Reflexiones en la conmemoración del 75º aniversario de la fundación de la República Popular China
ÍNDICE
- Introducción: una política a medida de la personalidad del líder.
- Cuadrando el círculo: expansión global y desarrollo nacional.
- Modernización sin desarrollo: las trampas del neocolonialismo mercantil.
- Tectónica de placas: el difícil encaje de la visión de Xi en el orden mundial postsoviético.
1. Introducción: una política a medida de la personalidad del líder
El ascenso de Xi Jinping al poder ha acelerado una transformación radical en la política exterior[1] de China, marcada por un enfoque cada vez más asertivo y revisionista. Esta metamorfosis se refleja en una mayor cooperación con regímenes autoritarios, la expansión de su influencia en el mundo en desarrollo y la exigencia de un papel más relevante en las instituciones multilaterales. No obstante, el enfrentamiento con Estados Unidos, aún la potencia global hegemónica, supone un escollo fundamental para las ambiciones chinas.
Las motivaciones que impulsan esta evolución en la política exterior de Beijing son diversas: factores internos como el nacionalismo rampante y la sensación de inseguridad del régimen, la influencia decisiva de Xi Jinping, y el impacto de eventos internacionales, como la crisis financiera de 2008, las guerras en curso o los virajes en la política estadounidense. De todo esto surge la cuestión de si la política internacional de China obedece a una táctica temporal o si es parte de un plan a largo plazo para desplazar a Estados Unidos como la principal potencia mundial.
El avance de China en el escenario global refleja cómo Xi ha modelado las estructuras del Estado chino para que coincidan con su propia personalidad: un poder centralizado, implacable y cada vez más autorreferencial, que encarna su visión de una China fuerte, autárquica y dispuesta a desafiar el orden mundial establecido. Bajo su liderazgo, el Partido Comunista ha absorbido al Estado, y él mismo se ha erigido en el símbolo máximo de esa fusión. Así, la política exterior china no es solo la expresión de una estrategia nacional, sino una extensión del propio Xi, quien, con un férreo control sobre todos los resortes del poder, proyecta su carácter sobre las decisiones del régimen.
La consolidación de Xi como líder[2] indiscutido del Partido Comunista Chino refleja la improbabilidad de una evolución hacia el pluralismo político. Al tomar las riendas de la nación, desactivó facciones internas y desmanteló cualquier intento de liderazgo colectivo. La creciente asertividad en su política exterior se entiende en el marco de una China que, fortalecida por su éxito económico, ve en Estados Unidos el principal obstáculo para su resurgimiento como potencia global. Esto suscita interrogantes sobre su capacidad para destronar a Estados Unidos sin un enfrentamiento directo, y si su ascenso está condenado a ser desestabilizador, por las rivalidades geoestratégicas, económicas y tecnológicas.
No cabe subestimar el peso que el «Siglo de Humillación» tiene en el imaginario chino contemporáneo. El recuerdo de las invasiones extranjeras, derrotas militares y explotación económica a manos de potencias occidentales y Japón entre mediados del siglo XIX y principios del siglo XX ha sido crucial para configurar la narrativa nacionalista y la política exterior de la República Popular China.
La dialéctica de la restauración de la «dignidad» nacional perdida frente a la dominación extranjera has sido instrumentalizado por Xi Jinping para legitimar su autoridad en el relato de un «renacimiento nacional» que promete una China poderosa y respetada internacionalmente, lo cual modela la percepción china de amenazas externas, alentando una defensa activa de la soberanía y la integridad territorial como piedras angulares de su política internacional.
Esta memoria histórica compartida sirve asimismo para legitimar las políticas internas de control social, y permite entender la suspicacia china ante la menor percepción de «humillación» o “ninguneo” en las negociaciones diplomáticas o en las representaciones globales.
La personalidad de Xi Jinping y su propia biografía han moldeado la política china desde su llegada al poder en 2012. La cuestión del «renacimiento nacional», lejos de ser un mero eco de agravios del pasado, ha sido un factor determinante en sus decisiones políticas y en su estilo de liderazgo.
Xi Jinping nació en 1953 en el seno de una familia prominente dentro del Partido Comunista. Su padre, Xi Zhongxun, fue un alto funcionario del PCCh y un revolucionario de la vieja guardia. Sin embargo, durante la Revolución Cultural, la familia de Xi fue objeto de persecución, lo que llevó a su padre a ser destituido y a Xi a padecer pobreza y dificultades durante su adolescencia.
A diferencia de líderes como Mao, cuya juventud estuvo marcada por un fervor revolucionario, Xi desarrolló una visión más pragmática de la política, y contrariamente a Deng Xiaoping, Xi ha abandonado la moderación adoptando una política exterior más firme.
En la personalidad de Xi Jinping destacan su tenacidad y resistencia, gracias a lo cual ha superado rivalidades dentro del Partido Comunista Chino (PCCh) y consolidado un estilo de liderazgo autoritario y centralizado, caracterizado por el control férreo sobre la narrativa política y la propaganda, que proyecta una imagen de líder fuerte y cercano al pueblo. Su ascenso, desde diversos puestos provinciales hasta la Secretaría General, muestra su habilidad para maniobrar en la compleja política china. La lucha contra la corrupción, presentada como una reforma, busca además eliminar rivales potenciales, consolidando así su poder. Su ambición por ser un líder histórico refleja su deseo de ser visto como un salvador de la nación, y con este fin ha instaurado un control mediático que busca idealizar su figura y legado e impone un ambiente de lealtad.
De este modo, Xi ha consolidado una autoridad significativa sobre prácticamente todas las políticas del país, centralizando el poder en sus manos. A través de instituciones políticas y culturales, ha reafirmado su control, exigiendo lealtad de los líderes del partido y del ejército. Con el propósito de fortalecer al Partido Comunista y aumentar su legitimidad, Xi ha impulsado una extensa campaña anticorrupción, que ha afectado a miles de funcionarios, desde cuadros de bajo rango hasta líderes de alto nivel. Esta iniciativa ha sido bien recibida por la población china, pero ha suscitado inquietudes sobre el sistema meritocrático del partido y sus implicaciones para la gobernanza. Algunos críticos advierten de que esta estrategia podría debilitar la capacidad del partido para funcionar de manera efectiva, al eliminar rivales políticos y generar un clima de temor entre los funcionarios.
En este ámbito, las tácticas empleadas por Xi para centralizar su poder han sido eficaces. Al cumplir setenta y cinco años, la República Popular China, Xi ha asumido el control de todos los órganos de liderazgo más relevantes, eliminando la tradición de liderazgo colectivo. Ha colocado a sus colaboradores de confianza en puestos clave del partido, el gobierno y el ejército, lo que ha fortalecido su red de influencia política. Al mismo tiempo, ha impuesto una mayor disciplina ideológica, tanto en el partido como en la sociedad, reprimiendo las influencias liberales y occidentales. Además, al no designar un sucesor claro y modificar la constitución para eliminar los límites de mandato, ha alterado las normas recientes sobre la sucesión y el liderazgo colectivo.
No obstante, la dependencia excesiva en la figura de Xi para dirigir el futuro de China plantea riesgos significativos para la estabilidad a largo plazo del país. Al concentrar el poder en una sola persona, se corre el riesgo de que el sistema político se vuelva vulnerable a posibles crisis si Xi no está en capacidad de continuar ejerciendo su liderazgo, ya sea por razones de salud, políticas o personales. Esta centralización también podría limitar la capacidad del Partido Comunista para adaptarse a nuevos desafíos, ya que las decisiones clave dependen de una sola visión, limitando el debate interno y la flexibilidad para corregir el rumbo. A largo plazo, la falta de un mecanismo claro de sucesión o liderazgo colectivo podría generar incertidumbre y tensiones internas en el partido, lo que a su vez podría convertirse en un obstáculo para el desarrollo económico y social de China.
2. Cuadrando el círculo: expansión global y desarrollo nacional
La relativa paz social que disfruta el régimen de Xi Jinping está íntimamente ligada a la notable prosperidad económica que China ha alcanzado bajo su mandato. Sin embargo, esta prosperidad se ha construido sobre un marco de control centralizado del Partido Comunista sobre la economía, lo que, según Elizabeth Economy, representa un claro retroceso respecto a las reformas orientadas al mercado que comenzaron con Deng Xiaoping en los años 80. Desde su llegada al poder, Xi ha fortalecido el papel de las empresas estatales y ha restringido la autonomía del sector privado, priorizando la estabilidad política y la seguridad nacional por encima del crecimiento económico sostenido y sostenible. En su análisis, Economy sostiene que este enfoque ha llevado a políticas que fomentan la autarquía y la seguridad tecnológica en sectores estratégicos como las telecomunicaciones y la inteligencia artificial, en los que China ha logrado despuntar. Además, la iniciativa de «prosperidad común»[3], que busca reducir la desigualdad y redistribuir la riqueza, ha resultado en un aumento de la intervención estatal en el sector privado, lo que podría asfixiar la innovación y el espíritu emprendedor que han sido motores clave del crecimiento económico en China en las últimas décadas.
La estrategia fundamental en la tercera revolución china[4] impulsada por Xi es la «circulación dual»[5], que se perfila buscando una coexistencia armónica entre la “circulación internacional” y la “circulación interna” en el marco del desarrollo socioeconómico del país. Este enfoque, que fusiona la apertura al comercio exterior, promovida por Deng Xiaoping, con la autarquía y el énfasis en la autosuficiencia de Mao Zedong, se plantea como una respuesta pragmática a los retos actuales. De esta manera, China no solo aspira a incrementar su competitividad en el mercado global, sino que también pretende mejorar el bienestar de su población mediante un «mejor reparto del pastel».
Este modelo de desarrollo complace al pueblo chino, ya que promueve un crecimiento económico que no solo beneficia a un mayor número de ciudadanos, sino que también busca mitigar las disparidades regionales y fomentar la inclusión social. La «circulación dual» se erige, de este modo, como un pilar de la cohesión interna y la prosperidad nacional, reflejando una visión donde el progreso económico no se mide únicamente en cifras, sino en su capacidad para elevar la calidad de vida de la población en su conjunto.
Un rasgo de esto es el aumento sin precedentes de la escolarización, sobre todo en la educación superior, entre 1995 y 2020, que refleja la ambición de Xi por mejorar el capital humano de China. Con todo, Desde la llegada de Xi Jinping al poder, ha quedado patente que las prioridades ideológicas y políticas del Partido Comunista Chino (PCCh), así como las inquietudes en materia de seguridad nacional, prevalecen sobre cualquier objetivo económico. Aunque el sector privado y las fuerzas del mercado tienen la posibilidad de operar, su funcionamiento se halla restringido por los estrictos límites impuestos por el partido.
Bajo la dirección de Xi Jinping, la educación patriótica ha cobrado una importancia renovada, enfocándose en el adoctrinamiento de niños y jóvenes en valores socialistas. Esta iniciativa busca cultivar un apoyo inquebrantable hacia el partido desde una edad temprana. En 2021, los «Pensamientos de Xi» fueron incorporados a los planes de estudio en todos los niveles educativos, evidenciando una clara intención de moldear la ideología de las futuras generaciones.
La implementación del aplicativo «Estudia a Xi para Fortalecer el País» refleja esta tendencia. La plataforma otorga puntos a los usuarios que leen discursos de Xi, visualizan videos y participan en cuestionarios relacionados con su figura. Este sistema de puntuación se ha convertido en un criterio de evaluación para muchos empleados estatales, en un ejercicio que puede considerarse el equivalente digital contemporáneo del Pequeño Libro Rojo de Mao.
La visión de Xi Jinping para la educación y el control ideológico no solo busca fortalecer el respaldo al PCCh, sino también reforzar la narrativa de un Estado fuerte y cohesionado frente a lo que percibe como amenazas externas. En este sentido, el control sobre la educación se convierte en un pilar esencial de su estrategia política, en un intento por asegurarse de que el futuro de China esté inextricablemente ligado a los intereses del partido.
Atrás quedó la noción de un crecimiento social descontrolado, ya que la ideología del PCCh propaga la creencia de que el bienestar de la nación está íntimamente ligado a la estabilidad política. Este mantra se convierte en una justificación para sostener que la prosperidad económica depende de la perpetuación del control del partido sobre la vida cotidiana de los ciudadanos. Sin embargo, este control también se extiende al flujo de información económica, lo que tiene implicaciones significativas tanto para los interesados nacionales como para los extranjeros. La falta de transparencia y fiabilidad en los datos económicos dificulta la formulación efectiva de políticas, ya que los responsables tienen problemas para evaluar con precisión el verdadero estado de la economía y tomar decisiones informadas.
Además, esta falta de confianza en la información disponible erosiona la seguridad de los inversores, obstaculizando la inversión y el crecimiento económico. El gobierno, al presentar una imagen más positiva de la economía de lo que es la realidad, oculta problemas subyacentes como las disfunciones demográficas, las quiebras en el mercado inmobiliario, y los retos de gestionar una economía en desaceleración, lo que retrasa las intervenciones políticas necesarias. A su vez, la existencia de informes «de referencia interna» confidenciales para altos funcionarios genera dudas sobre la eficacia y la imparcialidad de estos sistemas, y de las bases sobre las que se deciden las políticas económicas en los niveles más altos[6]. Por otra parte, las crecientes restricciones a académicos, periodistas y discusiones públicas limitan la capacidad de entender y abordar los desafíos económicos, reforzando aún más el control del PCCh y su enfoque en la unificación social, bajo la advertencia de que los desvíos de las normas podrían poner en peligro el progreso logrado.
El otro lado de la moneda es la proyección exterior[7], cuyo buque insignia es la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI). Esta acción estratégica representa un esfuerzo ambicioso de Xi para canalizar La “circulación internacional” impulsando el poder económico y la influencia política de China a través de un programa de desarrollo de infraestructuras y conexiones comerciales globales. Busca conectar a China con otras partes del mundo mediante la construcción de puertos, ferrocarriles y carreteras, para crear nuevos mercados de productos y servicios chinos.
Desde el lanzamiento de la BRI en 2013, China ha cimentado una ambiciosa agenda internacional que busca transformar las dinámicas de poder global. La BRI no solo se enfoca en atender las carencias de infraestructura en economías emergentes y de ingresos medios, sino que también potencia los intereses geoestratégicos de Beijing, promoviendo sus ecosistemas digitales y tecnológicos a nivel internacional.
A esta iniciativa le siguieron la Iniciativa de Desarrollo Global (GDI) en 2021 y la Iniciativa de Seguridad Global (GSI) en 2022, que enmarcan un enfoque más integral hacia la cooperación internacional. La GDI prioriza la reducción de la pobreza y la salud, mientras que la GSI aboga por un enfoque diplomático pluralista en la seguridad global. En este escenario, la Iniciativa de Civilización Global (GCI), publicada en 2023, reafirma que no existe un modelo único para el desarrollo, defendiendo la diversidad en los sistemas políticos y económicos.
Estas actuaciones no son meras proclamas, sino manifestaciones concretas del deseo de China de establecer un orden multipolar que desafíe la hegemonía estadounidense. La estrategia china es multinivel, cerrando acuerdos con países individuales y tejiendo redes en organizaciones multilaterales. A través de un robusto aparato diplomático, que supera en número a las embajadas de cualquier otra nación, China se posiciona como un líder en el desarrollo global, utilizando sus empresas estatales y el sector privado para impulsar su agenda de conectividad digital y de desarrollo.
3. Modernización sin desarrollo: las trampas del neocolonialismo mercantil
En un contexto global donde las relaciones internacionales se redefinen constantemente, el enfoque de China en la cooperación con países en desarrollo emerge como un modelo disruptivo que desafía las iniciativas impulsadas por Occidente. A diferencia de las condiciones impuestas por instituciones occidentales, que a menudo exigen reformas políticas y el respeto a los derechos humanos, la estrategia china se presenta como una alternativa atractiva para los líderes autoritarios.
Desde que China ha incrementado sus inversiones en el extranjero, ha dejado claro que su apoyo financiero y técnico no está condicionado a la implementación de prácticas democráticas. Este enfoque ha permitido que regímenes autoritarios, que en muchos casos afrontan presiones internas y externas por mejorar sus estándares democráticos, encuentren en Beijing un aliado incondicional. Las inversiones chinas, aunque pueden modernizar infraestructuras y estimular el crecimiento económico, tienden a consolidar las estructuras de poder autoritarias. Sin un marco de desarrollo social que contemple la participación ciudadana y la rendición de cuentas, estas mejoras resultan ser, en la práctica, un respaldo a quienes detentan el poder.
Un aspecto crítico de esta dinámica es la dependencia que se genera. Al no exigir rendición de cuentas, los regímenes autoritarios entran en una espiral donde la falta de progreso social y político se vuelve la norma. Las inversiones directas chinas, aunque inicialmente parecen beneficiar a la población, suelen canalizarse hacia proyectos que sirven más a los intereses de Beijing que al desarrollo sostenible de las naciones receptoras. Así, en lugar de fomentar un cambio positivo, este modelo refuerza las oligarquías existentes y desincentiva la aparición de nuevas voces políticas.
En el plano diplomático, la relación entre China y los países receptores de inversión también refleja un intercambio de favores. A menudo, estos países se sienten obligados a respaldar los intereses de China en foros internacionales, como la ONU, debilitando así su soberanía y autonomía política. Esta dependencia se manifiesta en el concepto de «comunidad con un futuro compartido», que encapsula la estrategia de Xi Jinping de alinearse con las naciones en desarrollo en un mundo donde el equilibrio de poder está en constante cambio.
La estructura jerárquica de las asociaciones internacionales que promueve China se presenta como un sistema que emplea calificativos como «integral», «estratégico» y «all-weather«[8] para categorizar estas asociaciones subraya una clara intención de establecer un dominio que favorezca sus intereses. En particular, el concepto de «Nueva Era» ha permeado la política exterior china, reflejando no solo su ambición de reconfigurar a su favor el orden global.
Por otra parte, los esfuerzos de China por establecer enclaves en el extranjero, combinando usos comerciales y militares, ponen de relieve sus ambiciones geopolíticas. A medida que se posiciona estratégicamente en rutas comerciales clave, el régimen chino busca proyectar poder y asegurar sus intereses comerciales, desafiando el papel de Estados Unidos como principal defensor del comercio internacional.
En los últimos años, se ha intensificado la expansión militar de China a nivel global, especialmente en el contexto de su creciente influencia geopolítica. Esta expansión forma parte de la iniciativa conocida como «Proyecto 141», que busca establecer bases militares y sitios de apoyo logístico en diversas regiones, incluyendo América Latina, África y Asia. El objetivo es permitir al Ejército Popular de Liberación (EPL) proyectar y sostener su músculo militar a mayores distancias.
Como parte de esta estrategia, el EPL ha identificado potenciales ubicaciones para sus instalaciones logísticas militares en varios países. En América Latina[9], las opciones más viables para la instalación de bases militares y redes de inteligencia chinas incluyen países como Venezuela, Nicaragua y Cuba. Además de estos países, China está considerando también a Argentina, Brasil y Uruguay como parte de su estrategia para establecer dominio sobre América Latina. El objetivo es asegurar una ruta comercial transoceánica que conecte los océanos Pacífico y Atlántico, reduciendo así su dependencia del Canal de Panamá y posicionándose estratégicamente en la región.
La expansión militar global de China[10], respaldada por el apoyo logístico de regímenes favorables, representa un cambio significativo en el equilibrio de poder internacional. A medida que Beijing continúa desarrollando su infraestructura militar en el extranjero, el impacto en la dinámica geopolítica y económica será profundo, planteando interrogantes sobre el futuro papel de los actores occidentales en la defensa de las rutas comerciales y los intereses estratégicos globales.
La proyección de poder de China se manifiesta en su voluntad de expandir su influencia a través de un modelo de desarrollo que contrasta marcadamente con el de Occidente. El desafío que plantea China a la orden mundial no se limita al ámbito económico; también incluye una guerra ideológica donde la defensa de sus intereses se traduce en una política exterior agresiva. La política de Xi, caracterizada por un aumento en la vigilancia y la represión, se encuentra en directa oposición a los valores democráticos defendidos por Occidente.
4. Tectónica de placas: el difícil encaje de la visión de Xi en el orden mundial postsoviético
Desde que Xi Jinping asumió el liderazgo de China en 2012, la política exterior del país ha tomado un rumbo notablemente preocupante. Bajo su mandato, China ha adoptado una postura cada vez más agresiva en sus relaciones internacionales, lo que ha resultado en tensiones crecientes y conflictos en diversas regiones. Xi ha elegido una estrategia que prioriza la coerción, implementando tácticas depredadoras que han alarmado a muchas naciones, especialmente en Occidente[11]. Este cambio en la política exterior representa un desafío significativo para las democracias y sistemas liberales que intentan adaptarse a las ambiciones cada vez más desafiantes de China en el ámbito global.
La política exterior china bajo Xi se ha caracterizado por un incremento en la asertividad en cuestiones territoriales, particularmente en relación con Taiwán y el mar de China Meridional. En estas áreas, el gobierno de Beijing ha empleado tácticas de intimidación militar y ha formulado reclamaciones territoriales expansivas, adoptando una postura agresiva frente a sus vecinos. Estos actos no solo desafían el orden internacional establecido, sino que también generan un clima de tensión que podría desembocar en conflictos armados.
El pujante nacionalismo de China se ha entrelazado con un discurso oficial que presenta al país como víctima histórica que necesita restaurar su posición en el mundo. Esta narrativa ha permitido al Partido Comunista Chino (PCCh) consolidar su control interno al desviar la atención de problemas nacionales hacia enemigos externos, creando así un entorno propicio para una política exterior más agresiva. La idea del «sueño chino»[12], promovida por Xi, refuerza la percepción de que la restauración del poder e influencia de China es un objetivo nacional que justifica acciones más belicosas en el exterior.
Occidente afronta un desafío multidimensional: las acciones de China no solo suponen un reto militar, sino que abarcan aspectos económicos, tecnológicos y culturales. Las iniciativas de alcance internacional antes mencionadas son un claro ejemplo de cómo China intenta expandir su influencia mediante inversiones en infraestructura a nivel global.
El capital dirigido por el estado chino ha emergido como una herramienta clave en la estrategia geoeconómica de Pekín para afianzar su influencia global. A través de masivas inversiones en activos extranjeros y proyectos de infraestructura críticos, las empresas estatales chinas han expandido significativamente la presencia de China en el extranjero. Desde 2017, el país ha consolidado su posición como el mayor acreedor bilateral del mundo, superando incluso al Banco Mundial y al FMI, lo que le otorga un papel central en la reestructuración de deudas soberanas y la gobernanza económica mundial. Además, las colosales reservas de divisas chinas, gestionadas por fondos soberanos, se emplean para financiar proyectos que refuerzan la competitividad global de China, al tiempo que mitigan sus vulnerabilidades estratégicas.
Bajo el control del partido-estado, las instituciones de inversión alinean los intereses financieros con los objetivos geopolíticos, estableciendo a China como un competidor formidable para Occidente. A la par, el régimen de Xi Jinping ha promovido reformas en la gobernanza financiera internacional, tanto influyendo en organismos como el Banco Mundial, como creando alternativas multilaterales no occidentales, entre ellas el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura y el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS. Estas plataformas permiten a China promover sus preferencias y consolidar su modelo en un orden mundial cada vez más polarizado.
Las prácticas depredadoras de China se manifiestan de diversas maneras. En el ámbito comercial, se ha acusado a Beijing de incurrir en prácticas desleales, como la apropiación de propiedad intelectual y la utilización de subsidios para beneficiar a sus empresas estatales. Estas tácticas han contribuido a la desindustrialización de ciertos sectores en países occidentales y han incrementado la desconfianza hacia las intenciones de China. Además, la coerción económica se ha convertido en una herramienta en su política exterior, donde utiliza su peso económico para presionar a otros estados a alinearse con su agenda.
Otro aspecto preocupante es la creciente influencia china en los organismos internacionales. Xi busca reformar las instituciones globales para que reflejen más los intereses de Beijing, lo que frecuentemente se traduce en la erosión de los estándares democráticos y de Derechos Humanos. La defensa de la soberanía estatal promovida por el régimen de Xi entra en conflicto con principios fundamentales para muchas democracias occidentales, dificultando así la cooperación internacional en temas cruciales como el cambio climático, la salud global y la seguridad.
Frente a estas actitudes amenazantes, Occidente se encuentra ante un dilema considerable: ¿cómo responder a una China que está expandiendo su influencia de manera tan agresiva y depredadora? La comunidad internacional ha intentado establecer un acercamiento pactista que busca integrar a China en el sistema internacional. Sin embargo, a medida que se hacen más evidentes las intenciones de Beijing, este enfoque ha sido cada vez más cuestionado. Las promesas de cooperación y paz se ven socavadas por acciones que demuestran lo contrario.
A medida que las tensiones entre China y Occidente continúan escalando, no se puede descartar la posibilidad de un conflicto armado. La retórica beligerante y las acciones provocadoras de Beijing, combinadas con el potencial de una respuesta militar de Estados Unidos y sus aliados, crean un ambiente de alto riesgo. La situación en Taiwán es particularmente volátil, y cualquier intento de Beijing de llevar a cabo una reunificación forzada podría tener serias consecuencias, no solo para la región, sino para el orden mundial en su conjunto[13].
Las democracias están, pues, abocadas a reevaluar[14] su enfoque hacia China, lo que implica un examen crítico de sus relaciones comerciales y de la cooperación internacional. La dependencia económica de China ha generado vulnerabilidades que deben ser atendidas, junto con la necesidad de diversificar las cadenas de suministro y reducir la dependencia de bienes y servicios provenientes de Beijing. Además, es esencial promover una respuesta coordinada a las prácticas comerciales desleales y defender los derechos humanos para mantener la integridad del orden internacional.
La evolución de estos acontecimientos influirá en el futuro de la gobernanza global, la economía y las relaciones internacionales. La historia[15] ha demostrado que el ascenso de potencias emergentes a menudo conlleva tensiones y conflictos. En este sentido, la súbita irrupción de herramientas chinas de inteligencia artificial (IA) en el dominio tecnológico tradicionalmente hegemonizado por actores estadounidenses, resulta imperativo analizar las implicaciones filosóficas, epistemológicas y éticas que subyacen a esta transformación. La reacción de OpenAI, entidad propietaria de ChatGPT y principal afectada por esta competencia emergente, al acusar a sus contrapartes chinas de utilizar su output para el entrenamiento de sus modelos, no debe ser interpretada meramente como una disputa comercial. Por el contrario, este episodio revela una problemática más profunda y de carácter ontológico: la pretensión de establecer derechos de propiedad sobre el output generado por modelos de IA generativa. Esta postura, aunque aparentemente técnica, encierra una proyección futura en la que una proporción significativa del contenido intelectual y cultural podría quedar sujeto a reclamaciones de propiedad y control por parte de entidades corporativas.
Desde una perspectiva epistemológica, esta dinámica plantea un desafío fundamental al principio de acumulación y progreso del conocimiento. Si el output de los modelos de IA es susceptible de ser apropiado, se corre el riesgo de que el acceso al conocimiento y la capacidad de innovación queden condicionados por los intereses de las corporaciones que detentan dichos derechos. En este escenario, las pequeñas empresas y desarrolladores independientes, cuya labor creativa y tecnológica depende en gran medida de herramientas de IA, podrían verse inmersos en una compleja red de disputas de propiedad intelectual. Más aún, se perfila un horizonte en el que el acto mismo de aprender y construir sobre el conocimiento existente —base fundamental del progreso científico y cultural— podría verse restringido por los intereses estratégicos de las grandes corporaciones tecnológicas.
Este fenómeno, que bien podría tildarse de tecno-feudalismo, representa la consolidación de un paradigma en el que la creatividad y la innovación humanas quedan subordinadas a los designios de un reducido grupo de entidades corporativas. En este marco, no solo se determinaría quién tiene derecho a innovar, sino también qué formas de progreso son consideradas legítimas o aceptables en función de los intereses particulares de estas corporaciones. La analogía con el feudalismo no es casual: así como en el sistema feudal el control sobre la tierra y los medios de producción concentraba el poder en manos de una élite, en el tecno-feudalismo el control sobre los medios de producción intelectual y cultural —encarnados en los modelos de IA— podría conducir a una concentración similar del poder en el ámbito del conocimiento.
En este ámbito, el ascenso económico y tecnológico de China, junto con su vocación expansionista en el ámbito comercial, representa un desafío significativo para los monopolios tecnológicos estadounidenses. Este fenómeno no solo altera el equilibrio de poder en el ámbito tecnológico, sino que también cuestiona la hegemonía cultural unidireccional que ha caracterizado gran parte de la era digital.
[1] Dosch, Jörn. (2021). «China’s Foreign Policy Under Xi Jinping: Aggressive, Assertive or Opportunistic?» The International Spectator, 56(3), 20-36.
[2] Ríos, Xulio. (2019). Xi Jinping: El líder de China. Madrid: Catarata.
[3] Wang, Yi. (2021). «China’s ‘Common Prosperity’ Policy: A Double-Edged Sword.» China Policy Institute: Analysis.
[4] Economy, Elizabeth. (2018). The Third Revolution: Xi Jinping and the New Chinese State. New York: Oxford University Press.
[5] Li, Y. (2022). «The Dual Circulation Strategy and its Economic Implications.» Asian Economic Policy Review, 17(1), 35-54.
[6] Pei, Minxin. (2020). «China’s Governance Model: A Critical Appraisal.» The China Quarterly, 243, 783-804.
[7] Cruz, J. (2021). «El nuevo paradigma de la política exterior china bajo Xi Jinping.» Revista de Relaciones Internacionales.
[8] China denomina a algunos aliados «all-weather» para destacar la solidez y estabilidad de sus relaciones, que perduran a pesar de cambios políticos y económicos. Esta designación refleja un compromiso a largo plazo y la cooperación en intereses compartidos, permitiendo a China diversificar sus alianzas y minimizar riesgos geopolíticos. Países como Pakistán y Rusia son ejemplos de estas alianzas, que se fundamentan en visiones globales afines y regímenes estables.
[9] Paz, G. S. (2006). «Rising China’s “Offensive” in Latin America and the US Reaction.» Asian Perspective, 30(4), 95–112.
[10] Paltiel, Jeremy. (2022). «China’s New Security and Development Strategies.» The China Journal, 87, 1-26.
[11] Ikenberry, G. John. (2018). «The End of Liberal International Order?» International Affairs.
[12] Liu, Mingfu. (2015). The China Dream: Great Power Thinking and Strategic Posture in the Post-American Era. Beijing: CN Times Books.
[13] Anderlini, Jamil. (2021). «China’s Global Influence and the Risk of Overreach.» Financial Times.
[14] Delage, Fernando. (2022). «China: el desafío estratégico en la era de Xi Jinping.» Revista de Estudios Internacionales Mediterráneos, 32, 11-30.
[15] Un ejemplo de esto es la «trampa de Tucídides», que describe la tendencia histórica en la que una potencia emergente desafía a una potencia dominante, lo que a menudo lleva a conflictos. El término, acuñado por Graham Allison, se basa en la observación de Tucídides sobre la guerra entre Atenas y Esparta, donde el temor de Esparta ante el ascenso de Atenas provocó el conflicto. Este fenómeno se refleja en la actual relación entre Estados Unidos y China, donde la creciente influencia china genera inseguridad en Estados Unidos.