Los temas relativos a la ciencia y la técnica son una constante en la obra de Jünger. Hombre de formación científica (había estudiado zoología) vivió momentos históricos que pusieron en evidencia las relaciones tecnocientíficas con el Poder, la Política y el Trabajo.
Sin embargo hay en la obra de Jünger una evolución al respecto. No puede decirse que cambien sus ideas sobre la naturaleza de la técnica, pero si la valoración de la misma. Del entusiasmo titánico de El Trabajador al descubrimiento de la ambigüedad del mundo técnico que subyace en Abejas de cristal hay una trayectoria ideológica que en el presente artículo queremos relacionar con las tesis de Dugin y la Cuarta Teoría Política. Nuestra tesis es que en El Trabajador Jünger advierte el significado anti-burgués y anti-individualista de esta nueva figura que emerge a caballo de la técnica y de la industrialización, figura que puede representar de forma ambigua tanto al fascismo como al comunismo. Pero esta figura, que correspondería a las teorías políticas segunda y tercera de Dugin, siendo anti-individualista, no es anti-moderna, sino que representa una modernidad alternativa. En Abejas de cristal se describe el conflicto de un caballero (antiguo oficial de caballería) con el mundo moderno representado por la técnica, y personalizado en Zaparoni, inventor y empresario, con el cual, sin embargo, el protagonista llega a una especie de ambigua alianza.
En El Trabajador Jünger pretende describir una figura, que, junto con el soldado, el rebelde y el anarca, configuran su particular panteón. La primera evidencia de la figura del Trabajador es que está desvinculada de un significado puramente económico o de explotación: no es el proletario de Marx. Con esta constatación Jünger se desvincula de lo que podríamos llamar el “marxismo occidental” y de su interpretación puramente económica de la realidad, pero no de un nacional-bolchevismo como el defendido por su amigo Niekich, opositor a Hitler y partidario de una alianza Ruso-Alemana. Algunos han querido ver en el estalinismo una encarnación de este nacional-bolchevismo. Contemplando las estatuas que adornan el Metro de Moscú, construido bajo el mandato de Stalin, uno puede ver en ellas la encarnación de la Figura del Trabajador, tal como Jünger la concibe.
El punto central que nos interesa es la relación de la Figura del Trabajador con la técnica. Jünger define la técnica como “la movilización del mundo por la figura del Trabajador”, es decir, la técnica es el arma del Trabajador para destruir el mundo viejo, y este mundo viejo es, para Jünger, el del individualismo burgués y el de la democracia liberal. Para Jünger el Trabajador emerge en la Historia con la Primera Guerra Mundial, en la que Jünger participó, y de cuyas vivencias dejó crónica en su obra Tempestades de acero Allí muere la vieja concepción estamental de la Guerra, representada por la caballería, y amanece una guerra técnica, representada por la ametralladora, el blindado y la capacidad productiva de la industria. También aparece la propaganda como arma de guerra, que trae consigo la “movilización total” y que la distinción entre combatiente y población civil se difumine hasta desaparecer. El nuevo soldado es la versión combatiente del Trabajador, al que se asemeja incluso por su indumentaria: desaparecen los uniformes vistosos y son sustituidos por el uniforme “de faena”, constatando la síntesis entre guerrear y trabajar.
El viejo mundo que se hunde está representado por el individualismo burgués, la Iglesia y los combatientes de tipo estamental. Solamente hacia estos últimos demuestra Jünger una cierta simpatía, simpatía que después evolucionará hacia una indisimulada admiración, tal como veremos en Abejas de cristal.
Es muy sintomática la posición de Jünger ante la Iglesia católica para medir su evolución. En El Trabajador escribe Nosotros….hijos, nietos y biznietos que somos de unos ateos y considera a la Iglesia como parte del mundo viejo que se hunde, sin manifestar por la misma ninguna simpatía. En Sobre los acantilados de mármol, donde se describe La Marina como una especie de utopía tradicionalista, amenazada por las hordas del Gran Guardabosques, (en quien algunos han querido ver a Hitler y otros al comunismo), aparecen dos centros de poder espiritual: uno es un monasterio católico; el otro es la cabaña donde viven los protagonistas, antiguos guerreros convertidos en anacoretas y dedicados al estudio de la Botánica.
En Heliopolis Jünger describe una sociedad desgarrada entre la legitimidad, representada por el Proconsul, y el poder popular, representado por el Prefecto. Este último se apoya en las masas, la propaganda y el populismo. El príncipe se apoya en el ejército, y especialmente en un cuerpo de élite, los Cazadores montados (otra vez la caballería). Pero aquí vuelve a aparecer el poder espiritual, representado por un fraile católico que vive apartado del mundo y dedicado a la cría de las abejas.
En Abejas de cristal la evolución ideológica de Jünger con respecto a la técnica y su significado aparece de forma nítida. El protagonista es un antiguo oficial de caballería, absolutamente inadaptado al mundo moderno. Los antiguos valores del honor, de la fidelidad, del espíritu de cuerpo, de la guerra entendida en su sentido casi deportivo, sin odio, (“eramos hombres armados que solamente luchábamos contra hombres armados”) no aparecen ya como venerables reliquias del pasado, dignas de admiración, pero sobrepasadas por los hechos, sino como puntos de referencia para una eventual “rebelión contra el mundo moderno”.
La técnica ha relegado a la caballería. Los alambres de espinos impiden correr a los caballos, y las ametralladoras o los francotiradores con mira telescópica (“modernos polifemos”) derriban a los caballeros antes de que puedan entablar combate. El protagonista cuenta como tuvieron que dejar los caballos y entrar en los tanques, y nos cuenta también su ambiguo contacto con la técnica, como instructor de blindados.
Los antiguos caballeros se han convertido en parias y en marginales. Aquí se entremezcla la frustración que aquellos que han luchado por su patria, han perdido la guerra y son vistos como malvados y culpables por sus propios conciudadanos, sentimiento muy común entre los antiguos combatientes alemanes en la Primera Guerra Mundial, de los que Jünger formaba parte. Sin embargo han conservado su solidaridad de grupo frente a una sociedad que les es hostil. Jünger, a través del protagonista, nos describe muy bien una de estas hermandades de antiguos combatientes y una de sus escaramuzas en el activismo, al derribar la estatua de un conocido político.
El punto culminante de la trama es el encuentro del protagonista con Zaparoni, empresario e inventor, (un precursor de la robótica y la nanotecnología), famoso por sus autómatas que imitan seres humanos, y por sus abejas artificiales, capaces de fabricar miel a mayor velocidad que las abejas vivas.
El personaje de Zaparoni representa de modo magistral la ambigüedad de la técnica. Aquí es evidente la influencia de Martin Heidegger y su Pregunta por la técnica. En el centro mismo de su imperio empresarial, técnico y fabril, Zaparoni vive en un antiguo monasterio medieval, rodeado de campos donde conviven las abejas “de verdad” con las de cristal ¿representa la superación de la mentalidad puramente técnica? ¿la sumisión de la técnica a antiguos valores? Jünger no lo aclara, pero todo parece evidenciarlo cuando Zaparoni acaba contratando al protagonista para dar conferencias y formar espiritualmente a sus técnicos.
Este cambio en la valoración de la técnica corre pareja a la evolución de las ideas políticas de Jünger. En contra de lo que se ha dicho, Jünger nunca fue nacional-socialismo (el racismo nunca tuvo cabida en su ideario), pero si militó en una forma alternativa de fascismo, representado por Niekisch, y por su apuesta por un Estado autoritario y militarista. Jünger pasa de su rechazo al individualismo burgués y a la democracia liberal a un rechazo mucho más extenso a todos los valores de la modernidad.
Tanto en Heliopolis como en Sobre los acantilados de mármol se evidencia una especie de utopía tradicionalista, un rechazo al totalitarismo, a la demagogia y a la sociedad de masas y una reivindicación de los valores aristocráticos que adelanta el rechazo global a la modernidad defendido por Alexander Dugin en La Cuarta Teoría Política.