretilla, pone las cajas encima y le sigue. Pepe llama a un telefonillo y una voz de mujer, mayor, dulce, pero algo distorsionada por el aparato pregunta quién es.
-¡Soy Pepe, Madre! ¡Traigo los juguetes de la parroquia!
Se abre la puerta de la cancela de rejas, Pepe pasa y le ayuda a que Carlos entre con la carretilla. Suben los escalones y una puerta más pequeña se abre y aparece una monja, mayor, con un hábito blanco y una toca negra. Tiene una sonrisa de oreja a oreja y un brillo dulce en los ojos.
-¡Pasa, Pepe hijo! ¡Ay ya nunca vienes a vernos! ¡Anda! ¿Hoy traes ayuda? – la monja se ríe, con un brillo de campanitas parecido al de Pepe.
-¡Es mi ayudante, Madre! Carlos, la Madre Agustina, es la priora del convento. ¡Y le traemos unas cosillas para los niños! – y vuelve a reir…
Carlos está flipando un poco. No ha conocido una monja en su vida. Él no es de misa ni de iglesia ni esas cosas, y no sabía que Pepe era católico…
-¡Encantada de conocerte, Carlos! ¡Y muchas gracias por la ayuda! -y vuelve a reírse… – venga pasad, dejas las cajas ahí y venid que os he preparado un desayuno de chocolate y dulces recién hechos, ¡venga, venga!
En la sombra del pasillo, se ve que hay un belén puesto y adornado con plantas y flores, y unas velas alumbran la figura de un niño Jesús. Luci también ha puesto uno en casa. Y él de niño, con sus padres, también ponía uno… No sabe por qué, verlo ahí, en penumbras, le ha recordado otras navidades… más felices. Sin tantos problemas. Con más risas. Con más luz.
-No podemos pararnos, Madre, ¡que hay que trabajar! Y el ayuntamiento se ha puesto muy tonto con las calles, las horas, y el reparto… ¡nada más que prohibir, prohibir y prohibir! Nos tenemos que ir…– le dice Pepe sin moverse de la puerta.
-No, no, no. De eso nada. ¡Venga, adentro ya!
-De verdad que no podemos, Madre. ¡Además no están ustedes para ir haciendo dispendios! -y vuelve a reírse…
-Pero un momento nada más, hombre, ¡no te van a multar por diez minutos!.
-Uy que no, ¡no sabe usted cómo están las cosas de la política últimamente! Pero se lo agradecemos mucho, de verdad, ¿a que sí, chaval?
Carlos no sabe muy bien qué decir…
-claro, claro, muchas gracias, pero no podemos… –dice sin saber bien qué decir-
-Pero ya sabe que sí que le voy a pedir algo a cambio del porte… –dice Pepe con sonrisa pícara y con el brillo de las campanitas de la navidad en la voz…- Rece por nosotros. Ya sabe cómo están las cosas en mi casa. Y este chaval necesita también que recen por él… está empezando y necesita un empujoncito del de arriba…
–La monja mira a Pepe. Le sonríe. Y le planta un par de besazos, así sin más. Luego mira a Carlos, y este siente como si le estuviera mirando por dentro. Siente que le mira con ojos divertidos, profundos, acogedores, y de afecto… una mirada muy rara, pensaría después Carlos muchas veces.
-En esta casa rezaremos por tí, Carlos, para que el Señor te de su empujoncito. Y para que te quite los miedos y te de esperanza. ¡Y por tí Pepe, por supuesto que sí! – y le planta otros dos besos… – Gracias de verdad por todo lo que haces por todo el mundo.
-¡Qué sería de mí sin sus rezos! –vuelve a reir Pepe… pero con un reflejo en los ojos algo más húmedo de lo normal…
Ya en la furgoneta de reparto, de camino a las calles del centro, a los bares, van callados. Suena la radio de fondo y así parece que la incomodidad es menos. Hablan del partido de ayer, el último del año, y de que el Atlético ha ganado 1 a 0, quedando tercero en la liga por ahora. Pero Carlos sigue sorprendido. No le salen palabras. No se podía imaginar que Pepe ayudara a unas monjas ni que fuera católico. Es verdad que en el retrovisor hay una crucecita, pero nunca le había dado la menor importancia.
-Dí algo, chaval, que tampoco es tan raro ayudar a la gente… –dice Pepe, otra vez riendo…- Esas monjas ayudan a unos niños que lo pasan peor que nosotros, y yo, pues les llevo todas las navidades juguetes que recogemos en la parroquia… ¡que no es tan raro creer en Dios, coño!
Feliz Navidad.