Se llaman “felices” o “locos años veinte” (Happy Twenties; Roaring Twenties) al periodo de relativa bonanza económica tras la Gran Guerra por parte de las potencias vencedoras. En lo cultural y social, sentó las bases idiosincráticas de lo que iba a ser la nueva forma de vivir occidental durante el siglo XX: vida urbana, consumismo de masas a través de la compra a crédito, la inauguración del ocio, proliferación de los cigarrillos, cierta apertura en las costumbres sexuales, y nuevos géneros musicales (lo que los historiadores llaman “música moderna” con poca exactitud). La feliz década desembocó, como no podía ser de otra manera según los economistas, en el épico batacazo del 24 de octubre de 1929, el señalado Jueves Negro.
Los europeos saben que la Historia se repite: Nietzsche, Marx o Darwin ya lo señalaron, cada uno a su modo. Pero lo que ningún europeo conoce es el ritmo de dicha repetición. Los pensadores europeos no saben bailar; Nietzsche incluido. Pierden el compás cada vez que dan un paso e ignoran la importancia de la cadencia en la Filosofía de la Historia. Mejores filósofos danzantes fueron los hindúes, con sus conceptos de taaly yuga; o los chinos con su sempiterno dinamismo del tao; o los musulmanes, cuyo profeta dijo que “al final” habrá días que serán como una semana, como un mes, o incluso como un año. En definitiva, el tempo de la Historia es dinámico, y todas las tradiciones convergen en interpretar dicho ritmo en accelerando, hasta llegar al clímax en un prestissimo occidental (o ati-drut en música indostaní) que finalizará con el silencio.
Sin rollos: los felices años veinte de este siglo durarán unos poquitos meses, si no semanas; lo que dure la aparente tregua que trae el sol estival en el hemisferio norte y una campaña de vacunación en la que se ha cometido el error de depositar toda forma de esperanza. ¡Disfruten de nuestros cortos y felices años veinte! En vez de charlestón, tenemos reguetón. En vez de cigarrillos de tabaco, ahora la moda es la legalización de la marihuana recreativa. En vez de especular en Wall Street, háganlo con el bitcoin desde casa. En vez de la novedad del cine sonoro, en Netflix ponen una serie de estreno cada semana. En vez de ir al Moulin Rouge, descárguense el Tinder. ¡Diviértanse! ¡Hagan el amor! ¡Disfruten mientras puedan! Pues tiene toda la pinta de que nuestra alocada década de distensión no va a llegar a los doce meses. Un proverbio castizo dice que poco dura la alegría en casa del pobre… pero si los actuales pobres posmodernos ni casa tienen, a no ser a través de la deuda a saldar por sus tataranietos y su secuestro hipotecario a manos de los bancos, ¿Cuánto durará este suspiro de creerse que 2021 es el año de la recuperación?
Yo no sé cuándo será nuestro Jueves Negro; y me atrevería a asegurar tras consultar a varios economistas, que nadie lo sabe. De hecho, ningún economista, no importa de cuál escuela, consigue explicar cómo el sistema financiero no ha colapsado hasta hoy. Ya no se trata de si habrá o no habrá un crash global, ni tan si quiera de cuándo será. El misterio reside en cómo se ha podido vivir hasta 2021 en una economía ficticia y hueca, sin que nadie notase que, ya desde hace bastantes años, el sistema financiero ha entrado en un terreno desconocido donde no hay otra estrategia que huir hacia delante. La deuda federal de la que sigue siendo la mayor economía del mundo rebasa los 28 trillones americanos de dólares, superando ya por varios puntos la totalidad de su PIB. La Eurozona alcanza unos niveles de endeudamiento parecidos, destacando el caso español, con una deuda pública maquillada a la baja del 117,1%, y con una previsión de la Comisión Europea de seguir al alza hasta el año 2031 (sic). No, no hay ningún error: la Unión Europea estima que nos seguiremos endeudando a buen ritmo hasta 2031. ¿Hay quien lo entienda? La situación macroeconómica mundial no sólo es insostenible, sino que, además, reconozcámoslo de una vez por todas, resulta incomprensible para cualquier criterio con fundamento en el sentido común.
La Gran Depresión que inauguró el Jueves Negro no se resolvió hasta los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Aunque, a decir verdad, las grandes guerras nunca ejercen de complemento circunstancial de tiempo sino de causa. Quien conoce esas causas es el historiador, aquel profeta que mira hacia atrás, tal y como dijo Heinrich Heine, antes de que el caradura de Eduardo Galeano le robara la frase. Pero quien conoce sus tiempos no es el historiador ni el profeta, que a estas alturas sólo pueden resultar falsos. Sólo los músicos y las bailarinas van a conseguir interpretar y danzar este trepidante ritmo que ya está sonando. Así como la década de los felices años veinte puede comprimirse en un verano, la consecuente depresión económica la podemos tener encima antes de lo que cante el gallo, en una proporción y brutalidad que en mayo de 2021 sólo nos pueden resultar increíbles. Asimismo, un evento como la Segunda Guerra Mundial, que en el compás en vivace del siglo pasado llevó seis años, puede ser actualizado en el siglo XXI con sólo seis días y aún sobraría el séptimo para descansar. Esto último lo puedo expresar sin misteriosa pompa esotérica: el poder destructivo que se mostró entre 1939 y 1945 se puede comprimir y amplificar en cualquier semana de esta década. Hay medios técnicos, necesidad económica y coartada religiosa para ello. Olvidémonos de aquel paripé de ocupaciones, declaraciones de guerra, batallitas, desembarcos… todo eso se lo pueden ahorrar. En la actualidad se puede ir al grano: reducción drástica de la población, revolución tecnológica sin precedentes, y tabula rasa para la instauración de un nuevo paradigma político, económico y social. ¿Quién ya ha entendido que The Great Reset es literal y no una hiperbólica figura del lenguaje? Mientras lo asumen hasta 2030, dancemos en esta feliz década que puede durar un año, un mes o una semana, contenidos en un único día.