El espejismo ucraniano

El espejismo ucraniano

Si hacemos caso a los medios de comunicación, la guerra de Ucrania nos ha unido a los europeos como nunca. Nada como tener un enemigo común. Una máxima intemporal. Se supone que para vencer al malvado Putin todos estamos de acuerdo en hacer migas la economía rusa y ser muy solidarios con los refugiados que huyen del conflicto. En todo caso, mejor sacar la cartera que mandar a nuestros hijos a una guerra… Para pegar tiros, para matar y morir, ya están los hijos de los ucranianos… y de los rusos.  Nosotros somos más sofisticados, más evolucionados, más superiores, hacemos la guerra financiera. En definitiva más de lo de siempre. Una sociedad blanda, sensiblera, en la que periodistas, intelectuales y políticos asumen el discurso del debilitamiento y la apertura. La sociedad occidental debe ser ante todo esa sociedad abierta que preconizaba Popper. Pero frente a esa obsesión de Occidente por lograr unas fronteras permeables y una fluidez cultural bajo el imperio del mercado mundial, se alza pertinaz la realidad del rechazo del mundo islámico a nuestros valores o la nueva China que se nos sube al trono del comercio y por supuesto la Rusia de Putin, que se ha creído que no solo Estados Unidos puede invadir Iraks con falsas justificaciones para tapar sus verdaderos intereses. Pese a que llevamos todo el siglo XXI presentándonos como los paladines de esa sociedad abierta, tan democrática, tan tolerante, tan inclusiva, tan llena de creencias saludables, pese a que para ser creíbles ante el Tercer Mundo hemos derribado las estatuas de nuestros arrogantes abuelos imperialistas y colonizadores, hemos renegado de nuestro pasado y hemos abandonado las viejas cosmovisiones metafísicas, tratando de obtusos reaccionarios a quienes se empeñan en reivindicar a Platón,  Aristóteles o Santo Tomas de Aquino, los “muy” no  tragan, tienen otros planes. Sus planes. 

Más valdría que Europa también tuviese los suyos. No los planes de sus elites, esos son los planes de un mundialismo sin bandera. La Guerra Fría ha acabado y Europa ya no necesita de la tutela de Estados Unidos y la crisis ucraniana debería servir para unificar y hacer coherente la política exterior europea. Claro que lo mismo podría haberse hecho durante la crisis yugoslava y 30 años después seguimos en las mismas.  No se trata de romper con Estados Unidos, sino de  mantener la autonomía europea, protegiendo y anteponiendo sus intereses de la misma manera que hacen las grandes potencias. Europa no debe ser un apéndice de nadie y debe ocupar su puesto al lado de Estados Unidos, China o Rusia. Roma se hizo grande en la medida en que sus ciudadanos se encargaban de los asuntos de la res publica y luchaban para imponer y mantener el predominio de la República o el Imperio, cuando sus ciudadanos abandonaron en manos de otros la defensa de sus intereses, Roma declinó y sucumbió.  Todo proyecto político supone compromiso, y el proyecto europeo bien podría usar esta amenaza externa para suscitar una voluntad continental para recuperar el impulso civilizacional de Europa. Claro que para empezar sería preciso tirar por la borda todo el lastre de la Agenda 2030 y su estafa climática, su estúpida ideológica de género y su modelo multicultural antieuropeo.  Hoy es ya evidente que la política energética de la Unión Europea ha sido un completo disparate. Un disparate que estamos pagando muy caro sin que sus responsables asuman su culpa, y lo que es peor, sin que los europeos tomemos la iniciativa para echar a patadas de sus cargos a toda esta tropa de mangantes. Es cuestión de tiempo que suframos en nuestras carnes los efectos de la inmigración masiva, cuando no se ha cuidado de que todas esas personas a las que hemos permitido establecerse dentro de las fronteras europeas adquieran, además de los beneficios materiales de nuestro sistema prestacional, nuestra herencia cultural y social. La orientación sexual ha ocupado un papel preminente en los esfuerzos de las políticas sociales europeas, pero mientras nosotros decidíamos el sexo con que nos levantábamos y el que se nos antojaba al acostarnos,  aprendíamos a hacer la mayonesa ideológica feminista o conquistábamos ese gran derecho fundamental que dicen que es el aborto, otros se dedicaban a hacer crecer espectacularmente su balanza comercial, a crear una red de influencias internacionales y a fortalecer sus naciones. 

Pero de momento nuestras elites solo han pensado en sanciones económicas contra Rusia y eso mirando de reojo la aprobación de Estados Unidos.  Ningún proyecto europeo.  Ni siquiera en materia de recibir refugiados con los brazos abiertos, algo que nos encanta a los europeos bien pensantes para sentirnos con el deber cumplido, pero resulta que Reino Unido ha hecho “brexit” en lo de no exigir visados a los ucranianos. Lo cierto es que estas sanciones económicas  afectan tanto o más a los europeos como a los rusos: depreciación del euro frente al dólar, desequilibrios en la balanza de pagos, incremento salvaje del coste energético y por supuesto más inflación. Una chapuza monumental que nos quieren vender como necesaria para ahogar los recursos bélicos rusos cuando han quedado a salvo los 1.500 millones de dólares diarios en la factura energética que Occidente paga a Putin y eso sin contar con cómo está sorteando la guerra económica con su acercamiento a China. Cierto que el rublo se ha depreciado casi el 30 % y los rusos están al borde del corralito, pero las criptomonedas suben un 10 %, como consecuencia de su uso como refugio por parte de las fortunas rusas. Los oligarcas de Putin se ponen a salvo mientras el pueblo ruso sufrirá las consecuencias, con la esperanza occidental de que se rebele. Algo muy dudoso, pero aun si así fuera, rememorando los resultados de las primaveras árabes, miedo da el potencial resultado. 

Eso sí, esta guerra viene que ni pintada a sujetos como Pedro Sánchez para justificar sus políticas. Si media población ya le ha absuelto de su pésima gestión de la pandemia con la disculpa de lo mal que el resto de los países europeos también lo han hecho, ahora la excusa para justificar el desastre económico español vendrá de la mano de la guerra de Ucrania. No será el único. Los dirigentes económicos formales occidentales, el Banco Central y la FED ocultaran las consecuencias de sus políticas monetarias detrás de la crisis ucraniana. Se escudaran en Putin para no reconocer que sus teorías, que podemos simplificar en que se genera riqueza  a base de darle a la manivela de crear dinero de la nada, se han traducido en inflación y en desaceleración económica. Europa ha generado con la pandemia una inmensa deuda que se añade a la que ya venía arrastrando desde la crisis del 2008 y  que no van a pagar sus elites económicas ni  políticas. Lo pagaran los ahorros de su clase media, laminados por una inflación brutal y cosidos a impuestos por una política tributaria confiscatoria, atrapados en el consenso capitalista-socialdemócrata de los turiferarios de Piketty y Klaus Schwab. Estamos a las puertas de una crisis económica mucho más grave que la de 1929 y la clase media europea, estancada ya desde hace años, debe prepararse para perder de entre un 20 o 30 % de su nivel de vida.  

Tranquilos, la culpa es de Putin, no de nuestros dirigentes europeos, que por supuesto no tienen intención alguna de cambiar de rumbo. Bastante han cedido ya con considerar verde la energía nuclear. Por cierto, sin efecto alguno en nuestra ministra de transición energética, Teresa Ribera, habitual del Foro de Davos, que inasequible al desaliento sólo piensa en las renovables, normal, nosotros pagamos la factura y los bolsillos se los llenan sus amigos. El caso es que la dirección política no parece que apunte a ese fortalecimiento de una Europa independiente para lograr que ocupe un lugar con capacidad, o mejor dicho, poder decisivo, en el nuevo tablero geoestratégico. El compromiso esta con el proyecto mundialista de la Agenda 2030, por lo cual veremos como crecen las medidas de control social y como a la par que disminuyen nuestros ahorros también decrece nuestra libertad. Para desviar la atención publica de lo que se nos viene encima ahora toca mirar al malvado Putin, que se dedica a matar bebes y abuelitos ucranianos, manteniendo esa mentalidad débil que en lugar de análisis y reflexión a largo plazo antepone  los sentimientos del momento para decidir nuestra actuación. Cuando arrecie la crisis la guerra de Ucrania va a servir para disfrazar el fiasco y ya veremos luego que alpiste nos echan para evitar el estallido social y que nazca una disidencia que se desembarace de este consenso capitalismo-socialdemocracia que promete subvencionar el consumo de los más desfavorecidos con rentas básicas, pero no garantizar su empleo digno. Las elites y sus hijos tendrá el papel de innovadores y guías del gran reinicio, mientras las clases medias perderán Europa como ese refugio seguro que tantas guerras costó crear. Europa necesita restaurar el sentido del propósito transcendente de la vida pública para impedir la disolución del legado cristiano y grecoromano, la auténtica identidad de los europeos. No necesitamos más políticas inclusivas, resilientes, verdes o feministas, no necesitamos la verborrea que solo beneficia a unas oligarquías y sus redes clientelares, necesitamos recuperar nuestro hogar, para ello precisamos de paterfamilias, no de lideres atomizadores de la comunidad. 

La tradicional Polonia ha entendido perfectamente de qué va eso de adoptar una política pública de paterfamilias, pendiente de proteger los intereses de su comunidad, lo que no es incompatible con garantizar la auténtica solidaridad responsable con sus afines. No es que los polacos hayan cambiado su política antiinmigración como pretenden los medios progres españoles, se trata de que acogen a auténticos refugiados, eslavos y plenamente compatibles con su cultura, que lo único que desean es seguridad en tanto no pueden regresar a sus casas. No son los inmigrantes económicos musulmanes, asiáticos y africanos que llegaban ilegalmente  para quedarse en Europa con la disculpa de la guerra en Siria en 2015. Polonia no renuncia a proteger sus fronteras, solo garantiza la ayuda a los ucranianos que entren legalmente como verdaderos refugiados. Con ese requisito podrán permanecer 18 meses en Polonia,  recibirán 300 PLN de ayuda inicial y también se brindará apoyo financiero a las personas que hayan  acogido a ciudadanos ucranianos en su hogar. El gobierno ha anunciado que será de 40 PLN por día para alojamiento y comida. A la vez se articulan medidas para favorecer el acceso al mercado laboral y que los refugiados no constituyan una carga para el erario público. Polonia fue invadida en 1939 por los soviéticos y su territorio repartido con los nazis en virtud de los protocolos secretos previos entre Moscú y Berlín que conocemos como Pacto Ribbentrop-Mólotov. Gran Bretaña y Francia sólo declararon la guerra a Alemania. En 1943, Gran Bretaña se negó a investigar la masacre de Katyn pese a que el gobierno polaco en el exilio en Londres había denunciado la responsabilidad de Stalin en el asesinato de casi 25.000 militares, policías y funcionarios polacos, en 1944 los aliados angloamaricamos abandonaron a la resistencia polaca que de había revelado en Varsovia y tanto en Yalta como Potsdam consintieron que los rusos se quedasen con el territorio polaco invadido en 1939 y dejaron al pie de los caballos al legitimo gobierno en el exilio, reconociendo al gobierno títere de las fuerzas de ocupación soviéticas (PKWN), formado en Lublin y que desembocaría en la dictadura comunista que duraría hasta la caída del muro. Los polacos saben mucho de los sufrimientos que provoca la perdida de la soberanía nacional. Más valdría que el resto de Europa aprendiese de las lecciones de patriotismo polaco. 

Top