Heidegger y el nacional-socialismo

Heidegger y el nacional-socialismo. José Alsina Calvés

Es habitual en los seudo debates posmodernos, en torno a autores u obras, el recurrir a las etiquetas. Resulta mucho más fácil señalar, de forma inquisitorial, a un autor, y mandarlo definitivamente al “basurero de la historia” que analizar seriamente su obra en su contexto. En estas acusaciones “rituales” se mezclan las razones morales con las intelectuales. 

En el caso de Heidegger, el papel de inquisidor le ha tocado a Victor Farias, con su inmundo panfleto Heidegger y el nacional-socialismo. Escrito con espíritu de “causa general”, está lleno de absurdos y de contradicciones, y muestra una ignorancia malintencionada sobre lo que fueron realmente los movimientos fascistas en Europa. Entre otras cosas, sostiene que la educación católica de Heidegger le predispuso hacia las ideas nacional-socialistas, “olvidando” que el nacional-socialismo triunfó en un país, Alemania, mayoritariamente luterano, y “obviando” que fue, precisamente, el alejamiento de la Iglesia Católica lo que favoreció la aproximación de Heidegger hacia las ideas n-s.

Aunque Heidegger hubiera sido nacional-socialista hasta el final, aunque hubiera militado en el NSDAP hasta el último momento, cosa que no fue así, su obra filosófica seguiría siendo una de las más importantes del siglo XX. Se podría condenar moralmente a la persona Heidegger, pero la condena moral no tiene nada que ver con la valía de una obra intelectual. A nadie se le ocurre criticar la física de Newton en base a que el personaje fuera alguien mezquino, vengativo y un poco paranoico. 

Tal como veremos, las cosas ni fueron así. Es cierto que, en un principio, Heidegger se aproximó al movimiento n-s, se afilió al NSDAP y aceptó el cargo de rector de la Universidad de Friburgo. Pero pronto surgieron las diferencias entre lo que Heidegger esperaba de este movimiento y su desarrollo real. Un año después de haber aceptado el cargo de rector, el 21 de abril de 1934, Heidegger renunciaba al mismo. Algunos de sus cursos y seminarios fueron vigilados por la Gestapo, y destacados intelectuales orgánicos del Régimen, como Krieck, criticaron duramente su filosofía, de la que llegaron a decir que tenía carácter “judío y talmúdico-rabulistico”.

Esta relación ambigua y conflictiva de Heidegger con el nacional-socialismo la encontramos en la mayoría de los autores de la llamada “Revolución Conservadora”, corriente intelectual que nunca se formalizó en un movimiento, pero en la que podemos incluir a Heidegger. Figuras de la Revolución Conservadora fueron Thomas Mann, Carl Smith, los hermanos Jünger, Ernst Niekich y Oswald Spengler, entre otros. Algunos fueron abiertamente opositores al régimen nacional-socialista, como Thomas Mann que se exilió de Alemania, o Niekich, que estuvo internado en un campo de concentración. Otros, como Carl Smith, colaboraron hasta el final. Los hermanos Jünger mantuvieron siempre una distancia crítica sin llegar a la oposición frontal; el libro de Ernst Jünger, Sobre los acantilados de mármolse puede interpretar en clave anti-nazi, pero también en clave anticomunista. Otros, como Spengler y el propio Heidegger se aproximaron al movimiento en un principio, para después alejarse de él. 

Heidegger y la Revolución Conservadora

La Revolución Conservadora alemana hace referencia a un amplio movimiento intelectual y político surgido en Alemania y Austria a principios del siglo XX, principalmente en el período de entreguerras, durante la República de Weimar[1]. El movimiento tuvo sus raíces en las obras de antiguos filósofos y autores del siglo XIX, como Friedrich Nietzsche, Johann Wolfgang von Goethe, Ferdinand Tönnies, Constantin Frantz, Friedrich List, Paul de Lagarde y Julius Langbehn, entre otros, haciendo uso de sus ideas o llevándolas más lejos e integrándolas en nuevas filosofías. La Revolución Conservadora fue liderada por grupos de intelectuales que habían comenzado su trabajo antes y durante la Primera Guerra Mundial, pero cuyas contribuciones revolucionarias más importantes comenzaron después de la guerra, en parte como reacción a las crisis política, económica y social que Alemania experimentó repentinamente como consecuencia de su derrota.

Estos pensadores y activistas también influyeron en el movimiento nacionalsocialista de Adolf Hitler y algunos elogiaron al fascismo italiano, pero es importante recordar que su relación con esos movimientos es complicada. Debe reconocerse que la Revolución Conservadora forma una línea de pensamiento distinta del fascismo y del nacionalsocialismo, ni tampoco puede ser mirada como “protonazi.” Algunos de sus miembros con el tiempo se unieron al movimiento nacionalsocialista y adoptaron su ideología, pero otros lo hicieron por oportunismo o con la esperanza de influir en él (por lo que nunca aceptaron su ideología) y otros incluso se opusieron tanto fascismo como al nacionalsocialismo e intentaron crear grupos políticos alternativos. Todos los miembros de la Revolución Conservadora, independientemente de la postura política que tomaron, tenían en común el postular el derrocamiento del Tratado de Versalles y la creación de un rejuvenecido Reich alemán basada en nuevos principios políticos y sociales.

Los intelectuales y dirigentes relacionados con el “movimiento conservador revolucionario” son típicamente conocidos como “conservadores revolucionario” o, en algunos casos, como “neoconservadores”. Una de las figuras culturales más importantes que han popularizado el término “Revolución Conservadora” fue el autor monárquico austríaco Hugo von Hofmannsthal[2]. Hofmannsthal, refiriéndose a la construcción de una nueva Europa basada en las cualidades positivas de la tradición francesa y las fortalezas de principios del siglo XVI, declaró que “El proceso del que estoy hablando es nada menos que una revolución conservadora en una escala nunca conocida en la historia de Europa. Su objeto es formar una nueva realidad alemana, en la cual compartirá toda la nación “. Sin embargo, la referencia de Hofmannsthal a una “revolución conservadora” en aquél momento fue vaga y no tenía la definición más precisa que se daría años más tarde . Un significado un poco más claro fue dado al término por Edgar Julius Jung en 1932, quien escribió acerca de una nueva revolución alemana que haría una “revisión implacable de todos los valores humanos y disolvería todas las formas mecánicas,” y posteriormente llevaría a una revolución política de impacto internacional.

Por “revolución conservadora” nos referimos al retorno al respeto de todas esas leyes y valores elementales sin los cuales el individuo es alienado de la naturaleza y de Dios y es dejado incapaz de establecer un orden verdadero. En lugar de la igualdad viene el valor interno del individuo; en lugar de las convicciones socialistas, la justa integración de personas en su lugar en una sociedad jerárquica; en lugar de la selección mecánica, el orgánico desarrollo del liderazgo; en lugar de la compulsión  burocrática, la responsabilidad interna del genuino auto-gobierno, en lugar de la felicidad de masas, los derechos de la personalidad formados por la nación.

La Revolución Conservadora fue un movimiento filosófico muy diverso, pero con tendencias claras: los conservadores revolucionarios desarrollaron a menudo sus propias líneas de pensamiento único, pero simultáneamente compartían ciertos principios en común con todos los demás, es por eso que todos pueden ser designados por un solo nombre. Todos los conservadores revolucionarios habían desarrollado una crítica mordaz del liberalismo, marxismo, republicanismo, individualismo, igualitarismo, modernismo occidental, materialismo filosófico y nihilismo. Todos tenían en común su creencia en los valores del volk (“gente,” “la nación”, o “ethnos”), el reconocimiento del valor de las diferencias entre individuos y entre los pueblos, la importancia de la autoridad, el valor del holismo y sentimiento de comunidad supra-individual, la importancia de las creencias religiosas, la supremacía de las fuerzas vitales y espirituales sobre la material y las fuerzas artificiales en la vida humana, el llamado a superar el nihilismo moderno y una visión revolucionaria de la tradición (conservadurismo cultural radical). El último concepto es uno de sus rasgos más definitorios y puede ser visto como el significado fundamental de la expresión “conservadurismo revolucionario”.

Arthur Moeller van der Bruck[3]fue responsable de establecer este concepto en una forma clara y de distinguirla de otras ideas. El punto de vista puramente revolucionario no reconoce la importancia de las tradiciones y valores, mientras que la visión reaccionaria apunta a un completo renacimiento de formas pasadas (culturales, políticas y sociales), creyendo que todo en un particular tiempo pasado fue positivo, o bien se sujeta rígidamente a todas las formas del pasado. Según Moeller van den Bruck, cierto conservadurismo es conservadurismo revolucionario cuando combina la estabilidad con dinamismo, conservando las tradiciones que son valiosas o eternamente válidas mientras acepta nuevas ideas o prácticas que son beneficiosas: ” El conservadurismo busca preservar los valores de una nación, tanto para conservar los valores tradicionales en cuanto éstos aún posean el poder de crecimiento, como asimilando los nuevos valores que aumentan la vitalidad de una nación”.

Moeller van den Bruck además escribió que “el reaccionario ve el mundo como él lo ha conocido; el conservador lo ve como lo ha sido y será siempre. [Los conservadores] distinguen lo transitorio de lo eterno”. En otras palabras, hay valores y principios que son atemporales y eternamente válidos, pero las formas particulares (instituciones, leyes, órdenes sociales, formas culturales, etc.) por medio de las cuales ellos se manifiestan son temporales, y varían y se transforman de acuerdo al tiempo y lugar. “El pensamiento conservador percibe el principio eterno que, ahora en primer plano, ahora en el fondo, mas nunca ausente, en algún momento se reafirma porque es inherente a la naturaleza y a los hombres.” Por ende, la frase “el conservadurismo tiene la eternidad a su lado”. Así, el conservadurismo revolucionario es el reconocimiento, preservación o restauración de los valores eternos y principios mientras se descartan ideas y prácticas pasadas anticuadas o irrelevantes, asimilando nuevas ideas en su lugar”.

Esta concepción del conservadurismo hace posible resistir los progresos modernos indeseables sin rechazar todo en el mundo moderno – sin llegar a ser unos reaccionarios, que buscan restaurar completamente un estado pasado – y revolucionar la sociedad contemporánea por medio de la regeneración de lo que fue valioso en el pasado, conservando lo que es valioso en el presente y aceptando nuevas ideas positivas para el futuro. Asimismo, el conservadurismo revolucionario también permite la combinación o síntesis de las ideas que típicamente fueron vistos como antítesis o pertenecientes a escuelas de pensamiento opuestas: la combinación de ideas revolucionarias o radicales e ideas conservadoras o de derecha.

Más allá del concepto esencial descrito anteriormente, en la Revolución Conservadora figuran entre los diferentes grupos de pensadores un número de lo que podemos llamar sus “tendencias definitorias”, designando como estas a las siguientes: socialismo conservador, integralismo völkisch, tradicionalismo radical cristiano, pesimismo cultural, geopolítica y filosofía de la guerra. Debe reconocerse que estas grandes tendencias de pensamiento tienen una relación compleja: muchos se traslapan mientras que otros se contradicen entre sí, así como unos que han sido complementarios se han desarrollado por separado, y algunos que han sido contradictorios entre si se han reconciliado debido a ciertos intelectuales clave. En conjunto, forman las líneas fundamentales del pensamiento que compone la Revolución Conservadora alemana.

Definiendo tendencias de la Revolución Conservadora Alemana.

1. Socialismo conservador

Basándose en la historia del socialismo no marxista en Alemania , muchos intelectuales conservadores revolucionarios abogaban por una forma de socialismo que se reconciliaba con valores nacionalistas, conservadores y derechistas. Este “socialismo conservador” se basó en un valor anti-individualista de la comunidad orgánica y la solidaridad social, sobre la reconciliación de la justicia social con un respeto por la desigualdad de carácter y jerarquía en la sociedad, sobre una organización corporativa de la economía, sobre la visión de que la ética (ética de trabajo, altruismo, devoción al servicio y al grupo) es tan importante como la economía en la definición de socialismo, y  sobre un mayor énfasis en la unidad nacional en lugar de la guerra de la clases (cuando no un rechazo completo de la guerra de la clases).

Los socialistas conservadores afirmaron que el verdadero socialismo era de una naturaleza distinta al marxismo y criticó a este último por su materialismo económico, igualitarismo, internacionalismo y énfasis excesivo de la clase social en la historia. Sin embargo, al mismo tiempo criticaron al capitalismo por su individualismo atomizador (que desintegra los lazos sociales y “la comunidad del trabajo”), su tendencia al reduccionismo económico y la indiferencia a la calidad, y la creación de la ética capitalista en las sociedades (la obsesión con el beneficio, prácticas de negocios despiadadas, egocentrismo, etc..). Según la crítica de Werner Sombart[4], el capitalismo estuvo marcado por el surgimiento de la racionalización y la abstracción de las características de la figura mercantil: “Antes que el capitalismo se pudiere desarrollar, el hombre natural tuvo que ser cambiado hasta ser irreconocible y un mecanismo racionalmente dispuesto tuve que ser introducido en su lugar. Tiene que haber una transvaloración de todos los valores económicos”.

Podemos mencionar los siguientes como los más importantes ejemplos de socialismo conservador en la Revolución Conservadora: el socialismo de Estado nacional de Johann Plenge, el “socialismo de guerra” de Paul Lensch, el socialismo nacional corporativista de Arthur Moeller van den Bruck[5], el éticamente orientado “socialismo prusiano” de Oswald Spengler, el “socialismo alemán” de Werner Sombart, el nacionalsocialismo elitista de Hans Zehrer, el socialismo de Estado de Hans Freyer, la teoría del “trabajador” anti-burgués militante de Ernst Jünger, el nacional-bolchevismo de Ernst Niekisch y el movimiento de campesinos de Bruno von Salomon y Ernst von Salomon.

2. Integralismo Völkisch

A lo que nos referimos con el término “integralismo Völkisch” es a una línea de pensamiento que acentúa el sentido del todo social (holismo), el particularismo cultural y un sentido de significado colectivo en el Volk. Conservadores como Hans Freyer, Othmar Spann, Edgar Julius Jung y Werner Sombart desarrollaron una perspectiva integralista, analizando críticamente la situación de la sociedad liberal moderna desde un enfoque sociológico. Criticaron, más prominente, el individualismo y la apertura extrema de las sociedades capitalistas liberales. La teoría individualista se negaba a reconocer que las personas existían no como individuos desconectados, sino como miembros de un todo supra-individual con conexiones espirituales, mientras que el individualismo en la vida social había alienado a los individuos unos de otros, atomizado la sociedad y destruido el sentido de interdependencia, y de comunidad orgánica y espiritual. Además, la completa apertura cultural de la sociedad liberal había dañado la estabilidad necesaria y original de la cultura, así como la noción de la particularidad y el sentido de un mayor sentido en la propia cultura.

Combinados, el individualismo y la apertura total habían dañado la integridad de los pueblos (Volk), creando incertidumbre y alienación en la vida social y cultural. Los conservadores revolucionarios abogaron por el vuelco de la sociedad liberal y la creación de Estados integrados, más cerrados, étnicamente particularistas y holísticos (anti-individualistas, orientados a la comunidad) que restauraran el profundo sentido del significado colectivo en la vida. Como escribió Hans Freyer, “El hombre es libre cuando es libre en su Volk y cuando es libre en su reino [Raum]. El hombre es libre cuando es parte de una voluntad colectiva concreta, que asume la responsabilidad de su historia… una voluntad que une a los hombres y dota su existencia privada de significado histórico”.

3. Tradicionalismo cristiano radical

En el pensamiento de algunos intelectuales conservadores revolucionarios y de sus seguidores, principalmente Othmar Spann y Edgar Julius Jung, se desarrolló una filosofía de religiosidad cristiana, autoritarismo, elitismo o jerarquía y una variante más tradicionalista del concepto de conservadurismo revolucionario. Los tradicionalistas cristianos radicales abogaban por la creación de un Estado monárquico que también sería dirigido por una elite jerárquicamente organizada y autoritaria que estaría dispuesta a aceptar nuevos miembros basados en su calidad, creando así un liderazgo espiritualmente aristocrático. Como lo describió Jung, “El Estado, como la orden más alta de la comunidad orgánica, debe ser una aristocracia en el sentido último y más alto de la palabra: la regla de los mejores. Incluso la democracia fue fundada sobre este reclamo”.

También tuvieron como objetivo establecer un Estado que utilizaría una economía corporativista no socialista (relacionada con el sistema de gremio medieval), sería totalmente anti-individualista y enfatizaría la ética social católica, orgánica, que sería animada por la espiritualidad cristiana y el poder de la iglesia, organizada sobre una base federalista étnico-separatista, en contraposición a una típica base nacionalista. Los tradicionalistas cristianos radicales también afirmaron que su visión del Estado ideal era el “Estado verdadero”, lo que significa una estructura sociopolítica que varía entre las culturas, pero que reaparece en toda la historia, basándose así en un modelo eternamente válido.

4. Pesimismo cultural

El pesimismo cultural (Kulturpessimismus) era una visión de la naturaleza de las culturas en la que las estas pasan por ciclos de crecimiento y decadencia, lo que generalmente implica la crítica de que la sociedad contemporánea se encuentra en un estado de decadencia. El punto de vista del pesimismo cultural también rechaza la creencia en el progreso, puesto que todas las culturas en última instancia colapsan, y aboga por una visión cíclica o circular de la historia. La filosofía pesimista de decadencia fue desarrollada por algunos intelectuales alemanes, siendo el más famoso Oswald Spengler. Spengler sostuvo que las altas culturas tienen sus propios caracteres espirituales esenciales y están “destinadas” a pasar por ciclos predecibles comparables a los de un organismo biológico.

En la teoría de Spengler, la fase temprana de cada alta cultura es la de una Kultur saludable, vital y ascendente, mientras que la fase posterior es la mecanizada, urbanizada y decadente Zivilisation, que es la etapa de la actual cultura occidental. Después de la realización de una alta cultura en una civilización imperialista, inevitablemente morirá, y por esa razón hay no hay “logros eternos” en la historia: “La vida del individuo – ya sea animal o planta u hombre – es tan perecedera como la de los pueblos de culturas. Cada creación, cada pensamiento, cada descubrimiento, y cada hecho está condenado a caer al olvido”.

Otro punto de vista del pesimismo cultural fue desarrollado por Ludwig Klages, quien se concentró más en la decadencia de la vida a lo largo de la historia humana. Se ha también afirmado comúnmente que Arthur Moeller van den Bruck era partidario del pesimismo cultural debido a su teoría sobre el surgimiento de “pueblos jóvenes” fuertes y la decadencia de los “pueblos viejos”, pero en realidad su punto de vista no era estrictamente pesimista porque afirmó que la historia era indeterminada y que las naciones podían revertir su caída.

5. Geopolítica

Mientras que la filosofía política estaba presente entre muchos intelectuales alemanes, dos pensadores de la Revolución Conservadora, Carl Schmitt y Karl Haushofer, desarrollaron una filosofía compleja de la geopolítica. Karl Haushofer es un conocido teórico geopolítico que afirmó que el derecho de las naciones no sólo se limitaba a defender sus tierras, sino también a expandirse y colonizar nuevas tierras, especialmente cuando se experimenta una superpoblación. Alemania era una nación en esa posición y por lo tanto tenía derecho al Lebensraum (“espacio vital”) por su exceso de población. Con el fin de superar la dominación de la estructura de poder angloamericana, Haushofer abogó por un nuevo sistema de alianzas, particularmente una que incluyera un eje ruso-alemán-japonés.

La filosofía de Carl Schmitt comenzó con el concepto de lo “político”, el cual se distinguía de lo “político” en el sentido normal de la palabra, basándose en cambio en la distinción entre “amigo” y “enemigo”. La política existe dondequiera que existe un enemigo, un grupo que es diferente y tiene diferentes intereses, y con quien existe la posibilidad de conflicto. Este criterio incluye a grupos tanto fuera del Estado así como dentro del Estado y, por lo tanto, tanto una guerra interestatal como una guerra civil son tomadas en cuenta. Una población puede ser unificada y movilizada a través del acto político en el que un enemigo es identificado y combatido.

Schmitt también defendió la práctica de la dictadura, que distingue de la “tiranía”. La dictadura es una forma de gobierno que se establece cuando un “estado de excepción” o emergencia existe, siendo necesario evitar los procesos parlamentarios lentos para así defender la ley. Según Schmitt, el poder dictatorial está presente en cualquier caso en que un Estado o líder ejerce poder independientemente de la aprobación de las mayorías, independientemente de si es o no “democrático” este Estado. La soberanía es el poder de decidir el Estado de excepción, y por lo tanto, “soberano es quien decide sobre la excepción”.

Schmitt criticó además al parlamentario o democracia liberal con el argumento de que la base original del parlamentarismo – que sostenía que la separación de poderes y el diálogo abierto y racional entre las partes se traduciría en un Estado funcionando bien – fue negado por la realidad de la política partidista, en que los dirigentes del partido, coaliciones, y grupos de interés toman decisiones políticas sin un debate. Otro argumento notable hecho por Schmitt fue que la verdadera democracia no es la democracia liberal, en el cual una pluralidad de grupos son tratados igualmente bajo un solo Estado, sino que la verdadera democracia consiste en un Estado unificado, homogéneo, en la que las decisiones de los líderes expresan la voluntad del pueblo unificado. En palabras de Schmitt, “Toda real democracia se basa en el principio de que no sólo los iguales son iguales sino que los desiguales no serán tratados de forma igualitaria. La democracia requiere, por lo tanto, en primer lugar homogeneidad, y en segundo lugar, si surge la necesidad, la eliminación o erradicación de la heterogeneidad”.

6. La filosofía de la guerra

La mayoría de los conservadores revolucionarios vieron el objetivo pacifista de la paz mundial como poco realista y expresaron la opinión de que la guerra era un hecho inevitable e ineludible de la existencia humana, independientemente de si es o no es una experiencia deseable. Spengler declaró que “La paz es un deseo, la guerra es un hecho; y la historia nunca prestó atención a los ideales y los deseos humanos. Mientras el hombre siga evolucionando habrá guerras. Advirtió que si los europeos adoptaban el ideal pacifista, los no-europeos harían la guerra y gobernarían el mundo: “Las razas fuertes y no desgastadas no son pacifistas. Adoptar tal posición es abandonar el futuro, porque el ideal pacifista es una condición estática y terminal que es contraria a los hechos básicos de la existencia.”

Carl Schmitt sostenía que la política era un hecho de la vida, y lo es porque así como siempre habrá un enemigo de un pueblo, el conflicto y la guerra eran la realidad de la existencia. Schmitt también criticó la noción existente entre los liberales y marxistas de luchar por una “humanidad universal,” porque tal noción deshumaniza el enemigo, esencialmente “declarando que es un forajido de la humanidad; y una guerra de tal modo puede ser conducida a la más extrema inhumanidad . Schmitt especialmente tenía en alta estima el sistema de guerra limitada y civilizada desarrollada por los europeos desde la Edad Media, que permitió evitar excesos.

Werner Sombart escribió acerca de la diferencia entre las naciones cuyo carácter dominante está marcada o por el tipo Comerciante (ejemplificado por los ingleses) y el tipo Héroe (ejemplificado por los alemanes). El primero está caracterizado por el utilitarismo, materialismo, el individualismo y el comercialismo, mientras que el segundo está marcado por el altruismo, la disposición para el sacrificio, orientación hacia el deber, el anti-individualismo y el desprecio por el materialismo. Mientras que los comerciantes luchan por la paz y felicidad e incluso conciben a la guerra como una “empresa puramente comercial”, los héroes tienen un instinto bélico: “También hay virtudes militares – virtudes que encuentran su pleno desarrollo en la guerra y a través de la guerra, así como todo heroísmo se desarrolla completamente en guerra y a través de la guerra”. Edgar Jung también veía la guerra como una parte natural de la vida terrenal y particularmente escribió acerca de la importancia de la disposición a sacrificar la vida en la guerra, en contraste a la cosmovisión pacifista e individualista: “El individualismo se enfrenta con la muerte en el campo de batalla, el sacrificio inequívoco por una Idea… Una edad que burlonamente habla de ‘la sin razón de morir’ revela tan sólo su separación de la vida, la cual recibe su valor sólo de la muerte”.

Hans Freyer postulaba que, si bien la guerra tenía efectos negativos, esta era no sólo inevitable sino también necesaria para la creación de un estado positivo. Basado en sus propias experiencias como soldado, sostenía que la preparación para la guerra y el acto de la guerra desempeñaba una función social integradora, contribuyendo al sentido positivo de la comunidad y la conciencia política. Ernst Jünger fue más allá de la mayoría de los autores y es conocido por su trabajo sobre lo que vio como los efectos positivos de la guerra y la batalla, con él mismo habiéndolo experimentado en la Primera Guerra Mundial. Jünger rechazó la civilización burguesa de la comodidad y la seguridad, que él veía como débil y moribunda, a favor de la endurecedora y “magnífica” experiencia de acción y aventura en guerra, que transformarían a un hombre del mundo burgués en un “guerrero”. El tipo Guerrero luchó “contra la eterna utopía de la paz., la búsqueda de la felicidad y la perfección”.

Elementos de conservadurismo revolucionario en Heidegger

Muchas de estas tendencias ideológicas las encontramos en la obra de Heidegger, por lo que este autor puede ser incluido, sin problemas, dentro de la Revolución Conservadora[6]. Las ideas de Heidegger sobre el trabajo y su valor, y su función en la “comunidad popular” encajan perfectamente con la idea de socialismo defendida por muchos autores de la Revolución Conservadora. Estas ideas afloran el discurso pronunciado el 27 de mayo de 1933[7], con motivo de la toma de posesión del rectorado. En el se refiere a las obligaciones de los estudiantes con la “comunidad popular”, que se hacen realidad en el “Servicio del Trabajo”, el “Servicio de las Armas” y el “Servicio del Saber”.

El 30 de junio de 1933, el Freiburg Studentenzeitung publicaba un llamamiento del nuevo rector, que llevaba por título El Servicio del Trabajo y la Universidad[8], donde volvían a manifestarse las ideas de Heidegger a favor de un socialismo nacional conservador. El campamento de trabajo se define como “el lugar de la nueva puesta en evidencia de la comunidad del pueblo”. Será un campamento de instrucción para todos los ordenes sociales y profesionales, que hará llegar el saber a toda la comunidad trabajadora, sean cuales sean los ordenes sociales de que se trate.

Aunque Heidegger nunca se manifestó, de forma explícita, a favor del movimiento Volkisch, sus ideas sobre la comunidad popular o “Volk”, desarrolladas en el curso sobre Lógica[9], aproximan su pensamiento a este movimiento[10].

El pesimismo cultural y la idea de decadencia es una constante en el pensamiento de Heidegger. Su interpretación de toda la filosofía occidental, desde Platón, como un olvido del Ser va en esta línea. Su advertencia del peligro de la técnica moderna como factor de deshumanización va también en esta línea.

También podemos encontrar en el pensamiento de Heidegger una “filosofía de la guerra”. Uno de los existenciales del Dasein, el más importante, es el de ser-para-la-muerte. Es precisamente en la guerra, en la camaradería que se gesta en las trincheras, donde la emoción compartida por la “proximidad” de la muerte crea comunidad. Así lo manifiesta Heidegger en el discurso pronunciado en agosto de 1934 “El espíritu del frente, la camaradería, el Führer y el Estado[11]·

Otras tendencias descritas no estas presentes en la obra de Heidegger. Así, por ejemplo, no hay ninguna referencia a la Geopolítica. En cuanto al Tradicionalismo Cristiano hay que señalar que en los inicios de su obra filosófica Heidegger se aparta progresivamente de la Iglesia Católica (aunque las inquietudes religiosas siempre están presentes en su obra), pero que en su juventud fue un tradicionalista católico. 

HEIDEGGER VERSUS N-S

Tal como ya hemos señalado, el periodo de Heidegger como militante n-s en activo dura, aproximadamente, un año. El 22 de abril de 1933 se hacía publica la elección de Martin Heidegger como rector de la Universidad de Friburgo, y el 1 de mayo se formalizaba su ingreso en el NSDAP. El 30 de junio de 1934 renunciaba al cargo, aunque permanecía afiliado al partido.

En los dos años que siguen se produce un distanciamiento progresivo de Heidegger del n-s. Sobre las causas y el desarrollo de este proceso existen diversas hipótesis[12], pero nos inclinamos a pensar que la causa fundamental es de orden filosófico. Si su filosofía del Dasein, especialmente lo relativo a la historicidad del Dasein, lo había aproximado al movimiento n-s, en el que veía un regreso al inicio y una revolución comunitaria de vuelta a la Patria, es esta misma filosofía, especialmente su critica a la técnica y a la modernidad, lo que le acaba alejándolo del movimiento n-s.

Poco a poco se van haciendo evidentes las diferencias entre el pensamiento de Heidegger y el n-s oficial, aunque hay que tener en cuenta que, como señala Nolte[13], antes de que el NSDAP monopolizara el término “nacional-socialista”, este era utilizado por facciones muy diversas, desde la socialdemocracia al “socialismo” de los hermanos Strasser. 

Pero la cuestión no es si Heidegger intenta encarnar un pensamiento n-s “auténtico” frente a la “traición” del NSDAP, o si quiere erigirse en autentico Führer, en una posición homóloga a la de Trotsky frente a Stalin. No queremos entrar en debates de autenticidad, y consideramos al nacional-socialismo “realmente existente” al de Hitler y del NSDAP, y es de este nacional-socialismo del que Heidegger se va apartando progresivamente.

A nuestro entender hay dos puntos fundamentales que marcan el alejamiento de Heidegger del pensamiento n-s, y son dos puntos que, a su vez, señalan la filiación moderna del nacional-socialismo, tal como sostiene Dugin[14].

Uno de estos puntos, creemos que el fundamental, es el racismo. En la cosmovisión n-s se produce una reducción de lo humano a lo biológico, y esta reducción es esencialmente moderna. Tal como sostiene Rosa Sala[15], las fuentes ideológicas del racismo hay que buscarlas en el pensamiento científico de la Ilustración, especialmente en su interpretación de la Gran Cadena del Ser. Para esta autora es fundamental la figura del biólogo alemán Ernst Haeckel, creador del término “ecología” y divulgador del darwinismo en Alemania, para entender el racismo n-s. 

Este racismo, cuyas raíces nos llevan a la Ilustración, se manifiesta de forma explicita en el pensamiento n-s, pero también se manifiesta, aunque de forma implícita, en la civilización anglosajona. Asó, por ejemplo, en todas las colonias del Imperio Británico hay una severa segregación racial entre ingleses e indígenas (que contrasta con las políticas de mestizaje propias del Imperio Hispánico), cuando no un auténtico exterminio de la población indígena, considerada como una parte de la “fauna local”, como ocurrió en Estados Unidos. 

Pero el racismo, además de tener raíces en el pensamiento científico de la Ilustración, también aparece vinculado a la cosmovisión protestante (otro elemento de la Modernidad). La doctrina protestante de la predestinación, según la cual la salvación eterna no depende de las obras humanas, sino de la gracia divina, y, según la cual, cualquier individuo humano, al nacer, ya está predestinado (elegido) por la Divinidad para salvarse o condenarse, ya predispone al racismo. Es fácil pasar de la categoría de “individuos elegidos” a la de “pueblos elegidos” o “razas elegidas”.

Las teorías o/y las prácticas racistas las encontramos en pueblos y naciones de tradición protestante, y son prácticamente inexistentes en las culturas de origen católico, donde prima la idea de igualdad en dignidad de todos los seres humanos, que deriva de ser todos “hijos de Dios”. Es lo que Maeztu llamó el “humanismo español”, defendido en el Concilio de Trento por los teólogos españoles, opuesto al “humanismo del orgullo” propio del mundo protestante.

Este reduccionismo biológico es incompatible con la filosofía de Heidegger. Ya vimos[16]que al desarrollar su idea de “pueblo” nos habla del cuerpo, el alma y el espíritu de este pueblo. La raza pertenecería al cuerpo del pueblo, pero lo que interesa realmente a Heidegger es el espíritu de este pueblo, y este espíritu se forja en la Historia y mediante la Decisión. Esto es lo realmente importante, y no las “mediciones de cráneos”, a las que se refiere de forma despectiva.

Otra cuestión que marca el distanciamiento de Heidegger del n-s es la referente a la técnica. Tal como sostiene Angela Luzia[17]en este periodo Heidegger ya ve al movimiento n-s no como una salida de la Modernidad, sino como la expresión misma de la entrega de la modernidad a la técnica, en la que el ser humano sigue usado como objeto. En obras posteriores[18]compara la agricultura mecanizada con el funcionamiento de un campo de concentración.


[1]AAVV. (2015) Figuras de la Revolución Conservadora. Tarragona, Ediciones Fides.

[2]Benoist, A. (2015) Arthur Moeller van der Bruck y la Revolución Conservadora alemana.Tarragona, Ediciones Fides, p. 55.

[3]Benoist, obra citada.

[4]Jacob, A. «W. Sombart/O. Spengler» en Figuras de la Revolución Conservadora, obra citada.

[5]Tudor, L. “A. Moeller van der Bruck” en Figuras de la Revolución Conservadora, obra citada.

[6]Locchi, G. « Martin Heidegger» en Figuras de la Revolución Conservadora, obra citada

[7]Nolte, E. (1998) Heidegger. Política e historia en su vida y pensamiento. Madrid, Editorial Tecnos, p. 143.

[8]Nolte, obra citada, p. 147.

[9]Heidegger, M. (1991) Lógica. Lecciones de Martin Heidegger (semestre de verano 1934) en el legado de Helen Weiss. Edición bilingüe. Introducción y traducción de Victor Farias. Barcelona, Anthropos, editorial

[10]Ver Capítulo Tercero.

[11]Gil, E. (2014) Heidegger y la política. Madrid, Editorial Retorno, p. 70.

[12]Nolte, obra citada, p. 176 y siguientes.

[13]Ibidem.

[14]Dugin, A. (2013) La Cuarta Teoría Política. Barcelona, Ediciones Nueva República, p. 28.

[15]Sala Rose, R. (2003) Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo. Barcelona, Ediciones Acantilado, pp. 24-25.

[16]Lógica, obra citada.

[17]Luzia, A. (2008) Técnica y Ser en Heidegger. Hacia una ontología de la técnica moderna. Tesis doctoral dirigida por Mariano Alvarez Gómez. Salamanca, Universidad de Salamanca, pp. 134-135.

[18]Heidegger, M. (1990) Identidad y diferencia. Edición Bilingüe, Barcelona, Editorial Anthropos.

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