No puedo decir que crea que la apariencia de una persona nos muestre la complejidad de su ser. De hecho, he solido ser de los que rechaza juicios sobre las personas basados en atributos estéticos muy concretos. Pienso en el típico ejemplo de gente que dice poder juzgar a la gente por sus zapatos. Teoría interesante, pero muy parcial y superficial. Hasta la persona más pulcra del mundo pisa un charco.
Pero no puedo negar que existe una relación muy profunda entre la apariencia y el carácter interno. Digamos que la estética personal es moldeada por la ética del individuo, del mismo modo que el calor contribuye a forjar al hierro.
El hierro, en si, no tiene forma definida. Es mineral dispuesto a obtener forma a través del calor y del trabajo en la fragua. Depende de la energía y de la voluntad de las manos para desarrollar una forma y utilidad. Así es con el propio ser humano. Somos barro dispuesto a ser moldeado. Muchos viven obsesionados con que somos moldeados por externos factores socioeconómicos. Generalmente ésto lo sostienen aquellos que tienen alguna extraña fascinación con justificar de alguna forma peregrina al criminal como un producto social y, por lo tanto, exculparlo mientras se señala a bulto a todos los demás. A la sociedad. Pero no es lo que me interesa desarrollar ni criticar en este artículo. No niego cierta relevancia de factores socioeconómicos y culturales, pero no ocupan el eje de aquello que quiero mostrar.
El pensamiento que me ocupa es más una visión sobre que el interior es aquello que moldea y define el exterior. Es el armazón interno aquello que revela unas formas concretas hacia el mundo. También, en clara referencia biológica, el genotipo es la base del fenotipo. O, como me gustaría tratarlo, la ética se relaciona íntimamente con la estética. Es más, la ética es el origen primero de la estética. Y la estética, como norma general, no es más que la manifestación de un carácter ético concreto.
La disciplina mental y la ética de trabajo de un deportista moldea su cuerpo, haciendo fácilmente reconocible su trabajo y las cualidades éticas que han forjado esa apariencia estética.
El «ve erguido» de muchas madres a sus hijos, aparte de buena postura corporal, intenta hacerles mostrar un porte determinado que inspire las cualidades de confiabilidad, disciplina, resistencia y virilidad. El joven jorobado y caído hacia adelante, únicamente muestra desidia y ganas de pasar haciendo lo menos posible y sin llamar la atención, encogiéndose sobre sí mismo.
Aquel sexualmente desinhibido, desarrollará preferencia por un estilo de ropa que le haga reconocible como tal ante otros como él y ante cualquier potencial nuevo «amigo». Al adicto que necesita cada vez más dosis de la sustancia, aparte del derrumbamiento de su carácter, le acompaña la decadencia física cada vez más acelerada y marcada.
Del mismo modo, la persona alegre, desarrolla un tipo de arrugas concretas. El aire marcial de una persona justa, se acaba haciendo patente en su postura y en sus gestos cuando se enfrenta al criminal. Y el propio criminal, desarrolla una postura, gestos y preferencia por prendas de ropa muy determinadas. El criminal promedio que invade nuestras calles no puede evitar los gestos entre chulescos y simiescos que cree que le hacen mostrar alguna clase de estatus dominante. Pero su chepa muestra su pereza. Su esbeltez muestra su falta de vigor y su ruindad moral y física. Su preferencia por la rapidez, mostrada en su cuerpo ligero y anémico, tiene origen en la cobardía y en la desconfianza en sus propias capacidades. Necesita la rapidez para atacar a traición, por la espalda y, si fuera el caso, con armas blancas. No puede depender de una fuerza y de una voluntad que no tiene. Es incapaz de jugar en igualdad. Es tramposo, impostado y pretencioso. Como las marcas que viste. Nada real, todo falso. La única forma de asumir un enfrentamiento cuerpo a cuerpo es con superioridad numérica. 5 escombros si que tienen el coraje de enfrentarse a un anciano.
Vamos a palabras mayores. El gordo es gordo porque come en exceso. No hay ninguna pandemia de problemas de tiroides. A lo sumo, tendrá problemas de tiroides aquel al que se le atragante un bollo y se la dañe por algún motivo. Pero con un poquito de sal yodada y algo menos de crema de chocolate, también se vive.
El movimiento llamado «bodypositive» no es más que intentar normalizar daños éticos que se muestran en forma de sobrepeso. A muchos nos gusta comer, pero la adicción es otra cosa. La necesidad de dopamina o endorfinas liberadas durante la ingesta de comida hipercalórica y/o rica en azúcares, es el problema real. El médico que le recomienda a adelgazar a la chica de 155 de altura y 100 kilos de peso, no es un monstruo «gordófobo». Ni nadie lo es. El problema es intentar hacer tolerable la decadencia ética que lleva a manifestaciones estéticas concretas.
Podríamos llegar a pensar que a los seres humanos, si nos gusta la belleza, aparte de por la teoría de los buenos genes(tema de anuncio de vaqueros, aparte), es porque nos revela cualidades morales. Y nos repugna la fealdad por el mismo motivo. Porque nos revela rasgos de la personalidad de otros que pueden resultarnos dañinos.
Y cuando vemos que un corrupto es gordo, desagradable de ver incluso de espaldas, con mala postura corporal, de apariencia dejada y sonrisa sospechosa, aparte de preguntarnos de qué es ministro, también podemos entender que nuestra propia naturaleza nos ha estado avisando. La aversión instintiva, en muchas ocasiones, es un aviso muy bien fundado.
Una persona que se ha estado destrozando moralmente, suele mostrar una apariencia coherente. Y no hablo de problemas congénitos. Hay quienes nacemos feos, pero intentamos mejorar dentro de nuestras posibilidades y con esfuerzo. Hay muchas personas que nacen con limitaciones e invierten muchísima energía en superarlas. No es lo mismo nacer jorobado que morir jorobando. La persona que nace sin una cualidad, pero intenta desarrollarla no es lo mismo que aquel que que se destruye moralmente y se queda en nada.
Si gustan de la metáfora, el edificio mantenido y reparado cuidadosamente no luce igual que el edificio abandonado. En los seres humanos suele ocurrir lo mismo.
Del mismo modo que, cuando vemos convertirse en corrientes, todo tipo de atrofias y de horror estético, es muy fácil discernir que esa misma sociedad también ha ido decayendo moralmente de forma previa. Tener las calles llenas de adefesios y de estrambóticos suele ser muy mala señal.
Algunos hablan de la liberalidad y de la tolerancia, mientras separan ética y estética de forma artificiosa. Utilizan esos clichés de «cada uno viste como quiere» y «¿te hacen algún daño?». Y debo decir que si, hacen daño. Porque como ya he dicho, la apariencia, la estética, se muestra sintomática del interior. Y por mucha excepción que haya de un mozalbete con mala postura y bolso falso de Gucci, aparte de un personaje ficticio, como el taxista marroquí, no sirve de referencia ni para destruir una dinámica obvia. Lo lamento, pero los miles de estrafalarios con evidente consumo de estupefacientes y vestidos de lagarterana transexual corriendo por Barcelona, no son síntoma de tener miles de Dalí por la calle.
Y que no se me engañe el lector, no aspiro a millones de señores con trajes regionales. No pretendo millones de señoritas tapadas con cortinas a modo de biombos andantes. No soy de esa doctrina meridional que ya se muestra en nuestras calles sin menor recriminación por parte de la progresía europea.
Sencillamente aspiro a no normalizar ni aceptar como irremediable, la corrosión del carácter y de la ética que termina produciendo auténticos atentados contra la belleza bajo el pretexto vacío de la libertad y de la tolerancia. Por eso no puedo apoyar, ni de forma remota, esos mensajes de diversos lobbies que pretenden hacernos callar ante el decaimiento estético que nos revela la implosión de toda cualidad ética.
Esto no va de apariencias, va del ser. Me resulta completamente innecesario el recato aparente que oculta de forma forzada los vicios internos. No defiendo tan atentado tampoco.