Historia de la publicación de El Capital (III)

Historia de la publicación de El Capital (III). Daniel López Rodríguez

La conspiración del silencio

Al publicarse el libro uno de El Capital Marx no esperaba ninguna crítica rigurosa de los representantes de la ciencia «burguesa». Como leemos en el epílogo de la segunda edición, «La rápida comprensión con que amplios círculos de la clase obrera alemana recibieron El Capital es la mejor recompensa por mi trabajo. Un hombre que en lo económico representa el punto de vista del burgués, el fabricante vienés señor Mayer, expuso certeramente en un folleto publicado durante la guerra franco-prusiana que la gran capacidad teórica que pasa por ser el patrimonio alemán, ha abandonado totalmente a las clases presuntamente cultas de Alemania y renace, por el contrario, en su clase obrera» (Karl Marx, El Capital. Crítica de la economía política, Libro I: El proceso de producción del capital, Traducción de Pedro Scaron, Biblioteca de los grandes pensadores, Barcelona 2003, pág. 10).

De modo que El Capital sufrió la conspiración del silencio. «En un principio, los portavoces cultos e ignaros de la burguesía alemana procuraron aniquilar El Capital por medio del silencio, tal como habían logrado hacer con mis obras anteriores. Cuando esa táctica ya no se ajustó a las demandas de la época, se pusieron a redactar, con el pretexto de criticar mi libro, instrucciones “para tranquilizar la conciencia burguesa”, pero encontraron en la prensa obrera -véanse por ejemplo los artículos de Joseph Dietzgen en el Volksstaat– paladines superiores, a los que aun hoy deben la respuesta» (Marx, El Capital, págs. 12-13).

Marx se reconocía como un apestado, como el Job bíblico, pero sin temer ni creer en Dios.

El 2 de noviembre de 1867 Marx se quejaba a Engels de la conspiración del silencio contra su libro: «El silencio en torno a mi libro comienza a ser inquietante. No oigo ni veo nada. Los alemanes son unos buenos muchachos. Sus servicios como lacayos de los ingleses, de los franceses y hasta de los italianos en esta ciencia les autorizan naturalmente a ignorar mi libro. Nuestros amigos de allá no saben moverse. Ya que no podemos hacer otra cosa, haremos como los rusos: esperar. La paciencia es la clave de la diplomacia y de los éxitos en Rusia. Lo malo es que nosotros, simples mortales, que no vivimos más que una vez, podemos palmar mientras esperamos» (Karl Marx y Friedrich Engels, Cartas sobre El capital, Traducción de Florentino Pérez, Edima, Barcelona 1968, pág. 145).

Y el 8 de noviembre le escribía Engels a Kugelmann: «La prensa alemana continúa manteniendo el silencio en torno al CAPITAL, y, sin embargo, es de la máxima importancia que se haga algo. Uno de los artículos que le he enviado, lo he encontrado en la Zukunfl; lamento no haber sabido que podía ir destinado a esa hoja: en una publicidad así hubiera sido posible mostrarse más audaz. A pesar de todo, no es eso lo más importante. Lo esencial es que se dé cuenta del libro y se siga dando aún. Y como en este asunto, M [arx] no tiene libertad de movimientos y es tan tímido como una doncella, son los demás, somos nosotros quienes tenemos que hacerlo. Sírvase, pues, comunicarme los resultados que ha obtenido hasta ahora en este terreno y cuáles son las hojas que piensa utilizar aún. En estas circunstancias, para hablar como nuestro viejo amigo Jesucristo, debemos tener la inocencia de la paloma y la prudencia de la serpiente. Esos buenos economistas vulgares son lo suficientemente inteligentes como para dar muestras de circunspección ante este libro y sobre todo para no hablar de él, a menos que se vean obligados a hacerlo. Y a eso es a lo que tenemos que OBLIGARLES. Si se habla del libro simultáneamente en 15 ó 20 periódicos -poco importa que sea bien o mal, en forma de artículos, de cartas, o, en la parte no redaccional, en forma de cartas de lectores-, simplemente como de una publicación importante, que merece atención, entonces toda la banda comenzará a aullar, y los Faucher, Michaelis, Roscher y Max Wirth, se verán OBLIGADOS A HACERLO. Y es nuestra responsabilidad, una responsabilidad sagrada, que aparezcan esos artículos, y EN LA MEDIDA DE LO POSIBLE AL MISMO TIEMPO en los periódicos de Europa e incluso en las hojas reaccionarias. En estas últimas se podría hacer observar que esos señores economistas vulgares gritan mucho en los parlamentos y en las reuniones en donde se discute de economía nacional, pero aquí, en donde se ponen de relieve las consecuencias de su propia ciencia, cierran el pico graciosamente» (Marx y Engels, Cartas sobre El capital, págs.146-147).

Engels y Kugelmann hicieron cuanto estaba en sus manos para que la obra se diese a conocer. Introdujeron en periódicos burgueses anuncios de la publicación de la obra, e incluso en algunos reprodujeron el prólogo.

Asimismo, reclamaron en una revista ilustrada la publicación de un artículo biográfico sobre Marx, con retrato y todo. Pero Marx les pidió que se dejasen de «bromas». «Para mí esas cosas perjudican más que favorecen y no se avienen con el carácter de un hombre de ciencia. Hace mucho tiempo, por ejemplo, que los redactores del Diccionario enciclopédico de Meyer me escribieron pidiéndome una biografía. Y no sólo no se la entregué, sino que ni siquiera contesté a la carta. Cada cual es libre de entender la dicha a su modo». Y, con todo, Engels envió la biografía a la revista ilustrada Gartenlaube, que según él mismo escribió «a toda prisa y bajo la forma más “betaica” posible» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 393).

Al poco tiempo la breve biografía apareció en el Zukunft, órgano de Johann Jacoby que se publicaba en Berlín y que dirigía Guido Weiss desde 1867. Wilhelm Liebknecht reproduciría de forma mutilada la biografía en el Semanario Democrático, lo que provocó la ira de Engels. Las primeras reseñas elogiosas no llegarían hasta 1872.

Engels publicó una crítica de la obra en el Semanario Democrático; Schweitzer publicó otra en el Socialdemócrata, que Marx valoró reconociéndole al autor que, salvo algunos errores de interpretación, había estudiado bien los puntos fundamentales de la obra; Joseph Dietzgen, el famoso obrero autodidacta del que Marx hasta entonces no tenía ni la más mínima noticia, publicaría otra también para el Semanaria Democrático, la cual fue saludada por Marx como una crítica filosófica inteligentemente dotada, aunque tampoco le dio mayor importancia.

Eugen Dühring, el mismo que criticaría Engels en 1877, escribió una crítica que publicó en Suplemento, periódico de Meyer. Marx no reaccionó con ira ante la crítica de Dühring. De hecho comentó que se trataba de una crítica bastante correcta, pero advirtió que este no había advertido las novedades que Marx aportaba en su obra. Engels, en cambio, reprobó la crítica de Dühring.

La reacción de Arnold Ruge ante la obra fue positiva: «Es una obra que hace época y derrama una luz brillante, cegadora a veces, sobre el desarrollo, las crisis, los dolores de parto y los espantosos sufrimientos mortales de las diferentes épocas de la sociedad. Las páginas en que expone y razona la plusvalía como producto del trabajo no retribuido, la expropiación de los obreros que trabaja para sí mismos y la expropiación inminente de los expropiadores, son clásicas. Marx posee una erudición extensísima y un talento asombroso. Y aunque el libro sobrepasa los horizontes de muchos lectores y periodistas, se impondrá sin ningún género de duda y alcanzará, a pesar de su gran envergadura, o mejor dicho gracias a ella poderoso influjo» (citado por Mehring, Carlos Marx, págs. 395-396).

Feuerbach reaccionó más o menos igual, aunque a éste no le importaba en demasía el método dialéctico sino los «hechos indiscutibles, interesantísimos y espantosos también muchos de ellos, que llenan la obra» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 396), y que él interpretaba como la confirmación de su filosofía moral en la que sostenía que donde falta lo necesario para vivir no hay necesidades morales.

Cuando salió la edición inglesa sólo repercutió en un pequeño comentario de la Saturday Review, que valoró la obra por aclarar y prestar cierto encanto en la explicación de los problemas más abstrusos de la economía política. A su vez, la redacción de la Fortnightly Review rechazó un artículo extenso que les envió Engels el cual les pareció demasiado árido. Los esfuerzos de Beesley, que tenía cierta influencia en la revista, fueron en vano.

Por otra parte, también leemos en el epílogo de la segunda edición de El Capital que «Los tartajosos parlanchines de la economía vulgar alemana reprueban el estilo de mi obra y mi sistema expositivo. Nadie puede juzgar más severamente que yo las deficiencias literarias de El capital. No obstante, para provecho y gozo de estos señores y de su público, quiero traer aquí a colación un juicio inglés y otro ruso. La Saturday Review, hostil por entero a mis opiniones, dijo al informar sobre la primera edición alemana: el sistema expositivo “confiere un encanto (charm) peculiar aun en los más áridos problemas económicos”. El S. P. Viédomosti (un diario de San Petersburgo) observa en el número del 20 de abril de 1872: “La exposición, salvo unas pocas partes excesivamente especializadas, se distingue por ser accesible a todas las inteligencias, por la claridad y, pese a la elevación científica del tema, por su extraordinaria vivacidad. En este aspecto el autor… ni de lejos se parece a la mayor parte de los sabios alemanes, que… redactan sus libros en un lenguaje tan ininteligible y árido como para romper la cabeza al mortal común y corriente”. Lo que se les rompe a los lectores de la literatura que hoy en día producen los profesores nacional-liberales de Alemania es, empero, algo muy distinto de la cabeza» (Marx, El Capital, pág. 13).

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