La buena acogida que tuvo El Capital en Rusia modificó la visión que Marx tenía sobre aquel país. Al ver traducida su obra magna se replanteó su opinión sobre Rusia y pudo comprobar que allí tenía a sus más fieles discípulos. Ahora el espíritu eslavo no le parecía el «enemigo de la civilización».
En 1880 Marx entró en contacto con grupos revolucionarios rusos y, según Bernstein, la casa de Marx en Londres se convirtió en un lugar de peregrinaje para determinados revolucionarios rusos.
Ya en 1868, cuando tenía cincuenta años, según cuenta Lafargue, «se decidió a aprender también el ruso, y a pesar de que esa lengua no guarda relación etimológica próxima con ninguna de las lenguas antiguas y modernas que él conocía, al cabo de seis meses ya lo dominaba hasta el extremo de poder recrearse en la lectura de los poetas y novelistas rusos que más apreciaba: Pushkin, Gógol y Schedrín. La razón por la cual aprendió ruso era el poder leer los documentos de las investigaciones oficiales, que el gobierno mantenía en secreto debido a sus terribles revelaciones; unos amigos devotos los habían conseguido para Marx, que a buen seguro es el único economista político de toda Europa Occidental que tiene conocimiento de ellos» (citado por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, pág. 237).
En septiembre de 1877 Marx le dijo a su admirador estadounidense Friedrich Adolph Sorge que veía venir una revolución burguesa en Rusia: «Si la madre naturaleza no nos es especialmente desfavorable, ¡estallaremos de júbilo!» (Citado por Jonathan Sperber, Karl Marx. Una vida decimonónica, Traducción de Laura Sales Gutiérrez, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2013, pág. 504).
El 8 de marzo de 1881 Marx le escribe a Vera Zasulich afirmando que en Rusia «La vitalidad de comunidades primitivas fue incomparablemente superior a la de la sociedad semítica, griega, romana, etcétera, y a la de las sociedades capitalistas modernas» (citado por Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, Espasa, Barcelona 2017, pág. 409).
En Rusia los lectores de Marx parecían más decididos que los de cualquier otro país. Allí Marx, además de entusiastas de su doctrina, tenía amigos personales, sobre todo entre los jóvenes intelectuales. Aunque los dos partidos de masas, si es que se podía hablar así, eran los populistas de la Voluntad de Pueblo y el Reparto de la Tierra, ajenos a las teorías de Marx y cercanos a las posiciones de Bakunin (que era compatriota de ellos).
Lo que Marx se planteaba respecto a Rusia era si el municipio campesino ruso del primitivo régimen comunal de la tierra podía transformarse directamente, sin pasar por el feudalismo y el capitalismo, a la fase superior de propiedad común del comunismo o tendría que pasar por las mismas fases por la que transcurrió en los países occidentales.
Ante este dilema la respuesta era: «Si la revolución rusa se convierte en la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se complementen entre sí, entonces la actual propiedad común rusa de la tierra puede servir como punto de partida a una evolución comunista» (Karl Marx y Friedrich Engels, «Prólogo a la edición rusa de 1882» del Manifiesto comunista, Traducción de Jacobo Muñoz, Editorial Gredos, Madrid 2012, pág. 630).
El 21 de enero de 1882 Marx y Engels firmaron el prólogo del Manifiesto comunista de la edición rusa de ese año, que tradujo Vera Sasulich. En el mismo Marx y Engels sostenían que si en 1847, cuando escribieron el Manifiesto, «Rusia constituía la última gran reserva de la reacción general europea», en 1882 «Rusia constituye la avanzada de la acción revolucionaria en Europa» (Marx y Engels, «Prólogo a la edición rusa de 1882» del Manifiesto comunista, págs. 629-630).
Los atentados terroristas de Voluntad del Pueblo (que un año antes habían acabado con la vida del zar Alejandro II) hicieron del zar Alejandro III «prisionero de guerra de la revolución en Gatschina» (Marx y Engels, «Prólogo a la edición rusa de 1882» del Manifiesto comunista, pág. 630). Es decir, prisionero en un castillo situado a 45 kilómetros al sur de San Petersburgo y que se trataba de una residencia temporal que, tras la Revolución de Octubre, pasaría a ser un museo.
Marx siempre fue partidario de la lucha revolucionaria violenta, pero no se cerró a nuevos métodos revolucionarios también violentos, según el contexto y las circunstancias de lugar donde se fraguase la revolución, como era el caso del terrorismo ruso contra el zarismo. En general, Marx no aconsejaba el terrorismo como estrategia revolucionaria para que se llevase a cabo en países europeos o americanos, pero sí lo aconsejó, dada sus condiciones, para que se ejerciese en la Rusia zarista. De modo que su apoyo al terrorismo revolucionario estaba restringido a la Rusia zarista, al baluarte de la reacción europea.
El apoyo de Marx a los terroristas rusos, sobre todo en lo que al atentado contra Alejandro II en 1881 se refiere, se asemeja a la teoría del tiranicidio que defendió el filósofo español Francisco Suárez en el siglo XVI.
En referencia al partido Reparto de la Tierra la posición de Marx no era tan entusiasta y reprochó su no compromiso con la política de acción revolucionaria centrándose sólo en la propaganda, y sin embargo de este partido salieron los marxistas rusos que en 1883, año de la muerte de Marx, pusieron en marcha en Ginebra la Emancipación del Trabajo, que inyectó al movimiento obrero ruso el espíritu del marxismo. Es decir, en Reparto del Trabajo estaban hombres como Pavel Axelrod y Georgi Plejanov (el llamado padre del marxismo ruso).