El nomadismo como disidencia controlada

El nomadismo como disidencia controlada. Javier Barraycoa

Para Deleuze y Guattari una de las tareas fundamentales del Estado es la de “estriar” el espacio, es decir, marcar los límites del territorio y controlar tanto los movimientos poblacionales como los actos disidentes o las rebeliones. Estos autores retoman la tesis de Paul Virilio[1]para recordar que el espacio “liso” o nómada, también puede ser trazado y ocupado por la organización del poder. Pierre Clastres propone que no fue el paso del nomadismo al sedentarismo lo que constituye el Estado, sino al revés, es la aparición del Estado -como un acto de voluntad de poder- lo que debilitará el nomadismo. Esta emergencia del poder organizado es: “la revolución política, esa aparición misteriosa, irreversible, mortal para las sociedades primitivas que conocemos con el nombre de Estado”[2]. Estos autores, en el fondo, se aproximan a la idea de poder foucaultiana donde el espacio es controlado por el panóptico (el ojo que todo lo ve). Pero sería error considerar el nomadismo -físico o psíquico que describimos en un artículo anterior- como una forma de escapismo del poder. Pero el concepto es más profundo.

En boca de Maffessoli: “el nomadismo […] Es una especie de `pulsión´ migratoria que incita a cambiar de lugar, de hábito, de compañeros, y ello para realizar la diversidad de facetas de su personalidad”[3]. Y señala que el triunfo del Estado de Bienestar en el siglo XX impuso la idea de que un objetivo esencial de los individuos debía ser obtener una vivienda fija y “para toda la vida”, esto es, una sedentarización física y espiritual. El hombre moderno, al contrario que el posmoderno, manifiestó terror por lo transitorio, expone Maffesoli. Por el contrario, el posmoderno busca el éxodo y la huida. Esta actitud se expresa desde la búsqueda incesante de tribus urbanas a las que adherirse, el deambular interminable por internet, el vagabundeo por las calles y los centros comerciales, los deportes de aventuras o la búsqueda de una sexualidad cambiante y diversa (“una errancia erótica”). 

Visto así, el “neonomadismo” implica un “irse a otro lugar”; la resistencia del hombre a confinarse en un solo domicilio, a una sola profesión, a un núcleo familiar determinado o a una identidad sexual fija. Emergen así los “nómadas” de la New Age, los melting potmultiétnicos, las hibridaciones culturales o la metáfora del Cyborg[4]. Pero toda esta dinámica del desarraigo, parece que sólo desemboca en lo que lo que apuntaba Paul Ricoeur: vaya donde vaya, uno encuentra siempre la misma mala película, las mismas máquinas tragaperras, las mismas atrocidades de plástico y aluminio, la misma deformación del lenguaje por la propaganda. Nos revela así Recoeur un nomadismo contemporáneo, vacuo y carente de sentido.

Nomadismo como retroalimentación del poder y del control social 

Desde Michel Foucault las especulaciones sobre la teoría del poder basculan entre el paradigma del panóptico y los modelos reticulares del ejercicio del mismo poder. El viejo panóptico trata sobre “espacios cerrados, recortados, vigilados en todos sus puntos, en las que los individuos están insertos en un lugar fijo y en los que los menores movimientos se hallan controlados”[5]. Por el contrario, ahora el poder ha desarrollado la microfísica (en formas de biopolítica y biopoder), es decir, se extiende por todo el cuerpo social y en todas las direcciones. Debe alcanzar todos los niveles relacionales incluso los disidentes. La cuestión que se plantean los herederos de Foucault es cómo clasificar el poder disidente: o bien como un contrapoder, o bien como otra forma de ejercicio de las lógicas del poder en la posmodernidad. 

Un intento de síntesis de ambas posturas lo encontramos en los conceptos de “multitud” e “imperio” que manejan Hardt y Negri. Para ellos la “multitud” (masa resistente) se manifiesta como contrapoder respecto al “imperio” (poder globalizador)[6], que es la forma que adopta el capitalismo en la posmodernidad.  El concepto de imperio se puede asociar al concepto foucaultiano de biopoder, entendido como el ejercicio de dominio que lleva a cabo el Estado sobre la vida mediante sus tecnologías y dispositivos. En cambio, el concepto de multitud se relacionaría más con el de biopolítica, entendida esta como un dominio ejecutado desde el punto de vista de las experiencias de subjetivación y “libertad”, o al menos sensación de ella. Por eso, la multiplicidad, el subjetivismo, los deseos de autorrealización, no dejan de ser formas también de la manifestación del poder. 

Estamos ante una nueva versión de la Revolución permanente. Es por ello, que el “nomadismo”, no deja de ser otra forma de dominación, donde la subjetividad de la identidad personal propia del nomadismo ocupará un lugar central. Como señala Arnold Gehlen: “La sociedad moderna esconde, tras la apariencia caótica para el pensador clásico, tanto un orden férreo como ninguno anterior, que alcanza a los rincones del deseo y de las pulsiones, donde lo subjetivo se ha convertido en estereotipo objetivo, como potenciales de innovación que han tenido que renunciar a las formas clásicas y que aparecen con un aspecto enfermizo”[7]

Cuando aceptamos que el subjetivismo y la falsa sensación de libertad son frutos del ejercicio del poder, ya no podemos aceptar la dialéctica entre Estado dominador y nomadismo liberador. Todo es parte de lo mismo. Por eso, Deleuz afirma contundentemente: “El error consistiría en decir: por un lado existe un Estado globalizante, dueño de sus planes y que tiende sus trampas; por otro, una fuerza de resistencia que, o bien adopta la forma de Estado, con lo cual nos traiciona, o bien cae en luchas locales parciales o espontáneas, que una y otra vez serán asfixiadas y derrotadas. El Estado más centralizado no es en absoluto dueño de sus planes, también es experimentador, hace inyecciones, no logra prever nada”[8]

El concepto de Estado, en autores como Deleuze y Guattari, no es una realidad cerrada que debe defenderse del nomadismo, sino que se retroalimenta de él. En un principio el Estado es la soberanía que siempre está preparada para apropiarse de lo anómico, lo nómada, lo diverso, lo líquido. Todo ello con el objetivo de absorberlos bajo la forma de un poder jerarquizado y estable. Pero el propio poder institucional, en su ejercicio de la violencia, necesita “abrir” flujos de conexión con las formas de nomadismo. Necesita “capturar” al nómada, hacerlo suyo, para evitar la muerte de la Polis.

Esta apertura del Estado regulador al universo social de lo anómico, se produce en la medida que el Estado tiene la capacidad de crear nuevos “espacios” abiertos donde debe moverse el nómada. Estos espacios van desde la recreación virtual de “territorios propios” que crean el nacionalismo, pasando por los “paisajes urbanos” donde el ciudadano-nómada podrá dejarse ir. Así, se crean una infinidad de territorios “lisos”[9]donde el nómada cree ser libre y desde donde imagina desafiar al poder establecido. El nomadismo representa la resistencia simbólica -pero no real- contra este poder: es el deambular por internet, recogiendo, reproduciendo y reenviando informaciones; en los movimientos religiosos “líquidos” como la New Age[10]; en las agrupaciones neotribales que caracterizaba Maffesoli; en los trabajos efímeros que ofrece la globalización o en la invasión de los espacios públicos y plazas amorfas -o desiertos virtuales- en forma de masas. 

El nomadismo (sensación de libertad) y el sedentarismo (sensación de seguridad) no se enfrentan, sino que conviven. Cohabitan desde siempre pues son dos partes de la misma lógica de poder y violencia que necesitan retroalimentarse para subsistir. El control del Estado necesita de la figura del nómada, incluso la promociona, especialmente en las sociedades posmodernas donde los niveles de control son más potentes y sutiles que nunca. Porque su intento constante de “capturarlo” y uniformarlo y codificarlo, da sentido a la propia estructura de poder. Por su parte, los sentimientos de individualidad son percibidos falsamente como formas de libertad en la medida que hacen del nomadismo su forma de existencia, para intentar escapar de un poder del que en el fondo son parte indisoluble. Es así como podemos explicar el fenómeno de la disidencia controlada. Esta es una de las formas más eficaces del poder para sobrevivir ante cualquier intento de resistencia.


[1]Cf. Paul Virilio, Vitesse et politique, Galiée, París 1977. Citado por Deleuze y Guattari, en Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Edición Pre-textos, Valencia 1997., en nota 58, p. 429.

[2]Pierre Clastres, La sociedad contra el Estado, Monte Ávila Editores, Caracas 1978, p. 177.

[3]Michel Maffesoli, “El nomadismo fundador”, en Nómadas, 1999, (10), 126-142,  p. 132.

[4]El provocativo Manifiesto Cyborgde Donna Haraway, no es sólo representa una forma radical de feminismo sino que es una actitud profundamente anti “esencialista” y contra todo lo que pueda ser definido perennemente en el ámbito sexual y vital.

[5]Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI, Madrid, 1982, p. 20. 

[6]Para analizar el concepto de Imperio, Cf. Hardt, M; Negri, A., Imperio, Paidós, Barcelona, 2002.

[7]Arnold Gehlen, Antropología filosófica, Paidós, Barcelona, 1993, p. 20.

[8]Gilles Deleuze y Claire Parnet, Diálogos, Editorial Pre-textos, Valencia, 1980, p. 164.

[9]El concepto de territorio “liso” en Deleuze viene a significar aquellos espacios de Parente libertad al no estar delimitados: desierto, aire, mar, … Se contraponen a los territorios “estriados”, marcados o codificados por el poder político, donde el individuo debe someterse a normas y al poder político.

[10]En el sentido más genérico posible, la New Age es un conjunto de sucesivas “experiencias” espirituales de carácter inmanente donde el individuo es el único fin. El cristianismo representa todo lo contrario: la operación espiritual es hacia un bien externo trascendente.

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