Izquierda y derecha, especies mutantes (I)

Izquierda y derecha, especies mutantes (I). Adriano Errigel

En el amplio abanico de improperios políticos, hay una expresión – “es más tonto que un obrero de derechas” – que revela bastante más de lo que parece. Se afirma con esa boutade que un obrero sólo puede ser de izquierdas, porque de lo contrario estaría obrando contra sus intereses. Pero anida aquí una suposición implícita: la de que un rico nunca será tonto, ya sea de derechas o de izquierdas (nadie dice “es más tonto que un rico de izquierdas”). La tontuna del obrero estaría, por tanto, más asociada a su condición de obrero que a su condición de derechas, y esto es algo revelador de una mentalidad extendida: la de una progresía económicamente boyante y llena de listos, frente a una derecha o “extrema derecha” que – según explican los medios –  engloba a “las partes menos educadas de la población”. Es decir, a los tontos. 

Se trata sin duda de una anécdota, pero de las que iluminan una categoría: la izquierda y la derecha son hoy dos especies mutantes, dos especies que se realinean respectivamente en torno a dos grandes bloques históricos: el de las elites y el de los subalternos. La izquierda y la derecha conocen hoy una inversión de los roles que tradicionalmente tenían asignados.  Grandes sorpresas las que nos depara el siglo XXI.

Un binomio “resiliente”

La izquierda y la derecha ya no son lo que eran, y cabe preguntarse en primer lugar si todavía existen. La presunta obsolescencia de este binomio es, desde hace ya décadas, un lugar común en la teoría política. Al fin y al cabo – razonan los expertos – esta categorización es cada vez más irrelevante a la hora de pensar desafíos como la globalización, el cambio climático, la biogenética, el transhumanismo, el multiculturalismo, la crisis del Estado-nación o la promoción de los derechos humanos, entre otros muchos. Los grandes debates son cada vez más transversales y las posiciones ideológicas desbordan los límites del binomio: los soberanistas, los federalistas, los ecologistas, los europeístas, los euroescépticos, los mundialistas, los antiglobalizadores, los comunitaristas: todos ellos pueden expresarse indistintamente desde un registro de derechas o de izquierdas. Por otra parte – señalan con acierto – el auge de la tecnocracia y de una visión gestionaria de la política ha redundado en una despolitización de facto, y por ende en un declive de esta distinción. No en vano, desde la caída del comunismo la izquierda y la derecha sistémicas han emprendido un “viaje al centro”, lo que es una forma de decir que ambas coinciden en el liberalismo.  El reparto de papeles es bien conocido: liberalismo cultural a cargo de la izquierda y liberalismo económico a cargo de la derecha, la sístole y diástole de un sistema en el que solo se dirimen contradicciones secundarias. ¿Cómo mantener este teatrillo en vida? 

Durante los últimos años, las “guerras culturales” han insuflado nueva vida al binomio, acusando el impacto de las ideologías identitarias procedentes de las universidades norteamericanas. Por otra parte, tanto la derecha como la izquierda recurren a los mitos simétricos del “antifascismo” y del “anticomunismo”, como prótesis anacrónicas destinadas a insuflarles épica. Sea como fuere – y frente a quienes vaticinan su desaparición –  la izquierda y la derecha no solo no se desvanecen en el horizonte, sino que parecen gozar de una segunda vida. ¿De dónde surge la fortaleza – la resiliencia, dicho en neolengua – de estas dos categorías políticas?

Para el politólogo francés Marcel Gauchet, la fortaleza del binomio reside precisamente en su debilidad. La elasticidad de la que hace gala le permite abarcar tanto las posiciones más indefinidas como los sectarismos más estrechos, mientras que su indeterminación relativa le permite ser utilizada por todas las familias políticas en presencia.[1]En un registro parecido al de Gauchet, Giovanni Sartori explicaba hace años que la izquierda y la derecha son sólo “imágenes espaciales cuya ventaja reside en que están desprovistas de anclaje semántico, son recipientes vacíos, abiertos a todos los trasvases y contenidos. La derecha y la izquierda representan, en cada momento de la historia, síntesis de actitudes”.[2]

¿Recipientes vacíos? La izquierda y la derecha funcionan como proyecciones del deseo de reconocimiento de aquellos que se identifican en ellas. Por eso son resilientes, por eso están más allá de su deconstrucción lógica y filosófica, o de su disección como imposturas o como “mitos”.[3]Podemos concluir que su baza principal reside – hoy por hoy – en su potente carga identitaria, en su capacidad para satisfacer esa sed de identidad que, hoy más que nunca, atenaza a los miembros de una sociedad cada vez más impersonal y atomizada. 

Larga vida, pues, a la derecha y la izquierda. 

Izquierda y derecha: visión tradicional

Si algo llama la atención en el lenguaje político es su tendencia al inmovilismo. Seguimos hablando de “conservadores”, de “liberales” y de “progresistas” como si estuviéramos a mediados del siglo XIX, pero sin que sepamos a ciencia cierta qué es lo que queremos conservar, de qué liberalismo hablamos y si el “progreso” existe como tal. Se trata de un lenguaje cada vez más repleto de “significantes vacíos” (Ernesto Laclau) que se rellenan con cualquier contenido. ¿Cuál es el contenido de la distinción derecha/izquierda”?

Ríos de tinta han corrido sobre esta cuestión. Tradicionalmente se siguen dos enfoques: el esencialista– aquél que trata de explicar la naturaleza íntima de cada fenómeno – y el histórico, aquél que trata de definirlos en base a sus manifestaciones empíricas.[4]Si recorremos esta literatura oceánica llegamos a dos conclusiones. La primera es que se trata de conceptos tan móviles como permeables, y que el trasvase de ideas y actitudes entre ambos ha sido constante. Por ejemplo: el liberalismo, el nacionalismo y el colonialismo nacieron históricamente en la izquierda, para después transitar a la derecha; por su parte, el anticapitalismo, el cosmopolitismo y el ecologismo nacieron en la derecha para después transitar a la izquierda. Simples botones de muestra que nos permiten atisbar una historia más sinuosa de lo que suele pensarse.

La segunda conclusión tiene más relevancia, a los efectos que pretendemos desarrollar aquí. Desde hace dos siglos, el marco mental de referencia para categorizar a la derecha y la izquierda – la “ventana de Overton”, en terminología actual – se desplaza invariablemente a la izquierda. Es decir, la derecha ha ido incorporando con retraso las innovaciones culturales impulsadas por la izquierda, de forma que son los temas impuestos por ésta los que definen el baremo de la normalidad. La derecha ha interiorizadoel “gran relato” de la izquierda. ¿Qué dice ese relato?

La definición “canónica” de la división izquierda/derecha fue sintetizada por Norberto Bobbio a comienzos de los años 1990.[5]Para el politólogo italiano la izquierda se distingue por su compromiso con la “igualdad”, mientras que la derecha prefiere la “jerarquía” (es decir, una forma de desigualdad). Pero Bobbio utiliza además otro parámetro: el del liberalismo/autoritarismo. De esta forma obtiene una división cuatripartita: 1) izquierda igualitaria/autoritaria (jacobinos, estalinistas); 2) izquierda igualitaria/liberal (socialdemocracia); 3) derecha desigualitaria y liberal (centro-derecha, liberal-conservadores); 4) derecha desigualitaria y autoritaria (fascismos). No hay que ser un lince para verlo: esta definición está cortada a la medida de la socialdemocracia como punto óptimo de la Virtud. El argumento se inspira en la idea – formulada por John Rawls en los años 1970– de la justicia como equidad, sentando así las bases de un liberalismo igualitario de centro-izquierda.

¿Dónde está la trampa? En el juicio moral subyacente: promover la igualdad implica “tener corazón” y defender la desigualdad es algo maléfico. La derecha es siempre sospechosa de maldad: una apreciación que impregnó a la propia derecha, siempre reacia a reconocerse como tal. Por eso surgió un “centro-derecha” acomplejado, melindroso, culturalmente sumiso frente a la izquierda, y se llegó a un equilibrio en el que ambas partes estaban básicamente conformes: los llamados “liberal-conservadores” admitían, sin empacho alguno, que su función en esta vida consiste en deglutir los cambios de una forma pausada y sin sobresaltos, para no fastidiar la digestión del burgués arquetípico al que tan bien representan. La izquierda, por su parte, asumió las recetas económicas de la derecha, pero sintiéndose reconfortada por su superioridad moral. El hombre de izquierdas abría el periódico cada mañana, situaba las noticias en el Gran Paradigma y se sabía en el lado del Bien. 

Esta situación tuvo su punto culminante en la era del “fin de la historia”, durante las dos décadas entre 1989-2008. Pero las ideologías volvieron y el binomio derecha/izquierda emprendió una mutación acelerada.

Bases para una redefinición

La novedad de la política que viene, es que ya no será una lucha por la conquista o el control del Estado, sino una lucha entre el Estado y el no-Estado (la humanidad), disyunción irremediable de cualquier tipo de singularidad y de organización estatal”.

GIORGIO AGAMBEN

Lapolaridad izquierda/derecha tiene hoy un nuevo significado. Confluyen en ello tres fenómenos de amplio calado. En primer lugar, la globalización como factor histórico; en segundo lugar, una nueva demanda de “valores fuertes” (factor ideológico); en tercer lugar, la deconstrucción (factor filosófico). Se trata de tres fenómenos que, si bien se manifiestan en la “superestructura” (el aparato cultural, ideológico, institucional, educativo), responden a una mutación en la “infraestructura”: la unificación de las burguesías globalizadas (new global middle class) dentro de un bloque progresista “de izquierda”, y la unificación de las clases subalternas dentro de un bloque populista “de derecha”. 

La globalización es un fenómeno que corta en transversal a la izquierda y la derecha. Lo determinante ya no es la actitud que una y otra adopten frente al Estado, sino la actitud que una y otra adoptan ante la globalización y sus proyecciones ideológicas: el globalismo y el mundialismo. Nos encontramos entonces con una división en dos grandes áreas: 1) el área globalista, en la que se encuentran la derecha e izquierda sistémicas, junto a una “extrema izquierda” antiglobalista a nivel retórico, pero globalista de facto 2) el área antiglobalista, que reúne a la “derecha populista” – o “extrema derecha”– junto a un marxismo clásico residual.  

El segundo elemento –la demanda de “valores fuertes” – es un fenómeno que se ha acelerado tras la crisis financiera de 2008. Las promesas incumplidas de la “globalización feliz” desembocaron en una repolitización – especialmente entre los más jóvenes – que se plasmó en un frenesí identitario y en el auge de los populismos. Este “retorno de los dioses fuertes” – en terminología de R.R. Reno – se manifiesta de maneras diferentes a derecha e izquierda. La derecha descubrió la crítica a la globalización y la reivindicación de las identidades arraigadas, y empezó a marcar distancias con la tradición liberal-conservadora. La izquierda se dedicó a incorporar los “paquetes” ideológicos procedentes de Estados Unidos – el “wokismo” es el último y más radical de ellos – y a acelerar el compromiso mundialista con las “grandes causas” (cambio climático, inmigración, políticas de género, objetivos del milenio) acentuando, aún más si cabe, su perfil de “izquierda moral”.

Lo cual nos lleva al tercer elemento, que se refiere al estrato propiamente filosófico de la nueva división izquierda-derecha: la ideología de la deconstrucción.

La izquierda de la deconstrucción

Para incomodidad de la derecha sistémica, a partir de 2008 la izquierda aceleró la mutación cultural que venía incubando desde hacía décadas. La izquierda dejó de ser aquella fuerza igualitaria, racional e ilustrada con la que el centro-derecha se sentía cómodo, y pasó a ser una nebulosa identitaria, desigualitaria, habitada por extraños particularismos e inquietantes obsesiones. Algo parecía haberse quebrado; a partir de entonces las diferencias entre izquierda y derecha ya no parecen reconducibles a una querella clásica, en la que del intercambio de argumentos surge un consenso. Más que de un desacuerdo se trata de una disonancia, más que de una diferencia de argumentos se trata de una diferencia de lenguajes, como si ambas partes habitasen diferentes universos mentales.

¿Cómo interpretar esa izquierda mutante? Hay una definición que se sitúa a un nivel más profundo que la de Bobbio, y que nos da una mejor idea del mundo en el que nos encontramos. Decía en 1995 Gilles Deleuze:

“¿Cómo definir ser de izquierdas? Se trata ante todo una cuestión de percepción … no ser de izquierdas es algo así como una dirección postal: empezar desde donde uno es, desde la calle donde uno está, el país, los otros países, cada vez más lejos … Se comienza por uno mismo y, en la medida es que uno es un privilegiado que vive en un país rico, uno se pregunta ¿cómo hacer para que esta situación dure? (…) Ser de izquierdas es lo inverso (…) es percibir el mundo, Europa, Francia, la calle Bizerta, yo. Se percibe en primer lugar el horizonte”. Y continuaba el filósofo francés:

“En segundo lugar, ser de izquierdas es (…) no cesar de devenir minoritario. Es decir, la izquierda no es nunca mayoritaria como tal izquierda. Por una razón muy simple: la mayoría, eso es algo que supone un estándar (…) en occidente, el estándar que supone toda la mayoría es: el hombre, adulto, masculino y habitante de las ciudades. Ése es el estándar”.[6]

Esta cita de Deleuze es extremadamente reveladora, en cuanto contiene casi todos los rasgos esenciales de la izquierda mutante: 1) es una izquierda mundialista, en cuanto es consciente del mundo antes que del entorno inmediato 2) es una izquierda moral, en cuanto resiente los “privilegios” (de occidente, del género “hombre”, etcétera)  3) es una izquierda minoritaria, en cuanto atribuye a las minorías un valor moral superior al de la mayoría 4) es una izquierda anti-normativa, en cuanto recusa la idea de “normalidad” (que gira en torno a estándares aceptados). La deconstrucción de la “normalidad” es su programa. La filosofía de la deconstrucción es su hoja de ruta. 

Dos bloques sociológicos

Los grandes cambios históricos pueden explicarse de dos maneras. Por un lado, buscando en el empíreo de las ideas, a las que se atribuye el poder de transformar la sociedad y moldearla a su antojo. Por otro lado, a través de las explicaciones – podríamos llamarlas materialistas– que afirman que, siendo las ideas ciertamente importantes, éstas sólo adquieren fuerza histórica cuando se alían a intereses materiales poderosos. Frente a lo que repite cierto antimarxismo de garrafa, la vilipendiada tesis de la base y la superestructura ni es un determinismo ni todo lo reduce al factor económico. Esta tesis consiste en la humilde constatación de que, siendo los cambios culturales el producto de múltiples fuerzas, no todas ellas tienen la misma relevancia, y la cultura, las ideas y las creencias hegemónicas tienen la sospechosa tendencia a coincidir con los intereses de las clases sociales dominantes. En el tema que nos ocupa – y parafraseando a Marx en La ideología alemana – la cosapodría expresarse así: “las ideas de la clase dominante son las ideas (deconstruccionistas) dominantes en nuestra época”. ¿Un análisis marxista?

Es posible pensar con Marx, pero más allá del marxismo. A partir de Marx – y a través sobre todo de su discípulo Gramsci – se despliega una metodología que nos permite llegar a un concepto clave para explicar, hoy por hoy, la mutación de la izquierda: el concepto de bloque histórico.

“Un bloque histórico – explica el politólogo francés Jérôme Sainte-Marie – es un fenómeno de tres dimensiones: política, ideológica y sociológica”.[7]En el caso de Francia, por ejemplo, hoy existe un “bloque de las élites” que se reagrupa en torno a Enmanuel Macron, y que es el producto de una triple reunificación: en el plano político, la reunificación de gran parte de la derecha y de la izquierda (alineadas frente al “populismo” de derecha). En el plano ideológico, la reunificación del liberalismo cultural y del liberalismo económico. En el plano sociológico, la reunificación de las burguesías que hasta ahora se oponían desde bases ideológicas secundarias (derecha e izquierda “sistémicas”), pero que, a la hora de la verdad, se unen en la defensa de sus intereses comunes: economía “abierta” y globalizada, liberalismo económico y cultural, construcción europea, laxismo migratorio, agendas mundialistas, etcétera. ¿Qué función cumple la deconstrucción en todo este esquema? 

La deconstrucción – o dicho de otra forma: el posmodernismo y sus manifestaciones ideológico-políticas – puede definirse como la elaboración filosófica de un desencanto político: el desencanto de la izquierda con el marxismo.[8]Esto tiene un corolario: la metabolización por parte de la izquierda de los valores individualistas del liberalismo, acompañada de la proyección de su horizonte emancipador hacia la lucha contra la “normatividad”. Esta normatividad se encarna, ni que decir tiene, en las luchas de las minorías frente a un adversario ideal: el hombre blanco heterosexual de origen europeo. Nada pues de “marxismo cultural” (frente a lo que sigue insistiendo cierta derecha obtusa) y sí mucho de entierro del marxismo, que ha sido sustituido por el programa que Gilles Deleuze y demás autores de la “French Theory” asignaban a la izquierda.[9]Una visión del mundo para profesores de universidad y castas académicas alejadas de las contingencias materiales que, desde una visión estrictamente socialista, determinan las relaciones de clases.

Frente al bloque de las elites se encuentra lo que Jérôme Sainte-Marie (refiriéndose al caso francés, pero el análisis es extrapolable) denomina “bloque popular”, cuya base sociológica es la de los pequeños empleados, los obreros, los artesanos, los comerciantes modestos y, en general, todos aquellos que se encuentran en una situación “periférica” respecto a la nueva economía globalizada.[10]Son los “perdedores de la globalización” que en Francia fueron visibilizados, a gran escala, en la revuelta de los “chalecos amarillos”, y en América en los “deplorables” y los white trash que apoyaron a Donald Trump. ¿Cómo diferenciar – de una forma clara, nítida e infalible – quién habla en nombre de uno y otro “bloque”? 

Un indicador infalible – una “prueba del 9” – se encuentra en el discurso sobre la inmigración. La inmigración es invariablemente presentada como absolutamente indispensable, deseable y benéfica por parte del bloque elitista. Apoyándose en el argumento de autoridad, los medios oficiales y universitarios rivalizan en la producción de informes “científicos” para explicarle a la gente que lo que ven no es lo que parece.[11]Lo cual les permite acusar de “fascismo” a quienes se manifiesten en contra. El moralismo y el antifascismo devienen instrumentos de disciplina social.

El lenguaje del poder

Señalábamos arriba que la izquierda mutante se expresa en un lenguaje cada vez más diferente, como si habitase un universo mental paralelo. Es el lenguaje del poder. Su objetivo no es tanto comunicar como dominar. Todo el posmodernismo gira en torno a la cuestión del poder, del poder entendido como dominación, del poder como facultad de reformatear la realidad y decidir lo que es moralmente bueno. A través de los “juegos de lenguaje” los posmodernistas construyen sus narrativas y “deconstruyen” las narrativas precedentes. La deconstrucción se configura entonces como forma de reseteo social, al servicio de un “bloque elitista” cuya vanguardia cultural se sitúa en la izquierda. 

Esta visión del lenguaje como instrumento de poder puede parecer conspiracionista. Pero hay nada de “conspirativo” en esto. La teoría posmodernista es iluminadora al respecto. Las conspiraciones a las que aluden los posmodernistas – escriben Helen Pluckrose y James Lindsay – “son sutiles y, en cierto modo, no tienen nada de conspiraciones, desde el momento en el que no hay actores manejando los hilos de forma coordinada. En la teoría posmoderna el poder no se ejerce de forma directa y visible desde arriba – como en el esquema marxista – sino que permea en todos los niveles de la sociedad, y es impuesto por cada uno de ellos a través de las interacciones rutinarias, las expectativas, los condicionamientos sociales y los discursos culturalmente construidos”.[12]La deconstrucción provoca la disrupción de un sistema que se juzga opresivo, pero lo hace para establecer otro sistema que se ajusta a las condiciones culturales del neoliberalismo. Conviene insistir en este punto, porque es fuente de innumerables equívocos. La deconstrucción no viene a cuestionar la lógica global del sistema capitalista, sino que viene a apoderarse de su contexto (de su sexualidad, de sus formas políticas y culturales) para poner en evidencia que las identidades anteriormente asignadas –  sexuales, nacionales, raciales, culturales – no tienen nada de objetivas y/o “naturales”, sino que son “constructos” inventados para legitimar el poder. El resultado final no es la subversión del sistema capitalista, sino su “muda de piel” hacia una sociedad de mercado total. Si no hay realidades trascendentes u “objetivas”, nada puede escapar, eventualmente, al libre juego de la oferta y la demanda. 

La deconstrucción rechaza la idea de “normalidad” (que va de par con la idea de “normatividad”), se rebela contra la idea de naturaleza (sospechosa de ser “de derechas”) y niega las realidades biológicas y físicas. La deconstrucción implementa un acto de dominación absoluta, al obligar a sus súbditos a admitir que “2+2=5” (la conocida imagen de Orwell). La deconstrucción es alérgica a todo lo que no sea contingente, tilda de “reaccionario” a quien reivindique una “esencia”, califica de “rancio” (palabra fetiche) a quien no comulgue con sus dogmas: las ideologías naturalizadas por el poder “performativo” del lenguaje. La deconstrucción “deconstruye” la nación, la clase, el pueblo, la patria, la familia, la amistad, el amor, la infancia, los sexos, la idea de belleza, la enfermedad, la salud, y en un arrebato teratológico impulsa la venganza de los “freaks”. La deconstrucción es como el “espejo deformante” en el cuento de Hans Christian Andersen: un espejo que transforma todo lo bueno en malo y todo lo bello en repugnante, y que al estallar en miles de pedazos recubre toda la tierra. La deconstrucción promete la felicidad a los que se indignan contra la felicidad ajena, y al final consigue que todos sean infelices. La deconstrucción es un universo liso, plano, horizontal, transparente, perfectamente iluminado, blanco (el color de la muerte, en algunas culturas), sin asideros, sin claroscuros ni puntos de referencia; es un universo nómada donde todo extranjero es un amigo y todo amigo un extranjero. Es el mundo de flujos – la “sociedad abierta” del neoliberalismo – que se sitúan por encima de los límites heredados de la naturaleza y la cultura. ¿Un mundo líquido? 

Tras esa apariencia de “sociedad líquida” nos encontramos con una plataforma rocosa, extremadamente sólida, hecha de control oligárquico, uniformización social y vigilancia absoluta.

La Catedral

La deconstrucción es el lenguaje del poder. El aparato ideológico universitario – con sus nihil obstat y sus sacerdotes de la corrección política – cumple una función parecida a la de la clerecía en el antiguo régimen: proporcionar los conceptos “teológicos” que apuntalan la pirámide del poder. El filósofo italiano Costanzo Preve hablaba a este respecto del “clero universitario”. El bloguero americano Mencius Moldbug lo denomina “La Catedral”.[13]¿Qué es “La Catedral”?

“La Catedral” es una oligarquía descentralizada oligárquica (profesores, periodistas, artistas, show business, “rebeldes” más o menos amaestrados) que produce “verdades” no empíricas sino prescriptivas, verdades que se replican en las “voces” autorizadas por la izquierda elitista de clase alta. Conviene insistir en que no hay aquí “conspiración” alguna, sino evolución adaptativa a las condiciones del capitalismo absoluto. A fin y al cabo – escribía Costanzo Preve – lo posmoderno es la superestructura de una estructura: la financiarización del capital y la globalización geográfica del capital mundializado.[14]“La Catedral” es la voz de mando del bloque elitista, la Voz que impone silencio al bloque subalterno.

El poder más efectivo es siempre el que no es identificado como tal. En la descripción de Moldbug, La Catedral no es un círculo de personas concretas, sino una red de relaciones de poder. Sus miembros individuales no ostentan un poder autónomo, sino que reflejan el poder de la Catedral cuando replican sus Verdades. Cualquiera (por insignificante que sea) puede sentirse parte del poder de La Catedral. Esta forma de intoxicación es la que hace la fuerza de las turbas linchadoras en Internet, de la cultura de la cancelación, de los savonarolas que se multiplican como amebas. Todos reman en la dirección del vecino, si perciben que esa es la corriente ganadora. La izquierda elitista tiene su tropa de choque en una burguesía urbanita y universitaria, al día de redes sociales y series de televisión, que alimenta su autoestima en las “guerras culturales” frente a los que percibe como social y culturalmente inferiores. Con sus misérrimos chutes de poder, La Catedral les permite alentar una ilusión: la de formar parte de las nuevas clases dominantes. Su discurso hiper-moralista es un arma de clase.[15]

Izquierda moral

Los argumentos morales tienen un uso en política:silenciar a las mayorías en nombre de las minorías. A través de la moral se genera un sentimiento de culpa – herencia en gran parte del cristianismo – que es básicamente antipolítico. La izquierda moral habla en nombre de la Humanidad ¿quién osaría contradecirla? 

La izquierda de los siglos XIX y XX era una izquierda política cuyas propuestas se circunscribían al ámbito del demos, acotado por las fronteras y por la categoría jurídico-política de la ciudadanía.[16]Pero la izquierda mutante deconstruye las categorías políticas y toma a la “humanidad” como marco de referencia, cuando no al planeta entero (cambio climático) o a todos los seres vivos (anti-especismo). La izquierda mutante se ve legitimada para impulsar políticas contrarias a las clases más humildes, y el hecho de que estas políticas coincidan con los intereses materiales del bloque elitista (los casos de la transición ecológica, de la llamada “economía verde”, de la promoción de las migraciones o de amplios aspectos de la Agenda 2030 son paradigmáticos), no es óbice para que el bloque subalterno se vea moralmente conminado a acatarlas. Así como lo político es un ámbito forzosamente delimitado, la moral es un ámbito insondable: siempre habrá una humanidad sufriente, porque esa es la condición humana. Un hecho frente al cual los subalternos de los países “privilegiados” siempre estarán en deuda, hagan lo que hagan. Por eso podrán siempre ser acusados de “chauvinismo del bienestar”, si intentan defender su modelo social; podrán ser acusados de xenófobos y racistas, si osan rechazar el multiculturalismo; podrán ser acusados de “reaccionarios”, si rechazan las extorsiones del globalismo. Al situarse del lado de la Humanidad, las minorías podrán ejercer su chantaje moral permanente. Las clases dominantes, por su parte, podrán presentarse como las herederas de una historia positiva: la Ilustración y la emancipación de las minorías. Eso es poder.[17]

Poco tiene de extraño que, cuando los subalternos se cansan del chantaje, los cuadros de esa izquierda elitista emprendan un éxodo a las ONGs e instancias mundialistas, para seguir ejerciendo el poder sin pasar por trámites electorales. Este extrañamiento de la izquierda respecto a las clases populares desemboca en una “populofobia” muy próxima a un simple odio de clase. Este es un tema en el que se manifiesta, con extrema claridad, la extraña mutación de la derecha y la izquierda. 

Si el resentimiento frente al pueblo era antes un rasgo propio de la derecha – cuyos intelectuales gustaban de contraponer las “minorías egregias” a las “masas” – la situación actual es exactamente la inversa: la izquierda se sitúa del lado de las “minorías” para esnobear a las masas populares. El odio al pueblo se une en ocasiones a un auténtico odio a la nación. Es el caso, por ejemplo, de la “francofobia” que caracteriza a cierta izquierda francesa, o de la “hispanofobia” de cierta izquierda española. Esta última asume una tradición “negrolegendaria” que, históricamente, siempre había alimentado un sentimiento de superioridad social e intelectual entre las “elites” que adherían a ella.[18]El fenómeno se manifiesta a varios niveles: entre el clero universitario que “deconstruye” la idea de España; entre aquellos que deploran el “nacionalismo español” (como “rancio” y “reaccionario”) pero promueven los nacionalismos periféricos (que no son, por lo visto, ni rancios ni reaccionarios); entre los “liberastas” (liberales con rastas) que posturean su desprecio por su propio país.[19]La conjura de los necios adopta, en estos casos, extrañas formas de supremacismo intelectual. 

¿Izquierda mutante?

“Del pasado hagamos tabla rasa”, dice el himno de la Internacional comunista. La izquierda mutante mantiene ese ímpetu purificador, pero acusa el cambio geopolítico. Su epicentro ya no está en la Unión Soviética sino en los Estados Unidos.  Su utopía ya no es el comunismo sino una religión sin Dios: la corrección política y la “justicia social crítica” – también conocida como wokismo–.  Sus nuevos héroes – George Floyd, Greta Thunberg – son representados con aureola de santos. Su base estructural ya no es la “dictadura del proletariado”, sino la dictadura del Capital globalizado y el mundialismo. Su filosofía ya no es el socialismo científico, ni el materialismo dialéctico, sino la deconstrucción. ¿Qué es la deconstrucción?

La deconstrucción es un proceso, es una operación constante, es un “recital de negatividad filosófica” (Costanzo Preve) que viene a afirmar que nada es verdadero, que nada es ontológico, que nada tiene sentido, y que esa Nada insuperable, si acaso, no es más que el “reverso” negativo del único sentido posible de la existencia: el del Mercado y el del Dinero.[20]

Se la puede representar con una imagen. 

En su obra emblemática “Mil Mesetas” Gilles Deleuze y Félix Guattari mostraban gran fascinación por el desierto – del que elogiaban las cualidades antimetafísicas – y escribían: 

“ninguna línea separa la tierra y el cielo, que son de la misma sustancia; no hay horizonte, ni fondo, ni perspectiva ni límite, ni contorno o forma, ni centro”.[21]

Señala el filósofo Baptiste Rappin: “la extensión de arena simboliza la abolición de las formas y de las identidades, que se hacen y se deshacen en función del viento y de la agregación aleatoria de los granos y las partículas, de tal forma que el accidente sustituye a la esencia, de tal forma que la casualidad es la ley”.[22]Abolición de los límites, de las fronteras y de las identidades, preludio del gran reseteo.

La deconstrucción formula una verdad última de la época en la que nos ha tocado vivir: la liquidación de la bimilenaria civilización europea. El desierto, imagen de esterilidad y muerte.

Hoy hay una “izquierda mutante”, que en la deconstrucción ha encontrado su bandera. ¿Hay una “derecha mutante”? ¿En qué consiste? 

Continúa….


[1]Marcel Gauchet, La Droite et la Gauche. Histoire et destin.Le débat/Gallimard 2021, pp. 142-145. Según Gauchet, las familias políticas se mantienen con sorprendente estabilidad desde el siglo XIX, y son básicamente tres:  el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo. De esta forma, las derechas son siempre coaliciones más o menos explícitas de conservadores y liberales, y las izquierdas son coaliciones más o menos explícitas de liberales y socialistas. Cabría aquí añadir que, como denominador común de todas las combinaciones, es el liberalismo quien siempre gana.

[2]Giovanni Sartori, Teoría dei partiti e caso italiano, SugarCo 1982, pp. 255-256. Citado por Marco Tarchi en “Droite et Gauche: deux essences introuvables”, en Gauche-Droite: la fin d´un systeme. Actes du XXVIII colloque national du GRECE. Paris 27 novembre 1994, pp. 24-25.

[3]Gustavo Bueno en: El Mito de la IzquierdaLas izquierdas y la derecha (Ediciones B, 2003). El Mito de la Derecha ¿Qué significa ser de derechas en la España actual?  (Temas de Hoy, 2008). 

[4]Arnaud Imatz, Droite, Gauche: pour sortir de l´équivoque. Pierre Guillaume de Roux 2016. 

[5]Norberto Bobbio, Derecha e Izquierda. Punto de Lectura 1998. 

[6]Pierre-André Boutang, L´abécedaire de Gilles Deleuze, 1995, Arte. Citado por: Baptiste Rappin, Abécédaire de la déconstruction. Leseditionsovadia 2021, pp. 27-28. 

[7]Jérôme Sainte-Marie, “Une France “bloc contre bloc” (entrevista por Jean-baptiste Roques). Front Populaire  nº 7, invierno 2021.

[8]Costanzo Preve, Nouvelle histoire alternative de la philosophie. La chemin ontológico-social de la philosophie. Perspectives Libres 2017, p. 551. 

[9]Adriano Erriguel, Pensar lo que más les duele. Ensayos metapolíticos. Homo Legens 2021.

[10]El bloque sociológico de las clases “periféricas” ha sido extensamente analizado por el geógrafo francés Christophe Guilluy en: Fractures Francaises, Flammarion 2019; Le Crépuscule de la France d´en haut, Flammarion 2017; La France Péripherique. Comment on a sacrifié les clases populaires, Flammarion 2015. No Society, Flammarion 2019.En español:  No Society, el fin de la clase media occidental. Taurus 2019.

[11]Christophe Guilluy, No Society. La Fin de la Classe Moyenne Occcidentale.Flammarion 2018, p. 121-122. 

[12]Helen Pluckrose y James Lindsay, Cynical Theories. How Activist Scholarship Made Everything About Race, Gender and Identity, and Why This Harms Everybody. Swift Press 2021, p. 36

[13]Mencius Moldbug es el seudónimo del teórico político, blogger y programador de software norteamericano Curtis Guy Yarvin (1973), ideólogo de la llamada “Ilustración Oscura” (Dark Enlightenment), corriente de pensamiento que rellena casi todos los casilleros de la incorrección política: neo-reaccionaria, antidemocrática, anti-igualitaria.

[14]Costanzo Preve, Nouvelle histoire alternative de la philosophie. La chemin ontológico-social de la philosophie. Perspectives Libres 2017, p. 584. 

[15]Evidentemente, los activistas del bloque elitista nunca se reconocerán como tales. Un argumento mistificador consiste en reclamarse “de clase obrera” en base a reales o supuestos antecedentes familiares (un “pedigrí” que recuerda al “vengo de los godos” en la España de los siglos XVI y XVII). Conviene recordar a este respecto que una clase social no se define por vínculos de sangre sino por la actividad material de sus miembros. La autopercepción por parte de la burguesía de pertenecer a la “clase obrera” es una forma desviada de falsa conciencia.   

[16]Conviene puntualizar que el llamado “internacionalismo” comunista ni era un globalismo ni era un mundialismo, sino que preconizaba la solidaridad entre las naciones y tenía a las naciones como punto de referencia.

[17]En relación con esta deriva moral de la izquierda escribía Gustavo Bueno: “la fraternidad es, de hecho, un criterio utilizado por los fundamentalistas islámicos o cristianos que, de ningún modo, podrían considerarse como de izquierdas (…) En Europa y en España la “izquierda” suele tomar la bandera de los inmigrantes y el dirigente de un partido político de izquierda declaraba en marzo 2001 “la derecha distingue entre inmigrantes legales e ilegales; la izquierda no”. Ahora bien, en el momento en el cual alguien no hace esta distinción, en nombre de la fraternidad humana, se está situando al margen de las categorías políticas y actúa antes como miembro de una ONG, o de una Iglesia que como miembro de un partido político: porque la izquierda, si es política, tiene que saber que los inmigrantes, no por ser hombres tienen derecho a ser ciudadanos de un Estado. De un Estado que no podría, sin hundirse, conceder su ciudadanía a los seis mil millones de individuos que están protegidos por la Declaración Universal de los Derechos Humanos”. Gustavo Bueno, El mito de la izquierda. Las izquierdas y la derecha. Ediciones B 2003, p. 69.  

[18]Muy ilustrativa a este respecto es la polémica generada en torno al libro de María Elvira Roca Barea: Imperiofobia y Leyenda Negra. Roma, Rusia Estados Unidos y el Imperio Español. Siruela 2017.

[19]Sobre el concepto de “liberastas”: Adriano Erriguel, Pensar lo que más les duele, Homo Legens 2021, pp. 205 y ss.

[20]Una idea magistralmente desarrollada por Costanzo Preve en: De la Comuna a la Comunidad. Ediciones Fides 2019, pp. 77-117. 

[21]Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mille plateaux. Capitalisme et Schizophrénie. Les Éditions de Minuit, 1980, p. 616. 

[22]Baptiste Rappin, “Philosopher après la déconstruction”. Revista Krisis, nº 52 (Philosophie?), noviembre 2021.

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