El centro político no existe. La propuesta ideológica de los portavoces de la alternativa política al sistema actual de partidos ha fracasado, una vez más. Me temo que no será la última.
Sus raíces ideológicas se adentran en corrientes con diversas y variadas denominaciones, algunas de ellas grandilocuentes y pretenciosas, otras rebautizadas o refundidas desde anteriores posicionamientos fallidos, fracasados. Reformistas, democristianos, socialconstitucionalistas, socialdemócratas, renovadores, progresistas, liberales, o simplemente centristas. Sus sueños de regeneración son fantasías que, cuando aterrizan en la vida política real abandonando el mundo de las ideas, se estrellan con la cruda realidad de su verdad imposible. El centro ideológico no existe, es una entelequia que solo es posible en el mundo de la imaginación y el deseo político, legítimo desde luego, pero inviable.
La historia reciente de España nos da buena cuenta de este fiasco tantas veces reiterado. Abundantes han sido los intentos para la construcción de la fantasía anhelada. El denominador común siempre ha sido que surgieron aspirando a todo, pero que se fueron ahogando en la nada. Unión de Centro Democrático (1976/1983); Centro Democrático Social (1982/ 2006); Unión Progreso y Democracia (2007 y en fase de desaparición); Ciudadanos (2006 y en caída libre). Muchos más fueron los intentos regionalistas en los que se intentó el desembarco tras el naufragio de los proyectos nacionales. Éxitos locales, pequeños réditos en pequeños municipios y poco más. Su campo electoral se fue convirtiendo en un pequeño huerto de votantes cada vez menos ilusionados. Pasará con formación de Arrimadas, ayer de Rivera.
¿Dónde esta la causa del fracaso? A mi modo de ver es sencillo. El trapecismo político que practica en el diario acontecer, en el juego de malabares para no caer de ningún lado y en la falta personalidad en el enfoque de las cuestiones. Su laxitud programática y su flexibilidad en la negociación desconciertan a propios y extraños. La política no puede ser entendida como una venta ambulante de apoyos. Aquí a uno, allí a otros.
La originalidad no puede ser un eslogan, aunque se presente desnudo o sea ingenioso. El marketing no puede ser solo eso. La existencia política no se puede basar en no ser nada, en la ambigüedad. Huir de unos y de otros siempre falla. En las cuestiones importantes las posiciones deben ser meridianamente claras. Los bandazos y los cambios bruscos de estrategias no se entienden, se rechazan y no alientan simpatías. Las, cada vez más paupérrimas, cosechas electorales son el producto de tanta confusión y contradicción.
Su inicial éxito se encuentra en el hartazgo de los votantes, en la desafección política hacia los viejos partidos. Atraen el voto de la ilusión por algo nuevo, diferente, distinto. Canalizan el descontento de los decepcionados de las malas artes de los de siempre. Pero su mensaje tiene raíces híbridas, eclécticas de diversas fuentes de inspiración, todas ellas ya creadas e inventadas. Existe el centroderecha, o el centroizquierda, pero el centro puro es un punto de equilibrio matemáticamente imposible, ideológicamente inviable. El centro es el eterno e inconcluso proyecto.
El partido naranja, relevo de la formación magenta, camina por el alambre, se dirige al precipicio. Muchos se marcharon, los mejores; los que quedan actúan sin red. La caída esta garantizada. Es la penúltima aventura de la fantasía del sueño centrista.