El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte

El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Daniel López Rodríguez

El 10 de diciembre de 1848 se celebraron en Francia las elecciones generales con sufragio universal masculino en las que se impuso Carlos Luis Napoleón Bonaparte, Napoléon III, también conocido como «la Esfinge de las Tullerías», «Napoléon le Petit», «el sobrino de su tío», o «el falso Bonaparte» como lo llamaba Marx (de hecho, en abril de 2014 se descubrió, por pruebas de ADN, que Napoleón III no era sobrino de Napoleón I).

Luis Bonaparte, «un masón carbonario rodeado consejeros sansimonianos» (Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, Espasa, Barcelona 2017, pág. 305), llegaría a ser el emperador de Francia «por la gracia de Dios y la voluntad nacional», y adoptaría el nombre de Napoleón III.

Luis Bonaparte ganó con 5,5 millones de votos de los 7,4 millones registrados, es decir, consiguió un 75% de los votos. Louis-Eugène Cavaignac, el represor del proletariado sublevado de los días de junio de 1848 y su rival más cercano, consiguió unos 900.000 votos. El lema de campaña de Luis Bonaparte rezaba: «No más impuestos, abajo los ricos, abajo la República, larga vida al Emperador». Con estas promesas Luis Bonaparte pretendía restaurar el orden tras unos meses de disturbios y agitación política, imponer un gobierno fuerte que asegurase la consolidación social y la grandeza nacional (imperial) de Francia.

Luis Bonaparte representaba a la clase más numerosa de Francia, que eran los campesinos parcelarios, pues si los Borbones eran la dinastía de los grandes terratenientes y los Orleans la dinastía del dinero, «los Bonaparte son la dinastía de los campesinos, es decir, de las masas populares francesas» (Karl Marx, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Traducción de Elisa Chuliá, Alianza Editorial, Madrid 2003, pág. 160). Y como diría el propio Marx en 1871, el campesinado francés era bonapartista «porque la gran revolución, con todos los beneficios que le había conquistado, se personificaba para él en Napoleón» (Karl Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», en La Comuna de París, Akal, Madrid 2010, pág. 45).

Luis Bonaparte tuvo el apoyo del Partido del Orden (Parti de l’Ordre), que era contrarrevolucionario en el campo y que también estaba compuesto por obreros resentidos por la violencia que los republicanos liberales emplearon contra ellos tras el fracaso de la insurrección proletaria de junio. Luis Bonaparte se apoyó en la masa campesina puesto que la misma no estaba «envuelta directamente en la lucha entre el capital y el trabajo» (Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», pág. 34).

De hecho, Napoleón III pudo formar un gobierno apoyándose en los campesinos porque «era la única forma de gobierno posible, en un momento en que la burguesía había perdido ya la facultad de gobernar el país y la clase obrera no la había adquirido aún» (Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», pág. 34).

Las condiciones del campesinado mejoraron considerablemente durante el Segundo Imperio a raíz del manifiesto progreso de los medios de comunicación que aproximó la oferta a la demanda. Como se ha dicho, «en realidad, la existencia del segundo Imperio dependía muy principalmente del talento con que supiera resolver el problema de enfrentar y neutralizar recíprocamente a la burguesía y al proletariado» (Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 328).

En mayo de 1849 la Segunda República francesa celebró elecciones legislativas de las que salieron triunfadores los monárquicos, y así la nueva Asamblea Nacional favoreció a la enseñanza eclesiástica aprobando además la intervención militar contra la República Romana para volver a poner al Papa donde estaba. También se dedicó a limitar la libertad de prensa y de reunión, y al temer por el avance de los republicanos radicales aprobó una ley electoral que impedía votar a aquellos que no habían vivido tres años seguidos en el mismo municipio, lo que afectó a unos tres millones de obreros sin domicilio estable.

En 1851 a la burguesía francesa se le presentaba el dilema de ser una de dos cosas: «o una caricatura de imperio, el pretorianismo y la explotación de Francia por una banda de aventureros, o la república socialdemócrata, y la burguesía se inclinó ante la banda de aventureros, para, bajo su égida, poder seguir explotando tranquilamente a los obreros» (Friedrich Engels, Dialéctica de la naturaleza, Traducción de Wenceslao Roces, Grijalbo, Barcelona, Buenos Aires y México D.F 1979, pág. 213).

El 31 de mayo de aquel año la Asamblea Nacional votó una ley que transformó el sufragio universal masculino por el voto censitario. Esto hizo que la masa electoral perdiese tres millones de votantes, entre los que destacaban artesanos y obrero estacionales.

Cuando el 2 de diciembre de 1851 Luis Bonaparte dio el golpe de Estado lo hizo en nombre del sufragio universal y como defensor de la democracia contra la Asamblea Nacional que defendía el voto censitario. De modo que la victorial electoral de Luis Bonaparte se consumaría con el golpe de Estado, el cual -por lo demás- fue posible por el fuerte poder que la constitución de noviembre de 1848 daba a la figura del presidente, pues a pesar de recoger los principios democráticos como el sufragio universal, la libertad de prensa, la abolición de la esclavitud en las colonias y la enseñanza primaria pública y gratuita, era una constitución que al mismo tiempo daba plenos poderes al presidente del Gobierno, siendo en esto una constitución con cierto toque de autoritarismo y conservadurismo, aunque la constitución limitaba el mandato presidencial a sólo cuatro años sin posibilidad para presentarse a la reelección.

Por ello, el 14 enero de 1852 la nueva constitución que Luis Bonaparte impuso tras el golpe de Estado incrementó el poder ejecutivo en detrimento del poder legislativo que fue dividido en tres cámaras: Asamblea Nacional, Senado y Consejo de Estado. De paso se prolongó el mandato presidencial en diez años.

Marx describió el golpe de Estado de Luis Bonaparte como una victoria del poder ejecutivo frente al poder legislativo; pues, según él, se trataba de la victoria de un grupo dominante sobre el órgano representativo de la burguesía en conjunto. «La revolución de febrero conmocionó, sorprendió a la vieja sociedad, y el pueblo proclamó este inesperado golpe de mano como un hecho histórico con el cual se inauguraba la nueva época. Pero el 2 de diciembre la jugada de un truhán ha escamoteado la revolución de febrero, y lo que parece derribado ya no es la monarquía, sino las concesiones liberales conquistadas a ésta en luchas seculares. La sociedad no se ha apoderado de un nuevo contenido; antes bien, parece sencillamente que el Estado ha vuelto a su forma más arcaica, al dominio descaradamente simple de los sables y las sotanas. Así responde el coup de tete (“golpe de cabeza”) de diciembre de 1851 al coup de main (“golpe de mano”) de febrero de 1848. Lo acopiado se ha derramado. Entretanto, este intervalo de tiempo no ha pasado en balde. Entre 1848 y 1851 la sociedad francesa ha recuperado, concretamente de modo acelerado porque lo ha hecho a través de la revolución, los estudios y las experiencias que de acuerdo con un desarrollo regular, es decir, académico, deberían haber precedido a la revolución de febrero para que ésta fuera algo más que una conmoción de la superficie. La sociedad parece ahora haber retrocedido hasta colocarse ante su punto de partida; en realidad tenía que crearse primeramente el punto de partida revolucionario, la situación, los contextos, las condiciones bajo las cuales únicamente puede prosperar seriamente la revolución moderna» (Marx, El dieciocho Brumario, págs. 37-38).

Y así concluye El dieciocho Brumario: «Bonaparte lleva el caos a toda la economía burguesa, toca todo lo que la revolución de 1848 le parecía intocable, hace a unos resignarse ante la revolución y a otros a ansiarla, y provoca la anarquía en el mismo nombre del orden, mientras simultáneamente despoja a toda la máquina del Estado del halo de santidad, la profana, la hace repugnante y ridícula por igual. En el culto a la túnica imperial napoleónica repite en París el culto a la sagrada túnica de Tréveris. Pero si finalmente la túnica imperial cae sobre los hombros de Luis Bonaparte, la estatua de bronce de Napoleón se desmoronará desde lo alto de la columna Vendôme» (Marx, El dieciocho Brumario, pág. 175).

En noviembre se celebró un plebiscito cuyo resultado hizo que se fundase el Segundo Imperio Francés el 2 de diciembre de 1852, justo un año después del golpe de Estado. En el plebiscito, bajo el lema «paz perpetua y justicia social», los votos a favor del Imperio fueron el 92%, y así creían que el país recobraría la grandeza que se perdió tras Waterloo y el Congreso de Viena. Por tanto la Segunda República fue la semilla del Segundo Imperio. Con la subida de Napoleón III al poder Francia pasó a ser una potencia revisionista que pretendía romper el Congreso de Viena.

Hasta 1869 Napoleón III gobernó sin oposición a través del control policial y la censura de prensa, para que así Francia se recuperase económicamente. El ascenso de Napoleón III como emperador de Francia (y el posterior ascenso de Bismarck como primer ministro de Prusia) puso fin a la época de Metternich. En el Congreso de Viena se prohibió que los Bonaparte se sentasen en el trono francés, pero sería Austria la primera en aceptar los hechos una vez que éstos ya estaban consumados (aunque biológicamente, como se sabe ahora, Luis Bonaparte no fuese sobrino de su tío).

Luis Bonaparte era visto por los reaccionarios como un freno contra el socialismo, y a su vez era visto por los republicanos y los socialistas como un freno contra los reaccionarios monárquicos y los grandes terratenientes. En estas circunstancias se declaró Emperador del Segundo Imperio Francés con el nombre de Napoleón III. Como diría Engels en 1891, «Luis Bonaparte quitó a los capitalistas el poder político con el pretexto de defenderles, de defender a los burgueses contra los obreros y, por otra parte, a éstos contra la burguesía; pero, a cambio de ello, su régimen estimuló la especulación y las actividades industriales; en una palabra, el auge y el enriquecimiento de toda la burguesía en proporciones hasta entonces desconocidas. Cierto es que fueron todavía mayores las proporciones en que se desarrollaron la corrupción y el robo en masa, que pululaban en torno a la corte imperial y se llevaban buenos dividendos de este enriquecimiento» (Friedrich Engels, «Introducción a la edición alemana de La guerra civil en Francia, publicada en 1891», en La Comuna de París, Akal, Madrid 2010, pág. 82).

Tras el golpe de Estado del 18 brumario de Luis Bonaparte, el proletariado francés quedó completamente disuelto y sus dirigentes recluidos, expulsados o reducidos al silencio. Durante los diez primeros años del Gobierno de Napoleón III no hubo en Francia ningún partido o movimiento obrero digno de destacar o siquiera mencionar. No sería hasta después de las elecciones de 1863 cuando la oposición al régimen napoleónico empezó a funcionar con asociaciones y múltiples huelgas por las cuales Napoleón III se vio obligado a llevar a cabo nuevas concesiones, legalizando los sindicatos y el derecho de huelga. Asimismo, Napoleón III «mantuvo vigilada a la Masonería a la que impuso como gran maestro al príncipe Luciano Murat. En estos momentos la Masonería sufre una bifurcación; por una parte mantiene su influjo liberal en las clases burguesas y profesionales, por otra alienta la creación de una rama proletaria e internacionalista que… hizo su aparición revolucionaria en la Comuna de París de 1871 y en las tres Internacionales revolucionarias» (Ricardo de la Cierva, La masonería invisible, Editorial Fénix, 2010, pág. 421).

El régimen de Napoleón III fue «un régimen de franco terrorismo de clase y de insulto deliberado contra la vile multitude» (Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», pág. 33).

Marx criticaba con dureza a Napoleón III, y según una anécdota que narraría a principios del siglo XX Franziska Kugelmann, para Marx «Napoléon le premier a eu génie – Napoléon le troisìene a Eugénie [Napoleón I tenía genio, Napoleón III tenía a Eugenia, su esposa la emperatriz]» (citado por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, pág. 257). «El falso Bonaparte, aquel que es el sobrino de su tío, sin ser el hijo de su padre [ni sobrino de su tío, como ya sabemos], aparecía como legítimo frente a este legítimo Bonaparte; tanto es así que aún hay franceses que dicen: “L’autre est plus sur -[el otro es más seguro]-» (Karl Marx, Herr Vogt, Traducción de Gabriela Moner, Editorial Lautaro, Buenos Aires 1947, pág. 267).

Por otra parte, para su política exterior Napoleón III puso por bandera el lema del «principio de las nacionalidades», por lo que procuraría que cada nación fuese árbitro de su propio destino. «Pero, fíjense que ya no se trata de naciones sino de nacionalidades» (Karl Marx, «La política internacional y los trabajadores», en Los nacionalismos contra el proletariado, Edición de Emilio Madrid Expósito, Ediciones Espartaco Internacional, Fragmento del manifiesto inicial de la Asociación Internacional de Trabajadores, 2008, pág. 105).

Como cuenta Marx, «La política externa del golpe de Estado reveló únicamente una serie de desgraciados intentos de hacer el Napoleón: todos ellos arranques que siempre eran rematados por retiradas públicas. Tales sus intrigas contra los Estados Unidos de América, las maniobras para renovar el comercio de esclavos, las melodramáticas amenazas a Inglaterra. Las osadías que por aquel entonces Luis Bonaparte se permitía para con Suiza, Cerdeña, Portugal y Bélgica -aun cuando en Bélgica ni siquiera le fue posible impedir la fortificación de Amberes- servían tan solo para poner más claramente de relieve su fracaso frente a las grandes potencias. En el parlamento inglés, Napoléon, le Petit se había convertido en el lema constante y en sus artículos finales del año 1858 el Times perfiló al “hombre de acero” como a un “hombre de gutapercha”. Entretanto las granadas de mano de Orsini relampagueaban sobre la situación interna de Francia. Quedó demostrado que el régimen de Luis Bonaparte continuaba siendo tan endeble como en los primeros días que siguieron al golpe de Estado. Las Lois de Sureté Public -[leyes de seguridad pública]- revelaron su completo aislamiento. Debió renunciar a sus propios generales… es la prosperidad industrial la que mantuvo por tanto tiempo el régimen de Luis Bonaparte. La exportación francesa que, debido a los descubrimientos hechos en Australia y California había llegado a duplicarse en el mercado internacional, experimentó un auge hasta tanto jamás visto. Además la revolución de febrero fracasó en última instancia, debido a Australia y California» (Marx, Herr Vogt, pág. 221).

El bonapartismo justificaba el poder autoritario y unipersonal del emperador mediante la legitimidad que el pueblo le otorgaba a través de plebiscitos, con lo cual Napoleón III interpretaba el uso de su poder como delegación popular y para ello se sirvió del apoyo de la Iglesia, el ejército, el campesinado y la alta burguesía; y con esto impuso el orden y la autoridad como principios.

El Segundo Imperio Francés imitaba al Imperio Británico. En 1860 Napoleón hace que China se vea obligada a firmar un Tratado de Tien Tsin para que abriese sus puertas al comercio francés. Pero sobre todo será en Indochina donde el imperialismo francés pongas sus intereses colonizadores (es decir, se trataba de un imperialismo depredador), y así de 1862 a 1867 se llevaría a cabo la anexión de Vietnam y Laos, y en 1863 la ocupación de Camboya.

En América, el Segundo Imperio Francés no pudo asentarse y sus tropas serían expulsadas de Méjico tras la batalla de Puebla el 5 de mayo de 1862. Las guerrillas agotaron al coloso francés al otro lado del Atlántico, y esta derrota tuvo sus consecuencias para el Imperio, empezando por su prestigio que quedó en entredicho.

De 1852 y a 1863 el Imperio de Napoleón III era de carácter autoritario, pero de 1863 a 1868 dio un viraje a la izquierda y se hizo liberal (dentro de la metrópolis, se entiende). Ya en 1860 Francia firmó un tratado librecambista con Inglaterra y el Imperio pasaría del ser personal a ser «parlamentario». En 1864 el gobierno concedió el derecho de asociación y de huelga, asimismo se suprime la censura previa y se anula la autorización previa para las reuniones. En 1865, diecisiete años después, se decretó la amnistía general a los revolucionarios de 1848. En 1867 el cuerpo legislativo podía disfrutar del derecho de interpelación y responsabilidad ministerial ante las cámaras. El 8 de mayo de 1870 Napoleón III conseguirá una aplastante victoria en un plebiscito frente a los ataques tanto desde la derecha como desde la izquierda.

En definitiva, las consecuencias de la revolución francesa de 1848 estuvieron en la transformación de Francia en una potencia económica y en un Imperio colonial (en nuestra terminología se trataba de un Imperio depredador, aunque el francés siempre fue un Imperio frustrado).

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