Gaza d’Or, ciudad de exterminaciones

Gaza d'Or, ciudad de exterminaciones. Jasiel Paris

-A Carlos Paz, con quien debato estas cuestiones y que nunca me ha fallado

Trump no está loco. Dice en voz alta lo que el inconsciente colectivo estadounidense piensa discretamente. La intervención yanqui en la guerra de Siria era por petróleo; Obama dijo que era para luchar contra el yihadismo del ISIS; Trump afirma que es por petróleo. El apoyo a Ucrania era por quedarse con sus recursos; Biden dijo que era por luchar contra el autoritarismo de Putin; Trump afirma que es por recursos. Y no lo hace críticamente, denunciando al imperialismo, sino con orgullo, reclamando su derecho a ese petróleo, esos recursos o la cosa que fuese. Pues lo mismo ocurre con el conflicto entre Israel y Palestina.

En esa guerra se reparte dinero, poder y territorios, pero siempre se viste (quizás más que ninguna otra) de altas motivaciones: religiosas, identitarias, derecho-humanistas, justicias por el Holocausto, luchas contra el Apartheid, etc. Sin embargo Trump pasa por encima de todo ello como una apisonadora: Gaza tiene potencial económico, de reconstrucción, turístico. Así que vamos a sacar de allí a millones de palestinos y convertirlo en un parque de especulación urbanística. Ni Netanyahu se atrevía a tanto.

El primer ministro israelí venía disfrazado su guerra de “lucha contra Hamás”, esforzándose por diferenciar a Hamás del pueblo de Gaza. Trump tira por tierra esta sutil distinción al querer eliminar de la ecuación hasta el último árabe de la zona. Bueno, no, hasta el último no: afirma que los árabes que quieran podrán comprar propiedad allí y alquilar habitaciones en los nuevos hoteles (esto para los árabes ricos de Emiratos o Qatar), o venir a trabajar en la reconstrucción y a servir en la hostelería (esto los palestinos pobres). Trump dice que Gaza no será para israelíes ni palestinos, sino para “la gente del mundo” (“people of the world”), revelando el particular significado que para EEUU tiene el concepto “mundo”.

“Mundo” equivale a EEUU, ni más ni menos, EEUU que sería el propietario principal de la nueva Gaza: el “mundo libre”, el “mundo basado en normas”, el “mundo civilizado”. Y, sobre todo, “mundo” equivale a la clase alta: Gaza será de quien pueda permitirse sus resorts, casoplones y cruceros. Lo global, el poder globalista, es siempre un sinónimo del poder capitalista, cualquier otra definición de “globalismo” es falsaria. Los nuevos propietarios de Gaza no serán de la tribu israelita ni de la tribu palestina, sino de la tribu de la clase millonaria trasnacional, en un colonialismo no de raza ni de religión, sino de clase socio-económica. ¡Al menos el sionismo tenía la humildad de colonizar con pobres, con colonos de clase baja y con sefardíes, que avanzaban por necesidad y no por avaricia!

El sionismo de Netanyahu venía siendo más moderado que Trump también en otro aspecto: el primero proponía desplazamientos temporales de partes de la población; ni siquiera daba su aprobación pública a los sectores radicales de su gobierno que reivindicaban absorber Gaza en un “Gran Israel”, sectores que acabaron por abandonar la coalición indignados por que Netanyahu concediese un alto el fuego en lugar de culminar un genocidio. Finalmente ha sido uno de estos radicales excluidos, Itamar Ben-Gvir, ex-ministro de Seguridad Nacional, quien felicita a Trump: “Donald, esto parece el principio de una bella amistad”. La amistad entre el supremacismo ultra estadounidense y el supremacismo ultra sionista, concretamente.

Sin embargo conviene aclarar el orden de jerarquía en esta amistad. Hay ciertos discursos pretendidamente anti-sionistas, pero que en realidad tienen mucho de anti-semita, que formulan una teoría de la conspiración según la cual sería Israel el que manda sobre EEUU, sería Netanyahu el jinete que monta a Trump, el poder en la sombra sería el poder judío del lobby sionista. Esta teoría es débil. El sionismo siempre ha sido un movimiento títere del Anglo-Imperio, primero de Gran Bretaña y actualmente de EEUU. Si el lobby judeo-sionista es poderoso, es porque (como escribía el autor israelí Yuri Slezkine) provienen de un pueblo que ha sabido adaptarse bien al espíritu de la Modernidad Capitalista, que tiene su corazón en EEUU, no en Judea. También se están adaptando notablemente bien a dicho espíritu los hindúes (que ya constituyen otro poderoso lobby en lo angloesfera) o los chinos (que se están quedando con el mundo fuera de la angloesfera). No son “los banqueros judíos” los dueños del dinero, como dicen los conspiranoicos, sino que es el dólar y la civilización del dólar la dueña del mundo, incluyendo a judíos y gentiles, moros y cristianos.

El hecho de que los EEUU de Trump vuelvan a tomar la batuta del territorio palestino, sin mayor turno de palabra para Netanyahu, es una confesión de quién es la fuerza hegemónica en la relación entre Israel y el Anglo-Imperio. Israel depende del dinero y de las armas de EEUU. También lo hace el lobby sionista en EEUU (que ni siquiera está compuesto mayoritariamente por israelíes de religión judía, sino por WASP, yanquis protestante-evangélicos). Esta jerarquía se nota también en la forma en que Trump presenta su discurso, ante la atónita mirada de Netanyahu, con un tono casi pro-palestino: Trump sacará de allí a los gazatíes porque los israelíes han convertido su tierra en un infierno y es necesario llevarles a un lugar donde puedan vivir sin el constante peligro para sus vidas que supone el gobierno de Israel. Así de claro lo dice Trump.

Este discurso envuelto en humanitarismo es el discurso más psicopático y maquiavélico de todos. Por mucho desprecio que suscite el supremacismo ultra sionista, es peor y superior y anterior el supremacismo ultra estadounidense. De hecho, hay un grado de dignidad mayor en el colono sionista que tirotea a unos palestinos para reclamar unos metros sobre sus cultivos, quedarse con otra casucha, o aunque sea con un mísero pozo, que en la horda de mercaderes de Wall Street que desde miles de kilómetros de distancia y sin ningún vínculo emocional con la región gestionarán esos preciados cultivos y casuchas y pozos y los harán polvo para recalificar y hacer encima antros de ocio. Al menos israelíes y palestinos se matan por una historia, una sangre, una fe que le da sentido a su lucha por cada palmo de tierra, mientras que para EEUU esa tierra tiene el valor que establezca ese día el precio del metro cuadrado edificable.

Mientras los dos bandos de siempre mataban por sus raíces, EEUU lo hace por los bienes-raíces. Mientras los dos bandos de siempre buscaban que se levante sobre los restos del enemigo la mezquita de Al-Aqsa o el Tercer Templo judío, el americanismo busca que sobre los huesos de decenas de miles se alcen discotecas y burdeles, en la más terrible tradición yanqui: hacer casinos sobre cementerios de los indios americanos. Hay un ello un espíritu de barbarie más terrible que el de meramente degollarse y bombardearse recíprocamente como hacen árabes y hebreos. Mientras los dos bandos de siempre luchaban por vengar en su árbol genealógico los crímenes contra sus antepasados, Trump lo hace por su yerno Jared Kushner, que está en el negocio inmobiliario. En nada se diferencia de Biden, que apostó por la guerra en Ucrania para favorecer allí los intereses petrolíferos de su hijo Hunter Biden. Esto es el americanismo: el imperialismo internacional del dinero que criticaba el Papa Pío XI. Este enfoque puramente economicista que no ve en Gaza más que potencial costero y en Ucrania nada más que tierras raras, es el legado de los u-ese-á.

Lo que se está llevando aquí a cabo no es el plan sionista de “el Gran Israel”, sino el plan estadounidense del “nuevo orden mundial” y “el siglo americano”, del cual Gaza es una pieza más. Otra pieza de ese plan son las periferias europeas, como los Balcanes, el Mediterráneo en general o España en particular. A estas zonas se está apuntando desde EEUU e Israel para albergar la oleada de refugiados que queden sin hogar tras la limpieza étnica de Gaza. A estos refugiados no les chistarán nuestras derechas patriotísimas, porque nos los mandan por orden de quienes les pagan a ellas la nómina desde Washington o Tel Aviv.

La “economía global del casino” lleva mucho tiempo con su mirada fija en España, donde el magnate yanqui-sionista Sheldon Adelson ya intentó en su día construir un Euro-Vegas. Tal vez, inspirados por la solución final de Trump para Gaza, recuperen la idea nuestras derechas soberanísimas y Ayuso edifique casinos sobre las residencias de ancianos vaciadas tras el covid, o Mazón sobre los solares vaciados tras la DANA. A la espera de tener que luchar por nuestra propia tierra en España, habrá que recordar que el plan de Trump para Gaza implica acabar con los cristianos árabes de Gaza y su lugar de culto. Estando en peligro la cristiandad originaria, la de la Palestina de Cristo, la de Belén y Nazaret, el deber de todo cristiano en España y en el mundo es librar la guerra justa contra EEUU e Israel y practicar el tiranicidio contra sus líderes.

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