En defensa de la Navidad

En defensa de la Navidad. Aitor Vaz

Hace pocos días pude ver a un antiguo compañero de instituto en un supermercado. Iba con dos niñas pequeñas, sus hijas. Todo el supermercado era un enorme campo de juegos y de ilusión para ellas. Causaban simpatía. Aunque es lógico, todo el local estaba ya preparado para la Navidad y las crías no eran más que pequeños copos de alegría e ilusión pululando por el supermercado. Aunque lo más interesante era ver la expresión de mi antiguo compañero. Era la cara distendida y realmente feliz de un adulto al estar con sus hijas y poder verlas contentas. Y es cuando ves esa expresión, que entiendes que la Navidad es necesaria.

¿Por qué? Por ofrecernos esos pequeños momentos de felicidad e ilusión, de paz y alegría, junto a nuestros seres queridos. Recuerdo a mi compañero en el instituto; todos éramos una entremezcla de gruñones pasivo-agresivos chulescos de timbre de voz cambiante. Algunos, como el caso de mi compañero, de extracción más humilde. Otro más del nutrido grupo de perdedores de la globalización en España. Nada me habría hecho creer en aquellos momentos que, 20 años después, nos encontraríamos entre pasillos de legumbres y figuras de chocolate, para poder verlo realmente feliz con sus dos hijas. Y dudo que su vida sea la de un burgués acomodado, porque no lo es. Pero poder ver a alguien que, a pesar de todas las dificultades, transmitía tal felicidad, es algo que merece mención y atención.

Aunque también, especialmente en mi misma generación, existe el contraste con mi compañero. Gente que muestra una visceralidad y odio contra la Navidad fuera de lo racional. Aunque, irónicamente, pretenden tener argumentos racionales, principalmente dos y muy estereotipados. Lo que dicen odiar de la Navidad por esos sectores de la sociedad, es el consumismo o hipermercantilización y la hipocresía. Y, aunque sospecho que el problema se encuentra en otro rincón de esas psiques,  voy a intentar tratar de esos dos argumentos que suelen dar.

El consumismo al que se refieren es aquel que todos conocemos y podemos ver de infinitas formas. Escaparates rebosantes y boyantes, campañas publicitarias de juguetes en Noviembre, decoraciones tempranas e hilos musicales emocionales que provocan compras impulsivas, supuestas ofertas y toda clase de pretextos navideños para dejar la cuenta corriente a cero. Tienen razón quienes lo ven así. Pero ese consumismo no es consecuencia de la Navidad, es consecuencia de un sistema económico y de un clima social y cultural que poco o nada tiene que ver con el sentido de la Navidad. Sí, se aprovechan las fechas navideñas para dar salida a los impulsos más consumistas de nuestras sociedades para cuadrar el año. No pongo en duda tal hecho. Aunque eso -repito- no tiene que ver con el núcleo de lo que es la Navidad en sentido estricto. La Navidad es momento de recogimiento en el hogar y de afecto por nuestras familias y seres queridos. Que haya un festín suculento o el borde de una pizza rancia sobre la mesa, al final, daría lo mismo. Es momento de unión, de paz, de alegría y de amor. La calidad de un momento se mide por la fuerza emocional del mismo, no por los dígitos de la factura. Confundir ambas cosas como si fueran lo mismo es harto depravado. Hasta el hogar más humilde disfruta del cariño y de la alegría. Dudo que nuestros abuelos, que en la mayor parte de los casos sufrieron las mayores carencias, no tuvieran un feliz recuerdo infantil de la Navidad en sus hogares. Pienso en mi abuela, porque la memoria y las emociones dependen del quién y del qué, no del cuánto. Se trata de lo que hacemos y con quién, no del precio.

Los ceros de la factura de un momento son unas chorreras. Si se las intentas colocar a un chándal sucio, es hortera y hace dudar de la salud mental.

Sí, es cierto que la alegría que nos produce la Navidad y su ambiente nos hace dianas de toda clase de propuestas de consumo. Es lógico, es de primero de psicología comercial y de embaucador, una persona contenta es más fácil que compre sin rigor y de forma impulsiva. La emoción positiva -en este caso la alegría, el cariño o el sentir más cerca que nunca el calor del hogar y los nuestros- genera menos reflexividad y más confianza en los demás y en cualquier propuesta. Seguramente, en el cuento inglés, a Jack le colocaron las habichuelas mágicas en un momento de alegría. Oh sí, era ingenuo. La alegría y la felicidad nos hace bastante ingenuos y confiados.  Quizás por ello no hay tonto que no sea feliz, pero me salgo del tema. La cuestión es que el consumismo o la hipermercantilización de la Navidad, no es algo inherente a la Navidad, es una consecuencia de un sistema de libre mercado que encuentra en la Navidad un estado psicológico óptimo. La Navidad es un pretexto comercial en ese caso. Pero si esa dinámica psicológica y social se quebrara, se buscaría otras fechas para llevar a cabo lo mismo. Los catalanes somos expertos en ello; al fin y al cabo, con el gusto por la repostería, hemos creado dulces para cualquier festividad y eso genera un flujo de consumo hacia las pastelerías que no es menor. Y ellas, encantadas.

Aclarado el primer punto que se critica de la Navidad, avancemos al segundo: la hipocresía.

Es evidente y todos sabemos que la Navidad se construye sobre la premisa de los valores cristianos. No podría ser de otro modo al tratar del nacimiento de Cristo. Pero pareciera que a algunos les genera muchísima incomodidad protagonizar unas fiestas basadas en la unión, la alegría, el amor y la paz. Se repiten comentarios sobre que muchos, durante el año, tienen un comportamiento mezquino que pretenden ocultar durante las fiestas. También es común el comentario sobre «tener que aparentar apreciar a parientes que odias». Y hay dos cosas a decir sobre éstas observaciones que pretenden hacer de la Navidad una fiesta hipócrita.

Primero, ningún ser humano es completamente coherente ni un surtido completo de todas las virtudes sin tacha. Todos tenemos nuestras sombras y nuestros momentos de ogro. Lo cual dista mucho de ser completos demonios que toman las cenas familiares como espacio para jugar a la mentira. Pero esa «incoherencia» es nuestra humanidad. Somos falibles, somos imperfectos. Y también, por ello, tenemos capacidad de enmienda. Otra cosa es no tener voluntad. Pero ningún ser perfecto necesitaría un momento de reflexión para recapacitar sobre su comportamiento y poder corregir los errores. Ningún ser perfecto necesitaría la Navidad, pero los seres humanos sí.

Sobre lo de tener que aparentar, es aún más fácil de rebatir. Nadie nos obliga a aparentar nada. Ni los padres más autoritarios, con fustas en lugar de manos, podrían hacernos fingir una cualidad que no tenemos. Porque la cosa no va de aparentar cariño o afecto. La ocasión trata del perdón. Porque no puede haber paz, núcleo duro de las fechas, sin perdón. Y cuando alguien se muestra resentido por tener que guardar las apariencias durante la Navidad con un pariente que, por lo general, únicamente le cae mal pero al cual no odia, lo que muestra es incapacidad para perdonar y cierto grado de altivez.

En realidad, no se trata de dar un beso a esa cuñada odiosa y fingir que no le lanzarías una cabeza de langostino a modo de misil tierra-lerda. Se trata de aceptar que llega un momento en que hasta un ser cercano que nos genera rechazo, merece perdón y dejar de acumular bilis. Si se quiere evitar interactuar no creo que pase nada, pero lo que mata es el resentimiento, no el perdón sincero. Y reducirlo todo a fingir aprecio durante unas horas es mostrar la propia hipocresía, no la de las fiestas. Porque es reconocer que se es incapaz de perdonar. Y si somos incapaces de tal cosa con un amigo o pariente, es difícil imaginar que luego podamos ser capaces de perdonar a auténticos bárbaros que tenemos más lejos. Aunque ésto segundo sucede mucho, pues se pretende el perdón por el más difícil y lejano mientras se le niega repetidamente al de al lado. Y esa es la auténtica hipocresía, la incapacidad de perdonar a los nuestros y reducirlo a una absurda opereta de malos actores mientras nos llenamos la boca de perdón y concordia hacia aquellos que, quizás, no merezcan tanto esa consideración.

En resumen, creía necesario rebatir ciertas afirmaciones sobre la Navidad que no se ajustan a la realidad y que no son más que una forma grosera de difamar un momento del año que, en realidad, nos ofrece una gran oportunidad.

Si alguien cree que estar con su familia y seres queridos es algo forzado e hipócrita, siempre queda la opción de estar solo entre cuatro paredes. Es más, si les duele tanto el hecho de que la alegría de la Navidad y el deseo de compartir con nuestros seres queridos, sean utilizados comercialmente por mercaderes de ocasión, pueden refugiarse en algún distrito de modernos multiculturales y darse a las sustancias y al jolgorio abstracto con desconocidos mientras esperan un momento mejor del año, quizás el próximo Halloween o Black Friday. Los compadezco.

Tal vez yo no sea el prototipo de ferviente creyente ni mucho menos. Es más, puede que mi visión sea materialista en exceso y me impida la fe, pero cuando nuestra cultura nos ofrece una ocasión para reevaluar nuestra conducta y retornar al hogar con los nuestros, quizás no sea algo  malo y criticable. Cuando se nos ofrece la oportunidad de hacer del nacimiento de Cristo, la ocasión del perdón y de la alegría, no me parece algo que merezca ser criticado con deformaciones tendenciosas. No seré yo quien le diga a nadie quién es el Salvador o el Redentor, pues no me corresponde. Pero cuando tenemos en nuestra mano la oportunidad de salvarnos y perdonarnos a nosotros mismos y a los nuestros, me parece muy irresponsable no hacer uso de tal oportunidad. Porque no me refiero a salvarnos en un sentido espiritual o metafísico, apelo a hacer nuestra vida algo más cómoda y más llena de afecto. Y vivir en paz ya es mucho. Lo que venga después es una incógnita.

Dicho todo y sin tener más observación pendiente, solo me queda desearos a todos lo mejor. Alegría y paz para las próximas fechas y, en la medida de lo posible, para todo lo venga después.

Feliz Navidad. Bon Nadal. Bo Nadal. Eguberri on. Felicem Nativitatis diem. Wesołych Świąt. С Рождеством. Frohe Weihnachten.Срећан Божић.

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