El Comité Socialdemócrata de Refugiados

El Comité Socialdemócrata de Refugiados. Daniel López Rodríguez

Nada más llegar a Londres, Marx reanudó su carrera política creando el 18 de septiembre de 1849 el Comité de Apoyo a los Refugiados Políticos Alemanes, institución creada ad hoc para recaudar fondos para los exiliados políticos, reactivando a su vez la Liga de los Comunistas y radicalizándola aún más. En noviembre el grupo empezaría a llamarse Comité Socialdemócrata de Refugiados.

El plan de Marx consistía en ampliar el grupo clandestino que, como el «viejo topo», pudiese salir a la luz en cuanto llegase el momento propicio de la revolución. En la medida en que Suiza no consideraba gratos a los refugiados, éstos afluían en un número cada vez mayor a Londres.

Sin embargo, Marx y Engels compartían las penalidades de los refugiados pero no sus ideas políticas, puesto que el grupo de los refugiados era una masa confusa de las ideas más diversas y contradictorias aunque todos tenían la esperanza de que estallase una nueva revolución que les permitiese volver a casa y al colaborar todos en ese objetivo parecía que el movimiento tenía cierta unidad, pero esa apariencia era una apariencia falaz y todo esfuerzo en poner en marcha semejante acción estaba condenado al fracaso y todas las propuestas eran flatus vocis o papel mojado si se ponían por escrito.

Las discordias intestinas aparecen al momento de poner en marcha cualquier acción. Así que Marx y Engels fueron enfrentándose de modo cada vez más abierto a los refugiados, y en la sesión del 15 de septiembre de 1850 se planteó abiertamente la escisión de la Liga: Marx y Engels junto a Heinrich Bauer, Eccarius, Pfänder (miembros de la vieja guardia) contra Willich, Schapper, Fränkel y Lehmann (entre estos el único que tenía tradición revolucionaria era Karl Schapper, un protorrevolucionario -como lo llamó Engels- que acababa de llegar a Inglaterra tras sufrir los horrores de la contrarrevolución).

En la reunión Marx resumió en los siguientes términos la situación: «La minoría suplanta la posición crítica por la dogmática, la materialista por la idealista. Para ella, el motor de la revolución no es la realidad, sino la voluntad. Allí donde nosotros decimos a la clase obrera: tenéis que pasar por quince, veinte, cincuenta años de guerras civiles y luchas de pueblos, no sólo para cambiar la realidad, sino para cambiaros a vosotros mismos, capacitándoos para el poder, vosotros les decíais: ¡O subimos inmediatamente al poder o nos echamos a dormir! Allí donde nosotros hacemos ver, concretamente, a los obreros de Alemania el desarrollo insuficiente del proletariado alemán, vosotros les aduláis del modo más descarado, acariciando el sentimiento nacional y los prejuicios de casta de los artesanos alemanes, lo cual no negamos que os dará más popularidad. Hacéis con la palabra proletariado lo que los demócratas con la palabra pueblo: la convertís en un icono» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 215).

En la reunión saltaron las chipas, hasta el punto que Konrad Schramm y Willich se retaron en un duelo -que Marx reprobó- que se celebraría en Amberes con Schramm levemente herido.

En enero de 1850 se dedica a transformar la Nueva Gaceta Renana en una revista como sociedad anónima (ahora se llamaría Nueva Gaceta Renana: Revista de Economía Política, que sólo tuvo seis números). En mayo de 1851 Engels podía decir: «Parece que este verano toda la Nueva Gaceta Renana va a acabar en Londres sentada en torno a mi mesa» (citado por Jonathan Sperber, Karl Marx. Una vida decimonónica, Traducción de Laura Sales Gutiérrez, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2013, pág. 242).

Allí estaban comunistas como Ernst Dronke, Ferdinand Freiligrath, Wilhelm Wolff (Joseph Moll murió luchando contra los reaccionarios prusianos en la revolución). También estaban otros comunistas como los ex oficiales prusianos Joseph Weydemeyer y August Willich, y jóvenes radicales como Wilhelm Pieper, Peter Immandt y Wilhelm Liebknecht (padre del espartaquista Karl Liebknecht: el nombre de Karl es en homenaje a Marx), refugiados políticos que se pasaron al comunismo en su exilio londinense. Marx también se dedicaba a dar conferencias en la Unión Educativa de Obreros Alemanes.

En el último número de la Nueva Gaceta Renana: revista de economía política, en noviembre de 1850, Marx y Engels hacían la siguiente reflexión sobre las condiciones de la revolución: «Mientras dure esta prosperidad general en que las fuerzas productivas de la sociedad burguesa permite, no puede hablarse de verdadera revolución. Las revoluciones de verdad sólo estallan en aquellos períodos en que chocan entre sí estos dos factores: las fuerzas productivas modernas y el régimen burgués de producción. Las discordias en que están empeñados al presente los representantes de las diversas fracciones del orden, en el continente europeo, distan mucho de dar de base a una nueva revolución; lejos de eso, existen por la misma estabilidad momentánea de la situación y por el carácter tan burgués que ésta tiene, aunque la reacción lo ignore. Contra ella se estrellarán todos los esfuerzos de la reacción por contener el proceso de la dinámica burguesa como se estrellarán también todas las explosiones de indignación moral y todas las proclamas apasionadas de los demócratas. La nueva revolución sólo podrá desencadenarse a la sombra de la nueva crisis. Y tan inevitable serán la una como la otra» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 216).

Ésta sería la última colaboración local entre los dos grandes camaradas, que no reanudarían hasta veinte años después: Engels partiría hacia Manchester para ingresar en las oficinas de la fábrica de hilados Ermen & Engels, y Marx permanecería en Londres consagrándose a sus estudios de economía política.

En febrero de 1851 Engels le escribía a Marx: «cada vez se convence uno más de que la emigración acaba por convertir fatalmente en mentecato, idiota y vil bellaco a todo el que no se retrae por completo de ese ambiente y se refugia en la posición del escritor independiente, sin andar preguntando por el que llaman partido revolucionario a diestra y siniestra» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 217).

Y Marx le respondía: «A mí me agrada mucho este aislamiento público en que nos encontramos ahora tú y yo. Se ajusta totalmente a nuestra posición y a nuestros principios. Eso de andarse haciendo concesiones mutuas, de tener que aguantar por cortesía todas las mediocridades y de compartir ante el público con todos estos asnos el ridículo que echan sobre el partido, se ha acabado» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 217).

Y a su vez Engels le contestaba: «Por fin, volvemos a tener -por vez primera, desde hace mucho tiempo- ocasión de demostrar que nosotros no necesitamos de popularidad ni del apoyo de ningún partido de ningún país, y que nuestra posición está por entero al margen de todas esas miserias. En adelante, sólo seremos responsables de nosotros mismos… por lo demás, en el fondo no tenemos grandes razones para lamentarnos de que esos pétits grands hommes nos huyan; pues ¿no nos hemos pasado tantos y tantos años aparentando que fulano y Mengano eran de nuestro partido, cuando en realidad no teníamos partido alguno, y gentes a quienes tratábamos como si fuesen del nuestro, oficialmente al menos, ignoraban hasta los primeros rudimentos de nuestros trabajos?» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 217).

De modo que Marx y Engels decidieron apartarse hacia una «cierta soledad», como decía Engels; y no ya para caer en la implantación gnóstica de la filosofía sino para abandonar las estériles disputas contra los refugiados y dedicarse al estudio en profundidad de la situación política, social e internacional y, desde la implantación política de la filosofía, volver en el momento en que hubiese un público capaz de comprenderles. Sin embargo, esta soledad no fue tan solitaria y en la correspondencia que Marx y Engels mantuvieron durante esos años todavía resonaban las disputas entre los refugiados.

Joseph Weydemeyer, que había luchado en la revolución alemana como redactor de un periódico democrático de Frankfurt, emigró a Estados Unidos. Marx y Engels se lamentaban de la marcha de este personaje, pero al mismo tiempo consideraban que ésta podía tener sus ventajas, como así lo afirmaba Engels: «Una persona solvente como él es precisamente lo que nos faltaba en Norteamérica, y, al fin y al cabo, Nueva York también está en el mundo, y Weydemeyer es hombre del que puede uno estar seguro de encontrarle siempre que se le necesite» (citado por Mehring, Carlos Marx, págs. 222-223).

Finalmente Weydemeyer embarcaría hacia Nueva York en el Havre el 29 de septiembre de 1851, con lo cual pasaría cuarenta días de travesía tormentosa.

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