Diálogos sobre la lengua (V)

Diálogos sobre la lengua (V). Manuel Díaz Castillo

La relación entre lengua y visión del mundo

Hay muchas lenguas de escaso despliegue morfológico (que presentan ausencia de marcas de género, número, caso, tiempo y modo verbales, ausencia de concordancia, etc.) en las que la posición de la palabra es la relevante para indicar la función que ocupan en el discurso. En muchas de estas no existe género gramatical, como en chino, y probablemente en indoeuropeo —la protolengua de la que derivan la mayor parte de las lenguas occidentales y de la India—, a juzgar por el hetita, la lengua más arcaizante de las de este tronco, que tampoco poseía distinción genérica y era extremadamente pobre en elementos morfosintácticos flexivos (modos, aspectos verbales, etc.) (Rodríguez Adrados, Lingüística estructural, 1974,p. 904).

Mientras tanto, en las lenguas bantú se han descrito 25 o 30 géneros, en un despliegue categorial que va mucho mas allá de la distinción basada en el sexo. Por otra parte, hay lenguas asiáticas como el coreano, japonés y otras del extremo sudoriental, que participando en mayor o menor medida de esta característica, usan categorías idiomáticas basadas en la condición social del hablante, del interlocutor, de la persona de quien se habla o del tema de conversación.

Podría plantearse, en un primer arranque superficial, que el chino apenas tiene consideración por la mujer, o que estas lenguas citadas, después han ahormado la conciencia de los hablantes en un sentido más proclive a la actitud respetuosa hacia los demás. De esta ingenuidad ya participaba con matices W. v. Humboldt: « Puesto que el ánimo del ser humano es la cuna, la patria y el hogar de la lengua, todas las propiedades de esta pasan a aquel de manera oculta y inadvertida para él mismo ».(W. v. Humboldt. Escritos sobre el lenguaje, 1991, p. 65)

En cuanto al interés de algunas lenguas por marcar los dos géneros, y sus posibles consecuencias en la mentalidad dominante, habría que citar el árabe, que distingue masculino y femenino en sustantivos (algunos vocablos son de género común), aunque los morfológicamente marcados son los que pertenecen al género femenino y los no marcados al masculino. Lo interesante es que el árabe lleva la distinción a la conjugación del verbo mediante un sistema de pronombres afijos inherentes a la forma verbal, que se encargan de distinguir en la propia forma verbal la acción realizada por él/ella, ellos/ellas y vosotros / vosotras, lo que no nos resulta demasiado chocante; pero también tú masculino /tú femenino, lo que sorprende a los hablantes del tronco indoeuropeo.

Habría quien defendiera que esta distinción tan escrupulosa debería implicar, en las sociedades que tienen el árabe como lengua vehicular, una mayor consideración hacia el sexo femenino, ya anunciada y predeterminada como apriorismo desde la« forma interior de la lengua » (Innere Sprachform) que Humboldt describió algo misteriosamente: «Al reobrar la lengua sobre el espíritu, la forma auténticamente gramatical suscita la impresión de una

forma, aun cuando la atención no esté dirigida expresamente a ella, y produce una educación formal ». (W. v. Humboldt. op. cit., p. 96)

Sabemos que esta actitud idealista alcanzó enunciados aún más aventurados, especialmente cuando se creyó que las lenguas expresaban peculiaridades nacionales, formas de comportamiento, modos de ser de un pueblo, porque la lengua llevaba en sí misma el conjunto de los conceptos que alguna vez pudiera desarrollar esa nación y las representaciones del mundo que esa comunidad pudiera desarrollar. Goethe llegaba afirmar con evidente ampulosidad, que aprender otra lengua era como tomar posesión del espíritu de esa nación. (Prólogo de J.M. Valverde al libro de Humboldt antes citado, p. 19 ) .

Pero el que una lengua actúe de forma premonitoria sobre el modo de concepción del mundo, o más extensamente considerado, que la lengua moldee las relaciones humanas en una sociedad es algo más discutible.

En este momento, deberíamos recordar una de las hipótesis mejor elaboradas para conciliar lengua y pensamiento. Benveniste ha explorado con lucidez al relacionar las propiedades predicables de un objeto en Aristóteles (Categorías, cap. IV), con ciertas categorías de lengua en griego clásico, es decir, la lista de conceptos que organizan la experiencia, y que serían los siguientes: sustancia, cantidad, cualidad, relativamente a qué, lugar, tiempo, posición, estado, acción o padecimiento. Por poner un ejemplo obtenido del propio Aristóteles y usado por Benveniste, una sustancia como por ej. caballo (retocamos algo el ejemplo originario para mayor claridad) puede medir cinco codos (cantidad); ser blanco (cualidad); ser el doble de grande que otro (relativamente a qué); aparecer frente al Liceo (dónde); ayer (tiempo); permanecer de pie (posición); estar bien herrado (en estado); comer (acción); ser molestado por el sirviente (sufrir). Lo interesante es que Benveniste demuestra que la noción metafísica de ousía (sustancia) representa a los sustantivos, y las siguientes categorías mentales que forman parte del sistema de pensamiento aristotélico y de su herencia en Occidente, se interrelacionan con dos tipos de adjetivos griegos, las propiedades de estos adjetivos como la comparación, denominaciones espaciales y temporales propias de esta lengua, formas del verbo griego como la voz activa y pasiva, etc. El concepto de sustancia, destaquémoslo, la metafísica del « ser » que funda la filosofía griega y occidental está íntimamente relacionado con el modo de comportarse la sintaxis o la derivación griega.

La lengua evidentemente no ha orientado la definición metafísica del « ser », pues cada pensador griego tiene la suya, pero ha permitido hacer del « ser » una noción objetivable, que la reflexión filosófica podía manejar, analizar, situar como no importa qué otro concepto. » E. Benveniste, Problemas de lingüística general , 1974, p. 69, ss

Sin embargo, el pensamiento y la concepción del mundo de una sociedad no están fatalmente condicionados por la lengua —aunque «pensar es manejar los signos de una lengua »—, sinopor las condiciones de la cultura, la organización y capacidad de los miembros de una sociedad.

Volviendo a nuestro eje temático, la presencia o ausencia de distingos de género en las lenguas, parece que ha influido poco en la consideración de las mujeres con relación a los hombres. Hoy apenas hay quien argumente en favor de una tesis que ligue la estima y posición de la mujer en las sociedades islámicas al modo cuidadoso en que la lengua árabe distingue el masculino del femenino aun en la expresión verbal del « tú masculino/tú femenino », antes que a consideraciones históricas, religiosas y en general culturales.

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