A los argentinos se nos ha perdido un hijo. Se llama Loan Danilo y es un gurisito[1] correntino puro pueblo y pura vida. A Loan lo arrancaron de las manos de sus padres y del vientre de su tierra y por eso andamos así, desvelados y maltrechos en la noria cotidiana de los días. Ocultos tras la ausencia del niño se agitan los espectros del poder, la verdadera casta infecta, los mercaderes de la vida y de la dignidad de los pueblos. Ya volveremos sobre el tema.
Hace algunos días, compartíamos la mesa con nuestro filósofo criollo Don Alberto Buela y Martín Ayerbe, un joven que viene abriéndose camino en el pensamiento y en la conducción política de los argentinos. Mientras aireaba su cigarro de hojas, al estilo del hombre de tierra adentro, Alberto nos entregaba su último opúsculo titulado “Arte y Pueblo”. Una edición singular con tipografía de máquina de escribir y lomo cosido, una delicada artesanía de un grupo de jóvenes que valoran a las voces de nuestra tierra, aquellas voces que, como decía el Padre Castellani, siguen hablando para que respire la Patria.
En la última parte del librito, Buela se detiene en los distintos sentidos del término “Pueblo”, y marca al menos 5 modos de abordar a este concepto tan difícil de asir y tan vapuleado en nuestro tiempo. Obviamente, por cuestiones de extensión, no podemos demorarnos extensamente en cada uno de esos sentidos, pero sí señalar algunas notas que nos permitan tejer la urdimbre de la razón de ser de nuestro artículo. Buela sostiene que se puede abordar al Pueblo:
- Como terruño, es decir, como lugar de nuestro arraigo. El terruño es el sitio de nuestros afectos, de aquello que está inscripto de modo indeleble en nuestra memoria. El terruño define en nosotros un modo de ver y sentir, un eje axiológico personal y comunitario. Alberto Buela marca que ese terruño también puede ser fruto de una elección, cuando sin traicionar a su propia naturaleza, uno “elige” ser de un pueblo, hijo adoptivo de su matriz viva. Así nos sucede a nosotros mismos con la extensa Castilla, nuestra madre y en ella Valladolid como cuenco y caricia.
- Como lo opuesto a plebe y a su cultura vulgar. Citando a Antonio de Roxas, nuestro filósofo nacional sostiene que merced a la homogeneización producida por el desarrollo exponencial de la técnica y el modelo político de la globalización, del one World, lo popular degenera en vulgar y la erudición en pedantería. El culto a lo amorfo y la devoción a lo chabacano, constituyen lo absolutamente opuesto a la cultura profunda de un pueblo. Tan opuesto como ese tipo de pedantería intelectual que jamás late a una con el pueblo, pues la verdadera cultura es aquello que queda cuando se desmoronan los edificios de la erudición. La restauración de la tradición no se logra a fuerza de libros ni de arengas, sino de vivencias.
- Como realidad allí estante, como originalidad. Dentro del remanido e ideologizado concepto de “pueblos originarios” americanos, Alberto Buela sostiene que el único pueblo originario es el pueblo criollo cuyos arquetipos adquieren nombre propio en cada región: huaso, cholo, montubio, llanero, charro, jíbaro o gaucho. Escribe Buela al respecto: “A América se llega y americano se hace. Por eso podemos definir a América como “lo hóspito”, pues recibe a todo hombre que viene de lo inhóspito”. Lo allí estante entonces, es una raza de síntesis, una mixtura peculiar con un perfil espiritual propio: lo criollo.
- Como sujeto de la realidad política, como demos. El pueblo como δῆμος constituye el actor principal de la realidad política; sucede que éste se ha licuado en la categoría de gente. En esta licuación, el pueblo es abordado por los mercaderes de la política como público consumidor. El pueblo genuino funda su identidad en un ethos propio, en una comunidad de valores. Apunta Buela a modo de síntesis: “Cuando un pueblo se da a sí mismo un destino específico dentro de la historia a partir de su ethos histórico, crea una nación y cuando esta se organiza jurídicamente termina creando un Estado”. Un pueblo, cuando es fiel a sí mismo, expresa su genius loci que se expresa en todas las formas de la vida de su espíritu, primordialmente en el arte.
- El Pueblo como KATÉJON. En un pasaje misterioso de las Sagradas Escrituras, más precisamente en el capítulo 2 de la Carta a los Tesalonicenses, el Apóstol Pablo le recuerda a esa comunidad que el Anticristo no se declarará mientras el Katéjon no sea removido. El término griego κατέχον es el participio presente del verbo katécho que significa: impedir, detener. San Pablo lo utiliza dos veces, en el versículo 6 como τὸ κατέχον “lo que detiene” y en el versículo 7 como ὁ κατέχων “el que detiene”. El primero es un pronombre neutro y el segundo un pronombre personal, lo cual parece que ese KATÉJON será una cosa y una Persona al mismo tiempo, ambos impiden que el malo se manifieste en el mundo. Metapolíticamente hablando, que los males se expresen en la historia. La meditación teológica sobre el tema a lo largo de la historia es extensa, profunda y obviamente, por cuestiones de extensión no ingresaremos en ella. Ahora bien, sí se impone un interrogante que nos lleva directamente al núcleo de sentido de nuestro artículo: ¿Cómo se trasunta todo esto en su relación con el pueblo?
Los pueblos son los que asumen la vocación de Katéjon cuando desde el fondo de su integridad intentan perseverar en su ser. Esta especie de conatus popular impide el vaciamiento del alma de los pueblos. Escribe Buela al respeto: “[…] son los pueblos hoy los que detienen, los que hacen las veces de ho katéchon, o mejor aún de katéjones”.
A los argentinos se nos ha perdido un hijo, lo arrancaron de las manos de sus padres y del vientre de su tierra. Su familia lo llora hace un mes y ante la ausencia y la complicidad de las esferas del poder, se levanta solamente la voz de su pueblo. El pueblo correntino, el mismo que acompañó todas las grandes gestas de la Patria y que no tembló a la hora de ofrecer su sangre en la fría turba de Malvinas; ese pueblo que lleva incita “la vieja ciencia de los poriajhú[2]” –como escribió en su día el Padre Zini – es el auténtico Katéjon en esta historia. El pueblo que en su dignidad, en el orden vertical de sus amores y con su Virgen de Itatí al frente, le ponen el pecho a la impunidad del mal.
Los padres de Loan, casualmente (o significativamente), se llaman María y José. En los albores nuestra era, un matrimonio con los mismos nombres también sufrieron la angustia de perder a su hijo, al que hallaron luego. Quiera Dios que Loan vuelva al regazo materno; y si toca la cruz, que sea para aplastar al mal. El Pueblo está dando pelea para echar luz entre tanta pestilente oscuridad, el pueblo, como Katéjon.
[1] En el Litoral argentino se denomina “gurí” al niño, a los pequeños del pueblo.
[2] Los poriajhú: “los pobres” en lengua guaraní.