Un conflicto inevitable
Poco después del triunfo de la revolución china, Franz Borkenau, ex miembro del Partido Comunista Alemán y ex agente de la Komintern, que dejaría en 1929, advirtió que el conflicto chino-soviético sería inevitable porque ambos regímenes «totalitarios» tenderían a extender su dominio absoluto hasta donde soportasen sus fuerzas, y por ello la unidad del bloque comunista sólo sería posible basándose en el dominio, esto es, en la hegemonía de una de las dos potencias en detrimento de la otra, lo cual implicaba la Realpolitik de la dialéctica de Estados y no la fantasía de la unión proletaria internacional. De modo que tal unidad iba a incubarse en tal dialéctica y no en la igualdad. En tal coyuntura, soviéticos y chinos se asemejaban a Alejandro y Darío: «Así como en el cielo no caben dos soles, en la tierra no caben Alejandro y Darío».
La coalición militar liderada por Estados Unidos (la OTAN) mantuvo su unidad mientras que el bloque comunista se desmembraba en menos de dos décadas desde la revolución china de 1949 (y también en una fecha tan temprana como 1948 con la rivalidad entre la URSS y la Yugoslavia titoísta). Si Estados Unidos pudo tratar a sus aliados como vasallos al ser notablemente más débiles, la URSS no pudo tratar a China como si se tratase de una potencia subordinada. Si Alemania en la periferia occidental y Japón en la periferia oriental recuperaron con notable éxito su prosperidad económica gracias a la alianza con Estados Unidos (potencia que era percibida como una representación del futuro y que por eso debía ser imitada en lo que en este sentido no sólo era percibida sino que se comportaba con estos países como un Imperio generador), la URSS recelaba de China y China aún más de la URSS, pues para los chinos «Rusia» significaba «la tierra hambrienta», y tras una década de la revolución china el gobierno de Pekín desafió abiertamente la supremacía ideológica de Moscú e hizo despertar el sentimiento tradicional de contemplar como bárbaros a sus vecinos del norte.
Asimismo, si Estados Unidos aprovechó las circunstancias para avivar el fuego del conflicto chino-soviético, China también aprovecharía a su modo la coyuntura para fomentar aún más el enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
Como se ha dicho, «Las semillas de la escisión sino-soviética fueron sembradas en la guerra de Corea porque los soviéticos insistieron en que les pagaran su ayuda y se negaron a prestar apoyo en el combate. La contienda también fue un detonante del rápido y contundente rearmamento de Estados Unidos, que restauró el desequilibrio en Europa Occidental con un gran paso hacia la situación de fuerza que exigía la doctrina de contención estadounidense»[1].
La alianza chino-soviética
El conflicto chino-soviético se remonta al conflicto chino-ruso, ya que la Rusia zarista, al igual que Gran Bretaña y Francia, también tuvo sus incursiones en territorio chino, ya desde tiempos de Pedro el Grande. En 1914 Nicolás II estableció un protectorado en Tannu Tuva, que la URSS se anexionaría en 1944. En 1945 el Ejército Rojo tomó Manchuria y el norte de China, reorganizando así el extremo oriente zarista de 1900. El Ejército Rojo permaneció en Sinkiang hasta 1949 y en Port Arthur hasta 1955.
El 14 de agosto de 1945 la URSS firmó un tratado de amistad y asistencia mutua sino-soviética con la China de Chiang Kai-Shek, es decir, con la China nacionalista del Kuomintang. Cosa que puso el grito en el cielo de Mao, que vio tal acción de los soviéticos como una traición. «El partido comunista chino había sido fundado en 1921, bajo los auspicios de Moscú y la Komintern. Sin embargo, Stalin prefería trabajar en sociedad con el Kuomintang, pues lo creía más poderoso, capaz de derrotar a los caudillos, unificar el país y, con ello, de forma “inintencionada”, preparar China para el comunismo. Aunque estaba convencido de que los comunistas chinos no estaban listos, militar o políticamente, para entrar en la competencia por el poder, no por ello renunciaba Stalin a su visión de una futura revolución (que, de hecho, llegó mucho antes de lo que preveía)»[2].
Pero una vez que el primero de octubre de 1949 se consumó la revolución comunista china, la URSS fue la primera potencia en reconocer a la nueva China, seguido por el Reino Unido, la India y Birmania. La URSS potenció la industrialización China y en 1953 sería anunciado un Plan Quinquenal y así, durante un breve tiempo, la gestión económica china se impregnó de ideas estalinistas. Y precisamente la desestalinización inició el conflicto chino-soviético (aunque éste podría haber estallado con una URSS estalinista o al menos no tan radicalmente desestaliniza).
En mayo de 1948 Stalin le dijo a Iván Kovelev, el envidado principal de la URSS en China, que había que prestar a los comunistas chinos toda la ayuda posible. «Si el socialismo triunfa en China y nuestros países siguen un único camino, la victoria del socialismo en el mundo quedará prácticamente asegurada. Nada nos amenazará»[3]. De hecho, entre la URSS y China llegarían a controlar a la mitad de la población del planeta entonces existente. Pero, como veremos, la URSS y China no siguieron un único camino y la escisión provocó la derrota del socialismo en el mundo.
El 4 de febrero de 1950 chinos y soviéticos anunciaron en Moscú una alianza en la que las dos partes se comprometían a responder a cualquier ataque de Japón o de «cualquier otro estado que, directa o indirectamente, se una a Japón»[4]. Y así, el 14 de febrero ambas potencias firmaron un tratado sino-soviético de amistad, alianza y asistencia mutua, el cual advirtió al gobierno de Estados Unidos que la nueva China se alineaba a favor de la URSS en la Guerra Fría. Los soviéticos, además, le concedieron a los chinos un préstamo de 300 millones de dólares y se comprometieron a devolver Port Arthur y el ferrocarril manchú en 1952. A cambio los soviéticos pidieron el acceso exclusivo a las industrias, finanzas y comercios de Manchuria y Xinjang. Asimismo exigieron que los ciudadanos soviéticos residentes en China estuviesen exentos de la ley local. Esto no agradó a Mao, que vio en dichas exigencias como propias del imperialismo.
El bloque comunista chino-soviético era tan extenso como el Imperio Gengis Kan. Pero esta alianza sólo perseveró durante diez años. Como dice un proverbio chino, «Toda amistad es cambiante, sólo el interés personal es constante». Y eso en las relaciones internacionales se manifiesta perfectamente.
Condena al «revisionismo» del XX Congreso del PCUS
El conflicto chino-soviético fue el gran cisma de oriente en los tiempos de la Guerra Fría. En Asia la mayoría de los partidos comunistas se posicionaron a favor de China. En la India el partido estaba dividido y en Indonesia, bajo la tutela china, fracasó el intento de tomar el poder. El Partido Comunista de Mongolia era casi el único en tomar partido por la URSS.
La reacción del gobierno chino a la condena de Stalin en el XX Congreso del PCUS fue adversa. Los maoístas se proclamaron, frente a la deriva soviética tras el XX Congreso, como los campeones de los ideales del comunismo contra el «revisionismo moderno» o «revisionismo oportunista», es decir, contra la desestalinización, como advirtió Mao en 1958. La disputa propagandística iba día a día subiendo el tono de vituperios.
Los chinos eran discrepantes con la doctrina de Jruschov de la «coexistencia pacífica» con el capitalismo y la «victoria sin guerra e inevitable del socialismo». Cosa que Jruschov sinceramente creía, al estar convencido de que el estilo de vida socialista sería imitado por los llamados «países no alineados». Como táctica coyuntural esto era aceptable para los chinos, pero no como estrategia, pues pensaban que el capitalismo acabaría derrumbándose por sus propias contradicciones, de acuerdo con la ortodoxia marxista.
Los chinos argumentaban que los señores del Kremlin se habían apartado de las enseñanzas de Lenin (y de Clausewitz) de que la guerra es la continuación de la política por otros medios, y que se habían «ablandado» dejándose llevar por la «capitulación» frente al bloque capitalista por temor a un conflicto nuclear. El revisionismo desestalinizador, pensaban los chinos, era imprudente tanto en la política interior soviética como de cara a afrontar los retos de la dialéctica de Estados. Luego más que a nivel doctrinal e ideológico en cuestiones relativas a la correcta interpretación del marxismo-leninismo, el conflicto chino-soviético empezó a andar por cuestiones de política real pura y dura, por cuestiones de dialéctica de Estados, esto es, por cuestiones territoriales, por la autonomía o los intereses nacionales, por las aspiraciones de ambas potencias. Porque se trataba, realmente, de un conflicto entre dos potencias que querían imponer su hegemonía en Asia.
En la década de 1920 los soviéticos crearon un país satélite, la República Popular de Mongolia (la primera república popular), y por ello entre China y la URSS había una frontera de más de 6.500 kilómetros, la frontera más extensa del mundo; por lo tanto el potencial de fricción corticalentre ambas potencias era elevado. En 1960 las autoridades soviéticas denunciaron 5.000 violaciones de la frontera por parte de los chinos, y en 1969, en el que los enfrentamientos y víctimas se incrementaron, los chinos empezaron a referirse al régimen soviético como «dictadura fascista», y por ello empezaba a prepararse para la guerra. Otro encontronazo sería la disputa por determinados territorios, ya que los chinos le reclamaron a los soviéticos un millón de kilómetros cuadrados que le fueron arrebatados a China en la época de los zares.
En abril de 1960, a propósito del aniversario del nacimiento de Lenin, se publicó un texto en Pekín donde se contraponía el «leninismo» al «moderno revisionismo». En julio las autoridades soviéticas ordenaron a sus técnicos que se retirasen de China.
En noviembre de 1960 se celebró en Moscú una conferencia de 81 partidos comunistas del mundo donde quedaron patentes las diferencias chino-soviéticas, pues China propuso que la victoria del comunismo debía alcanzarse bajo el principio leninista de la guerra, mientras que los soviéticos defendieron la «coexistencia pacífica». Y esto era visto por los chinos como una vía «revisionista». A su vez, los chinos discrepaban de que Moscú fuese el centro único y monolítico del comunismo y propusiese que se debía ir a los «comunismo nacionales».
El gobierno chino reprochó al soviético su conducta aventurera de la crisis de Berlín y en la crisis de los misiles en Cuba y por asumir una postura conciliadora en el conflicto chino-indio de octubre noviembre de 1962. Ese mismo año el conflicto empezó a avivarse cuando 60.000 kazajos emigraron desde la provincia china de Sinkiang a zonas soviéticas. Definitivamente China ya no formaba parte del bloque soviético en la Guerra Fría y actuaba como una potencia agresiva y hostil a la Unión Soviética. El gran beneficiado de tal situación era, sin duda, Estados Unidos.
El 25 de febrero de 1964 se iniciaron unas negociaciones para solucionar los problemas. Pero las negociaciones se suspendieron en el mes de agosto sin que se llegase a acuerdo alguno.
En agosto de 1964 Mao contestó a unos socialistas japoneses que el régimen soviético era imperialista al anexionarse Rumanía, Alemania oriental y Polonia expulsando a las poblaciones locales. Añadió que por el momento no quería presionar a la URSS por Mongolia, pero sostenía que la URSS, por justicia, debía devolver las islas Kuriles a Japón. Con su actitud Mao estaba yendo más allá de lo que decía John Foster Dulles. Los soviéticos procuraron movilizar el apoyo internacional a fin de aislar a los chinos, pero no consiguió apoyos adecuados.
Cuando el 21 de agosto de 1968 las tropas soviéticas (junto a tropas de Alemania del Este, de Polonia y aún de Hungría) tomaron Checoslovaquia el primer ministro de la República Popular China, Chu-En-lai, afirmaría que la invasión era el más descarado ejemplo de Política fascista de poder.
China y la bomba atómica
Stalin siempre se negó a revelar el secreto de la bomba atómica a los chinos, de ahí que se pueda decir que el conflicto chino-soviético empezó con la negativa soviética de compartir secretos atómicos con los chinos (por tanto, como decíamos antes, el conflicto entre ambas potencias pudo estallar también con una URSS estalinista). En 1956 Nikita Jruschov pondría en marcha un programa de energía nuclear en cooperación con China, con fines pacíficos. Con esto Jrushov esperaba ganarse a Mao en la lucha por el poder postestalinista.
En un comunicado oficial, Moscú informaba a Pekín de no entregarle un prototipo de bomba atómica del que se había comprometido en octubre de 1957. El gobierno chino le reprochó a la administración de Jruschov haber firmado junto a Estados Unidos en agosto de 1963 la prohibición de realizar pruebas nucleares en la atmósfera. En junio de 1963 los comunistas chinos redactaron una respuesta a una carta abierta del Comité Central del PCUS donde daban a conocer una serie de 25 puntos en los que se resumían sus posiciones políticas y teóricas. Y allí, entre otros asuntos, podía leerse que «no puede afirmar que con la aparición de las armas nucleares la posibilidad o la necesidad de emprender revoluciones sociales o nacionales disminuya o que los principios fundamentales del marxismo-leninismo, y en particular sus teorías sobre la revolución proletaria, sobre la guerra y sobre la paz, se hayan superado y se hayan transformado en dogmas caducos»[5].
Pero en 1964 China ya tenía armamento nuclear y junto a su numerosa población (de los 590 millones de 1950 se pasaría a 835 millones en 1975) incrementaría su influencia internacional, y en una supuesta guerra nuclear el número de habitantes que sobreviviría obviamente sería mayor al de otros países. Según se cuenta, Mao le dijo al dirigente comunista italiano Palmiro Togliatti: «¿Quién le ha dicho que Italia vaya a sobrevivir? Quedarán trescientos millones de chinos, y eso bastará para la continuidad de la raza humana»[6].
El cenit del conflicto chino-soviético se alcanzó en marzo de 1969 junto a la frontera del río Ussuri, en Siberia, cerca de grandes bases de abastecimiento soviéticas y alejadas de los centros de comunicación chinos, entre la frontera china de la provincia de Heilungkiang y el territorio de Sikhota Alin al extremo oriente de la URSS. La frontera de tal zona se reguló con los tratados de Aigun en 1858 y de Pekín en 1860 que impuso Rusia a una débil China (en pleno «siglo de las humillaciones», tras guerrear contra Francia y Gran Bretaña en 1856-1858). China apuntó que estos tratados eran «desiguales».
A lo largo de los 6.000 kilómetros de la frontera chino-soviética llegaron a concentrarse 40 divisiones del Ejército Rojo. Finalmente no hubo resolución atómica del conflicto, aunque desde 1983 los soviéticos colocaron en la frontera con China 279 misiles de medio alcance.
En abril volvieron a producirse encontronazos en la frontera de Sinkiang y la república soviética de Kazajistán, que desembocó en una fuerte lucha el 13 de agosto en la que los chinos padecieron numerosas bajas. Dos días después hubo protestas antisoviéticas ante tales hechos. En la URSS la prensa arremetió contra los chinos. Hubo muchísima tensión y los chinos temieron que los soviéticos respondiesen con una ofensiva a gran escala.
En la crisis de 1969 todos los ministerios chinos se trasladaron a las provincias, aunque el primer ministro Chu-En-lai permaneció en Pekín. El 8 de septiembre, después de acudir al entierro de Ho-Chi-Minh en Hanoi, Kosygin se entrevistó con Chu-En-lai en Pekín. El encuentro, sin que se resolviese con un gran acuerdo, sirvió para que el 20 de octubre volviesen a empezar en Pekín las conversaciones sobre cuestiones fronterizas, pero la incertidumbre seguía prolongándose así como las posiciones ideológicas se alejaban sin remedio y cada vez había menos coincidencias políticas.
[1]Henry Kissinger, Orden mundial, Traducción de Teresa Arijón, Debate, Barcelona 2016, Pág. 297.
[2]Robert Gellately, La maldición de Stalin, Traducción de Cecilia Belza y Gonzalo García, Pasado & Presente, Barcelona 2013, Pág. 219.
[3]Citado por Robert Gellately, La maldición de Stalin, Traducción de Cecilia Belza y Gonzalo García, Pasado & Presente, Barcelona 2013, Pág. 412.
[4]Citado por Giuliano Procacci, Historia general del siglo XX, Traducción Guido M. Cappelli con la colaboración de Laura Calvo, Crítica, Barcelona 2010, Pág. 340.
[5]Citado por Giuliano Procacci, Historia general del siglo XX, Traducción de Guido M. Cappelli con la colaboración de Laura Calvo, Crítica, Barcelona 2010, Pág. 433.
[6]Citado por Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, Traducción de Juan Faci, Jordi Ainaud y Carme Castells, Crítica, Barcelona 2012, Pág. 233.