Tercera parte… https://posmodernia.com/el-regimen-de-la-verdad-bumer-3/
Cuando en febrero 2025 el Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, congeló los fondos de la agencia de cooperación internacional norteamericana (USAID) algo interesante salió a la luz: Washington había financiado de forma sistemática las causas “woke” en todo el mundo. La disonancia cognitiva de los liberal-conservadores alcanzó proporciones épicas. ¿Cómo es posible que la primera potencia capitalista fuera, al mismo tiempo, la impulsora del “marxismo cultural” en todo el mundo?
Para comprenderlo es preciso poner las luces largas. Es preciso situarse en el cruce de caminos del capitalismo, del liberalismo y del régimen de la Verdad búmer. Es preciso, sobre todo, adoptar otro enfoque.
¿Marxismo cultural?
“Yo hablo de las clases sociales, las únicas que deben interesar a la historia”, escribía Tocqueville en “El Antiguo Régimen y la Revolución”. Desde un enfoque de clase se entiende mejor el régimen de la Verdad búmer. Las observaciones del crítico cultural británico Neema Parvini arrojan en este punto mucha luz. Señala Parvini:
“el régimen de la Verdad búmer puede verse como la suplantación total de los regímenes de la Verdad anteriores. Así como la Primera Guerra Mundial supuso la victoria de la burguesía sobre la aristocracia y sus ridiculizados y despreciados valores caballerescos, la segunda guerra mundial marcó la derrota final del mundo del trabajo frente al mundo del Capital. El genio del régimen de la Verdad búmer reside en su habilidad para hacer pasar este proceso – que fue impuesto desde arriba hacia abajo – como algo natural y surgido desde abajo hacia arriba, como un resultado de la voluntad de la gente, por la libertad y contra la opresión”.[1] A lo que Neema Parvini alude aquí (como el lector habrá adivinado) es al aspecto “positivo” y “lennoniano” del régimen de la Verdad búmer y a todas sus mutaciones a lo largo de décadas: el movimiento hippy, la revolución de los años 1960, la “nueva izquierda”, la contracultura, el posmodernismo, el wokismo, etcétera. En resumen, toda esa nebulosa que desde cierta derecha se etiqueta hoy como “marxismo cultural”. Un concepto que en el análisis de este crítico británico no sale bien parado.
Los fenómenos ideológicos y culturales del “marxismo cultural” – señala Parvini – no son más que “la internalización, por parte de la intelligentsia de la elite no gubernamental – es decir, por el cerebro operativo de la clase dirigente – de las ideas de los intelectuales posmarxistas, neutralizadas por la clase dirigente para sus propios propósitos”. Esta maniobra “lejos de estar al servicio de un hipotético Estado marxista o de algo parecido (como a los Althuser, Debord et alii les hubiera gustado pensar) fue realizada, si nos atenemos al léxico marxista, por el Capital, al servicio del Capital y contra el mundo del trabajo”.[2] Este supuesto “marxismo cultural” es sólo una mistificación sobre la que no pocos comunicólogos y “guerreros culturales” han construido su modelo de negocio. ¿De donde sale este hallazgo?
La expresión “marxismo cultural” tiene su origen en los Estados Unidos, un país que nunca se ha caracterizado por su fina comprensión del marxismo. Se alude con ella a la promoción de ciertos sectores sociales – las mujeres, las minorías sexuales, los “racializados” – como “clases revolucionarias” en una nueva lucha opresores/oprimidos. Sin ser del todo mentira, la explicación se queda corta. ¿Acaso las desigualdades y las relaciones de fuerza no configuran todo lo que está vivo? ¿Podríamos decir, por ejemplo, que el darwinismo es un “marxismo biológico”?[3] Inútil buscar aquí rigor analítico. Esta burda “reductio ad marxismum” es el reflejo inverso de la “reductio ad hitlerum” tan utilizada por la izquierda. Asistimos a una americanización total del debate político; es decir, a una bajada de nivel.[4]
La pregunta es: ¿qué papel desempeña ese “marxismo cultural” en el régimen de la Verdad búmer?
Razonar en propietario
Como es sabido, la filosofía posmodernista es el embrión de las disciplinas políticamente correctas – los estudios culturales, la teoría crítica de la raza, la teoría de género, la teoría queer, el interseccionalismo, la epistemología del punto de vista, etcétera– que conforman la galaxia del llamado “marxismo cultural”. El posmodernismo – con su relativismo cognoscitivo y sus bártulos pseudo-filosóficos – es la filosofía del ocaso, es el lugar donde la conciencia cultural de occidente va a morir.[5] Pero esto tiene muy poco que ver con el marxismo.
Observemos el caso de Jacques Derrida, gurú de la deconstrucción y figura de cabecera de la llamada “French Theory”. Jacques Derrida es considerado como uno de los genios malignos que desde las universidades americanas inspiraron la conquista de las humanidades por la izquierda posmoderna. Pero nada hay de revolucionario en esa obra que, de forma nada casual, encontró su suelo más fértil en los Estados Unidos. Escribe el teólogo norteamericano R. R. Reno:
“Derrida fue un teórico del consenso de posguerra (…) se hizo famoso por convertir el desencantamiento en el fundamento teórico de la cultura, sentando las bases para la fusión de las desregularizaciones económicas y culturales que caracterizan a la corriente dominante de la política actual, sea de centroderecha o de centroizquierda. La contribución original de Derrida fue convertir la contingencia histórica del consenso de la posguerra en una verdad antimetafísica atemporal”.[6] Vemos, por tanto, que, en la visión de este autor norteamericano, Derrida es un agente – y uno de los más eficaces – de esas “terapias de desencantamiento” que vertebran el consenso liberal de posguerra y que R. R. Reno identifica con la derrota de los “dioses fuertes”. Más que un “marxista cultural” Jacques Derrida fue un impulsor del “liberalismo cultural” como ideología sistémica. ¿Qué decir de sus adláteres de la “French Theory” (Michel Foucault, Gilles Deleuze, Félix Guattari et alii) y de sus secuelas LGTBIQ+ (Judith Butler, Donna Haraway et alii)?
Desde sus mismos comienzos las tendencias posmodernistas se han movido dentro de los cauces institucionales y académicos del consenso búmer. Todos estos intelectuales – escribe R. R. Reno – “tomaron los ideales de la sociedad abierta articulados por Popper y Hayek (no directamente, sino a través del consenso de posguerra que dominaba la opinión de las elites) y los convirtieron en los principios fundacionales de la cultura. La animadversión de Popper por la “deferencia” se convierte en la celebración de la transgresión y el “descentramiento”, en tanto que las ideas de Hayek sobre la virtud del “orden espontáneo” son elevadas a la dignidad de juego metafísico”. Conviene aclarar aquí que la “deferencia” es, en el contexto de Popper, el reconocimiento de la legítima influencia de alguien considerado como superior, en base a un sentimiento de respeto o reverencia. Y el “orden espontáneo” del libre mercado es el núcleo del liberalismo en las formulaciones de Friedrich Hayek y Milton Friedman.
¿Qué quiere decir todo esto?
Como extensión indefinida de los derechos individuales y demolición simbólica de la autoridad, el posmodernismo es la reformulación literaria del ideal anárquico neoliberal.[7] Es la versión “de izquierda” del pensamiento económico que inspiró la pretendida “revolución conservadora” de los años Reagan-Thatcher. La misión histórica del “marxismo cultural” es la de acabar definitivamente con Marx, pero no mediante una defensa dogmática del capitalismo y sus bondades, sino – en palabras del filósofo francés Denis Collin – “sustituyendo el marxismo por nuevas “teorías subversivas” adaptadas al gusto de la nueva pequeña burguesía, que tienen además la ventaja de ayudar a la derrota del movimiento obrero”.[8] Se trata, en definitiva, de bálsamos y cataplasmas para las heridas narcisistas de quienes nunca podrán acceder al estatus de grandes burgueses. Una chamarilería ideológica para perdedores.[9]
Pero todo esto es demasiado sofisticado para la bumerada de derechas. Los normies liberal-conservadores insisten en denunciar un “marxismo cultural” – o mejor aún: un “comunismo” – que es, en realidad, la sucursal filosófica del fundamentalismo de Mercado que ellos mismos profesan. ¿A qué obedece tanta ceguera?
Más allá de la inercia intelectual, tampoco hay que subestimar el componente farisaico. Hay seguramente derechistas conscientes de la maniobra, pero lo disimulan mientras se palpan la cartera. Al fin y al cabo, el “marxismo cultural” es un enemigo cómodo: habla de géneros, de minorías, de razas, de cambios de sexo, de cambio climático ¡de todo salvo de clases! Muy tranquilizador para quien razona en propietario.
Domando a la chusma
Suele decirse que la “hegemonía cultural” siempre ha pertenecido a la izquierda. Más exacto nos parece decir que la izquierda cultural ha sido el tonto útil de la derecha de intereses. Señala Neema Parvini:
“la clase trabajadora de Europa y América – abrumadoramente blanca y masculina – había luchado por sus derechos y por mejores salarios, que efectivamente recibió durante un breve período entre los años 1950 y 1960. Pero a partir de los años 1960 la respuesta de la clase dominante consistió en la promoción del feminismo, en los llamados “derechos civiles” y en la inmigración de masa: una combinación de elementos que terminó quebrando el poder de esa clase trabajadora, blanca y masculina”.[10]
Aquí se planteaba un problema: ¿cómo mantener a la chusma blanca (the white trash) convenientemente sedada? Bienvenidos al lennonismo de garrafa. La población fue pacificada – literalmente drogada– por “un cóctel embrutecedor de entretenimiento mediocre y vulgar, bazofia intelectual, propaganda y elementos psicológica y físicamente nutritivos para mantenerla ansiosa, sumisa y servil”.[11] Es el “entetanimiento” (Tittytainment) entusiásticamente teorizado por el politólogo norteamericano Zgibniew Brzezinski. Este proceso se perfeccionó a lo largo de décadas con elementos malthusianos (destrucción de la familia “tradicional”), sustitución del enfoque de clase por los enfoques “societales”, inmigración masiva, multiculturalismo, flexibilidad laboral, deslocalizaciones, precarización y cesión de la soberanía a instancias supranacionales, más inaccesibles a las reivindicaciones de base.[12] Todas estas hazañas fueron consumadas entre mediados de los años 1960 y la segunda década de siglo XXI, el arco temporal y vital de la generación búmer.
¿Izquierda posmoderna? ¿wokistas? ¿liberastas? Hay aquí una doble filiación. Si por el lado formal y externo (¿exotérico?) estas tendencias reciclan algunos de los tics y el vocabulario del marxismo, por su significado profundo (¿esotérico?) vehiculan una domesticación de clase. Su función es la de “desarmar cualquier oposición real al statu quo capitalista y consignar las protestas a una dimensión de “transgresiones” privadas, perfectamente compatibles con el funcionamiento más ordinario del capital”.[13]
Todas estas tendencias comparten el mismo sello generacional: el que se advierte en el escapismo inofensivo y en las rebeldías individuales, en la utopía de los hippies californianos y en los trinos de John Lennon como runrún del alma búmer.
Salvar al Centro
Para el discurso oficial la llamada “sustitución de poblaciones” es una teoría de la conspiración, no una realidad física y cotidiana. No hay que creer en lo que ven los ojos. Pero el desfase entre la “realidad oficial” y la “realidad real” suele ser un síntoma de fin de régimen. Elección tras elección los gobernados se alejan del Centro: el sancta sanctorum búmer por excelencia. Frente a esta desafección la bumerada se moviliza, y lo hace cada cuatro o cinco años a favor del partido del Orden, de los liberales de turno, del Centro de derecha o de izquierda. Un gigantesco “no pasarán” en el que se reúnen las residencias de ancianos, la burguesía-bohemia y sus retoños woke. La demografía juega a su favor ¿hasta cuándo?
“El populismo es la suma de todos los males”, dice el discurso oficial. Pero como observa el escritor francés Francois Bégadeau: “el hecho de que una palabra que agrega un sufijo al “pueblo” designe el peligro máximo, no dice nada de la realidad, y dice todo de quien la utiliza”.[14] Dicho de otra manera: el “populismo” no dice nada del pueblo, pero es muy elocuente sobre régimen de la Verdad búmer. Pone de relieve, entre otras cosas, su carácter de construcción de clase. Para el discurso oficial, el populismo es el fascismo rojo y el fascismo pardo, el nuevo Hitler y el nuevo Stalin, y con este argumento consigna al pueblo al Lado Oscuro de la Historia. Objetivo: salvar al “extremo Centro” de derecha o de izquierda. Un Centro conciliador, consensual, tecnócrata, unanimista, aseptizado. Un “extremo Centro” bien centrado. Un régimen de partico único.
Bajo el noble apelativo de Democracia esta parusía centrista se quiso expandir a base de bombas de racimo al resto del mundo. ¿De dónde brota tanto empacho moral, tanto supremacismo?
El pensamiento moderno ha fabricado – escribe el antropólogo francés Pierre Legendre– “un inmenso almacén de conceptos estandarizados que son ofrecidos bajo el embalaje de democracia”.[15] La creencia en que todas las instituciones, sociedades y culturas humanas pueden ser indefinidamente remodeladas y perfeccionadas a la medida de dicho embalaje, reproduce – señala por su parte John Gray – “la fe teísta en la historia como narrativa moral en la que al pecado sigue la redención”. En ese sentido podemos decir que “el liberalismo es una nota a pie de página del cristianismo”. Pero no de cualquier cristianismo. Continúa John Gray:
“El vínculo entre el cristianismo y el liberalismo no es universal. Los coptos, los ortodoxos, los católicos romanos y muchas variedades contemporáneas de cristianismo no tienen afinidades especiales con los valores liberales, o son hostiles a ellos. El hiper-liberalismo woke es frenesí moral puritano liberado de los frenos de la misericordia divina y del perdón de los pecados. No hay tolerancia para los que rehúsan ser salvados”.[16]
Cabe traer aquí a colación la conocida frase de Karl Popper: “no hay tolerancia para los intolerantes”. ¿Quiénes son los intolerantes? Aguarden nuestras instrucciones. El “combate moral” de la segunda guerra mundial debe ser repetido, una y otra, vez al servicio de este supremacismo moral. El régimen de la Verdad búmer es, como hemos visto, un pensamiento por analogías.
Historia de tu estupidez
Más allá de un piélago de mitos y de ilusiones, de ficciones y de mentiras, el régimen de la Verdad búmer es también un universo de remakes. Señala Neema Parvini que todos los héroes “positivos” adoptados por occidente desde mediados del siglo XX – Gandhi, Einstein, Simone de Beauvoir, Martin Luther King, Nelson Mandela, Barak Obama, Madonna, Pussy Riot, etcétera – han de reflejar, aunque sea parcial o tangencialmente, alguna de las virtudes encarnadas por John Lennon. De la misma manera, todos los políticos más o menos prominentes han de presentarse como una rearticulación de Churchill luchando contra Hitler. Huelga decir que cada villano de temporada – Jomeini, Noriega, Milosevic, Sadam Hussein, Fidel Castro, Bashar el Assad, Kim Jong-Un, etcétera – será una rearticulación de Hitler o de un Stalin presentado como “fascista rojo”. El “lado Winston” es la Verdad búmer en modo policíaco, es el “Churchill eterno” (the always Churchill) que patrulla los perímetros de la visión lennoniana, fuera de los cuales sólo puede existir el fascismo.[17]
En su conocido estudio sobre la estupidez, el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer señalaba en los años 1930 que ésta no consiste en la ignorancia o en la cortedad de luces, sino en una actitud mental que se manifiesta, entre otras cosas, en el rechazo a lidiar con la complejidad de lo real. El estúpido es impermeable ante el pensamiento crítico y se siente cómodo en un mundo de narrativas binarias. Estas ideas nos sirven para descifrar al búmer.
Todo búmer mental – sea de la edad que sea – debería leer a Bonhoeffer para aprender algo sobre sí mismo. Debería mirarse en el espejo del régimen de su Verdad. Puede que este le revele algún secreto sobre su estupidez. Puede que le revele por qué vive en un mundo que ya no comprende, en el que no se entera de nada, en el que sigue aferrado a su brújula del siglo XX. Puede que le devuelva su imagen hirsuta agarrada con uñas y dientes a Churchill, a Roosevelt, a Reagan, a Thatcher, a la izquierda, a la derecha, a un “mundo libre” en eterna lucha contra el fascismo y el comunismo. A ideas y conceptos, en suma, destinados a desvanecerse en un mundo que sigue su curso. Tal vez el espejo le devuelva la imagen de su mediocridad, tal vez le muestre que ya no tiene nada sugestivo ni original que ofrecer, más allá de una colección de clichés desgastados y de analogías traídas por los pelos. Puede que el espejo le hable de su memoria selectiva, de su alergia a cualquier análisis informado y serio – ¡complotista! – que venga a mancillar el saco de sus ilusiones, el catálogo de pequeños dogmas y mentiras más o menos conscientes que constituyen su mundo de ficción. Puede que el espejo le enseñe que un enano, por mucho que se aúpe a hombros de gigantes, sigue siendo un enano. Puede que el espejo le diga algo parecido a lo siguiente:
“una de las modalidades de tu estupidez es la de bloquear el pensamiento en el escalón moral, es decir, antes de llegar al pensamiento. Pensar es siempre pensar la realidad, y la red de pesca moral atrapa poca realidad. Las mallas son demasiado amplias. La realidad es una sardina”.[18]
Pero es preciso tener cuidado. Frente a un mundo que se le escapa y ya no puede controlar, el búmer se disocia de la realidad hostil. Esta dislocación patológica le incita a vengarse a través de comportamientos irracionales. La estupidez – como sabía Bonhoeffer – es lo más peligroso que hay; más peligrosa que la maldad, más peligrosa que la ignorancia. ¿Cómo salir de la trampa?
Todo “régimen de la Verdad” reposa, como sabía Foucault, sobre un sistema de pensamiento condicionado. Frente a ello – señalaba el autor de “Las palabras y las cosas” – cualquier acto de libertad y de protesta debe implicar una transgresión de los límites. Pero las transgresiones individuales que predicaban Foucault y sus epígonos se han demostrado inútiles. La Verdad búmer solo será desplazada por un desplazamiento tectónico de la realidad, por una colosal sucesión de tempestades geopolíticas.
El ocaso del régimen de la Verdad búmer
Hay una paradoja constitutiva en el régimen de la Verdad búmer, una contradicción de base que acompaña a su extraña, grotesca, poco gloriosa implosión final.
El régimen de la Verdad búmer guarda un secreto incómodo: su lado Lennon y su lado Winston son incompatibles. Son un matrimonio de conveniencia a la larga insostenible y abocado al fracaso.
El lado Lennon es un pensar en positivo, tan en positivo que ha roto amarras con la realidad. Cuando la realidad se evacúa, las nociones no tienen objeto ni contenido. El pensamiento se licúa, las certezas se deconstruyen. ¿Qué nos queda entonces?
Nos queda el individuo soberano. No hay límites a la autodeterminación del individuo. Cantaba John Lennon: “yo sólo creo en mí, y esa es la realidad”. ¿Está el búmer dispuesto a morir por ella?
Bajo su apariencia mirífica, el régimen de la Verdad búmer es un sistema en armas. Es una yihad liberal. Es un liberalismo armado – de derechas o de izquierdas – que con la idea de “fascismo” esencializa en sentido negativo todo aquello que no sea liberal. El liberalismo armado es, aunque parezca paradójico, schmittiano hasta la extenuación, lleva la distinción amigo-enemigo hasta sus últimas consecuencias. El “fascismo” deja de ser un fenómeno históricamente circunscrito, se convierte en el antagonista universal, en la contra-imagen del régimen de la Verdad búmer. Éste necesita un matón al lado, alguien dispuesto a morir y matar por Lennon. Entra aquí el modo Winston. Hay que defender los valores.[19]
El régimen de la Verdad búmer se gargariza, autocomplacido, en la idea de valores. ¿Qué valorizan esos valores? Valorizan al régimen de la Verdad búmer, que defiende los valores. ¿Qué valores son esos? Son los del régimen de la Verdad búmer, famoso por sus valores. Un pensamiento en bucle, un pensamiento-hámster. ¿Podemos salir de esa rueda?
Conocemos los valores: democracia, libertad, diversidad, pluralismo, estado de derecho, inclusión, prosperidad, etcétera. Valores universales como el aire y como el viento. Golpeamos encima y suena hueco. Los significantes vacíos parecen de verdad vacíos. ¿Dónde está el valor añadido? ¿Cómo ponerles carne? ¿Quién quiere morir por los valores, morir por Lennon?
¡Eureka! ¡Que lo hagan los inmigrantes!
Hay aquí un problema: el lado Winston es un referente de otra época, de una época pre-búmer. Es un valor duro para una época blanda. Winston Churchill no era búmer, era todo lo contrario. Al igual que la “gran generación” que murió en aquella guerra, la que dio paso a los búmer. Los búmer lo agradecieron a su manera y demolieron el legado de sus mayores. Ahora se ponen épicos, como si pudieran revivir lo que en su día demolieron.
El problema es que un Winston Churchill no se improvisa, es el producto de un largo destilado histórico. Pero la cadena se ha roto. ¿Que tenemos? Tenemos a los herederos de Lennon sostenidos en su misma mismidad, predicando y arengando desde un geriátrico africanizado, su legado, el legado que dejan atrás.
El fin de la historia era eso, una utopía de viejos hippies con unicornios trotando sobre el arco iris, entre cielos de algodón y arroyos de mermelada, rodeados por el despliegue militar neocon. Es la simbiosis negativa y positiva, Winston y Lennon, derecha e izquierda, de un mundo que se acaba.
[1] Neema Parvini: “Winston Churchill: Why so important?”
https://www.youtube.com/watch?v=IpFcpwxH1HY&t=629s
[2] Neema Parvini: “Winston Churchill: Why so important?”
https://www.youtube.com/watch?v=IpFcpwxH1HY&t=629s
[3] Observación planteada por el escritor franco-suizo David L´Épée en “L´Imposture du “marxisme culturel””, en el dosier dedicado a Marx en la revista Nouvelle École nº 74, 2025, pp. 123-130.
[4] Es significativo que la expresión “marxismo cultural” aparezca casi cien veces en el “manifiesto” del psicópata etno-nacionalista noruego Adres Breivik, versión europea de los francotiradores asesinos (“rampage killers”) que proliferan en Estados Unidos.
[5] Jaen Francois-Braunstein, La Philosophie devenue folle. Le genre, l´animal, la mort. Grasset 2018. La Religion Woke, Grasset 2022; Andrew Doyle, The New Puritans. How the Religion of Social Justice captured the Western World. Constable 2022; Helen Pluckrose and James Lindsay, Cynical Theories. How Activist Scholarship Made Everything about Race, Gender and Identity, and Why this harms Everybody. Swift 2021. Francisco Erice, En Defensa de la razón. Contribución a la crítica del posmodernismo. Siglo XXI España, 2020.
[6] R.R. Reno, El retorno de los Dioses Fuertes. Nacionalismo, populismo y el futuro de occidente. Homo Legens 2020, pp. 137-138.
[7] Desde un punto de vista general, la progresía ha sido el gran oficiante del consenso búmer. Desde los años 1960 la progresía estuvo convencida de que “al atacar los residuos autoritarios, paternalistas, sexistas, moralistas, etcétera de la “cultura burguesa” se dirigían hacia el progreso social o “socialista”, cuando cualquiera que tenga dos dedos de frente puede comprender que la dinámica capitalista del consumo debe necesariamente derribar estos “residuos” que se oponen a la mercantilización universal”. Costanzo Preve, Histoire Critique du Marxisme. Armand Colin 2011, p. 215.
[8] Denis Collin, Comment peut-on encore être “marxiste”. Atlande 2024, pp. 211-212.
[9] Hay una regla que no falla: cuando un medio progresista mainstream (tipo Libération en Francia o El País en España) promociona algo como “tendencia social” o “estilo de vida” nos encontramos ante un caso de ideología para “losers”.
[10] Neema Parvini: “Winston Churchill: Why so important?”
https://www.youtube.com/watch?v=IpFcpwxH1HY&t=629s
[11] Gabriel Sala, Panfleto contra la Estupidez Contemporánea. Laetoli 2007.
[12] Las cesiones de soberanía a instancias supranacionales se insertan en una lógica globalizadora que supera al Estado-nación como marco político de la lucha de clases. No en vano – escribe Manolo Monereo – “el Estado-nación es el lugar de la política y de la democracia, el lugar del conflicto de clase y redistributivo, el lugar del control del mercado, de la planificación del desarrollo y de la gestión de las políticas públicas. Es el lugar también de los derechos sindicales, laborales y sociales, de las pensiones…” (Manolo Monereo, Oligarquía o democracia. España, nuestro futuro. El Viejo Topo 2020, p. 413-414). Citado en: Yesurún Moreno, El Estado en Disputa. Un itinerario marxista. El Viejo Topo 2022, pp. 90-91.
[13] Andrea Zhok, Critica della ragione liberale. Una filosofía della storia corrente. Meltemi 2020, p. 242.
[14] Francois Bégadeau, Histoire de ta bêtise. Pauvert 2019, p. 12
“Calificar de populista un movimiento que halaga los bajos instintos xenófobos y racistas supone que el pueblo tiene el monopolio de dichos instintos, lo que – señala Rancière – viene a ocultar el racismo de Estado y el racismo prodigado por las clases superiores, del que tanto el pasado como el presente ofrecen numerosos ejemplos”. Obra citada, p. 31.
[15] Pierre Legendre, Ce que l´Occident ne voit pas de l´Occident. Conférences au Japon. Mille et Une Nuits 2008, p. 643
[16] John Gray: “tanto en sus formas canónicas como hiperbólicas, el liberalismo es una nota a pie de página del cristianismo. Según reconocieron, John Locke y sus discípulos hicieron derivar su liberalismo del cristianismo protestante. Los liberales clásicos posteriores son las criaturas de un cristianismo poseído por la fe en la razón. En John Stuart Mill, el liberalismo llegó a ser una religión separada en la que la Humanidad pasó a figurar como el Ser Supremo, mientras que los hiper-liberales actuales han transformado al liberalismo en un culto a la auto-creación de sí mismos”. John Gray, Obra citada, pp. 116 y 121.
[17] Neema Parvini: “Winston Churchill: Why so important?”
https://www.youtube.com/watch?v=IpFcpwxH1HY&t=629s
[18] Francois Bégadeau, Histoire de ta Bêtise. Pauvert 2019, p. 58.
[19] Por su dinámica de revolución permanente suele decirse que el neoliberalismo es una reformulación derechista del Trotskismo. Para el politólogo británico John Gray se trata de una ideología originada en la izquierda: “un tipo de optimismo catastrófico – el mismo que anima gran parte del pensamiento de Trotsky – subyace en la política neoconservadora de exportar la democracia. Ambos concuerdan en la necesidad de demoler las instituciones existentes para provocar el cambio. Ambos aprueban el uso de la violencia como una condición del progreso, e insisten en que la revolución debe ser global”. John Gray, Black Mass: The Apocalyptic Religion and the Death of Utopia. Allan Lane 2007, p. 2007.
Escribía en 2001 el historiador Hywel Williams que el imperialismo liberal puede ser el más peligroso de todos los imperialismos, por su naturaleza abierta y su convicción de que representa una forma superior de vida.