Nos decía Remiro de Maeztu que “Hispanidad es el ser común de los pueblos hispanos, con diversidad de razas, zonas geográficas y lenguas, pero con una historia fundamentalmente común y, sobre todo, con un «destino universal» permanente”, y en ese ser común se encuentra España, que a lo largo de la historia ha tenido sus luces y sus sobras para asumir el liderazgo en la responsabilidad infinita de su obra transoceánica.
La consolidación e institucionalización de España como baluarte de ese sentido de responsabilidad siempre ha estado menguada por todos aquellos que sus intereses eran contrarios a que la Hispanidad encontrara razón de ser en el mundo como una unidad política con un fin común. Es así como a lo largo del siglo XX las dos “patrias ideales”, que asumieron como propias todos los países hispanoamericanos, han hipnotizado el subconsciente colectivo de la idea Imperial de Hispanoamérica. Por un lado los cantos de sirena de la Rusia soviética, y por el otro, el economicismo despiadado del mundialismo impulsado por algunos bancos de Nueva York. Y es que la fascinación por la riqueza ha ahogado en una desproporcionalidad desmedida las realidades sociales de la mayoría de los países hispanoamericanos. Los primeros con la promesa de la revolución, al querer invertir la situación por medio del materialismo histórico de la venganza, y los segundos imponiendo reformas fiscales y administrativas diseñadas desde el acaparamiento en el control económico de los Estados y de sus soberanías.
Con la entrada del siglo XXI los resortes de la modernidad, entendida como edad histórica, iluminan el desmantelamiento de todos los principios filosóficos hijos de ella. Nace así la oportunidad de perfilar el arquetipo estructural que siente las bases de un futuro armónico y prospero para más de 400 millones de habitantes. Las coyunturas geopolíticas internacionales hacen que las posiciones de los Estados se movilicen en bloques poco definidos pero armados de intereses económicos y de influencias posicionales. Unos bloques volátiles sin solidez de principios, valores, creencias y certezas, en los cuales todo es pasajero, ligero, escurridizo y por lo tanto los cimientos donde construir tienen una base de barro que posibilita la imprevisibilidad de los acontecimientos.
Ante este desarraigo de conceptos, es el momento de que España vuelva a mirar hacia la esencia de su arcaísmo, reconciliándolo con las realidades actuales y proyectándolo hacia el futuro en forma de una nueva sustantividad con personalidad propia y definida en el transcurrir de las circunstancias. Es el momento de que España mire hacia el atlántico con la suficiente determinación centrípeta como para asumir el liderazgo internacional de la Hispanidad, poniéndolo al servicio de Europa como medio y como forma de recuperar la esencia de occidente.
La realidad de España como puente de la Unión Europea hacia Hispanoamérica carece de una visión estratégica; este potencial es un factor fundamental en la creación de empleo y riqueza, y sin embargo, actualmente no es explotado ni por España ni por la Unión Europea. Y sobre todo cuando el mar se ha convertido en el reto de muchas grandes potencias como Estados Unidos, China, Japón, Rusia o Australia. Todas ellas no dudan en desarrollar bases reales de control económico, multiplicar los programas de investigación y defender su soberanía con posiciones adelantadas en el mar, si es necesario por la fuerza.
Desde la defensa de una Alianza Europea de la Naciones no se puede perder la perspectiva y la oportunidad de liderar junto a España esta realidad social, cultural e histórica por su potencial económico y geoestratégico. Y sobre todo cuando existe una nueva organización del mundo por bloques definidos. Dentro de esta nueva perspectiva de la Unión Europea, la capacidad como potencia marítima de España no es exclusiva (Dinamarca, Francia, Portugal y los Países Bajos también tienen mucho que aportar), España ocupará el primer lugar, especialmente en caso de la confirmación de Brexit.
Esta preeminencia española junto a la cooperación de sus socios europeos permitirá convertir a la UE en una autoridad marítima ante las grandes potencias mundiales, posibilitando el encuentro en espacios de seguridad contra los asaltos migratorios y desarrollando planes de cooperación internacional de las economías de origen que faciliten una justa competencia en los mercados y sean eficaces para el desarrollo económico de las naciones.
Europa debe mirar al mar y su solidaridad debe jugar un papel principal con todos los territorios de origen español de ultramar. Por eso desde aquí defendemos que los países hispanoamericanos deberían tener representación específicamente en las instituciones europeas.
La regiones ultra periféricas de la Unión Europea y el control de nuestras fronteras.
A la UE pertenecen en la actualidad nueve regiones ultra periféricas. Una es española (Canarias), a la cual, por sus peculiaridades para el caso que nos ocupa, podríamos unir Ceuta y Melilla, dos pertenecen a Portugal (Azores y Madeira) y seis son francesas (Guadalupe, Guyana, Martinica, Mayotte, Reunión y San Martín). Todas ellas se encuentran dentro del marco aduanero de la Comunidad. Son puntos estratégicos de control fronterizo que se deben mimar en relación con la seguridad de la Unión Europea. El control de las fronteras y los flujos migratorios es esencialmente responsabilidad de los Estados y la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas, comúnmente conocida como FRONTEX, gestiona la cooperación operativa en las fronteras exteriores de Europa en los lugares más congestionados. Sin embargo, la agencia FRONTEX está ausente o prácticamente sin medios humanos y materiales en estos puntos estratégicos donde se produce la primera puerta de entrada de la inmigración ilegal.
Los estados nacionales deben recuperar el control total de sus fronteras y FRONTEX debe transformarse definitivamente en una estructura de cooperación interestatal de políticas migratorias de estados, es la hora de que FRONTEX desempeñe plenamente su papel en el extranjero, utilizando todos los medios al alcance del Estado español, proporcionado los recursos y la experiencia que sean necesarios, especialmente en Canarias, Ceuta y Melilla.
España debe tener una estricta política de inmigración y desde la perspectiva europea, desde la defensa de la Alianza Europea de la Naciones asegurar que los fondos europeos de cooperación internacional (FED) estén, entre otros, destinados y condicionados a un control de los flujos migratorios y que las Zonas Económicas Exclusivas de los distintos países de la UE estén protegidas para evitar cualquier saqueo de recursos.
Europa e Hispanidad
Si bien es cierto que el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE) permite a los territorios de ultramar, con soberanía de los estado miembros, beneficiarse de medidas de adaptación en relación con las normas europeas sobre el mercado interior, también es cierto que no existe un reconocimiento explicito del compromiso que debe mantener la UE con los países Hispanoamericanos, España no ha ejercido su liderazgo en la defensa de acuerdos preferentes con los actuales países que en el pasado formaban parte de la organización territorial Española.
El compromiso de España con los países hispanoamericanos debe de ser una prioridad nacional, europea y objeto de patriotismo económico. Se hace necesario que la Unión Europea priorice estas relaciones con el fin de construir una estrategia para el desarrollo local y las exportaciones internacionales. Esto será un modo de acción clave destinado a obtener una verdadera regulación de los efectos de la globalización y posibilitar la restructuración en el posicionamiento geopolítico de los países hispanoamericanos dentro del contexto europeo.
Desde el concepto de una Alianza Europea de la Naciones basada en mecanismo de cooperación entre naciones libres y soberanas en torno a grandes proyectos, se hace necesario concretar una ambición marítima europea. Y sobre todo teniendo presente que la política marítima europea es actualmente el gran punto débil de la Unión en el marco internacional.
La Unión debe estructurar una política marítima europea que tenga como ejes de desarrollo estratégico el establecimiento de relaciones económicas fluidas con los países hispanoamericanos, la exploración de recursos energéticos y mineros: hidrocarburos, polimetálicos, mezclas de sulfuros…, la investigación sobre energías renovables, recursos biológicos, agrícolas…, y que facilite el control y la preferencia en la asimilación migratoria, así como el desarrollo en origen de los países más desfavorecidos. Esta cooperación no puede poner en tela de juicio la soberanía nacional de los distintos estados y debería dar lugar a una profunda cooperación diplomática para proyectos comerciales a escala europea y transoceánica.
Hispanoamérica es una parte integral de España, y sus naciones, su patrimonio, su historia y su gente son también, por tanto, Europa.