Izquierda caviar y filósofo escénico (un retrato y tres instantáneas)

Izquierda caviar y filósofo escénico (un retrato y tres instantáneas). Adriano Erriguel

«Hace algunos años nuestro colaborador Adriano Erriguel publicó en el diario digital El Manifiesto.com una semblanza del filósofo francés Bernard-Henri Lévy («BHL»). Publicamos una versión actualizada con las últimas andanzas del personaje».


Todo discurso ideológico necesita iconos de carne y hueso. El discurso de los poderes dominantes ha tenido durante varias décadas a uno de sus más fotogénicos paladines en la persona de un filósofo y escritor francés: Bernard-Henri Lévy (“BHL”, nombre de marca). BHL encarna la esencia más prístina de la izquierda caviar; como intelectual de corte y como filósofo escénico, BHL representa el espíritu de toda una época.  Su figura nos invita por tanto a una somera indagación crítica.

La “invención” de BHL tuvo lugar en París en los años 1970, cuando la industria del prêt-à-porter intelectual facturó una corriente de pensamiento bautizada como los “nuevos filósofos”, con BHL como figura de proa. Hace ya muchos años este perejil de todas las salsas mediático-biempensantes ganó en España cierta notoriedad, cuando pasó por los platós de “La Clave” – el añorado programa de José Luis Balbín – y con el desparpajo de sus veintitantos años le propinó una espectacular somanta dialéctica a un desprevenido Santiago Carrillo (por aquel entonces intocable rey del mambo de la Transición) de la que el líder comunista salió tambaleando y pidiendo árnica. Y es que la fuerza original de los “nuevos filósofos” consistía en la denuncia radical del carácter totalitario y represivo de los regímenes comunistas. Algo para lo que tampoco había que ser un genio, pero que, dicho en aquel entonces por un grupo de “jóvenes airados” de la izquierda, podía tener su gracia.

Lo que los nuevos filósofos venían a escenificar es la ruptura del izquierdismo post-mayo 1968 con el marxismo. La sustitución de las ásperas rigideces del materialismo dialéctico —y sus fastidiosas luchas de clases— por la nueva religión de los Derechos Humanos, el liberalismo libertario y sus corolarios de buen rollito y consumismo a gogó. La verdadera originalidad del grupo consistía en que, en vez de llamar a las cosas por su nombre, reprochaban al comunismo el ser una especie de “fascismo rojo”, y por lo tanto igualmente condenable junto con el “fascismo pardo”. Con esta gentil pirueta terminológica descargaban a la izquierda de una embarazosa herencia, al tiempo que preservaban su inmaculado nombre. Y de paso, “fascista” pasaba a ser todo lo que no les gustase. Todos fascistas, pues. Y desde entonces, se pasaron la vida denunciando al fascismo.

En la estela libertaria de la nueva izquierda, estos “nuevos filósofos” – André Glucksmann, Pascal Bruckner y Philippe Nemo entre ellos – partían de una denuncia sumaria del poder, de todo poder, como algo intrínsecamente perverso. Pero ello no les impidió monopolizar durante años el poder mediático, cultural y político, a través de su fructífera colusión con los poderes establecidos en la economía, los medios y la política. Un ameno tiovivo de prebendas, favores y gentilezas mutuas. Consejero áulico, showman y capitoste mediático, el genio de BHL está en su dominio de la puesta en escena, en su peculiar personificación del arquetipo del intelectual engagé en la sociedad del espectáculo. En perpetua pose de j´accuse y con una troupe de fotógrafos y estilistas zumbando a su alrededor, este antifascista profesional es uno de los que más han hecho para ahogar todo debate de ideas en un piélago de admoniciones y condenas morales, siempre desde las bambalinas de los poderosos. En cuanto al contenido de su obra, ésta es la demostración de que el medio es el mensaje: verbosidad catequística y edificante, banalidades en brillante envoltorio de papel cuché. Que conceptualmente todo sea una boñiga poco importa, si está bien presentada y perfumada. Al fin y al cabo, es francesa.

Una de las muchas deposiciones de BHL se titula Ce grand cadavre à la renverse, algo así como “Ese gran cadáver caído de espaldas”. Se refiere a “la izquierda”. El libro – publicado en 2007 – se inscribe en la literatura jeremíaco-ombliguista de la izquierda que se autoanaliza, tan frecuente tras la caída del muro de Berlín. El objeto de las iras de BHL era, en ese libro, la izquierda nacional-populista que a comienzos del siglo XXI proliferaba en ciertas partes del mundo – en América Latina especialmente­–. Esta izquierda era básicamente anti-globalizadora y se oponía al mesianismo neocon de la administración Bush (eran los años de la guerra de Irak). Ahí es donde le dolía a BHL: en las críticas formuladas a los Estados Unidos y al Estado de Israel.

Desde la publicación del libro las cosas han cambiado bastante. El panorama que describe BHL no incluye el auge de la izquierda posmoderna y “woke” que se impondría años después. Pero en algo sí es de plena actualidad: ofrece una buena síntesis de la mentalidad de la izquierda mainstream– la izquierda “progresista”, “centrista” y básicamente liberal – que desde hace medio siglo ejerce un poder cuasi-absoluto en Occidente. El libro refleja la autopercepción de esa izquierda post-1968 que, desde los años 1980, se convirtió en masa al neoliberalismo. Un itinerario en el que confluyeron multitud de ex trotskistas y ex maoístas que encontraron acomodo en los grandes medios de comunicación y, tras el fin del “socialismo real”, se transformaron en furibundos palmeros de las guerras de Tío Sam. 

Pero toda esta reconfiguración ideológica dejó un misterio sin resolver. ¿Por qué gran parte de ese mundo insiste todavía en llamarse “de izquierdas”? ¿En qué se diferencia esa sedicente progresía del centro-derecha liberal y atlantista de toda la vida? Las cogitaciones de BHL nos ofrecen algunas explicaciones, en clave sentimental y moralista. 

Resumiendo: BHL es de izquierdas porque la izquierda es su familia. Y lo es porque en su conciencia —en la de BHL— se agitan un conjunto de imágenes, un conjunto de hechos y un conjunto de reflejos, que en tono elegíaco BHL desgrana en su libro.

Las imágenes: el Frente Popular francés en 1936; la revolución de los claveles en Portugal en 1974; la agitación estudiantil en Italia en los años 1970; las revueltas populares en México; los bombardeos y el sufrimiento en Bosnia. En resumen: el compromiso por un mundo mejor.

Los hechos: el recuerdo de Vichy y la colaboración; la guerra de Argelia; la revolución estudiantil de mayo de 1968; el caso Dreyfus (Zola pronuncia su célebre J´accuse). Es decir: la rebeldía frente a la injusticia.

Y los reflejos. Un conjunto de “antis”: anticolonialismo, antirracismo, antifascismo. Y varios “a favor”: el espíritu de mayo 1968 (el “sesentayochismo”); los Derechos del Hombre; la defensa del individuo por el Derecho y la Justicia (lo que en la cultura política francesa se denomina “dreyfusismo”).

Estos reflejos, según BHL, deben combinarse por toda persona de izquierdas en las proporciones justas. Por ejemplo: un anticolonialista no suficientemente antifascista o no suficientemente pro-derechos humanos se mostraría indiferente ante las tiranías tercermundistas. Un sesentayochista (“prohibido prohibir”) no suficientemente antifascista relajaría la vigilancia ante la incorrección política, o sea, ante la expresión de ideas “fascistas”, “racistas”, etc.

Y así sucesivamente. Las combinaciones son múltiples y dan lugar a una complicada casuística, con un hilo orientador que pasa por el magisterio moral de BHL, a cuyas instrucciones todo ciudadano biempensante queda emplazado. 

Hemos dicho magisterio moral, porque – como apuntábamos arriba – lo que BHL hace no es más que moralismo.En efecto, vemos que, según sus tesis, ser de izquierdas consiste básicamente en: A) una actitud sentimental (las “imágenes” recurrentes y los sentimientos que nos provocan). B) el recurso emotivo a un pasado que no pasa — lo que hoy se llama “memoria histórica”–. C) un batiburrillo que termina condensándose en un gran “Anti”: el “antifascismo”. En resumen: sentimentalismo, las batallitas del abuelo y el antifascismo. Instrumento este último —el antifascismo— que se utiliza sistemáticamente para descalificar al discrepante, ya sea de derechas o de izquierdas. Y es que esta izquierda “moral” habla en nombre de la Humanidad. Y aquel que la contraríe en algo se coloca fuera la Humanidad. Y al lado del fascismo. En palabras del propio BHL, “el que ataca a BHL, en realidad ataca a algo más”. Pues claro que sí, BHL: ¡al género humano!  

La indignación moral de BHL se revuelve —en el libro citado— contra la izquierda que se atreve a denunciar el imperialismo norteamericano. El autor acusa a esa izquierda de estar “enferma de derechismo” (y como no, de “fascismo”). Y ello, por haberse despistado en la correcta combinación de los ingredientes arriba señalados. Para BHL esa izquierda es un “campo de ruinas”, porque tras haber roto con una de las versiones de la tentación totalitaria – el comunismo – cayó de lleno (según él) en otra tentación totalitaria: la extrema derecha. La izquierda es víctima de: su fascinación por la nación y la bandera, de su antieuropeísmo, de su antinorteamericanismo, del antiliberalismo, del antisemitismo y de lo que él llama “islamo-fascismo”. BHL se revuelve contra los altermundialistas, contra los partidarios de Hugo Chávez y de Evo Morales. Llama cretinos a los que dicen que defender la nación y la bandera también puede ser de izquierdas (tiene una curiosa obsesión con esto de la nación y la bandera, aunque parece que no tanto si se trata de las de Israel y Estados Unidos). Con celo de comisario político BHL lanza sospechas contra filósofos como Slavoj Zizek ¡por marxista! (como es sabido Marx era “reaccionario” a fuer de hegeliano); contra Jean Baudrillard (¡por criticar a Estados Unidos!), contra Peter Sloterdijk (¡por recuperar a Carl Schmitt!). Si todos hacen juego al fascismo… ¿serán fascistas?

BHL carga con especial énfasis contra el “antiliberalismo” de la izquierda. Señala que el verdadero liberalismo nunca defendió el mercado desregulado, y que por el contrario exige reglas y pactos: “¡el liberalismo no es el mercado, es el contrato!” (voilà la formule). Con ello, se evita la complejidad de tener que distinguir entre diferentes tipos de liberalismo (político, económico, social, cultural), sortea cualquier atisbo de crítica al neoliberalismo y, de paso, minimiza las aportaciones de Hayek, Milton Friedman, Von Mises y la Escuela austriaca.

En una cosa BHL sí es más coherente que el resto de la izquierda caviar: en reivindicar sin complejos la filiación izquierdista de Adam Smith, Rousseau y el liberalismo originario. Conviene recordar a este respecto que históricamente lo que llamamos “la izquierda” no tenía mucho que ver con el socialismo, y que la unión de la izquierda y el socialismo fue más bien una alianza táctica a partir del CasoDreyfus en 1898.[1]Lo que BHL propugna, por tanto, es una vuelta de la izquierda a sus verdaderos orígenes históricos, que son más burgueses que proletarios. Escisión definitiva, por tanto, entre la izquierda y el socialismo. Para BHL, la auténtica bandera de la izquierda debería ser arrancar “el buen liberalismo” de las garras de la derecha. 

Pero aquí surge un problema: la tradición de “buen liberalismo”– unida a la de Estado de bienestar – ya fue asumida hace más de un siglo por la derecha. Y si ésa es toda la bandera de la izquierda, ¿quieres entonces explicarnos, BHL, en qué consiste la diferencia con la derecha? ¿En una colección de “imágenes” y de “reflejos” sensibleros? ¿A qué viene seguir dando la monserga con la izquierda? Al menos, otros compadres de los “nuevos filósofos” – como André Glucksmann o Pascal Bruckner –  sacaron sus conclusiones y pasaron a apoyar a los partidos de centro-derecha (Sarkozy et alii) sin mayores problemas.

En realidad, tenemos la explicación: proclamarse de izquierda le permite a BHL mantenerse en su posición de superioridad moral. La misma actitud característica, a lo largo ya de décadas, de toda la izquierda “progresista” de occidente.  

Decíamos arriba que, visto desde hoy, este análisis de BHL sobre la izquierda está algo desfasado. La antorcha del populismo ha pasado a la derecha, mientras las izquierdas nacional-populares han perdido fuelle y han sido progresivamente fagocitadas por una izquierda falsamente “radical”: la izquierda posmoderna y “woke”, que es la culturalmente dominante hoy en día. Pero aquí BHL no debería tener motivos de inquietud. Las prioridades actuales son la agenda LGTBIQ+ y el cambio de sexo de los niños, no la denuncia del imperialismo yanqui. Como buen injerto de las universidades anglosajonas esta izquierda de rastas y moños es una sucursal de las “guerras culturales” del Partido Demócrata norteamericano. Lo que no deja de ser una maniobra (genial, no cabe duda) para impulsar la agenda globalista y situar en vía muerta cualquier atisbo de contestación real.

Como buen intelectual orgánico, BHL tiene una misión: la de mantener en vida el teatrillo de una “izquierda” que en nada se diferencia de la derecha; la de sostener la ficción de un “antifascismo” en ausencia de fascismo. Así perdura la ilusión de que vivimos en un sistema pluralista, cuando a lo que asistimos es al minué de una izquierda y una derecha perfectamente intercambiables. Así se justifica también el control de la libertad de expresión y la expansión de la censura – ¡hay que combatir al “fascismo”! – en beneficio de un pensamiento único.    

¿Por quién habla BHL? Por mucho que se reclame “de izquierdas” – y por mucho que alardee de su pasado sesentayochista – BHL es el ornamento filosófico de las elites transnacionales, el periquito cultiparlante de Rothschild y Soros. Como hijo de familia millonaria, ése es su sitio. Sabedor de su improbable paso al panteón de la filosofía universal, BHL ha decidido pasar a la historia como el brazo justiciero del Imperio del Bien. La suya es una lucha titánica: la de los Derechos Humanos contra el “fascismo”. BHL representa como pocos a ese tipo de intelectuales que Costanzo Preve denominaba “los capellanes militares”, y que tienen por misión galvanizar a la tropa para animarla a matar por una causa justa. En el contexto del capitalismo burgués – escribía Preve – los capellanes militares sustituyeron los Derechos de Dios por los Derechos del Hombre.[2]Con lo que aquí tenemos a BHL convertido en trompetero máximo de las cruzadas atlantistas. No hay para él matanza sin photo opportunity. Sus apariciones estelares marcan las dianas donde después caerán las bombas. 

BHL no hace otra cosa que defender sus intereses de clase, y eso responde a la naturaleza intrínseca de las cosas. Hoy en día BHL es un portavoz de lo que el sociólogo francés Jérôme Sainte-Marie llama “el bloque elitista”, que Francia ha sido unificado electoralmente por Macron.[3]El ya viejo “nuevo filósofo” es la prueba fehaciente de que la izquierda se convirtió, hace ya tiempo, en un producto político de lujo. Sabemos en nombre de qué BHL está eternamente indignado: en nombre del sueño libertario sesentayochista de individuos emancipados y autónomos. El ideal cosmopolita de democracia cívica y sujetos racionales, emancipados de todo lastre identitario en un universo nómada. Un proyecto luminoso que no acaba de cuajar, porque está cortado a la medida de unos cuantos privilegiados. Y lo que tenemos – un mundo convulso con sus desigualdades, su desamparo ético y sus afanes de identidad – es en gran parte la hechura de todos los BHLs de turno que, durante décadas, han ejercido el monopolio cultural más absoluto.  Desde su antifascismo de opereta ahora ven más fascistas que nunca, y lamentan que la memoria de mayo 1968 sea denostada. ¿Y qué? ¿No quedamos en que el sesentayocho venía a cuestionar todos los valores establecidos? ¿Y qué esperaban los viejos sesentayochistas? ¿Acaso ser intocables?

Personajes como BHL, si no existieran, habría que inventarlos. A través de sus anatemas y excomuniones señalan en cada época, con la precisión de una brújula, la vía de salida de los campos trillados del conformismo mental. Y usted, querido lector, que es persona de espíritu inquieto, al que le atrae el olor a azufre, seguramente ya habrá sacado su conclusión. Habrá que leer a Zizek, a Sloterdijk y a Baudrillard. 

BHL, ataviado como si saliera de la Closerie des Lilas, dando órdenes a unos demócratas libios 

INSTANTÁNEA 1: BHL EN LIBIA (2011) 

En la primavera de 2011 BHL invadió Libia. Como el propio interesado reveló a bombo y platillo – en su libro La guerre sans l´aimer– al ver por la tele los ataques gadafistas sobre los rebeldes libios, BHL decidió “pasar a Libia”. Tras convencer a su amigo Sarkozy para recibir a los rebeldes del llamado “Consejo de Transición Libio”, todo fue rodado: resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas e intervención de la OTAN. 

La historia es bien conocida. Tras una interpretación “creativa” de la mencionada resolución de la ONU, las fuerzas de la Alianza destruyeron desde el aire al ejército libio e hicieron posible la victoria de los rebeldes. Lo cual culminó en un final ejemplarizante: tortura y linchamiento de Gadafi ante las cámaras de televisión. Para llegar a este happy end, BHL (según su propio relato) asesoró a los rebeldes, les escribió los discursos, actuó de enlace con las autoridades francesas y participó en la elaboración político-militar de los planes estratégicos (!)

Se trata de un acontecimiento de importancia capital porque marca la metástasis de BHL desde su condición de simple intelectual a la de agente histórico-universal en sentido hegeliano. Desde su legitimidad como garante de los Derechos Humanos y su Verdad revelada, BHL ya no se limita a designar a los infieles para la acción del brazo secular, sino que él mismo ejerce la labor de juez y de verdugo, de conciencia moral y de brazo ejecutor y musculado que administra pena de garrote vil o de linchamiento a los rebeldes contra el orden moral (el de los poderes hegemónicos, claro). Un papel como anillo al dedo para este filósofo-Rey y millonario. Y de izquierdas, por supuesto.

INSTANTÁNEA 2: BHL EN UCRANIA (2014)

“O el peligro existe… ¿Qué digo? La masacre ya ha comenzado. Ya han empezado, como en Kosovo, a mutilar, decapitar y ejecutar de un tiro en la nuca a los habitantes de pueblos enteros. Y entonces, sí, tenemos buenas razones para intervenir y detener la carnicería (…) Será precisamente al dejar el regazo ucranio cuando algunos de los mencionados crimeos – y pienso en primer lugar en los tártaros – correrían el riesgo de ser asesinados.” 

Así se explicaba en un artículo (publicado por El País en España) el millonario y filósofo Bernard-Henri Levy (“BHL”, marca registrada) sobre la situación en Crimea tras la anexión rusa en 2014. Cabe suponer que se quedó a gusto. Ser capaz de deslizar – con subterfugios de retórica alambicada –  una patraña de gran calibre y conseguir que los medios internacionales la recojan tiene que producir un gozo megalómano. Y si con ello además hacía lo mejor que sabe hacer, incitar a la guerra, entonces tiene que ser el clímax.

La anterior gran gesta de este personaje tuvo lugar durante la guerra en Libia, país al que, aprovechando su conexión personal con el Eliseo, BHL contribuyó como pocos a destruir. Durante la crisis en Ucrania en 2014, como era previsible, no le faltó tiempo para acudir a Kiev a chupar cámara y a aportar el solaz de su palabra a los demócratas de turno: invocaciones a la Bastilla, a las barricadas, a la sangre que se vertirá “si llega lo peor”, despedida “con el corazón en un puño” y avión de vuelta a casa antes de que las balas comiencen a silbar. Como efectivamente sucedió después.

BHL olió sangre. La aparición en el horizonte de este pájaro de mal agüero marca la hora fatídica en la que las bombas empiezan a caer y los cadáveres comienzan a apilarse. BHL es un turista universal de las guerras que él contribuye a atizar, y a las que acude con un enjambre de cámaras, estilistas y majorettes para hacerse la foto en pose de intelectual engagé con melena al viento y fondo de muerte y destrucción. Y es que, según sus propias palabras, “el arte de la filosofía sólo vale si es un arte de la guerra”.

BHL no es anécdota, es categoría. Porque como intelectual al servicio de los poderes dominantes representa la vacuidad de la moralina que esos mismos poderes utilizan para formatear un orden internacional a su servicio. ¿Cómo es el mundo según BHL? Una lucha cósmica en la que los defensores de la sociedad abierta, de la ilustración, de la ciudadanía universal y del libre mercado como fuente suprema de felicidad se enfrentan a los tiranos sanguinarios que se interponen en el camino de ese sueño libertario. Una lucha a muerte en la que BHL pone el verbo florido y otros ponen los muertos. Y en la que los Derechos Humanos – sabiamente administrados por su sumo sacerdotiso BHL – aportan con su uso selectivo la legitimación necesaria para hacer y deshacer países, en aras a un modelo de globalización unipolar y en beneficio de una elite transnacional globalizada. “Pequeño telegrafista del Imperio”, llamó hace tiempo un político francés (Jean-Pierre Chevènement) a BHL. La función de este sultán de la rive gauche consiste en aportar un marchamo intelectual de preciosa ridícula parisina a los designios estratégicos de la CIA.

Claro que en este caso se trataba de Rusia, que no es un país de chichinabo de los que el Imperio está acostumbrado a avasallar. Pero este dato no restó brío al delirium tremens belicista de un filósofo-millonario que empezó a amagar con una “intervención” (¿por dónde había que empezar, BHL, por un desembarco en Sebastopol o directamente por un bombardeo de misiles nucleares tácticos?). Pero en 2014 prevaleció la realpolitik y BHL tuvo que mantenerse a raya del proceso de toma de decisiones. Su intervención directa en la crisis no fue más allá de una impagable aparición en Kiev para predicar la democracia y la sociedad abierta ante los neonazis armados de Pravy Sektor y Svobodna, fuerzas de choque que atiborraban la plaza del Maidán y que, seguramente, estarían preguntándose de dónde salió este gilipollas.

Decíamos que BHL no es anécdota, es categoría. Es la demostración de que – como decía Baudrillard – la realidad ha sido asesinada por lo virtual y de que vivimos en la sociedad del simulacro. En el imperio de lo banal o en la edad del vacío. En su mitología personal el millonario-filósofo se sueña Byron o Malraux, y sólo consigue ser… ¡BHL!

INSTANTÁNEA  3: TOTALEN KRIEG

En febrero 2022 estalló la guerra en Ucrania. Meses antes BHL había aparecido por allí para inmortalizarse en un documental. Tras esa premonición ominosa todos comprendieron que la suerte estaba echada. BHL tiene, por fin, la guerra que él se merece, con una coreografía a su altura, un reparto de primera y un telón de fondo apocalíptico. Basta ya de giras por teatrillos bélicos de tercera con víctimas que a nadie importan. La producción es –  esta vez – larger than life: nada menos que una Totalen Kriega la que Europa se dirige a velocidad de crucero. Obedientes y a toque de silbato los artistas e intelectuales se suben a cubierta y tocan las melodías del Pentágono. Como primera vedette del complejo militar-intelectual nadie podrá, en esta hora del Destino, hacer sombra a BHL. Son ya años y años filosofando desde las lentejuelas del París Match y desde las bambalinas de la cadena Arte. Son ya muchos kilómetros controlando el zoom, el diafragma y el efecto “flou” de sus poses bélicas. Son ya muchas campañas animando las democratizaciones otánicas, jaleando los bombardeos, posando con los freedom fighters, arengando desde el hall de los hoteles, esquivando los tartazos que le arrojan sus enemigos. Son ya muchos años en los platós de televisión desenmascarando fascistas. Todo eso merece un reconocimiento y un respeto. BHL es la conciencia moral de occidente, el albacea de los valores de la Ilustración, el vigía de nuestros principios humanistas y del Orden Liberal basado en normas y reglas. BHL es la Santa Faz del Lado Correcto de la Historia. No hay más que mirarle. Y si en el Armagedón hemos de perecer todos (qué menos podemos hacer por “nuestros valores”) que el recuerdo de su camisa blanca y su careto a la crema pastelera nos sirva de viático.                   


[1]Cuestión desarrollada por Jean-Claude Michéa en: Impasse Adam Smith.Brèves remarques sur l´impossibilité de dépasser le capitalisme sur sa gauche. Champs Flammarion 2006, p. 47 y ss. 

[2]Costanzo Preve, La Quatrième Guerre mondiale.Éditions Astrée 2013, p. 200.

[3]Jérôme Sainte-Marie, Bloc contre bloc. La dynamique du macronisme. Lexio 2020.  

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