El anarquismo de Bakunin (VII)

El anarquismo de Bakunin (VII). Daniel López Rodríguez

 La Alianza Internacional de la Democracia Socialista  

Bakunin reconocía los méritos de Marx como fundador de la Internacional, en tanto cuadro revolucionario de masas (y no como una secta o una sociedad secreta). Pero se disponía a combatir el autoritarismo de él y los suyos: «Aprovechemos esta ocasión para rendir homenaje a los famosos caudillos del Partido comunista alemán, a los ciudadanos Marx y Engels sobre todo, así como al ciudadano C. F. Becker, nuestro antiguo amigo irreconciliable, que, en la medida en que los individuos pueden crear nada, fueron los verdaderos creadores de la Internacional, y les rendimos este homenaje con tanto mayor agrado, cuanto que pronto nos veremos forzados a combatirlos. La devoción que por ellos sentimos es pura y honda, pero no llega hasta la idolatría, ni nos llevará nunca a colocarnos ante ellos en la actitud de esclavos. Y aun reconociendo plenamente, porque es de justicia, los inmensos servicios prestados por esos hombres a la Internacional y los que le siguen prestando, no nos cansaremos de combatir con todas las armas sus falsas teorías autoritarias, los procedimientos dictatoriales que se arrogan y todas esas intrigas y subterfugios, todos esos manejos vanidosos de míseras personalidades, todas esas injurias sucias e infames calumnias, que son las maneras que suelen distinguir a las luchas políticas de casi todos los alemanes, y que ellos, por desdicha, han arrastrado consigo a la Internacional» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 481).

Bakunin organizó sociedades secretas como la Fraternidad Internacional, la Alianza Socialista Revolucionaria, la Liga de la Paz y la Libertad, la Asociación Revolucionaria Internacional y la Internacional Libertaria. Estas sociedades estaban formadas cada una por un comité ultrasecreto de control que presidía el propio Bakunin, a fin de que fuesen evitadas las «desviaciones autoritarias».

Es de sumo interés anotar que Bakunin era masón: «Entre 1859 y 1864 los Filadelfos apoyaron abiertamente al movimiento revolucionario dirigido por los masones Mazzini y Garibaldi en Italia, gracias a los cuales el anarquista ruso Mikhail Bakunin recibió apoyo cordial e ingresó en la Masonería italiana… Los contactos masónicos de Bakunin en Italia fluyeron en su ideario con ecos de la tradición carbonaria y blanquista» (Ricardo de la Cierva, La masonería invisible, Editorial Fénix, 2010, págs. 526-527). En 1862 Bakunin ingresó en la logia masónica del Grande Oriente de Italia.«Los contactos masónicos de Bakunin en Italia influyeron en su ideario con ecos de la tradición carbonaria y blanquista» (De la Cierva, pág.527).

La ruptura definitiva e irreconciliable entre Marx y Bakunin empezó con la cuestión de las sociedades secretas, de las que Bakunin era partidario, pues desde 1864 intentó integrar a los socialistas europeos en una sociedad secreta, intentándolo de nuevo en 1868 fundando en septiembre la Alianza Internacional de la Democracia Socialista o Alianza Secreta Anarquista, alianza formada por muchos activistas suizos de la Internacional, como por ejemplo el aliado de Marx Johann Philipp Becker, un apasionado de las sociedades secretas. La Alianza era una organización paralela a la Internacional, una organización bakunista cuyo fin era ir contra Marx y los marxistas.  

Fue Becker el que propuso que la Alianza se afiliase a la Internacional, pero Marx convenció al Consejo General de la Internacional para que dicha afiliación no se realizase. Pero en julio de 1868, a sólo dos meses del Tercer Congreso de la Internacional celebrado en Bruselas, se admitió la entrada de Bakunin con la condición de que transformarse la Alianza Internacional de la Democracia Socialista en una sección federada a la Internacional sometiéndose a sus estatutos. Entonces Bakunin decidió disolver la Alianza e introducirse en la Internacional mediante ramas nacionales afiliadas como secciones ordinarias, como sucedió en 1869. 

Marx también se enfrentó, y con éxito, a la Liga de la Paz y la Libertad fundada en Ginebra en 1867 por el saintsimoniano Charles Lemonnier, inspirada precisamente por Bakunin y también por Mazzini y John Stuart Mill.

Cuando un discípulo de Bakunin, Giuseppe Fanelli, viajó a España tras la Revolución Gloriosa de septiembre de 1868 para organizar núcleos en Barcelona y Madrid bajo los estatutos de la AIT aunque con el programa de la Alianza, pues desconocía que ésta había sido rechazada por el Consejo General en Londres, supuso tal confusión que se le acusó a Bakunin de no disolver la Alianza tal y como se le había ordenado. Fue el mismo yerno de Marx, Paul Lafargue, el que hizo dicha acusación, la cual sirvió como prueba de cargo para expulsar a Bakunin de la AIT en el V Congreso celebrado en la Haya en 1872, que el expulsado denominó «el congreso manipulado de La Haya» (Mijaíl Bakunin, Estatismo y anarquía, Utopía Libertaria, Buenos Aires, 2004, pág. 62). 

En el Congreso de Basilea, en 1869, Wilhelm Liebknecht, influenciado por los manejos del revolucionario alemán Sigismund Ludwig Borkheim, acusó a Bakunin de ser agente del Zar. Bakunin pidió al congreso que se organizase un tribunal de honor para que se demostrase tal acusación. Pero Liebknecht no pudo demostrar nada y fue reprendido por el congreso. Liebknecht tendió la mano a Bakunin y éste se la estrechó sin problemas.

Bakunin y sus secuaces eran particularmente activos en España y en el sur de Italia. Al ser totalmente incompatible con la postura dominante -la «marxista»- la Alianza fue expulsada de la Internacional como hemos dicho en 1870 (del mismo modo que serían expulsados los anarquistas de la Segunda Internacional en 1896). Bakunin apostaba por una federación de organizaciones locales semiindependientes ganándose simpatías fundamentalmente en suiza e Italia, España y algo menos en Francia; de ahí la Alianza Democrática que poseía una propia organización interna dentro de la Internacional, aun rebelándose contra el centralismo de la Internacional al optar por la vía federal, es decir, se trataba de una rama de la Internacional que celebraba reuniones públicas en un local aparte y que creaba sus oficinas nacionales en cada país. Y por ello ésta fue prohibida porque una segunda entidad que actuase dentro y fuera de la Internacional destruiría la unidad y la identidad de ésta (una unidad que procuraba ser marxista). Engels se lamentaba del programa teórico de la Alianza de Bakunin y decía que éste se había vuelto un «perfecto buey».

Tanto Marx como Bakunin trastocaron su posición sobre la táctica revolucionaria tras los acontecimientos de 1848 y 1849. Bakunin puso su mirada en lo que vendría a ser terrorismo procedimental. En 1870, de cara a la rebelión de Lyon que precedió a la insurrección comunera del año siguiente, el líder anarquista explica en Cartas a un francés sobre la crisis actual que «no debemos diseminar nuestros principios con palabras sino con hazañas, pues ellas son la forma más popular e irresistible de propaganda»[1]. Marx, en cambio, la puso en un partido revolucionario que no ocultase «sus puntos de vista e intenciones» (Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto del partido comunista, Gredos, Traducción de Jacobo Muñoz Veiga, Madrid 2012, pág. 621). De este modo Marx se opuso al sectarismo y la Internacional era una buena plataforma para depurar al movimiento obrero de elementos mitológicos oscurantistas y confusionarios que contaminasen al movimiento obrero (sin perjuicio de los mitos en los que los marxista estaban imbuidos): «La Internacional se fundó -escribió en 1871- a fin de reemplazar las sectas socialistas y semisocialistas por una auténtica organización de la clase trabajadora, que la habilite para la lucha… El sectarismo socialista y un verdadero movimiento de la clase trabajadora están en razón inversa el uno respecto del otro. Las sectas tienen derecho a existir sólo mientras la clase trabajadora no esté suficientemente madura para organizarse en un propio movimiento independiente; tan pronto como llega este momento, el sectarismo se torna reaccionario… La historia de la Internacional es una batalla incesante del Consejo General contra los experimentos improvisados y las sectas… Hacia fines de 1868, Bakunin se incorporó a la Internacional con el propósito de crear una Internacional dentro de la Internacional y de encabezarla. Para el señor Bakunin, su propia doctrina (una absurda chapucería compuesta de retazaos y fragmentos de opiniones tomadas de Proudhon, Saint-Simon, etc.) era -y continúa siéndolo- algo de importancia secundaria que sólo le sirve como medio de adquirir influencia y poder personales. Pero si Bakunin nada representa como teórico, Bakunin como intrigante ha alcanzado la cima más alta de su profesión… Y en cuanto a su abstención política, todo movimiento en el que la clase trabajadora como tal se enfrente con las clases gobernantes y ejerce presión sobre ellas desde afuera es, por ello mismo, un movimiento político… pero cuando la organización de los trabajadores no está suficientemente desarrollada para arriesgar una lucha decisiva con el poder político dominante… entonces ha de prepararse para ello por obra de una agitación incesante contra los crímenes y locuras de la clase gobernante. De lo contrario, se convierte en un juguete en las manos de ésta, como lo demostró la revolución de septiembre en Francia y, en cierta medida, los recientes éxitos en Inglaterra de Gladstone y compañía» (citado por Isaiah Berlin, Karl Marx: su vida y su entorno, Alianza Editorial, Traducción de Roberto Bixio, Madrid 2009, págs. 214-215).

En una entrevista fechada el 3 de julio de 1871, Marx afirmaba que la Internacional «actúa de forma pública» y «se publican extensos informes sobre sus actividades para todos aquellos que quieran leerlos. Usted puede adquirir nuestro estatutos por un penique, y si se gasta una libra esterlina, puede usted comprar opúsculos en los que puede informarse de casi todo lo que sabemos nosotros mismos» (citado por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, pág. 289). 

Y así resumía las actividades de la Internacional: «la clase obrera sigue pobre en medio del creciente bienestar, y se ve reducida a la miseria en medio del lujo cada vez mayor. Las necesidades materiales atrofian a los obreros la moral y físicamente. Tampoco pueden contar con ayuda exterior. Debido a ello se planteó la imperiosa necesidad de hacerse cargo por sí mismos de su propia causa. Tienen que cambiar las relaciones existentes entre ellos y los capitalistas y terratenientes, lo cual significa que deben transformar la sociedad. Ésta es la meta común de cualquier organización obrera conocida; las ligas de los obreros y campesinos, los sindicatos y las sociedades de ayuda mutua, así como las cooperativas de producción y consumo, no son más que medios para el logro de esta meta. El establecer una auténtica solidaridad entre todas estas organizaciones es tarea de la Asociación Internacional. Y su influencia comienza a hacerse notar por doquier: sus opiniones son difundidas por dos periódicos en España, tres en Alemania, igual número en Austria y en Holanda, seis en Bélgica, y otros tantos en Suiza» (citado por Enzensberger, pág. 292).

Como se dejó dicho en el Congreso aliancista de Saint Imier (Suiza) el 15 de septiembre de 1872, «toda organización de un Poder político, del Poder llamado provisional o revolucionario, no puede ser más que un nuevo engaño y resultaría tan peligrosa para el proletariado como todos los gobiernos que existen actualmente»(citado por Friedrich Engels, «Los bakunistas en acción», https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1873-bakun.htm, 2000). 

Tras su expulsión, Bakunin intentó fundar una Internacional anarquista secreta. Marx estaba convencido de que la lucha contra los bakunistas decidiría el futuro de la Internacional, y así fue, aunque no del modo que él esperaba, porque esta tuvo poco futuro (aunque lo tendría con la Segunda Internacional y sobre todo con la Tercera Internacional promovida por lo que sería el Imperio Soviético). La Alianza bakuniana tenía más semejanzas con la Alianza de la Humanidad de Krause que con la Primera y aún la Segunda Internacional (y no digamos la Tercera). Engels se burlaba de la revoluciones de los aliancistas al consistir éstas en «mantener torneos oratorios y, precisamente por esto, es “permanente”, sin moverse del sitio» (Engels, «Los bakunistas en acción»). 

Continúa…


[1]Citado por Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, España, Barcelona 2017, Pág. 326.

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