En la tradición filosófica europea se ha ensalzado repetidas veces el valor de la pregunta como método gnoseológico de acercamiento a la verdad. El método mayéutico de Sócrates consistía, precisamente, en ir planteando cuestiones a fin de que, poco a poco, como en un parto (de aquí el nombre), naciera al mundo la verdad que todo ser humano lleva dentro. Por su parte, Martin Heidegger escribió que “el preguntar es la devoción del pensar”. La pregunta es, en sí misma, todo lo contrario a la afirmación dogmática: invita al dialogo, a la reflexión sosegada, y presupone la humildad del que la formula, en las antípodas del iluminado.
Repetidas veces se ha acusado al Sr. Puigdemont y a su Gobierno de ser golpistas. Sus partidarios reaccionan indignados: ¿cómo van a serlo, si tienen un “mandato democrático” del “pueblo de Cataluña”? ¿Cómo van a ser golpistas ellos, si no se quitan de la boca expresiones como “democracia” o “radicalidad democrática”? En el presente artículo no preguntamos si el Sr. Puigdemont y su Gobierno son eso que se les llama; la tarea previa es definir los términos que vamos a utilizar: ¿qué queremos decir cuando hablamos de “golpismo”? ¿Qué queremos decir cuando hablamos de “democracia”?
“Dar un golpe de Estado” significa utilizar una o algunas instituciones del Estado para ir contra él, ya sea para apoderarse de sus resortes de manera ilegítima, para cambiar radicalmente se estructura, para destruirlo o para ponerlo bajo el control de otro Estado; cuando la institución empleada es el Ejército o parte del mismo se habla de “golpe militar”. No hay que confundir golpe de Estado con “insurrección”: en la insurrección es parte de la población quien se levanta en armas; la Revolución Francesa y la Rusa, por ejemplo, se realizaron a partir de insurrecciones populares, que se concretaron en la toma de la Bastilla en el primer caso y en la toma del Palacio de Invierno en el segundo.
¿Quién es el máximo representante del Estado Español (que no del Gobierno español) en Cataluña? Según el orden constitucional vigente, el Sr. Puigdemont, en su calidad de Presidente de la Generalidad. ¿Qué es la Generalitat, con su Govern, su Parlament, su Consell de Garanties Estatutàries, su Síndic de Greuges y demás instituciones? Una estructura política del Estado español en Cataluña. ¿Cómo hay que llamar a la utilización de estas estructuras del Estado español con el objetivo de romper la unidad del mismo, fraccionar su territorio, atentar contra lo que Gustavo Bueno llama “la capa basal del Estado” (la soberanía sobre un territorio)? Creo que la expresión “golpe de Estado” es la más adecuada, y de ella podemos deducir que el Sr. Puigdemont y los integrantes de su Gobierno se están comportando como verdaderos golpistas. Pero, ¿cómo se puede ser golpista y demócrata? ¿Cómo pueden ser golpistas Puigdemont y sus secuaces, si se pasan el día hablando, como se ha dicho, de “democracia”, “radicalidad democrática” y “mandato democrático”? Preguntémoslo de otra manera: ¿qué significa eso de “democracia”?
El término viene de Grecia, y significa literalmente “gobierno del pueblo” (demos=pueblo). Dejando aparte su carácter genérico (el “gobierno del pueblo” se puede institucionalizar de muchas maneras), el problema principal no es otro que la delimitación de este pueblo que va a ejercer su soberanía. Gustavo Bueno sostiene que en toda comunidad política hay que distinguir tres capas: la capa basal (la soberanía sobre un territorio y sus recursos), la capa conjuntiva (instituciones de Gobierno: democracia, dictadura, monarquía, república, etc.) y la capa cortical (relaciones con otras comunidades políticas: Ejército, diplomacia, geopolítica, etc.). El nombre de “capa basal” no es baladí; antes (tanto en el sentido temporal como en el estructural) de la democracia o de la Constitución se encuentra la definición del objeto de la soberanía, y es aquí donde surge el problema: el Sr. Puigdemont “quiere” que exista una Nación Catalana soberana, y que esta soberanía resida en el Parlament en que tiene mayoría (de escaños, no de votos), pero afirmar la Nación Catalana soberana significa negar la Nación Española soberana. Para el Sr. Puigdemont, las Cortes españolas, y, por extensión, el Estado español, no son democráticos, pues no existe (para ellos) un pueblo (demos) español que sea objeto de tal soberanía. La negación del Sr. Puigdemont se refiere a la capa basal, no a la conjuntiva; las Cortes Españolas se eligen siguiendo los mismos procedimientos que en la elección del Parlament de Catalunya: listas cerradas y bloqueadas, ley d’Hont, la misma ley electoral española (en Cataluña nunca han sido capaces de elaborar una propia). El Sr. Puigdemont cree que las Cortes españolas no son democráticas, pues, como no existe un demos español, ni una nación española, ni una soberanía española, las Cortes no los pueden representar, dado que no se puede representar aquello que no existe. Supongo que éste es el motivo de que no quiera ir a exponer su “proyecto” en las Cortes españolas (a lo mejor hay otras razones menos profundas: es más cómodo discursear en el Parlament, donde tiene mayoría, mayoría de escaños, no de votos).
Como no existen ni el pueblo ni la nación ni la soberanía en España, el Estado español no es más que una estructura destinada a oprimir y España no es más que un “conglomerado” (España, cárcel de naciones). Hay que romper con todo ello, hay que salir como sea: frente a la legalidad de este Estado opresor, la “legitimidad” de la democracia auténtica (la suya, claro); el hecho de que más de la mitad de los catalanes no comparta sus delirios (después de más de 30 años de adoctrinamiento) es un pequeño detalle sin importancia.
La deducción es evidente: se puede ser “demócrata”, facción Puigdemont y golpista. No son términos excluyentes.