El 5 (18) de enero de 1918, el día de apertura de la Asamblea Constituyente, el gobierno bolchevique declaró la ley marcial por la cual Petrogrado fue inundada con tropas que se instalaron en su mayoría en el Palacio de Táuride, que es donde tenía que reunirse la Asamblea. El palacio fue rodeado por barricadas que defendía piquetes bolcheviques, dando la sensación de ser un campamento en armas. Allí se hallaban los defensores más decididos a la causa, como eran los marineros de Kronstadt, los fusileros letones y los guardias rojos, con el objetivo de frenar cualquier acción «contrarrevolucionaria» que intentase llevar a cabo la Unión para la defensa de la Asamblea Constituyente. Pero la Unión no tenía fuerzas suficientes para sublevarse y optó a última hora por organizar una manifestación masiva bajo el slogan de «Todo el poder para la Asamblea Constituyente» (que se oponía al eslogan «Todo el poder para los soviets [bolchevizados]» de Lenin). Durante la mañana, la manifestación partió desde el campo de Marte llegando al medio día al Palacio de Táuride en distintas columnas compuestas más bien por estudiantes, funcionarios civiles y profesionales de clase media más que por soldados y obreros. Los manifestantes cantaron la «Marsellesa de los trabajadores» y «Manteneos valerosamente juntos camaradas» en solidaridad con el Parlamento según un corresponsal de Novaia zhizn’, el periódico de Gorki; los manifestantes también cantaron «Levantaos gente trabajadora» y «Construiremos una vía hacia la libertad». Como comentaba el citado corresponsal, «Las palabras sonaban extrañas viniendo de manifestantes que protestaban contra la política de los bolcheviques, que se consideraban los representantes de las masas obreras y campesinas» (citado por Figes y Kolonitskii, 2001: 95-96). En cuanto los manifestantes se acercaron a la perspectiva Liteiny, las tropas bolcheviques dispararon como francotiradores desde los tejados. Otra columna de manifestantes que se acercaba como la de los obreros de la fábrica de municiones de Obujovsky, también fueron objeto de disparo. Diez personas resultaron muertas y varias docenas heridas. Sería la primera vez, desde los Días de Febrero, que tropas gubernamentales disparaban sobre una muchedumbre desarmada. Las víctimas serían enterradas el 9 (22) de enero, coincidiendo con el aniversario del Domingo Sangriento de 1905. En el funeral una de las delegaciones que asistieron puso una corona con la inscripción: «A LAS VÍCTIMAS DE LOS AUTÓCRATAS DEL SMOLNY».
Gorki puso negro sobre blanco los paralelismos de ambas matanzas en Novaia zhin’:
«El 9 de enero de 1905, cuando los soldados agotados y maltratados disparan sobre la multitud desarmada y pacífica de obreros por orden del régimen zarista, los intelectuales y los obreros corrieron hacia los soldados, asesinos involuntarios, y les gritaron a voz en cuello a la cara: “¿Qué hacéis, condenados? ¿A quién estáis matando?”. […]
»Sin embargo, la mayoría de los soldados del zar contestaron a los reproches y persuasiones con palabras de desaliento y servilismo: “Obedecemos órdenes. No sabemos nada, obedecemos órdenes”. Y, como máquinas, siguieron disparando contra la muchedumbre. Se mostraban reacios; quizá lo hacían con el corazón apesadumbrado, pero dispararon.
»El 5 de enero de 1918 la democracia desarmada de San Petersburgo (trabajadores de fábricas e intelectuales) se manifestaron pacíficamente en honor de la Asamblea Constituyente.
»Durante casi un centenar de años los mejores rusos habían vivido con el ideal de una Asamblea Constituyente […]. Ríos de sangre se habían derramado en el altar del sacrificio por ella, y ahora los “comisarios del pueblo” han dado la orden de disparar contra la democracia que se manifestaba en honor de esta idea […].
»Así, el 5 de enero, los obreros de Petrogrado fueron abatidos, desarmados […]. Fueron abatidos en una emboscada, a través de los huecos de las verjas, de una manera cobarde, como lo hubieran hecho auténticos asesinos.
»Y al igual que el 9 de enero de 1905, la gente que no había perdido la conciencia ni la razón preguntó a aquellos que disparaban: “¿Qué hacéis, idiotas? ¿Acaso no se trata de vuestro mismo pueblo manifestándose? Podéis ver que hay banderas rojas por todas partes […]”.
»Y, al igual que los soldados zaristas, estos asesinos, entre los que debe haber gente decente y sensible, contestaban: “Cumplimos órdenes. Tenemos órdenes de disparar”.
»Yo pregunto a los comisarios del pueblo, entre los que debe haber gente decente y sensible: “¿Comprendéis que […] acabarán inevitablemente estrangulando la democracia rusa y arruinando todas las conquistas de la Revolución?
»¿Comprenden esto? ¿O piensan, por el contrario, que “o tenemos el poder, o todos y todo perecerá?”» (citado por Figes, 2000: 570-571).
Todo esto no fue una mera improvisación, sino un trabajo deliberado que consistía en llevar a cabo el desarrollo progresivo de la revolución desde una fase democrático-burguesa a la socialista-proletaria, pues la abolición de la Asamblea Constituyente asentó a los bolcheviques en el poder. Siguiendo la tesis de Lenin, Zinóviev afirmaba: «Vemos en la rivalidad de la Asamblea Constituyente y los soviets la disputa histórica entre dos revoluciones, la burguesa y la socialista. Las elecciones para la Asamblea Constituyente son un eco de la primera revolución burguesa de febrero, pero no ciertamente de la revolución del pueblo, de la socialista» (citado por Carr, 1972: 132). Por consiguiente, al impedir por la fuerza que la Asamblea Constituyente volviese a reanudarse, los bolcheviques atentaron contra los medios convencionales de la democracia burguesa y al disolver la asamblea la burguesía quedó privada del derecho al sufragio. Se iba instalando el régimen de partido único, por el que no debían existir competidores políticos para hacerse con la voluntad de obreros o campesinos, o que estos se fragmentasen y se enfrentasen en diferentes partidos: «ahora el poder ha sido tomado, mantenido y consolidado por un solo partido, el partido del proletariado, incluso sin los “inseguros compañeros de ruta”. Hablar de política de conciliación ahora, cuando ni siquiera se trata ni puede tratarse de compartir el poder, ni de renunciar a la dictadura del proletariado contra la burguesía, significa simplemente repetir como un loro palabras aprendidas de memoria, pero no comprendidas. Calificar de “conciliadorismo” el hecho de que, habiendo llegado a un situación en que podemos y debemos gobernar el país, tratemos de atraernos, sin mezquinar dinero, a las personas más diestras, preparadas por el capitalismo y las empleemos para contrarrestar la desintregración del pequeño propietario, revela una absoluta incapacidad para meditar en las tareas económicas de la construcción socialista» (Lenin, 1976a: 158-159).
Por su parte, el menchevique Nikolai Sujánov expuso el siguiente dilema: «si los acontecimientos en curso eran parte de la revolución burguesa, entonces la Asamblea Constituyente tenía que ser plenamente apoyada; si eran de hecho la revolución socialista, entonces no había por qué reunirla en absoluto. Pero la táctica elegida, aunque fue posiblemente resultado de un compromiso en las deliberaciones del partido, fue más dramática. Y fue correctamente diagnosticada en una protesta publicada por los supervivientes no bolcheviques del primer VTsIK nombrado por el primer Congreso de Soviets de toda Rusia que mantenía oscura existencia y una aún más oscura pretensión de legitimidad, puesto que el tercer Congreso de Soviets de toda Rusia había sido convocado “para torpedear la Asamblea Constituyente”» (citado por Carr, 1972: 133).
- B. Stankevich, miembro de la derecha del Soviet, que ni era eserista ni bolchevique, plasmó con agudeza los ánimos que había con la Asamblea Constituyente: «La impresión de “injusticia” cometida por los bolcheviques contra la Asamblea Constituyente fue atenuada en gran parte por la insatisfacción que se sentía con respecto a la Asamblea misma, y frente a su (como se dijo) “conducta indigna”, y timidez y debilidad de su presidente Chernov. La Asamblea Constituyente fue más censurada que los bolcheviques que la disolvieron» (citado por Carr, 1972: 137).
En su interrogatorio de 1920 el almirante Kolchak afirmó que los bolcheviques «al dispersar la Asamblea Constituyente realizaron un servicio y este acto debería ser considerado en favor suyo» (citado por Figes, 2000: 645).
La Asamblea Constituyente se abolió formalmente el 10 (23) de enero de 1918 en el Tercer Congreso de los Soviets de toda Rusia. El propio Lenin redactó el decreto de disolución en el que se establecía que «toda renuncia a la plenitud del poder de los soviets y a la República soviética conquistada por el pueblo, en provecho del parlamento burgués y de la Asamblea Constituyente, constituiría hoy un retroceso y el hundimiento de toda la revolución obrera y campesina de octubre». Lenin continuaba afirmando que en una revolución la voluntad de la mayoría no tenía que contar necesariamente, puesto que «hemos visto innumerables ejemplos de minorías que, mejor organizadas, más conscientes políticamente y mejor armadas, impusieron su voluntad a la mayoría y la vencieron» (citado por Saborido, 2006: 105). Por tanto, mantener la Asamblea Constituyente sería una maniobra imprudente para los intereses del proletariado frente a la burguesía y la reacción; y así pudo presentar la disolución de la Asamblea Constituyente como un triunfo del proletariado y el campesinado explotado frente a la burguesía explotadora y sus representantes políticos. Por ello quedó prohibido el partido Kadete, siendo acusado de querer derrocar el poder revolucionario por mediación de la Asamblea constituyente. Lenin insistía en que «sólo un tramposo o un imbécil puede pensar que el proletariado debe conseguir primero la mayoría de votos en unas elecciones que se celebren bajo el yugo burgués, bajo el yugo de la esclavitud asalariada, y sólo después tratar de conseguir el poder» (citado por Saborido, 2006: 107). Tras la disolución se cantó La Internacional y después La Marsellesa; y, como se lee en las actas oficiales del Congreso, «La Internacional ha vencido a La Marsellesa del mismo modo que la revolución proletaria deja atrás a la revolución burguesa» (citado por Carr, 1972: 137). La disolución de la Asamblea Constituyente puso las bases para la formación del Estado de partido único, con uno en el poder y los demás en la clandestinidad o en la cárcel.
Y así comentaba la cuestión Lenin en octubre de 1918: «La marcha de los acontecimientos y el desarrollo de la lucha de clases en la revolución, han hecho que la consigna de “todo el Poder a la Asamblea Constituyente”, que no tiene en cuenta las conquistas de la revolución obrera y campesina, que no tiene en cuenta el Poder de los Soviets, que no tiene en cuenta las decisiones tomadas por el Segundo Congreso de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados de toda Rusia, por el Segundo Congreso de los Diputados Campesinos de toda Rusia, etc., se ha convertido de hecho en la consigna de los kadetes, de los kaledinistas y de sus acólitos» (Lenin, 1976b: 131). Y continuaba: «Todo intento, directo o indirecto, de plantear la cuestión de la Asamblea Constituyente desde un punto de vista jurídico formal, en los marcos de la democracia burguesa corriente, sin tener en cuenta la lucha de clases y la guerra civil, es una traición a la causa del proletariado y la adopción del punto de vista de la burguesía. El deber incondicional de la socialdemocracia revolucionaria consiste en poner el mundo en guardia contra ese error que cometen ciertos dirigentes, poco numerosos, del bolchevismo, que no han sabido valorar la insurrección de octubre y la misión de la dictadura del proletariado» (Lenin, 1976b: 133).
Lenin argumentaba que los socialdemócratas reivindican la democracia burguesa porque, aunque no eliminaba el yugo de clase, sin embargo hace de la lucha de clase algo más limpio, amplio, abierto y nítido. Por tanto, para los bolcheviques la democracia podía interesarles si ésta fortalecía los intereses de la causa revolucionaria (tal y como la entendía el partido bolchevique), y cuando no era así pues entonces eran abiertamente antidemócratas (antiasamblearios constituyentes). De hecho, si hubiesen sido auténticos demócratas no hubiesen llegado al poder ni por tanto hubiesen hecho la revolución ni -por añadidura- habrían industrializado el país ni vencido en la Gran Guerra Patriótica o Segunda Guerra Mundial. Luego los procedimientos democráticos no hubiesen sido prudentes para la eutaxia del país. Y es que la democracia liberal, tal y como se planteó en Occidente, no podía funcionar en una Rusia que arrastraba siglos de zarismo. Ya a mediados de la década de 1880 dijo D. Tolstoy, ministro del Interior durante el gobierno de Alejandro III: «Cualquier intento de introducir en Rusia formas parlamentarias de gobierno del estilo de las de Europa occidental está condenada al fracaso. Si el régimen zarista… fuera derribado, sería sustituido por el comunismo, el comunismo puro y simple de Karl Marx, que acaba de fallecer en Londres y cuyas teorías he estudiado con la mayor atención e interés» (citado por Carr, 1972: 28).
Para Trotski la Asamblea Constituyente era una mera institución y consigna de la «democracia formal», la cual sería sustituida por la «democracia real, soviética, o sea, proletaria» (Trotsky, 2001: 45). «Después de recibir un golpe mortal en octubre, la burguesía intentó resurgir en enero bajo la forma sacrosanta de la Asamblea Constituyente. El ulterior desarrollo victorioso de la revolución proletaria, después de la disolución franca, manifiesta, brusca de la Asamblea Constituyente, asestó a la democracia el golpe de gracia del que nunca se recobrará. Por eso tenía razón Lenin al decir: “En último término, resultó mejor así.” Bajo el aspecto de la Asamblea Constituyente eserista, la República de febrero había aprovechado simplemente la oportunidad de morir por segunda vez» (Trotsky, 2008: 385-386).
Ya antes de las elecciones, la burguesía dejaba a un lado la Asamblea Constituyente y apeló a la kornilovada (con fracaso) y los bolcheviques al Segundo Congreso de los Soviets que sirvió de pretexto a la insurrección triunfal de octubre.
Bibliografía
-Carr, E. H., La revolución bolchevique (1917-1923), Vol. 1, Traducción de Soledad Ortega, Alianza Editorial, Madrid 1972.
-Figes, O., La revolución rusa (1891-1924), Traducción de César Vidal, Edhasa, Barcelona 2000.
-Figes, O., y Kolonitskii, B., Interpretar la revolución rusa. El lenguaje y los símbolos de 1917, Traducción de Pilar Placer Perogordo, Biblioteca Nueva, Universidad de Valencia 2001.
-Lenin, V. I., «Infantilismo “de izquierda” y la mentalidad pequeño burguesa», Versión al español de Ediciones en Lenguas Extranjeras, Ediciones Roca, Barcelona 1976a.
-Lenin, V. I., La revolución proletaria y el renegado Kautsky, Versión al español de Ediciones en Lenguas Extranjeras, Ediciones Roca, Barcelona 1976b.
-Saborido, J., La revolución rusa, Crónica del siglo XX, Universidad de Buenos Aires 2006.
-Trotsky, L. D., La revolución permanente, Fundación Federico Engels, Madrid 2001.
-Trotsky, L. D., Stalin, Ediciones digitales Izquierda Revolucionaria, 2008.