Se han cumplido dos años de la moción de censura que desalojara del gobierno de España a Mariano Rajoy. Desde aquél fatídico debate, celebrado entre el 31 de mayo y el 1 de junio, Pedro Sánchez Pérez-Castejón asumió los destinos de España. Los populares no supieron entender lo que podía ocurrir con su falta de perspectiva política. La corrupción y su ambigua postura en la cuestión catalana les pasarían una factura electoral de la que todavía no se han recuperado. Irresponsabilidad, empecinamiento en no convocar elecciones anticipadas y, una falta de control sobre su propio partido adelantó la caída del ex presidente gallego, tan gallego para demasiadas cuestiones. Demasiadas.
La victoria de Sánchez en su moción de censura tiene el valor histórico de haber sido la primera en prosperar de toda la historia de la reciente democracia. Se abría una nueva etapa, a mi modo de ver, imposible de poder valorar positivamente. Los desertores de España habían tomado el poder, la anti España caminaba firme con los apoyos de los más fervientes defensores de modelos chavistas, marxistas trasnochados, nazionalistas, independentistas radicales y terroristas convencidos. El sanchismo pasaba de la soflama mitinera a la tribuna parlamentaria y al control de la Moncloa. Una tragedia para todos los que amamos nuestra Patria.
El “Manual de resistencia” del nuevo presidente tomaba cuerpo. Su tesis doctoral sobre “Nueva diplomacia española” empezaba a pasar del atril al Boletín Oficial del Estado. Por cierto, ambos trabajos son de dudosa originalidad. El primero de ellos atribuido a Irene Lozano; el segundo sometido a la sospecha del plagio.
Conquistado el poder, custodiado por las hordas antiespañolas, desde muy pronto comenzó a dar claros síntomas de sectarismo, revanchismo, frentismo y chavismo descarado, insultante. El pupilo de José Luis Rodríguez Zapatero, convertido en su gurú, mejoraba el esperpento gubernamental de su respetado maestro. Parecía una empresa imposible de alcanzar, pero la insistencia tozuda de Sánchez lo ha hecho real. Una etapa negra, muy oscura, comenzaba y se cernía sobre el presente y el futuro nacional.
El primer gobierno de la nueva era socialista lo conformaron diecisiete ministerios. El segundo, más ideologizado desde el punto de vista de la radicalidad bolivariana, lo integran veintidós departamentos, cinco de ellos a propuesta de los filo marxistas de Podemos. La hipoteca suscrita por el PSOE, a cambio del apoyo podemita, es impagable en términos políticos. Les cedieron las carteras de Igualdad (Irene Montero), Trabajo (Yolanda Díaz), Universidades (Manuel Castells), Consumo (Alberto Garzón) y se reservaba para el anticapitalista de salón y casoplón, Pablo Iglesias, una Vicepresidencia de Derechos Sociales y Agenda 2030, amén del control sobre el CNI (Centro Nacional de Inteligencia). España se vendió a las huestes de sus enemigos declarados y confesos. Así las famélicas legiones se levantaban contra el estado opresor, el estado de derecho, convirtiéndolo en estado de deshecho, o si prefieren en estado de desecho.
Camino de perdición, hoja de ruta marcada por los mercenarios pagados con promesas, marca nuestro actual devenir. La rendición en Cataluña, vestida de diálogo y negociación; el revanchismo de la mal llamada Ley de la Memoria Histórica, adúltera con la verdad; las imaginativas políticas de inmigración, tan demagogas como irresponsables; el impulso a la ética de pensamiento único, que impone dictatorialmente lo correcto; la amenaza de una nueva ley de educación, peor que la que ya sufrimos; la autoritaria y radical LGTB; el feminismo pésimamente entendido; la destrucción de facto de la división de poderes, con un poder judicial ultrajado y teledirigido por los comisarios políticos de Moncloa; el desafuero en el control del gasto público, dilapidando grandes cantidades de recursos y generando deuda y déficit público; la cacareada justicia social traducida en las colas del paro y las colas del hambre; el laicismo exultante del que se hace gala sin recato, verdadero anticlericalismo encubierto; y un larguísimo etcétera son muestras de la negritud de nuestro desalentador panorama.
No me he referido al caos, a la incapacidad de gestión de la pandemia, o a la burda manipulación informativa. La verdad se ha convertido en herejía, la falsificación de la realidad es insoportable, la ocultación y la malversación de la información es una práctica demasiado habitual. Muchas plataformas de comunicación se han transformado en terminales mediáticas de la propaganda gubernamental. El mundo de la transparencia ha sido secuestrado implantándose el universo de la oscuridad, la sospecha y la mentira. No puedo callarme ante tanto exceso sanchista.
Dos años después seguimos con Presupuestos Generales del Estado prorrogados, habiendo celebrado dos elecciones generales en el mismo año. Europa no se fía, nos pide compromiso y moderación en nuestros ajustes económicos, teme el extremismo de lo socios de Sánchez. Sus devaneos con Bildu a costa de la derogación de la reforma laboral han hecho activar la alarma. Recordaré que España es el único país de la Europa avanzada en la que están presentes, con poder ejecutivo, los comunistas. ¡Qué triste honor!
Mientras, los españoles no parecen reaccionar, estamos adormilados, acomodados y aborregados. La España subvencionada, pensionada y asistida parece asumir un destino fatal de crisis sin paliativos. Quedan dos años de cautiverio por el desierto de la nada, dos años de acometidas contra el estado de bienestar, tiempos de penurias, dolores y sufrimientos. Millones van, millones vienen y los ERTES sin pagar; la sanidad sin proteger; la administración de justicia colapsada; la educación enfangada en la falta de libertad de enseñanza. Muchos no pudieron decir su último adiós a lo suyos, murieron en la soledad; miles no se han reconocido como víctimas en el balance oficial de cifras, con nombre y apellidos. Debemos despertar, tenemos que actuar, no callar, pese a la intimidación, luto y duelo de la tragedia. No se puede soñar sin más, quejarnos con la boca pequeña, o criticar en la intimidad, no sirven para nada. Quedan dos años para nuestro próximo encuentro con las urnas. ¡¡¡España despierta!!!