In memoriam Dalmacio Negro

In memoriam Dalmacio Negro. Angel Campo Diaz

Cuando comencé la carrera de Derecho y Ciencias Políticas en el CEU tuve la suerte de conocer a magníficos profesores, de aquellos que dejan una marca indeleble. En sus clases coincidían en remitirse a un maestro común de nombre clásico. Esta singularidad, junto a sus profundas citas y a la reverencia que le dirigían, envolvían su figura en un sabor vetusto. Aquel maestro se situaba para aquellos bisoños universitarios en un pasado atemporal, propio de aquellos hombres que alcanzaron la fama de las letras.

Cuánta sería mi sorpresa al ver su nombre aparecer en un cartel colgado en un corcho. La ocasión exigía conocerlo en persona. Todavía recuerdo con viveza la impresión que me provocaron sus palabras en aquella conferencia. Cuando bajó de la mesa de conferencias apareció un hombre de cuerpo diminuto y corpulento sostenido por un par de muletas, donde se contenía un espíritu digno de los antiguos. Al terminar pude saludarlo y en aquella conversación entendí a mis profesores.

Porque Dalmacio Negro Pavón (1931-2024) no debe ser recordado únicamente por su obra, sino también por su virtud personal. Todos aquellos que lo trataron pueden dar fe de su bondad, su humildad, su jovialidad y de su paciencia. A todos procuraba atención, sin importar quiénes fuesen. Siempre tenía sabias palabras de consejo para los jóvenes que a él se acercaban. Su buen humor y su ironía nunca faltaban cuando hablaba. Tampoco sus cigarros liados a mano —con una técnica exclusivamente dalmaciana— que quedaban fijados a la comisura de sus labios. Pues a pesar de su edad, se negaba a dejar de fumar y de conducir, así como de faltar a un compromiso.

Don Dalmacio no dejaba indiferente. Ha significado un antes y un después para muchas personas, entre las cuales me incluyo. De ahí el «don» que le tributamos hasta quedar como parte imprescindible de su nombre: no se puede hablar de Dalmacio Negro a secas. La huella intelectual que ha imprimido a tantas generaciones, sin duda su obra la continuará grabando en sus lectores. Pues don Dalmacio era esencialmente un lector que hablaba de sus lecturas. Con gracia contaba cómo en sus años docentes lo llamaban «la biblioteca con corbata». Y, sobre todo, con modestia nos insistía en que él no hacía más que repetir lo que le habían enseñado sus maestros.

Tras aquella conferencia, nos invitó al seminario que ha dirigido hasta el último de sus días. En el seminario tuvimos la suerte de leer junto a don Dalmacio a grandes autores. Allí pudimos ver a un hombre que cada desmejora física la transformaba con creces en profundidad intelectual. Su ancianidad fue el momento más prolífico de su pensamiento. Esta lucidez excepcional, sus inseparables muletas y el arrojo de su espíritu nos hicieron creer que el tiempo se había detenido para don Dalmacio y que siempre estaría entre nosotros. Sin embargo, el pasado 23 de diciembre recibimos la triste noticia de su fallecimiento. Aquel era el día de su cumpleaños, coincidencia que seguramente habría comentado con su característico buen humor. Con él moría el último gran pensador español de lo político, con él termina una generación académica excepcional de nuestra patria.

Don Dalmacio construyó su carrera con la libertad que le caracterizó siempre. Nunca hizo concesiones a partidos ni a academias, ni mucho menos a burocracias en desorbitada expansión. Su propia vida fue expresión coherente de su pensamiento y de sus principios. Licenciado en Derecho y en Filosofía, así como doctor en Ciencias Políticas, su tesis fue publicada con el título Liberalismo y socialismo: La encrucijada intelectual de Stuart Mill (1975). En la Universidad Complutense ostentó la cátedra de «Historia de las Ideas y Formas Políticas». Sucedería a su maestro Luis Díez del Corral en la dirección del Seminario de Estudios Políticos, que renombraría en su honor. En las aulas de la facultad de Derecho de la Universidad San Pablo CEU, reducto verdaderamente universitario, se reunía su seminario. A la llegada del COVID pasó a formato virtual y compensó la pérdida de la presencialidad con una participación internacional.

De su extensísima obra cabe destacar, por orden de publicación, La tradición liberal y el Estado (1995), Lo que Europa debe al cristianismo (2004), El mito del hombre nuevo (2009) e Historia de las formas del Estado (2010). Ésta última, que ha sido traducida al italiano y al ruso, espera una segunda edición en la que don Dalmacio venía trabajando varios años. No se puede olvidar tampoco su breve ensayo La ley de hierro de las oligarquías (2015).

Pero quien quiera sumergirse de lleno en su pensamiento encontrará innumerables artículos, prólogos y libros, que a su vez remiten a otras tantas obras. Se dice que para iluminar, si no se puede ser la lámpara que produce la luz, conviene ser el espejo que la refleja. Don Dalmacio cumplía de sobra con ambas. Una señal de su maestría es que ninguna de sus referencias era banal ni conducía a un callejón sin salida. Si lo cita, merece la pena. Asistir a una de sus lecciones era salir con gran cantidad de folios llenos de sugerentes apuntes y otros tantos de bibliografía y autores.

Hablar sobre la hondura de su magisterio es hablar de su misma fecundidad. La función docente tiene mucho de paternidad. Don Dalmacio era padre y maestro. Conseguía convocar en torno a sí gentes de más allá del mundo académico y de las fronteras de España. De este reconocimiento es patente ejemplo, amén de agradecido afecto, el Liber Amicorum editado por Jerónimo Molina Pensar el Estado: Dalmacio Negro, la política de los hechos y la política de la libertad (2022). En su presentación bromeó con que fuesen preparando el siguiente para los próximos noventa años que pensaba vivir.

También insistió en lo poco amigo que era de recibir reconocimientos y halagos. Aun así, con estas líneas no quiero sino manifestarle mi admiración. Quienes todavía no lo conozcan, lean a don Dalmacio. Quienes sí, profundicen en él. Tenemos la suerte de que ha dejado un legado -biográfico y bibliográfico- inmenso. Aprovechemos también la ventaja de la tecnología de conservar grabaciones suyas: conferencias publicadas en la red, programas de radio como el imprescindible Platón regresa a la Caverna de Domingo González o la entrevista de cariz más íntimo que le hizo mi amigo José Luis Álvarez de Mora (https://www.youtube.com/watch?v=IIZp70Z-CnY). No todos los grandes autores pueden presumir de dejar tanta constancia.

Don Dalmacio falleció, pero la muerte no es el final. Como hombres no podemos más que lamentar su pérdida, pero como cristianos debemos rezar y esperar por su vida eterna. Mientras tanto, en este mundo, su testimonio y su obra permanecen y seguirán iluminando, puede que incluso con mayor intensidad. El tiempo le ha ido dando la razón y posiblemente no deje de hacerlo. Su ejemplo y magisterio es un faro para guiarnos en nuestros devenires por el mundo del pensamiento donde a tantos nos introdujo. El recuerdo de don Dalmacio vivirá en sus libros y en nuestros corazones. Cada vez que abramos sus páginas podremos volver a conversar con él y escucharlo con los ojos, como hacía Quevedo. Más que suficiente para satisfacer una vida es poder asemejarse una mínima parte al maestro. Para emularle, pensar y vivir con libertad podría ser un comienzo que le hubiese gustado. Y quizá más aún, hacernos sencillos y agradecidos.

Gracias, don Dalmacio.

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