El filósofo, matemático y lógico Kurt Gödel (Brno, 1906, Princenton, 1978), formuló en 1931 su célebre teorema de la incompletitud, según el cual ningún sistema lógico-matemático puede sostenerse ante su reformulación paradójica, por lo que no puede ser considerado 100% irrefutable. Hacia 1940 demostró la existencia de soluciones paradójicas a las ecuaciones de campo de la relatividad general de Albert Einstein, estableciendo la posibilidad teórica de «universos rotatorios» que permitirían viajar en el tiempo, una aportación que causó serias dudas al propio Einstein sobre su teoría. Fugitivo del régimen nazi, se refugió en los Estados Unidos a partir de 1939. Dos años después obtuvo la nacionalidad, trámite para el que tuvo que examinarse sobre la escueta y archidemocrática constitución de aquel país. La noche anterior al examen, se entretuvo en trazar una “hoja de ruta” impecable según la cual, sin saltarse ninguno de los artículos constitucionales, era perfectamente posible proclamar una dictadura universal y permanente en los USA. Por supuesto, aunque Gödel había nacido en territorio de la actual república checa, la pertenencia de Brno al antiguo imperio austrohúngaro y su estrecha vinculación con la suerte de la refundada Alemania le había hecho seguir muy de cerca los acontecimientos políticos que concluyeron con Hitler en el poder, la proclamación de leyes “constitucionales”, las reformas más constitucionales todavía emprendidas por el gobierno nacional-socialista y todo el artificio legal instaurado por el nazismo que concluyó como ya sabemos; todo por vía de respeto a la legalidad vigente y, cómo no, anteponiendo a cualquier cambio la voluntad libremente expresada, más o menos, del pueblo alemán.
Vale el ejemplo. Tenemos otros y más cercanos, como el infame referéndum mediante el cual el sátrapa Maduro se perpetuó en el poder hace años y hasta ni se sabe, o las leyes de defensa de la patria en Nicaragua… Ejemplos hay muchos pero el definitivo, me parece, lo estableció Kurt Gödel en la cocina de su casa la noche antes de convertirse en ciudadano norteamericano: no hay texto legal, por solemne e improfanable que parezca, que no pueda retorcerse hasta convertirlo en manual de iniquidades antidemocráticas por parte del poder, tal como sucede hoy en España.
Centrando: el problema de la “mayoría social” augurada como coartada para la próxima investidura de Sánchez —que ni es “mayoría” ni mucho menos es “social”—, de la amnistía pactada con el golpismo independentista catalán y la mafia abertxale, del referéndum “consultivo” y todo el etcétera de las fechorías parlamentarias que nos preparan, no es que sean maniobras más o menos constitucionales —ya hemos quedado en que se pueden hacer encajes y bolillos con la constitución en la mano—, sino que inauguran una manera de gobernar y de hacer política al estilo caballos desbocados: desde donde se consiga una mayoría de la calaña que sea se perpetrarán todos los desaguisados que se le ocurran al dictador en ciernes que se dispone a gobernarnos durante los próximos cuatro años. Y los que hagan falta y le parezcan oportunos.
Ay de los ilusos… Quienes piensen que nuestra pertenencia a la Unión Europea nos va a librar de catástrofes mayores porque los caballeros y las damas de aquellas altas instituciones no consentirán atropellos a la democracia, una de dos, o no conocen la Unión Europea o desconocen el cuajo y la tolerancia que se gastan en aquellos pagos con la delincuencia política. Nos ilustra sobre esto último el descaro y prepotencia con que el golpista Puigdemont lleva paseándose desde 2017 por los mismísimos intestinos de la UE sin que se le haya despeinado el flequillo. Un individuo que en cualquier otro país europeo estaría en presidio, precisamente gracias a Europa ha tenido libertad total de movimientos, oportunidad de intrigar todo lo que ha podido, orquestar todas las campañas inimaginables contra los diferentes gobiernos españoles, aliarse con lo más siniestro de los servicios secretos de Rusia, de Irán y de Marruecos, malversar caudales públicos ilegalmente facilitados por la corrupta Generalitat de Cataluña, dirigir artefactos propagandísticos que, de nuevo, serían ilegales en cualquier rincón europeo que no se llame España. No y desde luego que no: el problema no es que el aprendiz de Maduro, Ortega y Canel llamado Sánchez haya pactado la investidura con semejante desperdicio de persona y tal esperpento de político; el problema de verdad, el gordo, es que a la Unión Europea le importan nuestra democracia, la soberanía del pueblo español y la dignidad de nuestro orden constitucional lo mismo que el campeonato nacional rumano de petanca. Al contrario, por inercia histórica, por agravio remanente en el ideario colectivo y por pura mezquindad moral, el “Non placet Hispania” erasmiano sigue operando con mucha más fuerza de la que creemos. Una España frágil, dividida, enfrentada, desangrada en pugnas internas y esquilmada por la rapacidad insaciable de nuestra casta política es panorama halagüeño para la UE globalmente considerada, con sus excepciones, que son pocas. Realismo, por favor: en Europa nos quieren poco, en todo caso nos quieren pobres y sometidos a gobernantes sin escrúpulos con los que naturalmente siempre se podrá negociar. Sobre todo nos quieren sin pulso democrático, sin voluntad ni energía como sociedad despierta para reaccionar ante la hegemonía oligárquica de los mandamases comunitarios.
Esa es la verdad a la que nos enfrentamos y que nos va a caer encima en muy poco tiempo. Que Sánchez es un aventurero sin patria ni vergüenza ya lo sabíamos; que su reciente amigo Puigdemont es un facineroso dispuesto a sacar tajada de debajo de las piedras, también era de dominio público. Que Europa se va a cruzar de brazos ante la catástrofe que se nos avecina, está por descubrir. Lo malo envenenado de la fórmula: que tarde o temprano no nos va a quedar más remedio que descubrirlo.
Al final, como ya previno el gran Gödel, todo se resume en una sencilla cuestión de lógica matemática: los números del tendero que Sánchez necesita para alcanzar su investidura y el número invariable, éste sí importante, de los españoles que están resignados a no hacer nada para evitar nuestro destino próximo, el cual, como muchas respuestas a muchas ecuaciones, tiende a cero.