Días de furia y… ¿de esperanza?

La mirada puesta en el pasado para analizar el declive histórico de nuestra Nación solo conduce a una falsa determinación de las consecuencias que nos traen la derrota. Para comprender los males endémicos de nuestra Patria basta con fijar la vista en el presente, en nuestro alrededor más inmediato. Identificar a los responsables y a quienes representan la continuidad de la decadencia, nos facilita entender adecuadamente el abismo que se nos presenta.

En pleno siglo XXI España vuelve a estar en la encrucijada de responder con temeridad y entereza ante un enemigo instalado en el propio corazón de la gestión del Estado. Es la hora de los valientes, es la hora de que todo un pueblo se lance a las calles para mostrar su indignación sin justificarla, sin buscar la crítica ineficaz desde la corrección política. Es la hora de romper cadenas y destruir mordazas.

Los días de furia han sido muchas veces, la antesala de los cambios y las transformaciones radicales de una sociedad; el pistoletazo de salida para pasar de la teoría a la praxis. Miles de muertos en apenas cincuenta días y cientos de miles de españoles abocados al desastre económico, son mas que suficientes motivos para poner a buen recaudo a una pandilla de incompetentes sin escrúpulos, gestores cualificados de la envidia, la cochambre y la holgazanería. Una banda más cercana a los antecedentes penales y a la desestabilización de la armonía social que a los madrugones laborales, a las cotizaciones a la Seguridad Social y a levantar la persiana a diario con las manos encallecidas para llevar un sueldo digno a casa.

A lo largo de la historia, los días de furia construyeron el principio del camino. Hoy debieran ser el preámbulo de la defensa de los derechos sociales de los trabajadores, el fin de la dictadura de la administración pública ante autónomos y pymes, el comienzo de una promoción eficaz de nuestro sector agropecuario, la protección de productos españoles ante importaciones sin aranceles, y la primera piedra en la reindustrialización de nuestro tejido productivo.

En los momentos clave de nuestro pasado, las instituciones y los máximos responsables administrativos y militares rara vez han estado a la altura de un pueblo soberano. Permanentemente, el poder ha permanecido en manos de chamanes vendidos al rodillo de las injerencias exteriores. A la hora de la verdad, han sido las mujer y hombres de a pie, los humildes, los desheredados, las amas de casa, los currantes, los alcaldes de Móstoles, las Agustinas de Aragón… quienes han encendido la mecha de la dignidad a toda una Nación.

En pocas semanas estamos pasando del asombro y la sorna con buen humor que siempre acompaña nuestro pueblo, a la indignación más enfurecida. La perdida de las libertades más esenciales, el abuso de poder, el asalto a la administración, la arremetida a los fondos económicos de todos, las vulneraciones de leyes y de los básicos y esenciales controles democráticos… están erosionando el contrato de convivencia y la paz social. Los errores en la gestión de la crisis sanitaria que vivimos parecen no ser fruto sólo y exclusivamente de la torpeza y de la ignorancia, sino que están poniendo de manifiesto la bajeza de querer hacer negocio, favoreciendo a sus acólitos más cercanos, sin el mínimo respeto a las necesidades más elementales de nuestros sanitarios y de los trabajadores de servicios básicos.

Es la hora de apelar a la moral nacional, sacarla de los arcones del olvido, romper con la costumbre de no necesitar de ella y apartar a un lado las aspiraciones de naturaleza profesional, para recordar la condición nacional, la condición de hombres y mujeres libres, de españoles que no sirven a quien vaya contra su propia esencia.

Los pueblos que carecen de una moral nacional nunca serán libres. Están condenados a vivir sometidos a poderes e intereses extranjeros, que los explotarán a través de plutocracias locales integradas por lacayos colaboracionistas.

Toca apelar a los instintos básicos que conforman el sentimiento colectivo, a un patriotismo directo, popular, que no entiende de doctrinas, ni de credos, ni de partidos políticos, para contraponerlo a la machacona y villana propaganda de unos medios de comunicación que actúan como mamporreros del poder. 

En cada época existe un resorte que sirve como instrumento para la grandeza. En esta época ese resorte se encuentra en cada uno de nosotros, en nuestra voluntad, en nuestro afán por cambiar las cosas, en la defensa de nuestros derechos y libertades, en el reclamo de un verdadero escudo social que proteja la economía de nuestras familias. Sin mendigar, reclamando lo que es nuestro, lo que hemos labrado con nuestro trabajo y con nuestro esfuerzo, lo que nos quieren arrebatar los dictadorzuelos instalados en la administración pública.

No existe compromiso con una moral nacional si esta no va a acompañada de una reivindicación económica justa. Este Gobierno y sus anomalías, no tiene fuerza suficiente para revolverse contra el asiento de la economía nacional, de sus mujeres y hombres del campo y la mar, de sus trabajadores, de sus jóvenes y mayores, y de todos los que claman por aferrarse al esfuerzo de toda una vida.

Nuestra economía no es libre, es decir, está impedida de adoptar las formas y de seguir los caminos que más convienen a su propio avance y al bienestar general de toda la Nación. No solo se han visto las deficiencia y huecos de nuestro tejido productivo en manos de las economías extranjeras, sino que habitualmente tiene la losa de un Gobierno inepto.

La justicia por el recuerdo de nuestros abuelos fallecidos en esta epidemia, sin ser atendidos, olvidados y defenestrados, aviva las llamas de la furia. No podemos dejar de recordar la impotencia de muchos y la impericia de otros en la gestión de esta crisis. 

Toca apelar al valor moral de la ruptura, como desapego y rebeldía contra un Gobierno decrépito, traidor e insolidario. Toca apelar al principio obligado de defensa de unas reivindicaciones elementales.

Si los días de esa furia presente en la sociedad se canalizan en la dirección adecuada, provocarán un efecto liberador: de la nación respecto de aquellos que pretenden destruirla; de todo respeto a lo que no merece respeto, de toda posternación ante ídolos vacíos y falsos. Y abrirá un portillo para que se conviertan en días para la esperanza. De lo contrario, reducirán su valor a unas horas de desorden y algarada destinadas a rellenar las páginas de sucesos… 

No es el momento de buscar el camino de la sabiduría, ni de la misión religiosa, ni de la preparación profesional o deportiva. No es el momento de posiciones raquíticas y extenuadas, no es el momento ni siquiera de convivir con la desgracia histórica de España. Es el momento del genio, del vigor extraordinario, de la construcción de una resistencia bien acorazada, de despreciar contubernios y componendas, de dar el golpe definitivo al artilugio político que los partidos tienen montado en su propio y exclusivo beneficio. Es el momento de recobrar la libertad, de vivir en una verdadera democracia y de que impere la justicia. 

Vienen días de furia. Esperemos que se transformen en días para la esperanza.

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